La autobiografía sin vida de Daniel Dennett
El filósofo norteamericano reflexiona desde su burbuja académica sobre ciencia y conciencia en ‘He estado pensando’
Una de las mayores virtualidades que nos procura la lectura de la autobiografía del filósofo norteamericano Daniel Dennett tal vez sea la de hacer que nos preguntemos a qué le llamamos exactamente filosofía, y ya, en un plano un tanto más pedestre, cuál es el motivo que puede llevar a alguien a escribir su autobiografía. Comencemos por este segundo asunto. Creo que estaremos de acuerdo en que lo primero que se requiere para contar la propia vida es tener una vida que contar. Lo segundo sería una necesidad más o menos perentoria de contarla. En general, quien cuenta su vida es porque, por las razones que sean, cree que su vida tiene una cierta relevancia.
Ahora bien, habremos de convenir que una vida es precisamente una de las pocas cosas con las que todo el mundo cuenta (en la doble acepción del verbo), a menos que ya esté muerto, en cuyo caso estará metafísicamente imposibilitado para hacerlo. Así pues, deberíamos añadir otra condición suplementaria: que esa vida encierre un mínimo de interés objetivo, es decir, que no sólo lo tenga para el sujeto que narra, sino también para el potencial lector que se anime a visitarla. Puede darse el caso, sin embargo, de que la experiencia del perpetrador de la autobiografía carezca de ninguna sugestión o relieve.
Pues bien, tampoco dicha circunstancia es determinante: si la pericia en narrar es suficiente, podremos encontrarnos con una excelente autobiografía, en la que, no obstante, desde la primera a la última línea serán falsas. Hay, en tal sentido, autobiografías sin vida (título éste que le robo a Félix de Azúa, incontestable maestro del género) que resultan apasionantes y vidas apasionantes que se mueren de aburrimiento en su propio relato. Pero queda una tercera posibilidad: la de vidas sin mayores fantasías que, además, se vierten en el papel de forma rutinaria, y cuyo único sentido al escribirlas no es otro que el de dejar constancia de ellas, como el niño que horada su nombre en el tronco de un árbol.
La autobiografía de Daniel Dennett pertenece mayormente a este último tipo. Dennet es, sin duda, un reputado filósofo harto competente en muchas materias, al estilo preciso y especializado en el que suelen serlo los pensadores del mundo anglosajón. Sus campos de intereses son muchos y muy variados y se extienden desde investigaciones sobre la conciencia (tal vez su libro más conocido sea La conciencia explicada), hasta la computación, la inteligencia artificial, etc. De todo ello da buena cuenta en He estado pensando, título con el que bautiza a su relato, pero la prolijidad con que la que detalla su catálogo de actividades es, a juicio de quien esto escribe, inversamente proporcional a la ambición de intensidad y profundidad a la que debe aspirar la reflexión filosófica.
El pensador americano desarrolla un exhaustivo inventario curricular que suele ir acompañado por la breve aparición estelar de muchas de las figuras más renombradas de la filosofía analítica (Quine, Searle, Ryle, etc.), pero esa interminable relación de cursos, seminarios, libros, artículos y ensayos, si bien puede suscitar al principio una estimulante curiosidad termina por causar un cierto cansancio. ¿Es a esto, nos preguntamos, con todo lo meritorio que pueda ser, a lo que se reduce la vida de nuestro filósofo? Salvo el grave episodio cardiovascular que opera, nunca mejor dicho, como desencadenante de esta autobiografía, la boda con su mujer y la referencia a un hijo adoptado, podría decirse que Dennett ha vivido toda su vida sumergido en una apacible burbuja académica, que tal vez resulte sumamente agradable en términos existenciales, pero que no irradia demasiada capacidad de sugestión desde un punto de vista biográfico.
Ciencia y filosofía
Ello nos lleva al primer asunto que planteábamos: ¿de qué hablamos, entonces, cuando hablamos de filosofía? ¿Existe tal inconmesurabilidad de términos y, lo que es aún peor, de conceptos entre lo que se entiende por tal en el mundo anglosajón y lo que designamos con ese nombre en la Europa Continental? A ello le dedicó una monografía de cierto éxito la filósofa italiana Franca DÁgostini. Dennett, por su parte, practica un tipo de filosofía que cabría calificar sin complejos de empírica, y que se desarrolla en estrecha ligazón con las investigaciones más avanzadas de diversas disciplinas científicas, ya sea la neurobiología, la psicología experimental, las matemáticas, etc. Su interés, como decimos, por problemáticas de muy diversa índole es poco menos que infinito, y en ese sentido sólo cabe afirmar que la mente de Dennet es genuinamente filosófica. En este libro nos relata los experimentos más variopintos en los que participa codo con codo con otros reputados filósofos y científicos, pero a medida que vamos avanzado en la lectura el lector va echando de menos la presencia de un cierto vuelo especulativo que persiga ir un poco más allá del sentido puramente específico de las ciencias positivas.
Y el caso es que el propio Dennett nos ofrece (bien es verdad que en relación a Richard Rorty) una definición de filosofía que viene a desmentir el enfoque predominante en su propio libro. «La filosofía» —nos dice— «no es solo ciencia —aunque algunos filósofos intentan hacerla lo más científica posible— ni es tampoco solo poesía. Mi definición favorita es la de Wilfrid Sellars: ‘El objetivo de la filosofía, formulado de forma abstracta, es comprender cómo se relacionan las cosas en el sentido más amplio posible del término’. Si esto le parece cómico o ridículo, piénselo otra vez».
Pues bien, nosotros admitimos que Dennett se ocupa, en efecto, de las cosas, de infinidad de cosas al mismo tiempo, ahora de ésta y luego de aquella, con una inquietud que revela una insaciable curiosidad, pero lamentablemente se olvida de la obligación filosófica que incluye en su definición de intentar abordar los posibles nexos entre ellas. Con esto no queremos decir que una autobiografía deba ser, ni mucho menos, algo parecido a un tratado filosófico, pero sí que, al ser en este caso el relato biografiado de alguien que se dedica a la filosofía, no hubiera estado de más incluir alguna reflexión de carácter general que proyectara una cierta luz sobre la dinámica concreta de la experiencia o alguna consideración moral, por ejemplo, sobre los conflictos de Dennett con otros filósofos o sobre el funcionamiento de la infinidad de campus académicos que frecuenta.
Toda autobiografía, en tal sentido, ha de contemplar inevitablemente la presencia y la narración de unos hechos, pero es preciso que, a partir de los mismos, se filtre al menos una voluntad de comprenderlos. Por eso, decía Nietzsche que existen los filósofos y los obreros de la filosofía. Puede que sin éstos últimos la filosofía, como mucha de la que se ha hecho en Europa en las últimas décadas, resulte vacía, pero sólo con obreros especializados, al estilo de Dennett, se convierte en una nota a pie de página en la problemática de las ciencias. Como el título de su autobiografía nos indica, Dennett ciertamente ha estado pensado, pero si ha sacado de ello algunas consecuencias filosóficas en el sentido más noble del término, nos quedamos sin saberlo.