Aura García-Junco y las herencias envenenadas
La escritora mexicana bucea en la figura de su padre a través de los libros rescatados de su biblioteca
Aura García-Junco (Ciudad de México, 1988) vivió 14 años con su padre (hasta que se produjo el divorcio de su madre) y lo conoció por 30 años; quizá (des)conocerlo sería más exacto. Y esa lejanía del sentimiento (al menos antes, antes de escribir este libro) tenía que ver con una mezcla de ternura, rencor y vergüenza. Así lo describe la propia autora, al decir al comienzo de Dios fulmine a la que escriba sobre mí (Sexto Piso, 2024) que esos años perdidos, en los que la complicidad entre ambos se hubo de perder, le han llevado a dudar «si de hecho existió [su padre], o si se trató tan sólo del ensueño de las letras compartidas antes de ir a dormir». Y añade que en el pasado fue «la hija y ahora ya no sé qué soy». Dios fulmine a la que escriba sobre mí es un tratar de adivinar en qué consiste ese no saber, ese no ser.
Pero cómo no dudar, pensará el lector de esta suerte de memoir libresca, de aquel que incluso cambió su propio nombre (en realidad, su padre se llamaba Juan Manuel García-Junco Machado, pero comenzó a firmar sus textos -y hacerse reconocer en la vida pública- como H. Pascal). Un hombre con mullet, camisa a cuadros y blanquísimo, que se dedicaba a organizar eventos para el movimiento oscuro de la Ciudad de México (musicaba en plan metalero a Neruda o rapeaba la obra de Cortázar). Para éste, su proyecto de vida fueron los Goliardos, una editorial de géneros periféricos, terror, ciencia ficción, policíaco. En su mayoría fanzines engrapados, con diseños que él mismo hacía y desafiaban todos los criterios estéticos con sus mezclas en collage de vampiras encueradas y asteroides.
Ciberpunk victoriano-masculino en blanco y negro. «Tirajes, obviamente, pequeños». Así, en resumidas cuentas, el padre de la escritora mexicana era «un fiel émulo de Santa Claus en versión grunge», con un bigote amarillo carnoso y de 1,75 de altura, con unos ojos pequeños, fisgones y oscuros, «de pestañas negras e ironía perpetua». Un hombre que escribía ficción histórica erótica, incapaz de traer dinero a casa, pero sí de llenar a rebosar de libros: libros que compraba repetidos, y los regalaba, libros que (le) servían para todo (menos para ganarse la vida, y servir de sustento a su familia).
Cuenta Aura García-Junco, de visita en Barcelona para presentar su libro, que sobre la figura de su papá siente a la vez admiración y desprecio, no solo por su persona (aunque también), sino por el tipo de vida tan singular que escogió, «una vida de radical autodeterminación, tanto en la manera en la que entendía lo que había de ser su proyecto cultural como en la forma en la que articuló su vida después de que se divorció y empezó a vivir la vida por él mismo». Y sucede que es algo que la escritora también descubre en sí misma, «sin buscarlo ni quererlo ni nada», pero sabiendo que «la sociedad me va a ver de una manera extraña porque no estoy siguiendo los parámetros más comunes de cómo existir en el mundo». Así como sucedió con su padre. De ahí que del rencor y la vergüenza el libro dé paso a la empatía y la ternura.
Un héroe caído a ser humano
El punto de partida son las tres estanterías llenas de libros que la escritora rescata de la casa de su padre, al morir, y se lleva a la suya propia. Esto sucede en julio de 2019. En esos montones de páginas amarillentas, llenas de polvo, Aura García-Junco busca, inventa e imagina a su padre. Confiesa la autora que el libro fue concebido como una investigación ritual, que le iba a servir para realizar un duelo que, hasta ese momento, no había realizado. Los libros de su padre (los que consiguió rescatar, pues hubo varias purgas previas y un buen montón de libros desaparecidos, malvendidos) le sirvieron para descubrir qué y cómo subrayaba su padre, quiénes eran sus autores favoritos, qué libros leía de joven. Le sirve la profanación (el término lo utiliza la propia autora) de sus libros para ir entendiendo el enigma de la personalidad de su padre (el de carne y hueso, sobre todo, aunque también el personaje literario que se creó).
Gracias a la escritura de Dios fulmine a la que escriba sobre mí, un libro concebido como un novenario (el espacio de nueve días en el que se dan toda una serie de sufragios ofrecidos por un difunto), centrando cada uno de los días en un libro en concreto de la biblioteca del padre, Aura García-Junco se provee de una nueva vida, construye un ritual de paso para volver a lo cotidiano. En ese trajín, la autora explora la vergüenza que siente por el padre, un héroe caído a ser humano que se conducía de forma poco apropiada con su familia, irresponsable con el dinero y los afectos, solo entregado a su misión, a la literatura. «Una humanidad, nos cuenta, que me resultaba bastante intolerante; además yo era una niña muy sensible y tímida y todo eso me costaba mucho trabajo». Le tomó mucho tiempo, nos confiesa, «ser capaz de ver la profundidad de la persona más allá del dolor sentido en su cercanía» y el libro le ha servido para rescatar «esos puntos en los que el héroe sigue siendo el héroe, porque al final el libro tiene mucho de homenaje.
Hija y alumna
Es un libro doble: que sí, que es muy crítico y que sí, que cuenta la historia desde todos sus matices, pero «también tiene la voluntad de hacer justicia para las cosas que sí fueron buenas». La autora trata de equilibrar (y a fe que lo consigue) la obscenidad con el orgullo, la dignidad con el bochorno, la determinación con la insensatez. Solo un detalle: imagina ser una adolescente que descubre que su padre sale con mujeres escandalosamente jóvenes e inmaduras, nunca tiene un duro ni jamás pasó por un trabajo convencional, que lleva todo el tiempo pantalones desteñidos, unas eternas zapatillas tenis que claman jubilación y que reparte con desmedida alegría -y facilidad- a quien quiera que se encuentre unas plaquettes raras, «con chingos de mujeres encueradas en todos los formatos».
Con siete años, Aura García-Junco le enseñó a su padre su primer cuento. Éste, acostumbrado a ejercer su magisterio literario en sus talleres de creación, tarea que ejerció durante muchos años, se mostró inflexible y severo como hubiera hecho con otro cualquiera de sus alumnos, y así la niña en cuyo seno todavía la escritura era algo embrionario, quedó paralizada por una década. No escribió ni diarios ni nada durante la adolescencia, más allá de algunas cartas de amor y a las amigas, y bien entrada la veintena, llegando a la finalización de una tesis doctoral y harta de las innúmeras notas a pie de página, Aura García-Junco encontró en la ficción «la manera de evadir las restricciones de la Academia». Así, escribió un primer libro, un mero borrador en un estado prematuro fue lo que le envió de nuevo a su padre (y que este, de nuevo, se ufanó en destacar todo lo que estaba mal; aunque con la mejor voluntad) y que se convertiría en su primera novela, Anticitera, artefacto dentado (2018). El padre leyó otra vez la novela ya terminada y dijo que le encantó, recalcó que le hacía sentir muy orgulloso.
El legado de la lectura
Aura García-Junco vio por última vez a su padre en la primera presentación de esa primera novela que se realizó en la Ciudad de México. «Si lo piensas simbólicamente, nos dice, eso adquirió un peso tremendo. Antes lamentaba un poco no haberlo vuelto a ver más, pero luego me dije que tampoco estaba mal que hubiera sido de esta forma, y es que, finalmente, siento que, más que heredarme la escritura, mi papá me heredó la lectura y eso es algo mucho más importante. Me legó una forma de existir en el mundo». De esta forma, nos dice Aura García-Junco, es cómo enfrenta la vida, pues es «la mejor manera que he encontrado para relacionarme con las cosas complejas de la existencia, ha sido algo verdaderamente milagroso, porque la literatura es algo sin lo que no puedo pensar».
En favor de su padre se ha de decir que este le publicó a la hija su primer cuento, en uno de sus fanzines: llevaba por título «La habitación verde». Esto fue en 2007. Dios fulmine a quien escriba sobre mí nos habla de cómo, a veces, las herencias también pueden estar envenenadas. Ya que, como escribe Aura García-Junco, «la herencia de la literatura puede ser también la herencia de la precariedad o del miedo a caer al vacío». Y, al tiempo, refrenda, pero también subvierte aquello que dijo Alberto Manguel, de que «una biblioteca es una autobiografía en muchas capas». En el caso que nos ocupa, se habría de precisar que alguna de esas capas está llena de hongos.