'La estrella azul' indaga en el misterio de Mauricio Aznar
La película de Javier Macipe presenta la vida del líder del grupo Más Birras y protagonista de la Movida en Zaragoza
Supongo que acabó perdiéndola. Lo tuvo todo para doblar su apuesta. Y salir airoso. Pero se le fue la vida por la aguja. Sin las botas puestas y con muchos ases todavía por desvelar, Mauricio Aznar no pudo jugar todas las manos que le quedaban pendientes con el rock ‘n roll. Se mudó al corral de los quietos una semana después de que su hermano pillara plaza allí, en el año 2000. Y sus bandoleras, sin duda, hubieran seguido disparando buena música, de no ser por su temprano atajo.
Negra, y paradójicamente, Mauricio sí ha tenido fortuna. Una que la mayoría ni rozan. Ha sido revivido. Lo invocó este año Javier Macipe en la película La estrella azul, llamándolo a reunirse con el cuerpo de Pepe Lorente. Ha resucitado en el cine. En la música, bueno, jamás se confirmó su muerte. Así queda para siempre inmortalizada la curiosa carretera que siguió al frontman de Golden Zippers y Más Birras. El rockabilly maño. El importador nacional de la chacarera argentina. Un hombre sin miedo a patear los últimos peldaños del camino, con esa nobleza baturra que quien conoce; ubica. Y que, seguramente, ande rasgando risueño su guitarra desde el más allá, viéndose encarnado en La estrella azul.
Nominada a representar en los premios Óscar a España, aunque no elegida, la cinta es buena. Plagada de melancolía sagrada, de metacine y espectáculos conversacionales de los que no viven en la floritura, el oropel, la pompa, sino en el silbido seco de una guillotina. Una rapsodia humilde de personas amables y vidas difíciles. Pero, por encima de eso —o por debajo—, se trata de un retrato. Una fotografía en movimiento de Mauricio Aznar. Del Mauricio de vuelta del rock y abrazado al folklore argentino. ¿Quién fue el Mauricio de Más Birras? ¿De dónde venía, sabiendo ya a dónde fue?
Montse Mormeneo, dueña, junto a su hermana Chari, del bar La Viuda de Zaragoza, recuerda bien a Mauricio y sus inicios en los Golden Zippers: «Por aquella época íbamos muchos al Bohemios 1, que acabó convertido en El Escaparate. Eran bares oscuros, de temática rock, un poco hippies incluso, que representaban la moda por aquella época. Noches enteras de lunes a domingo. Allí iba Mauricio, que acababa de empezar a sonar con los Golden Zippers. Hablamos del año 81, creo». Un momento en que, en Madrid, estallaba la Movida, de tintes mucho más pop, y de donde nace el conocido grito de la primera banda de Mauricio: «¡Muerte a los modernos!».
«Yo le conseguí una de sus primeras entrevistas escritas», afirma Mormeneo. «Como te digo, creo que se hizo en el bar Escaparate. Aparte de su defensa del rockabilly, fue muy divertido porque, recuerdo, les hicieron una serie de fotografías a la banda en el bar. Se juntaron con los chicos un grupo de chavalas muy jóvenes. Adolescentes, de 14 o 15 años, asiduas al local que iban de colegialas. Cuando salió la entrevista con la fotografía, todas estaban de los nervios y angustiadas porque temían que sus padres leyeran el artículo y las pillaran en esos ambientes (ríe). Eran los inicios de lo que se llamó, por así decirlo, la Movida zaragozana. Y Mauricio, aunque desde un plano más crítico y afincado en el rockabilly, estuvo allí».
La Movida de Zaragoza
Yéndonos a un espectro, digamos, más profesional, el locutor, periodista y autor del libro de crónica musical Perdidos en los 80, Ignacio Cristóbal Coco, recuerda con ternura sus interacciones con Mauricio y el resto de los integrantes de Golden Zippers y Más Birras. «Eran gente normal y corriente de la calle. Se trataban con todo el mundo. Su relación con la prensa siempre fue amistosa». Una familiaridad que, echando la vista atrás, dicen sus participantes que configuró un ecosistema fraternal en toda la erupción artística de la época.
«En los 80’s, en Zaragoza», prosigue Coco, «todos los grupos se llevaban. Ya fuesen rockers, punkis o modernos. Se dejaban los locales de ensayo. Daba un poco igual. Había bastantes integrantes que participaban en varias bandas y el ambiente, ya fuese con medios o demás eslabones de la cadena musical, era muy bueno». Rememora el periodista.
Entrando ahora en el personaje, resulta revelador saber cómo lo veían quienes asistían a su progreso artístico desde fuera. Entender que sentían aquellos que, como los espectadores de La estrella azul, se topaban con el líder de Más Birras. «Mauricio era un pelín reservado», confiesa Coco. «Pero su actitud vital era tremendamente amistosa. Sobre todo, ante el público. Se subía a un escenario y lo daba todo. A los que estábamos a su alrededor nos transmitía ese buen rollo. Cualquiera que estuviese cerca lo notaba».
Desde el bando de la producción y la promoción de la música de Mauricio Aznar, uno de quienes estuvieron desde la matriz de su leyenda musical fue Luis Linacero. Linacero, propietario de la mítica tienda de discos de Zaragoza, Discos Linacero, y productor musical de los Golden Zippers y Más Birras, recuerda bien dónde y cómo conoció a Mauricio Aznar. Y es que no parece coincidencia que, al igual que Montse Mormeno, su primer vis a vis se produjera en el bar Escaparate: «Teníamos 19 o 20 años. Era un sitio muy moderno donde se juntaban tribus urbanas muy diversas. Rockers, mods y alta sociedad. Sonaba lo último. New Wave, punk, techno-pop de la época. Allí vi tocar en sus primeros bolos a Golden Zippers, y me encantaron».
Nuevos sonidos
Entrando, de nuevo, en esa autopsia al aura que despachaba el cantante de Más Birras, Luis Linacero azuza su legendaria proximidad: «Mauricio tenía una personalidad arrolladora. Gozaba de un humor socarrón y divertido, sin despistar una formas de acercamiento muy roceras y populares. Diría, incluso, de campo. Al mismo tiempo, tenía un gran conocimiento sobre los poetas, escritores y músicos que le gustaban. También sabía mucho de la Biblia, a cuenta de su madre, que era protestante y muy practicante. Todo ello lo hacía tremendamente interesante». Una descripción que Javier Macipe no despista en absoluto en la cinta, sino que más bien la hace tridimensional.
«Más Birras comenzó como una evolución de Golden Zippers», asegura Linacero, hablando de la evolución de Aznar. «Robbie, el cantante de los Golden, más purista, quería mantener su sonido de nicho. Mauricio, en cambio, acercándose a otros sonidos, como el folklore latinoamericano, quiso mutar. De ahí la ruptura y el nacimiento de la banda».
Un proceso de maduración que jamás despistó el músico. Pues, si bien la película La estrella azul nos revela su periplo argentino, este viraje hacía la esencialidad ya permea el último disco de Más Birras, donde se empieza a perder la velocidad y el claqueteo del rockabilly, ganando en melodía. Cosa que no sentó bien a muchos fans conservadores de la primera época de la banda. Una desafección que terminó por germinar en la incomprensión que sufrió Mauricio cuando, como bien se muestra en la cinta, este se volcó vitalmente con la chacarera argentina.
«Hay que entender que, en Zaragoza, todo el mundo estaba enamorado de Más Birras», recuerda Luis Linacero. «Tanto es así, que formamos Grabaciones Interferencias, Miguel Bollanes, Inmaculada Mendoza y yo, para grabar su primer disco. Estábamos en el año 1986 y era un sinsentido que no tuvieran álbum. Luego, claro, su tránsito fue marcado. Hubo a quien no gusto. Y quienes, como yo, siempre nos mantuvimos fieles a Mauricio y su música».
Sobredosis
Hablamos, efectivamente, de los años 80. Un periodo que, a tenor del dramático final de Mauricio, es menester recordar como el mayor abrevadero histórico para las muertes por sobredosis de nuestro país. «La heroína se veía con los ojos de la ignorancia», acalara Montse Mormeneo. «Se desconocían totalmente las consecuencias. Eran tiempos en los que se llevaba el cannabis, el ácido… el speed llegó más tarde, pero la heroína entró con una fuerza torrencial. Aterrizó sin que quienes llegaban en ella supieran que te enganchabas con cinco picos. Al final, todos conocíamos a alguien que andara metido en ello. Y, claro, muchos se quedaron por el camino».
En un arranque especulativo, Mormeneo habla de la muerte por sobredosis de Mauricio, quizás, como una vuelta crítica y desconocida a viejos hábitos. «Creo que estando en Argentina se desintoxicó. Luego, a su vuelta, y con un duelo extremadamente doloroso por la muerte de su hermano, imagino que se chutaría sin medir, con una tolerancia nula en vista de su desintoxicación. Lo que, claro, acabó con él».
Esta fue una de las caras más amargas del emocionante despertar cultural del postfranquismo en España. Un bum que, como bien apunta Luis Linacero, no era exclusivo de Madrid: «Cada ciudad tuvo su movida. Bilbao, Vigo, Zaragoza… Todas tuvieron su propia explosión posfranquista. Cuando se le pone capitalidad al término, hablando de ‘madrileña’, es muy reduccionista. De ese auge salieron Los Intrusos, Niños del Brasil o Héroes del Silencio, claro. Un grupo que, gracias a su versión de la canción de Más Birras, Apuesta por el rock ‘n roll, ha promovido el legado de Mauricio y la banda por el mundo entero».
La estrella azul no ha sido seleccionada para representar a España en los Oscar. Lo hará Segundo premio, inspirada en la historia de la banda Los Planetas, que si bien no son aragoneses, rompen la capitalidad centrista con su denominación de origen granadina. Otra cinta sobre música, sobre poesía, también sobre drogas, aunque la obra de Javier Macipe esquive con ingenio el morbo fácil. Películas que demuestran cómo, a través del cine, se puede rasgar el cielo desde los infiernos, deslizar al espectador hasta una belleza templada y presentar la vida de alguien con honestidad, perspectiva y sin autocomplacencias.
Como bien concluye Luis Linacero: «La estrella azul es una muestra de cómo puedes redirigir tu vida hacía los cambios que sientas necesarios. Es una lección vital. Pero lo que más justicia le hace a Mauricio en la película es -aparte de contar sus vivencias-, cómo un joven atrapado por su pasión musical, es capaz de dar un golpe de timón a su vida sin mirar atrás». Algo que nosotros, como espectadores, hacemos. Cuando escuchamos su música, cuando lo vemos vistiendo los gestos de Pepe Lorente en la película, cuando gritamos que andamos secos, que necesitamos «¡más birras!», estamos descargándonos en una melancolía. Una sensación que, ya lo decía Baudelaire, es la más bella y dulce de todas. La misma que se agarra a las tripas, cuando los créditos llegan en La estrella azul.