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Ilustres olvidados

Pedro Serrano, la historia del náufrago español que inspiró 'Robinson Crusoe'

Daniel Defoe se inspiró en la historia de este marinero cántabro, que sobrevivió ocho años en un atolón del Caribe

Pedro Serrano, la historia del náufrago español que inspiró ‘Robinson Crusoe’

Imagen de un náufrago. | Freepik

La literatura española está llena de personajes inolvidables y, en algunos casos, universales. Don Quijote y Sancho Panza de Cervantes son sin duda los ejemplos más claros, pero también están el Lazarillo de Tormes, el Buscón de Quevedo, el Don Juan Tenorio de Tirso y de Zorrilla o la Regenta de Clarín. Hoy hablaremos, sin embargo, de un personaje que pudiera decirse que ha recorrido el camino contrario, de la realidad a la literatura. Su nombre, Pedro Serrano.

En 1719, el escritor inglés Daniel Defoe publicó Robinson Crusoe, tal vez la novela de aventuras más importante de todos los tiempos. Lo que no es tan conocido como la novela en sí es su inspiración. En efecto, para crear al personaje de Robinson Crusoe, Defoe se basó en un suceso ocurrido casi doscientos años antes, el naufragio de un barco español en el Caribe.

Nos trasladamos a 1526. España saca provecho del comercio con la recién descubierta América. El Atlántico se llena de buques cubriendo la ruta entre la península Ibérica y el Nuevo Mundo, y también entre distintos puertos de la propia América. Pues bien, ese año una pequeña embarcación navegaba desde La Habana a Cartagena de Indias cuando se topó con una fuerte tormenta que lo llevó a pique. El único superviviente del naufragio fue nuestro protagonista, un cántabro llamado Pedro Serrano, que consiguió nadar hasta un banco de arena.

Conseguir agua y fuego

El atolón estaba totalmente aislado, nada menos que a 130 millas de la isla de San Andrés, y allí Serrano se enfrentó a la tarea de sobrevivir. El lugar era del todo inhóspito, ya que en su mayoría estaba formado por una larga playa y apenas había una pequeña zona en el centro en el que había la suficiente vegetación para guarecerse. Otro reto fue que el arenal no contaba con fuentes de agua dulce, por lo que nuestro náufrago utilizó los restos del pecio y también conchas y caparazones de moluscos para recoger agua de lluvia. Cuando esta no llegaba, Serrano se hidrataba bebiendo sangre de tortuga.

El siguiente gran reto era hacer fuego, un elemento fundamental para sobrevivir. El marinero cántabro se las ingenió para seleccionar piedras que le sirviesen de pedernal, mientras que rasgó parte de su camisa para hacer la función de yesca. Así, con el cuchillo que por suerte conservaba desde el principio, conseguía sacar fuego siempre que lo necesitaba. Lo usaba, como es natural, para calentarse y cocinar, pero también con la esperanza de que algún barco avistase el humo y fuese en su rescate.

El Viernes de Pedro Serrano

Pero pocos barcos pasaban por aquella zona y los que lo hacían se encontraban con grandes dificultades. Tanto es así que, cuando Serrano llevaba tres años en su desierto atolón, otro desventurado náufrago llegó al arenal. La primera reacción de ambos al verse fue de miedo, pero al descubrir que ambos eran españoles, se propusieron colaborar para sobrevivir juntos y hacer lo posible por ser encontrados. En este punto de la historia se basó Defoe para crear al personaje de Viernes, que se convierte en compañero de Robinson Crusoe.

Los dos compañeros se afanaron en su tarea de llamar la atención de algún posible barco que pasara por aquellas aguas. Para ello, emplearon piedras y corales para construir una torre desde la que poder enviar señales. La fortuna les sonrió cuatro años después, en 1534, cuando un galeón español los avistó y mandó un bote para rescatarlos.

Rescate y años posteriores

Los dos compañeros fueron embarcados y pusieron rumbo a la España peninsular. Sin embargo, el segundo náufrago, cuyo nombre no nos ha llegado, murió durante la travesía y no llegó a ver tierra firme. En cuanto a Pedro Serrano, al poco de llegar a España, viajó a Alemania, donde estaba por entonces el emperador Carlos V. El rey quedó tan impresionado por el relato del marinero que le concedió una pensión de cuatro mil pesos.

A esta cantidad, Serrano fue sumando lo que conseguía yendo de ciudad en ciudad contando su odisea. Al parecer, se dedicaba a narrar su relato en fiestas organizadas por nobles. Cuando se hartó de su papel de atracción de feria, el marinero cántabro decidió poner rumbo al Perú, pero enfermó durante el viaje y murió tras desembarcar en Panamá.

La historia de Pedro Serrano ha llegado a nuestros días por un relato que él mismo escribió y que se conserva en el Archivo General de Indias. Además, el Inca Garcilaso de la Vega, en su libro Comentarios Reales de los Incas, publicado en 1609, también cuenta lo sucedido al marinero cántabro.

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