El gatillazo de Companys
El 6 de octubre de 1934, el presidente de la Generalitat Companys proclamó el Estado Catalán. No duraría más que 12 horas.
El advenimiento de la II República Española en 1931 fue visto por los separatistas catalanes como la ocasión de oro para implantar la independencia. El 14 de abril de 1931 el alcalde electo Lluís Companys, de Esquerra Republicana, había izado la bandera tricolor en el balcón del Ayuntamiento y proclamado la República, como estaban haciendo los recién elegidos alcaldes de toda España. Eso fue a las 13’30, pero una hora después llegó el jefe de Esquerra, Francesc Macià, que era mucho más radical, y proclamó el Estat Català y la Federación Ibérica de Repúblicas.
Macià se había inventado dos entelequias, porque no existiría ni Estado Catalán ni República Federal. Despertó de su sueño fantasioso tres días después, el 17 de abril, cuando tres ministros del gobierno republicano vinieron de Madrid y lo llamaron al orden. Con mucha resistencia, Macià tuvo que ceder, obteniendo a cambio la creación de un gobierno autonómico, la Generalitat de Cataluña.
Los separatistas se sintieron frustrados, pero pensaron que, dada la inestabilidad que mostraba la Segunda República española, habría más ocasiones caóticas en las que alcanzar la independencia. Y efectivamente así fue cuando se produjo la llamada Revolución de Asturias.
En el mes de noviembre de 1933 tuvieron lugar las segundas elecciones generales del periodo republicano. En las primeras elecciones, en 1931, se había impuesto fácilmente la alianza republicano-socialista, en cuyas candidaturas iban los nombres más respetados de la inteligencia española, como Ortega y Gasset, el doctor Marañón, Unamuno o Salvador de Madariaga. Pero en 1933 se dio completamente la vuelta a la tortilla. Los partidos de izquierda se hundieron, mientras que la derecha pasó de 30 diputados a 217.
El castigo fue especialmente duro para el PSOE, hasta entonces el partido mayoritario del Congreso, que perdió la mitad de sus escaños. Su secretario general, Largo Caballero, inició entonces un camino que llevaría a la Guerra Civil, la no aceptación de los resultados electorales cuando son adversos. Algunos se referían a Largo Caballero como «el Lenin español», y él terminaría creyéndoselo. Su fantasía era reproducir la Revolución de Octubre bolchevique en España.
Precisamente el 4 de octubre de 1934 se formó un gobierno de coalición entre la derecha de Gil Robles (217 diputados) y el centro republicano encabezado por Lerroux (156 diputados). Suponía una mayoría aplastante en un Congreso de 473 diputados, y la izquierda hizo sonar las alarmas, denunciando que iban a acabar con todos los avances sociales que había traído la República. Para detener esta supuesta vuelta atrás, la UGT (sindicatos socialistas) convocó en la noche del 4 al 5 de octubre una huelga general revolucionaria, aunque en general no logró la adhesión de la otra gran central sindical, la anarquista CNT.
En realidad lo que pretendía Largo Caballero era pasar de la huelga a un levantamiento armado, asaltando por toda España comisarías y cuarteles, incluso la Presidencia del gobierno en Madrid. Había preparado grupos armados para su Revolución de Octubre, pero el Partido Comunista dijo que intentar la Revolución bolchevique en ese momento era una locura, y los anarquistas rechazaron ponerse a las órdenes del Lenin español, que se quedó solo.
El golpe de fuerza solamente triunfó temporalmente en Asturias, por eso la Historia lo ha llamado Revolución de Asturias, aunque eso es ya otra historia. Sin embargo, tuvo un inesperado invitado: el independentismo catalán.
«YA ESTÁ HECHO»
«¡Nacionalistas!: si ahora no proclamamos la independencia de Cataluña, es porque no queremos… ¡A las armas por la República Catalana!». Este manifiesto se había difundido por Barcelona en la mañana del 6 de octubre, hace hoy exactamente 90 años. En la Plaza de la República (hoy San Jaume), donde se levanta el edificio de la Generalitat, comenzaron a formarse grupos de escamots, como llamaban a los miembros de la milicia armada del grupo ultranacionalista Estat Català. ¡Pedían armas!
Había muerto ya Francesc Macià, el fundador de esa organización y primer presidente de la Generalitat. Le había sucedido en el cargo Lluís Companys, mucho más moderado, pero Companys no tenía carácter para enfrentarse a los extremistas. Dentro de su gobierno tenía precisamente a uno de estos, el conseller de Gobernación José Dencás, que le presionaba para que proclamase ya la República Catalana, y que por su cuenta repartió armas de los mozos de escuadra a los escamots.
Companys reunió a su gabinete y llegó a un ten con ten con Dencás, no proclamaría la República Catalana pero sí el Estado Catalán. A las 18’30 se asomó al balcón de la Generalitat y soltó una soflama que empezó con un par de mentiras complacientes: «la República se encuentra en gravísimo peligro (…) Todas las fuerzas auténticamente republicanas de España y los sectores socialistas avanzados, sin distinción ni excepción, se han alzado en armas contra la audaz tentativa fascista».
Ni había tentativa fascista, ni todas las fuerzas republicanas sin excepción se había alzado en armas, pero esas falsas premisas eran necesarias, a los propios ojos de Companys, para justificar lo que dijo a continuación: «En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña y proclama el Estado Catalán en la República Federal Española».
Dejó a la masa de escamots dando grito de triunfo en la plaza y volvió al interior, donde comentó francamente desanimado: «¡Ya está hecho! Ya veremos como acabará. ¡A ver si ahora también diréis que no soy catalanista!». Lo que más preocupaba, y con razón, a Companys era la reacción del ejército.
Companys telefoneó al gobernador militar, el general Domingo Batet, que era catalán, y le preguntó qué pensaba hacer, pero el militar eludió una respuesta clara y dijo que algo así no se podía hablar por teléfono, que le hiciese su propuesta por escrito. Batet quería ganar tiempo y ver qué instrucciones le daban de Madrid, para no pasarse en su celo si el gobierno de la República se mostraba timorato.
Pero no lo hizo. Las instrucciones que le dio el presidente del gobierno, Alejandro Lerroux, antiguo revolucionario comecuras, fueron claras: que dictase un bando amenazado con la pena de muerte a los reos de rebelión militar.
Llegó al despacho del general el mensajero de Companys, que, de acuerdo con lo pedido por Batet, le envoó un escrito diciendo que se pusiera a sus órdenes «para servir a la República Federal que acabo de proclamar». Astutamente, Companys no había puesto en letra escrita referencia alguna al Estado Catalán, pero no le sirvió de nada, el general no picó. En vez de eso le entregó al mensajero una copia del bando que le había ordenado Lerroux, con la amenaza de fusilar a los rebeldes.
Cuando vio lo que se le venía encima, Companys entró en depresión. Mientras todo el mundo en el palacio de la Generalitat estaba de fiesta y montaba un banquete, Companys se retiró a sus habitaciones. No habían hecho más que servir el primer plato de la concurrida cena cuando sonó un cañonazo y comenzaron a caer proyectiles sobre la Generalitat.
Y es que a las 11 de la noche había llegado a la plaza una batería de artillería al mando del teniente coronel Fernández Unzúe. Había 400 mozos de escuadra para defender la Generalitat, y su jefe, el comandante Pérez Farrás, le salió al encuentro. «¿A dónde vais? – A tomar la plaza y la Generalitat. — No lo conseguiréis. — Ya veremos». Un capitán de los mozos lanzó el grito «¡Viva Cataluña!», y el artillero respondió «¡Viva la República Española!», y comenzó la batalla.
A los primeros disparos los escamots armados que llenaban la plaza desaparecieron como por magia y no se volvió a saber de ellos. En cuanto a los mozos, pese a su superioridad numérica, se retiraron al palacio, a la defensiva. Nadie hostigó a la artillería gubernamental que, sin prisas ni molestias, comenzó un bombardeo que duraría toda la noche.
Desde la emisora de radio de la Generalitat estuvieron todo ese tiempo lanzando llamamientos a los independistas para que viniesen a defender su independencia, pero no acudió nadie. Es más, el consejero de Interior, Dencás, que tanta leña había echado al fuego, se escapó del palacio por las alcantarillas. Moriría en el exilio.
A las 6 de la mañana la radio anunció la rendición, y a las 6’35, el teniente coronel Fernández Unzúe tomó posesión del palacio y detuvo a Companys y su gobierno. El Estado Catalán había durado 12 horas y había costado 46 muertos y la pérdida de la autonomía. Fue el gatillazo de Lluís Companys.