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Historias de la historia

La muerte del 'Zorro del desierto'

Hace 80 años murió el mariscal Rommel, el mejor general de la II Guerra Mundial, un mito incluso para sus enemigos

La muerte del ‘Zorro del desierto’

Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, en la campaña de Africa del Norte. | Archivo

«Vengo a decirte adiós. Dentro de un cuarto de hora estaré muerto. Sospechan que tomé parte en el intento de asesinar a Hitler… El Führer me da a elegir entre el veneno o ser juzgado por el tribunal popular».

Así se despidió el mariscal Rommel de su esposa, Lucie, con la serenidad y el decoro de los héroes clásicos. Había sido y sigue siendo el general más famoso de la Segunda Guerra Mundial, apreciado incluso por sus enemigos. Una vez que llevaron ante él a un oficial inglés prisionero, cuando el inglés se enteró de quién era, se cuadró y dijo «es un gran honor conocerle, señor». 

Un soldado legendario, el Zorro del Desierto, que con una sola división tuvo en jaque a todo el VIII Ejército británico y hubiera conquistado Egipto y el canal de Suez si le hubiera llegado la gasolina… Pero la estrella de la fortuna de Erwin Rommel había dejado de brillar el 17 de julio de 1944, poco más de un mes después del Desembarco de Normandía, cuando dos aviones británicos ametrallaron su automóvil, que volcó. Todos sus ocupantes resultaron heridos, pero el peor parado era Rommel. Despedido del vehículo contra la carretera, tenía cuádruple factura de cráneo.

Nadie pensaba que pudiera sobrevivir, y ojalá hubiera muerto allí, en una acción de guerra y por el fuego enemigo. Los conspiranoicos dicen que no está claro qué avión atacó el coche de Rommel, quieren creer que fue un avión alemán, que Hitler quería deshacerse secretamente de Rommel. Pero la RAF (Real Fuerza Aérea) tiene en sus registros identificados los aviones que intervinieron en la operación, incluso el nombre de los pilotos, que eran del Escuadrón Canadiense.

Además, en esa fecha no había ocurrido todavía la Operación Walkiria, el atentado a la bomba contra Hitler. En ese momento, el Führer aún confiaba en su militar más brillante, Erwin Rommel, con el que mantenía una relación personal desde que subiera al poder, hasta el punto que antes de la guerra, cuando era solamente coronel Rommel, lo había puesto al mando del batallón de su guardia.

Todo cambió, sin embargo, a partir del atentado del 20 de julio de 1944, del que Hitler salió milagrosamente vivo. La represión contra los mandos de la Wermacht sospechosos fue terrible. Rommel se libró en esos momentos porque se hallaba en el hospital, más muerto que vivo. Pero Alemania era en la época el país más avanzado en ciencias, y uno de sus mejores neurocirujanos, el Dr. Esch, fue capaz de reconstruir la cabeza de Rommel, aunque quedó sordo y tuerto del lado izquierdo.

Rommel recuperó enseguida los sentidos que había perdido, incluido el habla, y fue enviado a su casa de Herrlingen, en Wurtemberg, para pasar la convalecencia junto a su esposa. Su único hijo, Manfred, oficial de artillería, recibió un permiso especial para acompañar a su padre. Pero mientras tanto iban cayendo militares en la represión, y cuando el 7 de septiembre fue detenido el general Speidel, que era el jefe del Estado Mayor de Rommel, es decir, una persona de su máxima confianza, el Zorro del Desierto olió el peligro.

Le retiraron sin explicaciones la escolta militar de la que gozaba, comenzó a ver gente sospechosa alrededor de la casa, y los vecinos comentaban que habían venido señores de paisano haciendo preguntas… Rommel decidió llevar una pistola cuando salía a dar los paseos que le había recomendado el médico. Le acompañaban su hijo y su ayudante de campo, el capitán Aldinger, a los que comunicó sus temores, aunque no a su mujer para no angustiarla, aunque Lucie Rommel no era tonta y se daba cuenta de la situación.

Por fin, el 7 de octubre llegó la llamada fatal. Al otro lado del teléfono estaba el mariscal Keitel, jefe del OKW (Oberkommando der Wehrmacht, Mando Supremo de las Fuerzas Armadas), es decir, el militar de mayor rango después del propio Führer. Pero esta categoría no se traducía en respetabilidad, los soldados de verdad como Rommel lo despreciaban, lo consideraban un lacayo del Führer, y de hecho Keitel sería ejecutado tras el Juicio de Núremberg como responsable de los crímenes del nazismo.

Keitel convocó a Rommel en Berlín el 10 de octubre para «una entrevista sobre su futuro». Pero no se podía hacer caer al Zorro en una trampa tan simple. Dijo que no podía viajar hasta Berlín porque no se lo permitía el médico debido a su delicado estado de salud, y dejó a Keitel con un palmo de narices. «No llegaría vivo a Berlín si hiciera ese viaje», les comentó a su hijo y a su ayudante de campo.

Ejecución discreta

Naturalmente, la cosa no se quedó ahí. Bien por las confesiones que hiciera el general Speidel cuando fue interrogado por la Gestapo -que por cierto, no lo torturó-, o porque Keitel y otros miembros de la camarilla de Hitler odiaban a Rommel y le malmetieron a Hitler, el caso es que el Führer se había convencido de la traición de su antiguo amigo, creía que Rommel estaba implicado en su atentado y había ordenado su «ejecución discreta».

La Historia no ha podido determinar todavía si Rommel estaba o no estaba metido en la conspiración contra Hitler, o hasta qué punto sabía que se iba a producir el atentado, aunque no estuviese implicado directamente, o si sencillamente lo ignoraba. Existen testimonios de las personas que lo rodeaban en uno u otro sentido. Su esposa Lucie siempre mantuvo que no sabía nada, o que en todo caso no participó en la conspiración.

El general Speidel, en cambio, aseguraba que cuando lo contactaron los conjurados de la Operación Walkiria para que se uniese a ellos, le contó a su jefe, Rommel, los planes del golpe. Un oficial del Estado Mayor de la Marina amigo de Rommel, que había ido a verlo al hospital, decía que el Zorro del Desierto había criticado el atentado contra Hitler, porque no había que matarlo y convertirlo en un mártir, lo que tenía que hacer el ejército era detenerlo y juzgarlo.

El testimonio más asombroso es, sin embargo, el de Manfred Rommel, el hijo del mariscal, según el cual lo que planeaba su padre no era dar un golpe contra Hitler, sino algo más sencillo: rendirse a los Aliados al frente de todas sus tropas, el llamado Grupo de Ejércitos B, 400.000 hombres, lo que supondría abrir la puerta de Berlín a americanos y británicos, pues no había otras fuerzas que detuviesen a los ejércitos aliados desembarcados en Normandía. Lo más curioso de esta versión es que Rommel contaría con la complicidad de Sepp Dietrich, el más prestigioso general de la SS, que mandaba la unidad más potente a las órdenes de Rommel, el Cuerpo Panzer de las SS.

Todas estas elucubraciones no afectaron a los hechos comprobados, que son que el 14 de octubre se presentaron en el domicilio de Rommel el general Burgdorf, jefe de personal del ejército, y su adjunto Maisel. Eran dos militares de oficina y les habían encargado una misión que habría repugnado a un soldado de verdad. Se encerraron un rato con Rommel y le plantearon dos alternativas: suicidio o «tribunal popular», una farsa de justicia que estaba condenando a muerte sumarísimamente a todos los sospechosos del atentado contra Hitler.

Si elegía esta segunda solución, habría represalias contra su familia y contra todos los oficiales de su Estado Mayor y sus familias. Si elegía el suicidio se declararía muerte natural, se le enterraría con todos los honores y su familia sería tratada como la de un héroe nacional. Siempre que mantuviesen la boca cerrada, naturalmente. Rommel eligió el suicidio y se despidió de su esposa con la frase que hemos puesto al principio.

Luego se despidió de todos, cogió su bastón de mariscal, afectando que seguía siendo el militar respetado por todo el mundo, y se subió al coche de Burgdorf, cuyo conductor, significativamente, no era un soldado, sino un miembro de las SS. Salieron por la carretera de Ulm, pero no fueron muy lejos, a los pocos minutos Burgdorf ordenó parar bajo unos árboles y dijo que lo dejaran solo con Rommel.

Todo fue rápido y limpio, si se puede emplear este adjetivo en un crimen tan repugnante. Rommel se bebió el veneno que le dio Burgdorf y éste salió del coche y llamó a su adjunto y al chófer, que encontraron al mariscal ya cadáver, tirado sobre el asiento.

«Derrame cerebral», fue el dictamen oficial, pero no hubo autopsia, pese a que era preceptiva por ley, y el cadáver fue incinerado rápidamente. Tuvo un funeral de Estado y se declaró día de luto nacional. La viuda y el hijo mantuvieron el pacto de silencio hasta que cayó el nazismo. El general Burgdorf, verdugo material de Rommel, se suicidó junto a Hitler el 2 de mayo de 1945.

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