THE OBJECTIVE
Historia Canalla

¿Quién ordenó matar al general Prim?

En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de aquellos personajes que tuvieron una vida truculenta

¿Quién ordenó matar al general Prim?

Ilustración de Alejandra Svriz

Es uno de los grandes misterios de la historia contemporánea de España, con el que se ha especulado durante mucho tiempo. No solo hay muchas conjeturas sobre la persona que ordenó el asesinato, sino también, sobre qué hubiera pasado si el general Prim hubiera vivido el reinado de Amadeo de Saboya. ¿Habría sobrevivido la monarquía democrática que inauguró el monarca italiano? ¿España habría tenido más calma o se habría encontrado con el levantamiento carlista y el cantonal del mismo modo? Nadie lo sabe. Son especulaciones. De lo que vamos a tratar hoy aquí es de lo único cierto: Prim fue asesinado y el juicio estuvo mal hecho.

Es preciso empezar señalando que lo relevante del asesinato es el político y militar que se perdió, no lo que pudo haber sido la historia con Prim vivo. La ucronía es un ejercicio tentador y muy literario, pero no es historia. Todos los magnicidios cambian la Historia al ser acontecimientos determinantes, pero no se sabe qué hubiera pasado a medio o largo plazo de no haber ocurrido. Es muy romántico considerar que con Prim el reinado de Amadeo de Saboya se habría consolidado, y que con Prim se habría asentado la democracia liberal en España con la forma monárquica. Sin embargo, no hay documento que lo corrobore. El pensamiento de que con Prim todo hubiera ido bien se utiliza para condicionar al lector añadiendo dramatismo al asesinato, nada más. Sin embargo, como decía al principio, es posible definir al político que se fue, y eso nos da una idea de por qué fue asesinado.

Prim dijo que sería ministro con Amadeo. Lo afirmó en las Cortes el 3 de noviembre de 1870, días antes de la votación que hizo rey al saboyano, en una discusión muy tensa con Emilio Castelar, quien había sugerido que Amadeo acabaría como Maximiliano de Habsburgo en México, que fue fusilado tras una guerra civil. Además, Castelar afirmó que Prim carecía de atributos para ser presidente del Gobierno: no era un gran político, ni un estadista, orador ni tribuno. Prim contestó que el republicano vería «cómo puedo continuar en este puesto, y probablemente me ha de ver Ministro del Rey que va a llegar».

Estas declaraciones crearon problemas a Prim y al propio Amadeo, al que llamaron el «rey de Prim» porque parecía que venía a España a reinar para dar el poder a Prim. Pero aquello causó malestar entre los conservadores y los republicanos. De hecho, Pi y Margall, el federal, le acusó de haber perdido el «pudor político», a lo que Prim contestó que se trataba solo de una forma de hablar.

En los últimos días de diciembre de 1870 Prim se mostraba más apaciguado de lo normal. La comisión de Cortes había ido a Italia para traer a Amadeo de Saboya, que iba a desembarcar en Cartagena. En la sesión parlamentaria del 27 de diciembre, Prim habló con varios diputados al salir. Uno de ellos, un federal cuyo nombre se desconoce, le detuvo para hablarle del Rey. Prim dijo que tendría el pulso firme para reprimir toda alteración del orden público. Al parecer, cuando Prim se alejó, el federal dijo que tuviera cuidado.

No obstante, entre el 3 de noviembre y el 27 de diciembre se contabilizan al menos dos intentos de asesinato de Prim. Uno de ellos a cargo de Cayetano Domínguez, y el otro, más elaborado, por una sociedad creada en Bayona en 1870. Con motivo de esta última se detuvo a José María Pastor Pardillo, jefe de la escolta del regente Serrano. Se detuvo también a Felipe Solís y Campuzano, secretario de Montpensier, y a Juan Rodríguez López, un buscavidas más conocido como ‘Juan López’. Esta intentona se desarticuló entre el 14 y el 16 de noviembre de 1870, justamente el día que se votó en las Cortes a Amadeo de Saboya.

El 26 de diciembre Ricardo Muñiz, ayudante de Prim, entregó a Rojo Arias, recién nombrado gobernador civil de Madrid, una lista con los involucrados en un futuro atentado a Prim. Esa lista había llegado a manos de Ricardo Muñiz gracias a Bernardo García, director de La Discusión, periódico republicano. Rojo Arias, el gobernador de Madrid y responsable del orden público, como diputado en las Cortes no era precisamente un radical partidario de Prim sino que tendía abiertamente a la colaboración con los republicanos.

Aquel 26 de diciembre la lista de los asesinos llegó a Rojo Arias, como decía, que no hizo nada por impedir el atentado. En esa lista estaba José Paúl y Angulo, que conocía a Prim del exilio. Habían vuelto juntos a España, pero él se decidió por La Federal y llegó a ser diputado. Fundó el periódico El Combate el 1 de noviembre de 1870, dedicado a llamar a la revolución y a insultar a todos los que no fueran federales, entre ellos a Prim con auténticas amenazas de muerte. Solo por la fuerza, decía Paul y Angulo en El Combate, se podía impedir que llegara el «rey de Prim», que era un «tirano», el jefe de una «farsa indigna», ante la cual el pueblo debía ejercer el «deber de insurrección».

El 17 de noviembre calificaba a Amadeo de «mamarracho» y «servidor inconsciente de una dictadura militar, miserable y cobarde». El tono siguió siendo violento. «República o muerte», escribió, con declaraciones más explícitas, como el decir que no era un crimen «levantar sobre las cabezas de los traidores el hacha vengadora del pueblo», porque «con la muerte de los que a sangre y fuego» sostienen las leyes e instituciones «morirá el despotismo». Era la forma de acabar con una «situación verdaderamente terrorista y demagógica del rey Prim, del dictador Prim», decía, porque «solo una revolución violenta que haga tabla rasa de todo lo que existe de injusto, de inicuo y de tiránico» era la solución para España. «O la vida libre y digna con la República federal -decía-, o la muerte y la deshonra con una monarquía». Luego se leyó en El Combate que había que matar a Prim como a un perro y que dejaban el lápiz para coger el fusil.

Llegamos al día del atentado, el 27 de diciembre de 1870. Parece ser que hubo un instigador, Felipe Solís y Campuzano, secretario de Montpensier, a quien siempre señaló Sagasta. Además hubo un inductor, que fue José María Pastor Pardillo, jefe de la escolta del regente Serrano, y un reclutador de sicarios, que fue José Paul y Angulo, que así no tuvo por qué estar presente. En el sumario se facilita el dato de que fueron 50.000 duros los que sirvieron para comprar a los asesinos.

Fue Solís quien aportó el dinero a Pastor, y éste lo concertó con Paul y Angulo. El atentado estuvo bien planeado, con casi cien implicados. Parece ser que no es cierto el cuento de las señales con cerillas, ni que Prim tuviera dos caminos para ir del Congreso al Palacio de Buenavista, que avisaba por sorpresa a sus hombres cambiando el bastón de mano. Lo cierto es que en la calle del Turco, hoy marqués de Cubas, fue interceptado por dos coches que le obligaron a parar. Hubo la orden de disparar. Unos dicen que fue la voz del jerezano Paul y Angulo, y otros no lo pudieron asegurar en el interrogatorio de la instrucción. Dispararon al interior de la berlina. El cochero pudo mover el coche y salió a la calle de Alcalá. Allí había otro carro para detener al de Prim y, al parecer, se veían dos grupos de hombres armados un poco más lejos y que finalmente no entraron en acción. Prim llegó al Palacio de Buenavista, que había sido propiedad del Ayuntamiento de Madrid, y que funcionaba como residencia del presidente del Gobierno. Prim tenía que ir a una reunión de la logia, pero prometió ir a los postres porque tenía obligaciones domésticas. Su mujer, Francisca Agüero, lo esperaba allí. Hay quien dice que Prim murió en el atentado el mismo 27 de diciembre, pero la mayoría sigue la historia de que aún sobrevivió tres días. Subió por sí mismo la escalinata hacia el dormitorio. Tenía impactos de bala en el hombro, brazo y mano izquierdos. En principio nada grave. Sickles, embajador norteamericano, se acercó el día del atentado al ministerio de la Guerra donde «algunos de sus colegas y varios oficiales de rango me dijeron que los cirujanos no consideraban las lesiones como mortales».

La elección de Amadeo como rey de España fue determinante. Montpensier sentado en el Trono hubiera supuesto para Serrano la seguridad de tener el poder, o participar de él, pero Amadeo era su segura postergación frente a un Prim ambicioso que difícilmente dejaría el gobierno. Además, Serrano no era popular ni tenía detrás un partido tan numeroso como Prim. A estas alturas, creo que es difícil sostener que Montpensier y Serrano no estuvieron detrás del asesinato de Prim, y que utilizaron como fácil cabeza de turco a José Paul y Angulo, un republicano que odiaba públicamente a Prim.

Lo cierto es que el relato de esos tres días está lleno de incongruencias. ¿Por qué Prim desveló la identidad de su asesino, Paul y Angulo, a uno de los que le velaban, y no a su mujer, amigos o autoridades? ¿Por qué se prohibió la entrada del juez instructor a su domicilio? Es raro que tres de los mejores médicos del país no supieran atajar una supuesta septicemia. Hay quien dice que fue estrangulado por un hombre de Serrano a los tres días del atentado, por las marcas en el cuello del cadáver exhumado en 2014. Otros dicen que esas marcas eran las propias del uniforme con el que fue enterrado.

Todo es un misterio. También fue extraño que en la prensa de aquellos días se fueran dando noticias favorables a la recuperación de Prim, y de pronto se anunciara su muerte. El asunto merecía entonces una investigación a fondo, pero tras muchos años no se condenó a nadie. Paul y Angulo dirigió desde Londres un opúsculo publicado en Madrid en 1873 titulado El Acusador, donde se exculpa, claro. Serrano llegó a la presidencia del gobierno en enero de 1871 y cerró el caso. No hubo tampoco una decisión de otros hombres, como Topete, Ruiz Zorrilla o Sagasta, de investigar. El asunto se calmó con la detención de cuatro pelagatos y la huida de Paul y Angulo. El poder actuó como móvil para algunos, y fue el calmante para otros del dolor por el asesinato.

El peso de la muerte de Prim fue determinante. Desapareció el hombre que, a duras penas, mantenía la conciliación entre unionistas y radicales. No obstante, Prim había demostrado ser un hombre muy ambicioso que tomó la vía de los pronunciamientos para llegar al poder desde 1864, por la negativa del partido progresista a presentarse a las elecciones, a pesar del coste que suponía para la estabilidad del sistema y la convivencia entre partidos. Su alianza con los unionistas de Serrano y los demócratas en 1868 no fue por convicción, sino por conveniencia. Prim quería una monarquía en la que su partido progresista fuera el eje del sistema. Desterró a los Borbones sin tener alternativa, y vetó a Montpensier porque era imposible convertir a este francés en un títere progresista.

A Prim no le tembló la mano a la hora de reprender a los republicanos, del mismo modo que de haber presidido el Gobierno con Amadeo I hubiera tratado de impedir su sustitución en el poder por los conservadores. Prim quería su Parlamento largo, al estilo de O’Donnell, modelo que tenía desde 1854, y a quien copió sus primeros pronunciamientos de 1864 y 1865.

Prim pensaba que era mejor un Rey que asumiera la responsabilidad final, como Isabel II, que una Presidencia de la República, disputada y temporal, dependiente de una votación popular o parlamentaria. Así se lo dijo a Keratry, enviado de la república francesa en 1870. Prim rechazó su oferta de ser el presidente de la República española con apoyo francés, a cambio de «80.000 hombres dispuestos a entrar en campaña en diez días», «un subsidio de 50 millones», y la ayuda diplomática y militar en la guerra de Cuba. Prim fue el político más poderoso e influyente en el grupo dirigente de la revolución de 1868, a gran distancia del resto, incluido el economista Figuerola, o Topete, Sagasta y Serrano. Prim fue el más popular de todos, salvo para republicanos y carlistas por razones obvias. Era la cabeza del progresismo, y su desaparición dio alas a la ambición de un torpe Manuel Ruiz Zorrilla, que liquidó el legado conciliador de Prim que acabó con el reinado de Amadeo de Saboya.

Es uno de los grandes misterios de la historia contemporánea de España, con el que se ha especulado durante mucho tiempo. No solo hay muchas conjeturas sobre la persona que ordenó el asesinato, sino también, sobre qué hubiera pasado si el general Prim hubiera vivido el reinado de Amadeo de Saboya. ¿Habría sobrevivido la monarquía democrática que inauguró el monarca italiano? ¿España habría tenido más calma o se habría encontrado con el levantamiento carlista y el cantonal del mismo modo? Nadie lo sabe. Son especulaciones. De lo que vamos a tratar hoy aquí es de lo único cierto: Prim fue asesinado y el juicio estuvo mal hecho.

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