Leonardo Torres-Quevedo, el más prodigioso inventor de su tiempo
Este ingeniero cántabro desarrolló un modelo de dirigible, un teleférico o una máquina que jugaba al ajedrez
En ocasiones anteriores, ya hemos hablado en Ilustres olvidados acerca de inventores españoles. Por ejemplo, de Fidel Pagés, que desarrolló la anestesia epidural; de Jaime Ferrán y Clúa, que descubrió la primera vacuna contra el cólera; o de Emilio Herrera, infatigable innovador en el campo de la aeronáutica. Pero existe otro personaje, por cierto contemporáneo de los ya mencionados, que destaca entre estos por lo polifacético de su trayectoria. Hablamos de Leonardo Torres-Quevedo, un inventor genial y un pionero en multitud de ámbitos.
Leonardo Torres-Quevedo nació en Santa Cruz de Iguña (Cantabria) en 1852. De familia acomodada, Leonardo hizo sus estudios secundarios entre Bilbao y París, para después ingresar en la Escuela Oficial del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, en Madrid. Trabaja como ingeniero, pero abandona la profesión, según sus propias palabras, «para dedicarse a pensar en sus cosas». Y es que el joven tenía muchas cosas en la cabeza, tantas que podría decirse que a eso se dedicó toda su vida.
El transbordador
En efecto, Leonardo se recluyó en el valle de Iguña a dar rienda suelta a su creatividad. En esa primera etapa, desarrolla una máquina a la que bautizó como transbordador, lo que hoy llamaríamos un teleférico. Torres-Quevedo no es el único que había ideado máquinas similares, pero sin duda es uno de los que las concluye con mayor éxito. Su vehículo para personas suspendido por cables fue patentado en Francia, Suiza, Inglaterra y Estados Unidos. En 1907, su invento se instaló en el Monte Ulía de San Sebastián. El transbordador cubría 280 metros de distancia y 28 de diferencia de altura. Sólo durante el año 1908, transportó a trece mil viajeros.
Otro caso de éxito fue el transbordador del Niágara. El llamado Spanish Aerocar fue construido en 1916 en la orilla canadiense de las famosas cataratas y sigue funcionando desde entonces. Es, por tanto, el teléferico en uso más antiguo del mundo. Se calcula que, en su más de un siglo de servicio, ha transportado a unos diez millones de turistas sin que se hayan producido nunca accidentes.
La máquina algebraica
La inventiva de Torres-Quevedo se trasladó pronto al campo de las matemáticas. En concreto, el ingeniero cántabro desarrolló varias máquinas capaces de resolver operaciones y ecuaciones. En concreto, su máquina algebraica era capaz de resolver ecuaciones diferenciales y polinomios. Funcionaba de la siguiente forma: en una máquina de escribir, se anotaba la operación que se deseaba resolver; la máquina estaba conectada a la calculadora, que resolvía la ecuación y se comunicaba con la máquina de escribir, la cual escribía el signo igual (=) y el resultado.
Cuando Torres-Quevedo presentó su invento en la Academia de Ciencias de Madrid, este fue calificado como un «suceso extraordinario en el curso de la producción científica española». En la Academia de Ciencias de París, también asombró su máquina, hasta el punto de que se incluyó su estudio en la colección dedicada a sabios extranjeros.
El dirigible
La infinita curiosidad de Torres-Quevedo se dirigió entonces al mundo de los dirigibles. Ese medio de transporte acababa de empezar a utilizarse, con los modelos existentes del alemán Zeppelin y del brasileño Santos-Dumont. Sin embargo, el dirigible todavía presentaba notables problemas, por lo que el ingeniero español se propuso resolverlos. El principal riesgo que presentaban estos globos era su falta de estabilidad, para lo cual Torres-Quevedo sugirió construir el armazón en el interior del dirigible y no en la barquilla exterior. Su proyecto recibió el apoyo del Gobierno, lo que llevó a la creación del Centro de Ensayos de Aeronáutica.
Así, en 1905 comienza el ensamblaje de un dirigible siguiendo el modelo del ingeniero español, en colaboración con el Ejército del Aire. Aunque su sistema se demostró eficaz, las Fuerzas Armadas retiraron su apoyo al proyecto. Una empresa francesa acabó comprando la patente. El dirigible que Torres-Quevedo fue bastante popular durante la década de los diez y los aliados lo usaron con éxito durante la Primera Guerra Mundial. Países como Reino Unido, Bélgica, Estados Unidos, Rusia y Japón compraron dirigibles diseñados por el inventor cántabro.
Todavía hubo un intento de proyecto español de dirigible, el Hispania. Torres-Quevedo y el ya mencionado Emilio Herrera, dos de las mentes más brillantes de la época, impulsaron una iniciativa para construir un globo que cubriese la ruta entre España y América. El proyecto, no obstante, se quedó sin financiación.
El telekino, el primer mando a distancia
Otro de los inventos de Leonardo Torres-Quevedo está relacionado precisamente con los dirigibles. Se trata del telekino, y puede considerarse el primer mando a distancia. El ingeniero español lo desarrolló con la intención de controlar los globos desde tierra y así evitar accidentes causados por errores humanos de los pilotos.
El aparato funcionaba por ondas hertzianas, lo que a su vez permitió a Torres-Quevedo perfeccionar su máquina algebraica y pasar a una electromecánica. En otras palabras, desarrolló la primera calculadora digital.
El ajedrecista, antecedente de la inteligencia artificial
Por último, uno de sus inventos más famosos es sin duda el ajedrecista, una máquina de jugar al ajedrez que se ha definido al mismo tiempo como el primer videojuego de la historia y un antecedente de la inteligencia artificial.
Torres-Quevedo tenía en la cabeza el concepto del «autómata», una máquina que tuviera capacidad para recibir información y de tomar decisiones con base en ella, algo revolucionario en la época. Fue así como en 1912 presentó en París el ajedrecista, una máquina capaz de ganar en un final de partida a cualquier persona a este milenario juego.
En la última etapa de su vida, el ingeniero cántabro siguió patentando otros pequeños inventos y dando conferencias. Murió en 1936 después de que la Academia de Ciencias de París le definiese como «el más prodigioso inventor de su tiempo».