'Séptimo: no robarás': cómo el comercio allanó el camino a la democracia
Aparece en español la obra del historiador Paolo Prodi sobre la importancia del mercado en la historia de Occidente
Paolo Prodi murió en Bolonia el 16 de diciembre de 2016. Fue profesor de Historia Moderna en varias universidades italianas y tuvo la suerte de cerrar su carrera académica en la más antigua, cerca de su Scandiano natal. Su obra fue muy amplia y para enlazarla con el presente no hay mejor ensayo que Séptimo: no robarás, acompañado del significativo subtítulo Hurto y mercado en la historia de Occidente (Acantilado 2024).
Las ideas presentadas en el volumen, publicado por primera vez en 2009, ganaron relevancia al coincidir con el inicio de la Gran Recesión. El libro recorre un extenso hilo cronológico que permite varias interpretaciones. Puede leerse como una narración histórica o vincularse con temas contemporáneos, y ambas perspectivas pueden combinarse. Las ambiciosas tesis de Prodi buscan explicar cómo la revolución más crucial para entender la Modernidad se gestó como un proceso al final de la Edad Media.
El historiador, fundador de la prestigiosa editorial Il Mulino, fija el origen de este giro copernicano en el Concilio de Worms, celebrado en esta ciudad alemana el 23 de septiembre del año 1122. El emperador germánico Enrique V renunciaba al anillo y al báculo para conceder así a la Iglesia, dirigida al inicio de esa década por el Papa Calixto II, la libre elección de los obispos.
La separación trazó dos líneas. En 1215 el cuarto Concilio de Letrán afianzó la ruptura del clero con el poder civil al imponer a sus fieles la confesión anual y la comunión pascual, control y censo de los espíritus, dominados en su cotidianidad mundana por los designios imperiales y un agente revolucionario siempre en ciernes: el mercado.
A mediados del siglo XIII, por lo tanto, poco después de la conciencia eclesiástica de necesitar un poder más específico, los consejeros del rey Luis IX de Francia, quien gobernó entre 1226 y 1270, discutían sobre los prestamistas judíos. Una de sus conclusiones fue: «Las personas se necesitan unas a otras, el pueblo no puede vivir sin cultivar la tierra o prestar servicios, ni sin ejercer el comercio».
Lo sacro y lo profano delimitaban sus áreas. El reino espiritual observaba con atención los designios del terrenal, con el que siguió compartiendo la afinidad de ser un poder estable en lo físico, con trono y sede reconocibles urbi et orbi.
Una revolución silenciosa
A mediados del siglo XII emergieron en muchas ciudades del norte de Italia, de Bolonia a Milán, unos grupos vinculados con la idea del mercado, un asentamiento fijo que, sin embargo, comportaba la movilidad de sus vendedores. Muchos de ellos compraban aquello necesario para colmar las necesidades de sus plazas fuertes comerciales.
Antes mencionamos la significación del subtítulo de Prodi: Hurto y mercado en la historia de Occidente. En realidad, una guinda al séptimo pecado que encabeza el ensayo, mutado a mero delito gracias al paulatino triunfo de los mercaderes, una red fundacional para Europa mediante los contactos establecidos de ciudad en ciudad por tierra o por mar, hasta hilvanar un Sistema enmarcado en cada uno de los reinos feudales, pero ajeno a sus fronteras.
El autor italiano quería confrontarse con otros ensayistas imprescindibles y discrepa con La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Max Weber. Este ensayo, publicado en 1905, defendía como la ética luterana del trabajo era la raíz para enhebrar todo el edificio capitalista, mientras Prodi, experto en Derecho canónico, ubica este punto en el norte de Italia a mediados del siglo XII, momento en que la génesis del mercado hacia la modernidad coincide con la consolidación de universidades como la de Bolonia, fundada en 1088, y con el surgimiento de intelectuales claramente definidos e identificados como individuos del mundo civil.
Mientras esas urbes del norte de Italia luchaban, otros de sus ciudadanos entendían pertenecer a una república móvil con instituciones propias y enclaves seguros en cada puerto, tanto desde el derecho mercantil, estipulado en los distintos consulados de Mar, como desde el societario.
Expansión colonial
Los comerciantes se agruparon en colectivos, los gremios, cuya defunción se produce con el surgimiento de otra economía surgida de la Revolución Industrial, parte de una trilogía completada por la americana de 1776 y la francesa de 1789. Más derechos y más democracia a partir de unas reivindicaciones unidas a una economía sin tasas coloniales en los futuros Estados Unidos ni acaparamiento del poder civil por parte de la Monarquía y de la Iglesia en nuestro país vecino.
La expansión comercial del siglo XII engrasó poco a poco sus engranajes, sin desafíos. Los productos se movían, creaban riqueza para los comerciantes y esto repercutió en una mayor democratización de la sociedad, algo reproducido a lo largo de la Historia cuando aumenta el nivel de vida, en esa centuria desde las ciudades, tejedoras de redes económicas.
El historiador italiano, hermano del expresidente de la Comisión Europea, Romano Prodi, recuerda que sin el mercado, Colón probablemente no habría llegado a América, ya que la mentalidad mercantil transformó la visión del mundo desde Europa, un cambio que ya empieza a ser reconocible desde el siglo XII. Más tarde, llegaría la expansión colonial, cuando el mercado se entiende como un valor ecuménico de bien común y progreso para la civilización, algo por desgracia truncado si se ensimisma en sus intrincados mecanismos hasta perder el sentido de lo real y su deber democrático, como advierte Paolo Prodi, de quien en España también puede leerse: El soberano pontífice. Un cuerpo y dos almas: la monarquía papal en la primera Edad Moderna, traducido por Eduard Juncosa para Akal en 2011.