Fango sobre Ramón Gómez de la Serna
La escultura dedicada en Madrid a uno de los escritores más identificados con la ciudad está groseramente vandalizada
En los paseos por Madrid mis pasos me conducen con frecuencia al jardín de Las Vistillas. Suelo atravesar el frondoso y sombreado Campo del Moro, escalar la Cuesta de la Vega, cruzar el Viaducto y enfilar, por fin, el mirador de las Vistillas, que, parafraseando a Gómez de la Serna, es el recreo donde se respira mejor. Allí la panorámica es placentera y majestuosa, superando con mucho lo que podía presagiar el gracioso lítote con que los madrileños bautizaron una de las vistas más satisfactorias de su paisaje urbano: el de la Casa de Campo y otros parques y jardines próximos. A lo lejos, en el horizonte, tras la Almudena y el Palacio, se perfilan las montañas de la sierra madrileña.
Todo sería perfecto, si el paseante no se adentrase hasta el fondo del jardín, donde se encuentra la fuente-monumento dedicada a Ramón Gómez de la Serna, uno de los mayores valedores literarios de este lugar. Aquí el descuido y la falta de mantenimiento son evidentes, el confort y la limpieza dejan mucho que desear. Los parterres y las plantas necesitan cuidados de jardinería y agua, los bancos, pasillos y escaleras, limpieza. Pero lo peor nos espera en la fuente dedicada a Ramón.
Desde hace días el conjunto escultórico de Enrique Pérez Comendador (1972), en que se honra la figura del escritor madrileño y se homenajea su obra, aparece groseramente emporcada con puñados de barro arrojados sobre la escultura, tapando y vejando sobre todo el rostro del escritor que aparece en la base, sobre la que se alza un espléndido y voluptuoso desnudo de mujer, como representación plástica de uno de los argumentos principales de la obra ramoniana. Con los días el fango se ha secado y ha adquirido un color horrendo, que va camino de perpetuar la agresión y el maltrato, convirtiendo el homenaje de Madrid a su escritor en una vergonzosa afrenta, sin que la autoridad municipal haya hecho nada por borrar ese oprobioso ataque a la memoria del escritor que mejor ha representado una forma de ser y de vivir Madrid.
Enamorado de Madrid
En mis devaneos mentales siempre pensé que, si Madrid fuese una «nación» y los madrileños «nacionalistas», Ramón debería ser declarado su «escritor nacional», pero esto no es posible, porque ni Madrid ni los madrileños son nacionalistas. Afortunadamente. Ni tampoco Ramón lo era. Ramón fue un cosmopolita enamorado de Madrid, dedicó una parte de su obra a la ciudad, y esta ocupa un lugar preferente en la primera y, por extensión, en su propia vida. Vivió en Madrid hasta el 1936, con estancias más o menos largas en París, Nápoles o Lisboa, pero, cuando se exilió a Buenos Aires, no se olvidó nunca de su ciudad, al contrario, le dedicó artículos y un libro (Nostalgias de Madrid, 1956): la nostalgia de Madrid, la ausencia y el vacío de la «vida amistosa de Madrid», como anota en su novela Piso bajo (1957), se acentuaron melancólicamente en sus últimos años. Según testimonio de José Ignacio Ramos en Mi amigo Ramón: «La felicidad de Ramón en Buenos Aires se cifraba solamente en hablar de Madrid, en pensar que algún día regresaría. Ramón murió de ausencias…».
Madrid es una de sus grandes creaciones y el espacio ramoniano por excelencia, que no existiría tal como hoy la vemos sin Ramón. Ramón va a inventar otro Madrid, una ciudad moderna, distinta a la de Galdós o Baroja, el Madrid mesocrático, un Madrid castizo sin incurrir en el costumbrismo, pero sin negarlo: el Madrid entrañable de las clases medias y de la pequeña-burguesía. Ramón le dio mucho a Madrid en su escritura, pero también su obra sin la ciudad sería diferente. El Madrid de El Rastro, de Pombo, el de sus barrios más característicos, como Maravillas o La Latina.
Maltratado e ignorado
¿Ha sido agradecida Madrid con Ramón? Yo creo que poco, al menos, no tanto como se merece su amor a la ciudad. Además del conjunto escultórico de las Vistillas, ahora desidiosamente maltratado e ignorado, y alguna que otra placa que nos lo recuerda en las casas en que vivió, poco más. Por ejemplo, los sucesivos consistorios municipales no se han decidido a dedicarle una calle en el centro de Madrid, una calle que debería ser la calle en que nació: la antigua calle de Las Rejas, ahora de Guillermo Roland. No quiero pensar que esto se deba a las sectarias e injustas reservas políticas que pesan sobre Ramón, cuando en su fugaz visita a España en 1949, cometió el error de visitar a Franco en El Pardo. La nula rentabilidad práctica de aquella visita –Ramón no recibió ninguna prebenda ni propuesta de regreso por parte del Régimen— y el largo peaje de proscripción pagado no se compadecen en absoluto. Por el contrario, otros escritores contemporáneos con vergonzantes odas a Stalin no sufrieron aduanas ni pontones «democráticos» y fueron canonizados sin reservas.
Ya se sabe que la memoria, también la histórica, es caprichosa, parcial, tendenciosa y partidista; olvida lo que le conviene y recuerda aquello que le interesa. Más de 60 años después de su muerte, Ramón sigue pagando haber aceptado aquella invitación que no le reportó otro beneficio que la marginación literaria… Pero no volvamos al pasado estéril. Ocupémonos del presente y ahora lo que urge es devolver la dignidad a Ramón en sus Vistillas.