César Aira y el refugio de la memoria
El escritor argentino nos habla sobre su última novela, ‘En El Pensamiento’, situada en el entorno rural de su infancia
Autor de culto por excelencia, misterioso, esquivo… A César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949) no le gustan las entrevistas, pero se pliega a las mínimas para que sus libros alcancen cierto recorrido. Esta la concede para hablar de En El Pensamiento (Random House), otro viaje a esos mundos tan peculiares que gusta habitar en sus novelas. Juan Marqués analizó con detalle su contenido, estilo y genealogía en estas páginas.
En un pequeño pueblo de la Argentina rural de principios o mediados del siglo XX llamado El Pensamiento y presidido por la presencia primordial de la estación de tren, un niño contempla las pequeñas maravillas de una existencia a otro ritmo, sujeto al ciclo de las estaciones y las imposiciones de la tierra, lleno de poesía y con un regusto final entre mitológico y surrealista.
Podríamos ponernos más o menos y hablar de bildungsroman, realismo mágico o algo por el estilo, pero Aira no está por la labor.
PREGUNTA.- ¿Cómo presentaría En El Pensamiento a los lectores?
RESPUESTA.- Podría describirlo como un pastiche de literatura memorialista. Creo que hoy la literatura literaria no puede ser más que pastiche de la literatura no literaria.
P.- ¿Qué cree que significa en el contexto de su carrera? ¿Por qué ahora este libro?
R.- Desde hace unos años vengo describiéndome como un «autor serial de cantos de cisne», porque es tal el agotamiento que siento al terminar algo que me prometo que será lo último. Pero siempre hay más. Está bien así, me parece, porque ese sentimiento de final les da a mis libros un peso que tienden a no tener.
«Sé que las grandes editoriales pierden plata conmigo y aun así siguen publicándome»
P.- ¿Hasta qué punto resulta complicado sostener una literatura como la suya? ¿Qué opina del concepto de autor de culto?
R.-Tengo la suerte de haber florecido en la era de las editoriales independientes, que han sido mis aliadas en lo más atrevido que he hecho. Y con las grandes editoriales, a las que trato de darle lo que me sale más normal, estoy muy agradecido, sé que pierden plata conmigo y aun así siguen publicándome.
P.- En su obra vuelve de forma recurrente a la vida en provincias y al pasado. ¿Es un refugio, una alternativa frente al ritmo de vida actual? ¿Un homenaje a una forma de vida que hoy nos puede parecer exótica, distinta? ¿Un territorio especialmente fértil para su estilo?
R.- En general mis ficciones parten de una idea abstracta, una apuesta lógica-filosófica, una paradoja interesante, y se acomodan espontáneamente al escenario que más les conviene, que puede ser el pueblo de mi infancia o el barrio de Buenos Aires donde vivo, más raramente sitios inventados o que no conozco.
«Mi madre y casi todos mis tíos nacieron en El Pensamiento, y yo pasé mucho tiempo de mis primeros años allí»
P.- El Pensamiento existe, pero con solo una docena de habitantes que intentan revitalizarlo con turismo rural. ¿Hasta qué punto influyó su nacimiento y experiencia en la zona en su formación como escritor? ¿Regresa de vez en cuando? ¿Cómo experimenta el contraste con la gran ciudad?
R.- Mi madre y casi todos mis tíos, que son muchos, nacieron en El Pensamiento, y yo pasé mucho tiempo de mis primeros años allí. Ahora el campo es mío y de mi hermana. La única frase genuinamente autobiográfica de la novela es la que habla de «asegurarnos de que El Pensamiento fuera nuestro para siempre». Hace unos años un sobrino me propuso venderlo y con el dinero comprar departamentos en varias capitales del mundo para alquilarlos a turistas, con el argumento de que me daría más renta. Pero no tengo tanto interés en la renta, que es apenas una manifestación más del velo de Maya.
P.- ¿La omisión de los nombres propios de los personajes tiene la intención de acentuar su carácter arquetípico? ¿El tono mítico responde al contexto espacio-temporal (histórico), al punto de vista del niño, a ambas cosas?
R.- No había notado que no les di nombres ni al niño que habla ni a sus padres. Es efecto de la narración en primera persona, supongo. Los niños no nombran por su nombre al padre o a la madre (ni a la maestra).
«El límite de mi surrealismo está en mi respeto al viejo mecanismo de la causa y el efecto»
P.- Se le suele aplicar el adjetivo «surrealista» a su estilo, pero el narrador de En El Pensamiento reivindica el realismo de su percepción sobre la figura del preceptor frente a las distorsiones que le podrían haber provocado las novelas del Romanticismo que leería después, «de grande». ¿Se considera un escritor «realista»?
R.– El límite de mi surrealismo está en mi respeto al viejo mecanismo de la causa y el efecto, en lo que soy irreductible. Si un hombre sale volando o un animal habla, tiene que haber una causa eficiente para que sea así, una causa lo bastante verosímil para que el lector la acepte. Ahora que lo pienso, también la necesidad de poder visualizar las escenas que escribo es productora de realismo. En fin, soy bastante realista, pero no en lo esencial, que me permitiría escribir novelas largas.
P.- El narrador propone una concepción «doble o bicorne» de la escritura: «Por un lado, de una infinita proliferación, por otro de una reducción que hacía desaparecer casi todo para dejar apenas una palabra, o su sombra o el hueco que dejaba». ¿Suscribe esa definición?
R.– Nunca me había puesto a pensarlo (eso tienen de bueno las entrevistas, de las que tanto reniego) pero ahora veo que los poderes mágicos que le adjudico a la escritura, su propiedad de crear mundos y su majestad por la que vale la pena dedicarle la vida, no son más que extensiones fantasiosas de algo tan concreto y personal como que me hace bien, físicamente, sentarme con un cuaderno y una lapicera y escribir. No importa qué. Siempre va a ser mejor que no escribir.