THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

El crimen como política

«La muerte de Navalni es una tragedia para todo demócrata y el producto lógico de un sistema que desde Lenin se sirvió a fondo del terror para sobrevivir»

Opinión
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El crimen como política

Ilustración de Alejandra Svriz.

La muerte de Alexei Navalni debe ser sentida como una tragedia por todo demócrata y es al mismo tiempo la ocasión para analizar el sistema político que la ha producido. No estamos ante un episodio aislado, cuya responsabilidad puede adscribirse solo a un personaje individual, sino frente al producto lógico de un sistema que desde sus orígenes en Lenin se sirvió a fondo del terror como instrumento de supervivencia.

Stalin lo elevó al nivel de terror de masas, con su prolongación selectiva en forma de asesinato individual de aquellos designados como enemigos principales —Trotski en primer término—, hasta que a su muerte en marzo de 1953 el protagonismo absoluto del terror vía KGB propició el intento por Laurenti Beria de adueñarse de todos los poderes del régimen. Solo que tal pretensión encerraba un riesgo excesivo para los colaboradores inmediatos de Stalin, los cuales reaccionaron, vía crimen político también, deteniendo y fusilando a Beria. Lo cuenta muy bien, en clave de humor negro, el film La muerte de Stalin.

Siguió un período de dominio feliz de la capa dirigente, convertida, en nomenklatura, especialmente tras deponer a Jruschov, durante el ventenio de Brezhnev, de 1964 a 1983. Ahora bien, para mantener el orden contra la rendija de libertad abierta por Jruschov, hubo que recurrir de nuevo a la KGB —el instrumento del terror bajo distintos nombres desde que Lenin fundara la Checa— y ahí emergió la figura de Yuri Andrópov, quien en sus 15 meses al frente del Estado, del Partido y de la KGB, entre 1983 y 1985, sentó las bases de una restauración de lo que Beria no había logrado conseguir: un Estado-KGB propiamente dicho, por encima del ideario comunista, también de una nomenklatura cuya depuración puso en marcha, y con el nacionalismo imperialista como factor de cohesión del régimen. Ante el agotamiento del sistema soviético, era la única fórmula posible de salvación. Gorbachov intentó fabricar un objeto imposible: una reforma democrática desde su interior. El resultado es conocido. Fin del comunismo soviético, fin de la URSS. Solo la KGB sobrevivió.

La intensidad represiva de Andrópov sigue viva en la memoria de los soviéticos de cierta edad. Subió al vértice del poder, al morir Brezhnev, en 1983 y pronto comenzó a circular en Moscú un chiste. Dos camaradas se saludan y uno le dice a otro: «¡Feliz 38!». «No digas tonterías, 38 es el año de las purgas de Stalin, estamos en 1983!». «¡Ah, perdona, me di cuenta tarde!», contesta el segundo. El pasado volvía. Una enfermedad renal lo evitó.

Desde su actuación como embajador en Hungría en 1956 a su papel de impulsor de la invasiones de Checoslovaquia y Afganistán, de la expulsión de Solyenitsin, Andrópov recuperó el sentido imperialista estaliniano, del que Lenin había carecido. Los meses de Andrópov al frente de la KGB desde fines de los 60 y como breve sucesor de Brezhnev en 1983-1985, son también los años de formación de un joven llamado a prosperar en la KGB y en el Estado soviético. Se llamaba Vladimir Putin. La fórmula represión interior más imperialismo agresivo, de base nacionalista rusa, estaba ya inventada.

«Lenin creía en su Revolución, aun siendo consciente de los pésimos resultados obtenidos; Stalin creía en su propio poder»

En realidad, la historia soviética es bien simple de contar. Lenin es un gran forjador de la Revolución en octubre de 1917, pero desde el primer momento su principal preocupación es la difícil salvaguarda del poder revolucionario en una sociedad destrozada por la Guerra Mundial y que la Revolución y la guerra civil van a destrozar aun más. El recurso al terror y la construcción de Estado totalitario, del cual tomará ejemplo Mussolini, son los medios para atender ese fin, por encima de cualquier otro. Cuando una comarca está asolada por el hambre, su repuesta es que resulta preciso aprovechar la ocasión para acabar con kulaks y curas. «¡Ahorcad, ahorcad!» es su consigna, puesta al descubierto cuando pudieron consultarse los Archivos de la Presidencia de la URSS en la década de 1990.

La oposición del buen Lenin opuesto al mal Stalin se desvanecía, aun cuando subsistan las diferencias: Lenin respetó el pluralismo en la dirección del PCUS bajo su liderazgo, Stalin aniquiló a todo opositor real o posible. Lenin creía en su Revolución, aun siendo consciente de los pésimos resultados obtenidos; Stalin creía en su propio poder. Por algo Lenin, enfermo, acabó su vida prisionero de Stalin. Pero no cabe idealización alguna del primero, que en plena apertura económica de la NEP desarrolla una persecución a fondo de mencheviques, socialistas revolucionarios e intelectuales.

En el marco de un régimen totalitario, con el comunismo como agente ideológico de legitimación, se jugó durante 70 años, 1917-1991, una partida por el poder a tres, con la élite nacida de la Revolución, refundada tras la sangría de Stalin, dominando un cuerpo social privado de toda iniciativa política y económica mediante un Partido Comunista de masas, una nueva clase que controla, vigila y goza de privilegios para su gestión. Son unos miles en 1917, tres millones en 1925, 18 millones en 1985 (hoy en China son 90 millones). El control del PCUS sobre la sociedad y el del Líder (o grupo dirigente desde 1964) sobre el conjunto requiere una represión permanente, y en momentos de inseguridad, el terror. Stalin es aquí el fundador, conjugando el terror de masas, con la aplicación del selectivo contra individuos o grupos cuya eliminación juzga pertinente.

La vocación exterminadora de Stalin, cuya víctima más egregia fue León Trotski, se proyectó en términos estrictamente criminales contra otras víctimas, sobradamente conocidas, y lo que es más relevante para nuestro caso, se mantuvo en tiempo de sus sucesores. En unas ocasiones, sin que el crimen real o fallido pueda ser probado, quedándose en fundada sospecha, en otros contrastado de manera fehaciente.

«Los dos viejos líderes del comunismo francés e italiano, Thorez yTogliatti, mueren en el curso de sus vacaciones soviéticas en Crimea»

Entre las muertes dudosas, figura la del dirigente comunista búlgaro Georgi Dimitrov en 1949, que había incomodado a Stalin por su proyecto de Federación Balcánica con la Yugoslavia de Tito. Lo cierto es que Dimitrov estaba muy enfermo al ser hospitalizado en Moscú, pero también es cierto que tras su muerte, su hombre de confianza Traicho Kostov fue detenido, torturado y ejecutado en Sofía. Desaparecido Stalin, en el verano de 1964, los dos viejos líderes del comunismo francés e italiano, Maurice Thorez y Palmiro Togliatti, mueren en el curso de sus vacaciones soviéticas en Crimea, el primero, enemigo de Jruchov, durante el viaje, el segundo días después de redactar el Memorial de Yalta donde reivindica la pluralidad de vías al socialismo. Ambos de hemorragia cerebral.

En 1951 ya Togliatti había sufrido un accidente de carretera por embestida de un camión contra su vehículo, un procedimiento de eliminación patentado por la KGB. Stalin deseaba transferir a Togliatti de la dirección del PCI a la puramente formal del Kominforn. El también comunista italiano Secchia asistió a una reunión en el Kremlin con Stalin y Beria, donde el accidente fue comentado. «Son cosas que ocurren», comentó Beria.

Cosas que ocurrieron también a Enrico Berlinguer, en plena preparación del compromiso histórico, en octubre de 1973. Después de discutir con el líder búlgaro Jivkov, fiel servidor del Kremlin, al regresar al aeropuerto de Sofía, aparece de una calle lateral un inesperado camión, arrollando al coche de Berlinguer. Un muerto y él herido. Incidente reconocido por su hija Bianca Berlinguer. Puedo decir a título personal que en 1981 asistí en Bulgaria a un pequeño simposio de historiadores comunistas, y la circulación era detenida a nuestro paso. El camión de servicio estuvo también a punto de a acabar con la vida de un héroe de nuestra guerra civil, el comandante Carlos, Vittorio Vidali, por el terrible crimen de haber protestado contra el trato dado a los refugiados comunistas en Moscú, en 1934. Sus notas autobiográficas, conservadas en la Fundación Gramsci de Roma, son estremecedoras. «La KGB no perdona», anotó Vidali, por lo demás un estaliniano de nota.

Por lo sucedido a Berlinguer, quedó claro que a Brezhnev no le gustaban los críticos de la invasión de Checoslovaquia en 1968. El sucesor de Thorez en Francia, Waldeck-Rochet, la había criticado con fuerza. Asistió a un Congreso en Moscú, fue operado y volvió a Francia física y políticamente inutilizado. Le sustituyó Georges Marchais, hombre leal a Moscú, como antes lo fuera Thorez.

«Tuvo más suerte Yeltsin, quien en pleno ascenso hacia el poder frente al sistema, sobrevivió al impacto de otro automóvil»

Tal vez pudo serle aplicada la máxima a la muerte en accidente de automóvil, en noviembre de 1992, de Aleksander Dubcek, cuando se dirigía a Bratislava para activar su candidatura a la presidencia de la naciente República de Eslovaquia. Un hombre detestado por la URSS, pero cuya muerte fue juzgada finalmente como accidental.

Otro servicio de camión, esta vez cargado de piedras para mayor seguridad, acabó en 1980 con la vida del líder bielorruso Mencherov, rival de Andrópov. Diez años más tarde, tuvo más suerte Boris Yeltsin, quien en pleno ascenso hacia el poder frente al sistema, sobrevivió en su Volga al impacto de otro automóvil que percutió sobre su lugar de asiento en la calle Gorki de Moscú.

Ultima página de sucesos. El 9 de enero, un automóvil arrolla en una calle de Moscú al poeta conceptualista Lev Rubinstein, opositor manifiesto a la invasión de Ucrania. Muere días más tarde.

La continuidad es la regla. La KGB no ha sido una organización que cometió crímenes, sino el crimen organizado, que acabó constituyendo el núcleo del Estado totalitario soviético y de su sucesor actual. Nada tiene de extraño, pues, que nuestros jóvenes comunistas hoy tengan por ídolos a Putin y a Lukachenko, ni que el actual residuo del viejo PCE, hoy en manos de Enrique Santiago, repinte su lema con el marxismo- leninismo, puesto ahora al servicio de la solidaridad con las dictaduras de Maduro y Ortega. No en vano su referencia histórica es un comisario político de la Guerra Civil y no un Simón Sánchez Montero, o tantos como él.

«Lo penoso es la tolerancia de la izquierda respecto de una corriente política que reivindica lo peor de la tradición soviética»

La oposición a Occidente, sin más, es la misma de antes, igual que ocurre en Podemos, estrella invitada anti-OTAN de Russia Today en febrero de 2022, sobre fondo de carros de combate para la invasión de Ucrania.

Lo de veras lamentable es la tolerancia de la izquierda democrática respecto de una corriente política que reivindica lo peor de la tradición soviética. Hasta el punto de estar integrada en un Gobierno que se dice progresista. Lo suyo es borrar la singular trayectoria pasada de un comunismo español, el cual, desde su procedencia estaliniana, incluso en la cuestión del crimen político, supo desempeñar un papel decisivo en la construcción de la democracia en España. A pesar de la URSS, y al final, frente a la URSS.

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