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Cultura

'Shostakóvich contra Stalin': la música frente al Mal

El director de orquesta y novelista Xavier Güell dedica al compositor ruso el tercer libro de su ‘Cuarteto de la guerra’

‘Shostakóvich contra Stalin’: la música frente al Mal

Xavier Güell.

Tras los volúmenes dedicados a Béla Bartok y Richard Strauss, el director de orquesta y novelista Xavier Güell (Barcelona, 1956) se pone en esta ocasión en los zapatos y la piel de Shostakóvich. Se trata de un libro que comienza mucho antes de ser escrito, pues se remonta a la juventud de Güell, cuando este tendría 23 o 24 años. En el verano de 1981, Xavier Güell fue elegido, junto a otros 12 jóvenes directores de todo el mundo, para estudiar con Leonard Bernstein en Tanglewood, cerca de Lenox (Boston), donde está la sede de la Orquesta Sinfónica de Boston en verano. El curso comenzaba un 5 de agosto y los alumnos esperaban en una sala la llegada del maestro.

«Se presentó como una exhalación y, sin saludar a nadie» -cuenta Güell-, «se sentó al piano, tocó tres acordes de la III Sinfonía de Mahler, se levantó y nos dijo: yo soy Mahler». Los alumnos, en un principio, no acababan de comprender, pero la lección magistral quedó dicha: para Bernstein era básico, fundamental, que un director de orquesta «tiene que arrancar el alma del compositor a quien interpreta y hacerla suya» -cuenta Güell- «porque lo importante no es lo que está en las notas, sino lo que hay detrás de las notas». Y esta misma ambición flaubertiana es la que Xavier Güell nos ofrece en Shostakóvich contra Stalin (Galaxia Gutenberg), un libro magnético, puzzle de emociones y angustias compuesto por materiales narrativos de diversa índole (monólogos interiores, diálogos, extractos dramáticos, poesía, cartas) que le confieren al conjunto un vibrato hipnótico.

Xavier Güell aquí deleita e instruye, pues son muchos los tramos en los que se nos habla de la forma de la música, de la composición; y tanto son perfectamente inteligibles para el neófito como para el melómano. Y este es uno de los grandes méritos del libro: el ser capaz de hibridar múltiples materiales que dialogan entre sí de manera armoniosa y viva. A este respeto y sobre la literatura actual, afirma Xavier Güell: «Echo en falta, en mucha literatura de mi tiempo, más riesgo. Pienso que las palabras tienen que estar más próximas a la música. Pienso también que el ritmo tiene que ser mayor y más contrastado y que hace falta ver lo que significa el silencio en la literatura. En la música está claro, pero ¿cómo integrar las pautas del silencio también en la literatura? Pienso, de todas maneras, que hace falta, en fin, separar bien la literatura comercial de la literatura creativa. Pienso que hace falta luchar contra unas imposiciones del mercado que lo que hacen es bajar el nivel de las obras. Y no solo literarias, sino en cualquier ámbito creativo dentro del arte».

Con el aprendizaje de Leonard Bernstein, el de que «una cosa es la apariencia en la música y otra es la esencia, lo que hay de verdad en el interior de la música», Xavier Güell ha pasado largo tiempo analizando a Shostakóvich, soñando con él, metiéndose en lo más adentro de su piel. Una tarea ardua que le ha llevado casi tres años de trabajo para construir un libro que comienza a las doce de la noche del día 5 de agosto de 1975 (cuatro días antes de la muerte de Shostakóvich) y que termina ocho horas después, a las ocho de la mañana de ese mismo día. «Yo quería que, estructuralmente, desde el punto de vista formal, que el tiempo real en el que transcurre toda la acción dramática fuera el mismo que la propia lectura del libro», dice Güell.

Así, en la novela, nos encontramos con tres puntos neurálgicos: el intento del compositor por terminar el tercer movimiento de la que va a ser s última obra, que es la sonata para viola y piano op. 147, después «su memoria se incendia con los momentos que a él le causaron mayor dolor, mayor preocupación, pero también mayo alegría en el transcurso de los casi 70 años que ha vivido». Sobre todo es importante su relación Stalin. Stalin lleva 23 años muerto, muere en 1953, en marzo, «pero él obsesivamente sigue, de alguna forma, teniéndolo presente de forma, como digo, obsesiva», añade Güell. Por último, sucede que el compositor ruso está esperando una visita, «una visita que le inquieta porque el plazo establecido ha terminado y sabe que, de un momento a otro, va a llegar».

De Lenin a Putin

La relación de Shostakóvich con Stalin es central en el libro, ya que condiciona el arte y la propia existencia del compositor ruso, llenando sus días de angustia, preocupación, miedo y paranoia. «De alguna forma son dos caras de la misma moneda, no se puede entender casi al uno sin el otro. Tú piensa que ahora siguen siendo, tanto Stalin como Shostakóvich, los dos personajes más influyentes y conocidos de esa época determinada en la que vivieron. Y sí, Putin es un hijo total, o quisiera serlo, de Stalin», asegura Güell. Y añade: «En la Rusia actual, Stalin está mucho más presente que Lenin, sigue siendo una figura central en todo ese anhelo de esa Rusia en expansión, de ese gran imperio. Y toda la dictadura de Putin hoy es consecuencia de lo que fue la dictadura de Stalin».

Rusia no ha tenido experiencia de la libertad: «Es una gran pirámide de esclavos», sentencia Xavier Güell, porque «han pasado desde los zares, después a los dirigentes políticos en la Unión Soviética del Partido Comunista, y después, con ese breve paréntesis, que fue Gorbachov, que quiso cambiar las cosas, que hubo la caída del muro con él, que intentó acercarse a Europa Occidental, que pensaba, como yo pienso, y otros soñadores también piensan, que Europa no está completa sin Rusia, pero que fue un intento abortado con un golpe de Estado militar, al cual es así que sucede Yeltsin, y Yeltsin está en un brevísimo periodo de tiempo para dar el poder a Putin, que ya lleva más de 20 años. Con lo cual, ese arco histórico de Rusia y de la Unión Soviética prácticamente no ha variado. Es por eso que este libro habla también de lo que es la Rusia actual». Shostakóvich, en tanto que otra cara de la moneda de Stalin, «fue un hombre sojuzgado, como lo fueron los artistas de su tiempo, y vive con esa relación angustiosa, obsesiva que tiene, con el gran camarada Secretario General Iósif Stalin».

Es importante subrayar, sostiene Xavier Güell, «las tres décadas iniciales del siglo XX donde se produce un florecimiento del arte y la cultura, primero en Rusia y luego en la Unión Soviética, absolutamente formidables». Se trata de un momento culminante, donde se produce la explosión absoluta de las vanguardias rusas, gracias a la permisividad del ministro de Cultura de Lenin, Anatoli Lunacharski. Todo ello, sin embargo, se interrumpe de forma brutal cuando Stalin llega al poder y se consolida, teniendo un poder absoluto (y en contra de la voluntad del propio Lenin, que no quería que su sucesor fuera Stalin, pues tenía absoluta desconfianza en él).

Así, Stalin llega y dice: «Se ha acabado la juerga, no quiero más vanguardia ni modernidad. En el caso de la música no quiero más atonalidad o polirritmia. Lo que quiero son obras sencillas, directas, que conmuevan y que gusten al pueblo. Esa es la primera obligación que yo les impongo. Y la segunda es que ensalcen absolutamente todos los valores y conquistas del Partido Comunista y de la Unión Soviética y que, además, ensalcen mi propia persona como líder y maestro de esta Gran revolución que hemos sido capaces de llevar a buen término», afirma Güell.

Valientes y cobardes

A partir de este momento, los artistas quedan totalmente huérfanos, ya que se ven obligados a traicionar sus convicciones estéticas y sus obras quedan aplastadas por el peso político. Con ello, uno de los temas importantes de Shostakóvich contra Stalin es el siguiente: qué puede hacer la música contra el Mal. «Es el gran tema», subraya Güell, «yo creo que la música, como el arte, es el reflejo más extraordinario del viaje de los seres humanos en un mundo al que han sido empujados, que no entienden». Y añade: «En el ser humano conviven tendencias hacia el bien, tendencias hacia el mal, hacia la belleza, hacia la fealdad, convive la valentía con la cobardía, convive todo tipo de contrarios, que son los que dan verdaderamente ese resultado apabullante, absolutamente, que es el ser humano capaz de lo mejor y lo peor, capaz del Holocausto y capaz de escribir la Novena Sinfonía de Beethoven o las últimas obras de Miguel Ángel, o el arte de la fuga de Bach o el Ulysses de Joyce. Esa combinación explosiva de lo mejor y de lo peor es lo que, en definitiva, somos. Y el arte es reflejo de eso».

Está convencido Xavier Güell, sin embargo, de que el arte no puede acabar con el mal de ninguna manera, «porque el mal no existiría si no existe el bien, y el bien no existiría sin el mal». Nos cuenta el director de orquesta y novelista que «en esa dualidad, en ese conflicto, están metidos los seres humanos, y lo que hace el arte es reflejar toda nuestra enorme complejidad». Así, propone Güell que mejor nos iría si le diéramos más importancia al arte, «en vez de vivir tan pendientes de cosas que no son importantes o que son menos importantes, como la política u otros asuntos que te hacen perder intensidad a la hora de mejorarte como ser humanos».

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