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Cultura

El resurgir (editorial) de la España de los 40

Dos importantes obras sobre la historia de la Falange coinciden en las librerías con varias novelas sobre la posguerra

El resurgir (editorial) de la España de los 40

Una multitud acude a la reinhumación en el Valle de los Caídos del creador de la Falange Española, José Antonio Primo de Rivera (1959). | Europa Press

La historia —como dejó escrito Mark Twain— no se repite, pero a veces rima. Puede hacerlo en consonante —mediante un calco formal— o en asonante, de forma lateral y aproximada. Los hechos del pasado y del presenten rara vez son exactos, pero admiten tonalidades, variaciones y un cierto grado de reiteración. Acaso por eso desde hace dos años han empezado a coincidir en las librerías novelas sobre la España de los años cuarenta con libros históricos que revisan los mitos políticos de entonces, no excesivamente distintos a las espirales y calamidades de la vida pública presente, a excepción del hambre, reemplazada ahora por la precariedad social. 

Ignacio Martínez de Pisón, que ha escrito muchos y buenos libros sobre la Guerra Civil y el franquismo, fue el primero que —desde el punto de vista de la narrativa— volvió la mirada sobre la posguerra en Castillos de fuego (Seix Barral), una narración de miniaturas ambientales sobre el Madrid de finales de la Guerra Civil a mediados de los años cuarenta. Andrés Trapiello publicó también Madrid, 1945 (Destino), un libro-crónica que documenta y desarrolla la historia que en su día ya tratase, como novela, en La noche de Cuatro Caminos (Aguilar), donde recrea —con datos y personajes reales— el momento exacto del viraje del franquismo, hasta entonces con querencias filofascistas, hacia su metamorfosis católica y anticomunista, que fue su estrategia maestra de supervivencia tras la derrota del Eje (Alemania e Italia) en la Segunda Guerra Mundial

Paco Cerdà acaba de estrenarse en Alfaguara con Presentes, un relato (recreado antes por Martínez de Pisón) sobre el traslado del cadáver de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante —donde fue fusilado— a El Escorial, antes de su sepelio en el Valle de los Caídos, que es una suerte de reflexión sobre la mística falangista. Del propio Trapiello acaba de aparecer hace unos días Me piden que regrese (Destino), una novela maestra que lo sitúa en la cima de la narrativa española con una historia de amor e intrigas en ese mismo Madrid de la posguerra, de hambre y gasógeno, reconstruido (verbalmente) de forma antológica. 

A estas tres novelas, que no son las únicas, su suman dos libros capitales para entender el fenómeno del falangismo. Su virtud, además del ejercicio documental y la extraordinaria capacidad de análisis de sus autores, es iluminar un pretérito —han pasado ocho décadas desde entonces— que nos ayuda a interpretar con una mirada más sabia nuestro presente. Se trata de El extraño caso del fascismo español. Franco y José Antonio. Historia de la Falange y el Movimiento Nacional (1923-1977), publicada por Espasa, una obra del hispanista norteamericano Stanley G. Payne, el historiador que más y mejor ha estudiado el fenómeno del fascismo en Europa; y del volumen que Joan María Thomàs, catedrático ad honorem de la Universidad de Tarragona y, a juicio de Payne, el mejor investigador en nuestro país sobre las mutaciones históricas del falangismo español firma con el título de Posguerra y Falange (1941-1945), editado por Debate, el sello de Random House que dirige Miguel Aguilar.

Ambos son dos crónicas fascinantes, por la profundidad de su análisis, el material estudiado y su colosal despliegue argumental, sobre los hechos de un tiempo que sigue presente, como sustrato, en la política española contemporánea. Payne, que publicó en 1961 en la Universidad Stanford una tesis doctoral sobre esta cuestión, hecha en su momento —sin apenas archivos disponibles— gracias a entrevistas personales con los protagonistas de la Guerra Civil y los políticos de la posguerra, siempre bajo la vigilancia de la policía franquista, que elevó al dictador un informe secreto sobre su trabajo (por fortuna, sin consecuencias), ha continuado y extendido sus investigaciones sobre el fascismo español. El fruto es este ensayo de casi mil páginas que va desde los orígenes del nacionalismo autoritario, cuya primera manifestación es la dictadura de Primo de Rivera —tolerada por Alfonso XIII y telón de la Restauración—, hasta la disolución del Movimiento Nacional, dos años después de la muerte del caudillo.

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Castillos de fuego
Ignacio Martínez de Pisón
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Sin respaldo electoral

El arco temporal —medio siglo— es enorme. De ahí que Payne se detenga en las sucesivas estaciones de paso —la primera cristalización del nacionalismo español, la influencia de los intelectuales, la fundación de Falange, la figura de José Antonio, la Guerra Civil o las distintas metamorfosis del falangismo en la posguerra— hasta articular una teoría general del fascismo ibérico que cuestiona el revisionismo que insiste en asimilar la variante española del totalitarismo con el modelo italiano o alemán. La tesis de Payne, que incluye dentro de una reflexión acerca del (según él) falso auge de los neofascismos en Europa y en otros países del mundo, es que el falangismo español fue una rara avis en términos históricos. Un fenómeno que, aunque tenga similitudes, no es equiparable a los regímenes de Mussolini o Hitler. 

A pesar de sobrevivir al partido fascista italiano y al nacionalsocialista alemán, la Falange no fue en sus orígenes una organización de masas, sino un proyecto de aristocráticas minorías. Su respaldo electoral jamás superó el 0,7% de los votos hasta que la Guerra Civil la convirtió, una vez desatada la tragedia civil, en una organización-refugio para quienes se oponían la radicalización de las izquierdas, incluyendo parte de los sectores populares y hasta jornaleros. Su militancia permitía medrar dentro del régimen franquista, que adoptó sus mensajes, su retórica y parte de su estética para objetivos muy diferentes a los que defendían los camisas viejas. La genética debilidad falangista, derivada de la ausencia de un nacionalismo español, fue diagnosticada, entre otros, tanto por Azaña como por algunos historiadores marxistas. 

La contrarrevolución en España, a juicio de Payne, fue sobre todo tradicionalista, conservadora, reaccionaria y más militar que falangista, cuyos militantes, a pesar del protagonismo público obtenido mediante sus indiscutibles dotes para la propaganda, tuvieron una influencia secundaria tras la guerra. Sencillamente, no se daban las condiciones sociales que sí existieron en Italia y en Alemania: la crisis de 1929, dada la debilidad económica del país, causó menos estragos y malestar que en Europa; la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial hizo que, al contrario que en Alemania y en Italia, no hubiera excombatientes furiosos ni un sentimiento de humillación patriótica. Además, el sistema político español, aunque fragmentado y destructivo, era mucho más «sofisticado» que en otros países.

Sí existían enfrentamientos sociales —sobre todo en Barcelona y en Andalucía— y una situación de polarización y sectarismo no excesivamente diferente a la que se vive en España desde hace un lustro. Había una guerra cultural entre dos bandos. Por un lado, el materialismo de izquierdas; por otro, el tradicionalismo ultracatólico. El fascismo español —afirma Payne— fue «una fórmula importada». Ramiro Ledesma Ramos lo teorizó sobre un fondo de supremacismo imperial castellano, pero de una forma sentimental y abstracta, al margen de la verdadera realidad social; y José Antonio, mucho más difuso en sus principios, lo abrazó como un instrumento —entre otras razones por la financiación que recibía su organización de Roma— más que como un fin, en consonancia con el zeitgeist de los años treinta, cuando el totalitarismo era (a la luz de las vanguardias) un hecho político inequívocamente moderno, antes de convertirse en asesino, y presentaba más similitudes con el comunismo (Mussolini fue socialista antes de convertirse en fascista) que con cualquier otra alternativa política. 

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Presentes
Paco Cerdà
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El archivo político de Arrese

Primo de Rivera, en oposición a Hitler y Il Duce, no podía conquistar el poder desde el parlamentarismo y la legalidad porque estaba aislado y carecía fuerza electoral. Tuvo que ser la Guerra Civil, y su martirio, el factor que lo situase como primer actor (post-mortem) dentro de un régimen —el militarismo frailuno de Franco— donde cohabitaban, no precisamente en paz, carlistas, católicos, conservadores, monárquicos, terratenientes agrarios, la jerarquía eclesiástica y, siempre en la cúspide, el estamento militar. La Falange primorriverista era autoritaria, defendía el nacionalismo extremo, creía en el sindicalismo vertical, repudiaba el liberalismo, rechazaba la democracia (por estéril) y practicaba la violencia, pero teñía estas actitudes de una retórica barroca y un misticismo humanista: «El hombre, portador de valores eternos». No era exactamente conservadora, sino que se proclamaba social-revolucionaria.

Esto explica que siempre fuera dependiente: primero, del fascismo italiano; después, de los golpistas. Esta segunda etapa —la de la Falange de Franco— es la que analiza Joan María Thomàs gracias al acceso a parte del archivo documental de José Luis Arrese, el falangista (condenado por el pulso que los camisas viejas le echaron a Franco en Salamanca en 1937) que el caudillo utilizó para quitarle a su cuñado, Serrano Suñer, el control del partido único y dirigir el proceso de desfascistización que, en diferentes etapas, convenía al régimen una vez que el desenlace de la Segunda Guerra Mundial evidenció que debían enterrarse las simpatías nacionalsocialistas y sustituirlas por un anticomunismo que hiciera que las democracias, en el contexto de la Guerra Fría, prefiriesen la autocracia franquista, blanqueada por el Vaticano, a cualquier ensoñación de reinstaurar la República mediante una intervención militar.

Los archivos políticos de Arrese, arquitecto vasco ultracatólico y gobernador civil de Málaga, un personaje fascinante, ambicioso, emparentado con la familia de José Antonio, fue el gran depurador. Pasó de ser un hedillista exigente con el franquismo y simpatizante del nazismo a instrumento sumiso de Franco y traidor ante muchos de sus iguales (empezando por Serrano, su mentor). Fue uno de los padres del franquismo institucional.

El ensayo de Thomàs es también una clase magistral sobre las luchas políticas intestinas dentro del franquismo, la delaciones de unos, los intereses de otros, la soberbia vanidad de todos. Una crónica documentadísima de las interioridades del poder en el seno de una dictadura que aconsejaba a sus súbditos y víctimas no meterse nunca en política, pero que no dejó de practicarla, bajo la mirada de la famosa luz encendida en la ventana del Palacio de El Pardo, con instrumentos como la doblez, la adulación, el servilismo o la violencia. Y es además una guía —precisa y concreta— de las sucesivas mutaciones de la Falange. Una demostración, en suma, de que en política, da igual si se trata de una dictadura, una partitocracia o una democracia, los significantes no equivalen a los significados y nada se está quieto nunca. Igual que en la vida.

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