'Blackwater', el fenómeno editorial del año en España
La saga de Michael McDowell sobre una familia en la Alabama de principios del XX lleva vendidos 300.000 ejemplares
En 1983, Michael McDowell terminó de escribir una serie de novelas, ambientada en la Alabama de principios del siglo XX que, bajo el título de Blackwater, exigió que se publicara por entregas. La saga que, a lo largo de más de 1.500 páginas, abarcaba 50 años en la vida de una familia de ricos terratenientes, los Caskey, propietarios de varios aserraderos y liderados por dos poderosas mujeres, Mary-Love y la misteriosa Elinnor Dammert, mezclaba elementos sobrenaturales con la tradición del gótico sureño.
Cuarenta años después, aquellos libros que nacieron sin ninguna pretensión de éxito o calidad, publicados por primera vez en nuestro país por Blackie Books con traducción de Carles Andreu, se han convertido en el fenómeno editorial de lo que va de año con más de 300.000 ejemplares vendidos.
«Soy un escritor comercial y estoy orgulloso de ello», reivindicaba, no en vano, el autor. «Escribo cosas que estarán en la librería el próximo mes. Creo que es un error tratar de escribir para la posteridad. Escribo para que la gente pueda leer mis libros con gusto, para que quieran coger una de mis novelas y pasar un buen rato sin tener que esforzarse».
Como ocurre en una de sus novelas, sus palabras tenían, además de una profunda honestidad, algo de proféticas. Considerado por Stephen King como el mejor escritor de literatura popular, McDowell tenía 51 años cuando murió de sida. Dejaba tras de sí una extensa producción de novelas policiacas, de terror gótico e históricas, además de sus trabajos como guionista con Tim Burton, en las inolvidables Beetlejuice y Pesadilla antes de Navidad, o una curiosa colección de objetos relacionados con la muerte –más de 70 cajas– que fue adquirida por la Universidad de Chicago. Pero sus novelas, éxitos del momento, fueron desapareciendo con el paso de los años hasta acabar descatalogadas.
Hasta que en 2022, una pequeña editorial independiente francesa, Monsieur Toussaint Louverture, decidió publicar Blackwater por primera vez en Europa. Tras arrasar en el país galo y después en Italia, con más de dos millones de ejemplares vendidos, Blakwater se ha convertido también en el último fenómeno literario en nuestro país, donde ha alcanzado las de 300.000 copias en apenas cuatro meses, desde que aterrizaba el pasado mes de febrero en España con su primer libro, La riada, al que siguieron, cada 15 días, el resto de títulos de la colección: El dique, La casa, La guerra, La fortuna y la última de ellas, Lluvia, publicada a finales de abril.
Novela por entregas
Ambientada en el Estado natal del escritor, a principios del siglo XX, La riada comenzaba con una inundación. «La mañana del domingo de Pascua de 1919, el pueblo de Perdido, en Alabama, amaneció con un cielo despejado, de un rosa pálido y translúcido que no se reflejaba en las aguas negras que desde hacía una semana anegaban por completo el pueblo». Con esas aguas negras, llega también Elinnor Dammert, una misteriosa mujer que ha permanecido varios días en lo alto de una habitación de hotel de un pueblo fantasma cuando Oscar, el hijo de Mary- Love, la rescata. Su llegada despertará la suspicacia de la celosa y taimada matriarca de la familia y desatará una guerra interna entre las dos mujeres por hacerse con el control del poder.
Las razones de su éxito se deben a muchos factores y, como cualquier fenómeno de ventas editorial, no son solo literarias. Para empezar un precio asequible y una sugerente propuesta visual, con diseño de Pedro Oyarbide, los vuelve muy atractivos a la vista. «Mucha gente me ha confesado que compra Blackwater por las portadas», ha comentado el propio ilustrador. Pero también la inapelable decisión del autor de publicarla por entregas, dándole a la decimonónica literatura de folletín un nuevo impulso.
Fue deseo expreso de McDowell volver a las novelas por entregas, que tan brillantemente habían explotado escritores como Charles Dickens y Wilkie Collins o, en nuestro país, Benito Pérez Galdós. Más allá de las obvias cuestiones comerciales, aquella decisión le permitía al escritor jugar con la extensión -leída como una única novela de 1.500 páginas, es evidente que sobra texto-, pero también ofrecía un producto perfecto para ser consumido en pequeñas dosis, de poco más de 250 páginas cada una, y en formato bolsillo, lo que lo convertía en una lectura amena y agradable, además de cómoda y adictiva.
Porque si algo es Blackwater, es ante todo una lectura grata, ideal para los meses estivales o los viajes en tren o metro, donde a veces, hay que decirlo, da la sensación de no contar absolutamente nada. Lo cual no le resta mérito en absoluto a McDowell, que ha logrado conquistar con una narrativa sencilla y directa, pero elegante, a un perfil de lector muy ecléctico con esta mezcla difusa de lo sobrenatural, los sucesos paranormales con los acontecimientos históricos de la convulsa primera mitad del siglo XX -los Caskey vivirán las consecuencias del periodo de entreguerras, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y el boom económico- y las intrigas, romances y venganzas familiares.
Mujeres protagonistas
Protagonizada, como queda dicho, por dos grandes matriarcas, en la saga de McDowell son las mujeres las que bajan al barro, matan y conspiran, mientras los hombres asumen un rol más bien pasivo. «El día en que se desplomó la bolsa, Carls Strickland intentó asesinar a Queenie», escribe sobre uno de los pasajes de violencia de género, que el escritor denuncia en su libro. Sin embargo, como todo en Perdido, es otra mujer la que sale en su defensa. «Florida regresó corriendo a su casa y, sin decirle una sola palabra a su asombrado marido, cogió la escopeta que guardaba en un rincón del comedor y volvió a salir por la puerta».
McDowell nunca concibió que Blackwater pudiera sobrevivir al paso del tiempo, y menos en tan buena forma, pero 40 años después el espíritu de esta novela-río, que tiene mucho que ver con un afluente y también con su naturaleza, ha regresado como un aluvión torrencial. En eso, al menos, se equivocaba al escritor.