THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

Sostiene Portugal

«En el Portugal de hoy, tras el efecto-saneamiento de la dimisión de António Costa, las bazas de la continuidad pueden prevalecer sobre la desestabilización»

Opinión
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Sostiene Portugal

Un tranvía recorre un barrio de Lisboa. | Unsplash

Las elecciones portuguesas han coincidido con el 50 aniversario de la llamada Revolución de los Claveles, la insurrección militar triunfante que sirvió de partera a la actual democracia. Fue una revolución atípica, con unos componentes y un desarrollo que rompieron los moldes de otros procesos revolucionarios del siglo pasado.

Fue el único cambio de signo progresista, impulsado en Europa por un Ejército colonial, ya que el golpe francés de 1958, que lleva al poder a De Gaulle, tiene por objeto mantener la dominación sobre Argelia, mientras que en este caso conduce a dar la independencia a las colonias africanas.

La toma del poder por el «movimiento de los capitanes», el 25 de abril de 1974, podía haber provocado un derramamiento de sangre, pero no fue así. Los únicos muertos fueron causados por disparos de la policía secreta, la odiada PIDE, y la transmisión del poder, de la dictadura al Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), se dio con el ceremonial propio de una transmisión regular de cargos. Siguieron momentos de entusiasmo popular que al visitante le recordaban las imágenes de la proclamación de la República en España. Luego habrá otros dos pronunciamientos militares, en marzo y en noviembre de 1975, que implican a buen número de cuarteles y unidades. Casi sin violencia.

Tampoco la habrá entre los dos golpes citados, a pesar de que las tensiones son muy fuertes en el interior del MFA y entre los partidos políticos, también en la vida social portuguesa. La apuesta de la izquierda era muy fuerte, pudiendo ir, bien hacia una democracia popular bajo cobertura militar, con el Partido Comunista de Álvaro Cunhal, el PCP, respaldando al primer ministro Vasco Gonçalves, bien hacia un régimen militar-populista, encabezado por el propio MFA. Y frente a esa perspectiva de acentuar la revolución, no se iba constituyendo solo un bloque moderado en el MFA, en torno al «grupo de los Nueve». Detrás de la escena actuaban fuerzas preparadas para la oponerse a tal «sovietización» a cualquier precio, con la OTAN y el embajador norteamericano Frank Carlucci a su frente. Más el apoyo aquí a frenar la revolución por parte de la opinión pública portuguesa mayoritaria, que había dado la victoria electoral a socialdemócratas y centro-derecha en las elecciones de abril de ese mismo año 1975.

El intenso proceso de movilización social, en torno a las grandes nacionalizaciones y a la reforma agraria actuaba a favor de la deriva radical. Parecía posible un escenario trágico a la chilena, pero todo se resolvió en un juego de golpe y contragolpe de unidades de élite, en que los comandos de Amadora se impusieron a los paracaidistas, con protagonismo en la dirección del contragolpe de un oficial hasta entonces desconocido, Antonio Ramalho Eanes. Los demás cuarteles aceptaron el resultado. Violencia mínima. «El 25 de noviembre se acabó la Revolución», declaró con amargura más tarde Otelo Saraiva de Carvalho, el estratega del 25 de abril de 1974, luego líder de la corriente radical del MFA.

«En las elecciones presidenciales de 1976, las urnas reafirmaron la primacía democrática de la contrarrevolución»

Se acabó la revolución, y ni siquiera fue ilegalizado el PCP, muy cauteloso al ver la derrota de sus aliados militares. En las elecciones presidenciales de 1976, las urnas reafirmaron la primacía democrática de la contrarrevolución, al vencer por un 60% a un 16% la candidatura del  artífice del 25 de noviembre, ya general Ramalho Eanes, sobre la de Otelo Saraiva de Carvalho.

Luego todo fue ir reajustando las piezas del sistema político, con el fin de la tutela militar y la afirmación de una democracia representativa, de turno entre los dos partidos que ya ocuparan el primer plano en las primeras elecciones de 1975. Uno, el Partido Socialista de Mario Soares, surgido casi de la nada; otro,  el Partido Popular Democrático (repintado como PSD, socialdemócrata, para sobrevivir en tiempos de izquierdismo después del 25 de abril). Lo habían creado los liberales que iniciaron sus carreras políticas en el Estado Novo salazarista, algo muy parecido a nuestra UCD. El PCP inició un lento declive, hoy consumado al perder el único escaño que conservaba en Beja, Alentejo, su bastión de poder agrario en el tiempo de la Revolución.

La Revolución de los Claveles fue muy útil para la transición española. Fracasó el intento de un grupo de oficiales, que en agosto de 1974 fundaron la Unión Militar Democrática (UMD), ya que faltaban las condiciones —la guerra colonial— y sobraban los obstáculos, una estructura de poder militar muy consolidada. Hasta el punto de bloquear luego los intentos democráticos de acabar con la discriminación profesional de los húmedos. Pero en lo demás, los efectos fueron claramente positivos. El ejemplo de los transformistas del PPD/SPD sirvió para que sus correligionarios españoles se dieran cuenta de que había menos riesgos políticos si ellos mismos promovían la sustitución del régimen dictatorial, en vez de esperar aun vuelco provocado por la izquierda, tal vez mediante una revolución. Para el propio sistema de poder franquista, con el aislamiento, crecía la sensación de inseguridad, bien visible en el gobierno Arias Navarro.

En cuanto a la izquierda, Santiago Carrillo se dio cuenta muy pronto de lo que estaba en juego, del riesgo que entrañaba una democracia popular, o cosa parecida, a nuestras puertas, y jugó a fondo la baza de apoyar con todas sus fuerzas a Mario Soares frente al PCP. Fue recompensado por el socialista portugués, quién en el Primer Congreso de su PS, a fines de 1974, le invitó a hablar en la tribuna, en vez de hacerlo a Felipe González. Para el izquierdismo, la Revolución portuguesa fue un tiempo de esperanza, pero esta se acabó muy pronto, en noviembre de 1975, y por lo demás lo de un «movimiento de capitanes» aquí sonaba muy mal. La enseñanza, salpicada de visitas de observación por un turismo político a Portugal, país hasta entonces desconocido por los españoles, fue difícil de asimilar, pero en definitiva aleccionadora.

«Portugal reanudaba bajo la democracia una trayectoria histórica caracterizada por el sosiego»

Entre tanto, Portugal reanudaba bajo la democracia una trayectoria histórica caracterizada por la continuidad de los mismos rasgos, diríamos que por la serenidad, por el sosiego. Incluso la amenaza recurrente de una invasión castellana —luego española— había proporcionado a los portugueses desde la Edad Media un temprano sentimiento pre-nacional. Su monumento nacional no evoca las guerras napoleónicas, sino la victoria defensiva en la batalla de Aljubarrota, de 1381. Es el monasterio da Batalha. Significativamente, la guerra por la independencia emprendida en 1640 contra la desigual unión de Coronas con España, será calificada de «guerra de Restauración».

La vigencia de un orden que incluso mediante la violencia se repone, o integrando elementos contradictorios, es una constante que confiere equilibrio, sosiego, a la historia portuguesa. Su primer emblema sería la espléndida janela , ventana del convento manuelino del Cristo en Tomar, con el navegante enlazado con las raíces del mundo agrario. Una fórmula que hizo del portugués el imperio colonial más duradero, hasta 1975. La propia letra de Grandola, vila morena, la canción emblemática que sirvió de señal para la insurrección, evoca esa coexistencia, del mundo agrario con la democracia recuperada á sombra duma azhineira, a la sombra de una encina, árbol también simbólico del paisaje agrario portugués y de su permanencia por encima del tiempo. Nuevo juego de contradicciones resueltas: un clavel puesto por una joven sobre la boca de un fusil.

El personaje creado por Antonio Tabucchi en Sostiene Pereira constituía la expresión de esa continuidad histórica, de apariencia imperturbable. Las elecciones de ayer, sin embargo, al igual que la irrupción del personaje de la novela que trastorna la conciencia del periodista, hacen sin embargo difícil prolongar la estabilidad que prevaleció en las últimas décadas. La perturbación afecta a una mentalidad democrática que no será fácil traducir en comportamiento político a la vista de los resultados electorales, por la irrupción, ahora de un personaje reaccionario, Chega. La ventaja es que en la situación económica del Portugal de hoy, tras el efecto-saneamiento de la dimisión de António Costa, más el consiguiente retroceso, no hundimiento, del Partido Socialista, las bazas de la continuidad pueden prevalecer sobre el riesgo de desestabilización.

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