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Ilustres olvidados

Ruy González de Clavijo, un español en la corte de Tamerlán

Este noble castellano viajó siete mil kilómetros para entrevistarse con el gran cacique mongol

Ruy González de Clavijo, un español en la corte de Tamerlán

Grabado que retrata a Ruy González de Clavijo. | Archivo

Si pensamos en los grandes poderes políticos que existían en el mundo a comienzos del siglo XV, pueden venir a la cabeza las Coronas de Castilla y Aragón, que en unas pocas décadas se unirían tras el matrimonio de los Reyes Católicos; los reinos de Inglaterra y Francia, enfrascados en la guerra de los Cien Años; o el ya pujante Imperio otomano. Sin embargo, cerrar ahí esa enumeración supondría adolecer de una visión excesivamente eurocéntrica. En este sentido, si miramos más al este, es obligado mencionar a la dinastía Ming de China o al protagonista de nuestro episodio de hoy, el gran Tamerlán.

Aunque no sea un nombre familiar para el gran público, este cacique mongol llegó a gobernar un territorio de unos ocho millones de kilómetros cuadrados, desde Moscú a la actual Nueva Delhi. Unos dominios enclavados en plena ruta de la seda, la ruta comercial más importante de su tiempo. Tamerlán era, por tanto, un actor principal en la geopolítica de su tiempo y un tipo con el que convenía llevarse bien. Es por eso que el rey Enrique III de Castilla se propuso trabar contacto con la Corte de Tamerlán, en particular porque este era rival del Imperio otomano, un enemigo común del reino cristiano.

El elegido para tal empresa fue Ruy González de Clavijo, uno de los cortesanos de más confianza del rey. En concreto, Ruy era camarero real, lo que hoy llamaríamos el jefe de la Casa Real. A él le correspondió emprender un viaje de siete mil kilómetros para visitar a Tamerlán en Samarcanda, en la actual Uzbekistán.

Más de un año de viaje hasta Samarcanda

La expedición partió el 22 de mayo de 1403 desde el Puerto de Santa María, con Clavijo al frente de una delegación de 14 hombres. La travesía por mar les llevó por Tánger, Málaga, Cartagena, Ibiza, Messina, Rodas, Chíos, Gallípoli, Pera, Constantinopla, Kerpe, Sinópolis y Girisonda, hasta desembarcar finalmente en Trebisonda, en territorio otomano. Allí comenzó el viaje por tierra, en el cual recorrieron varias ciudades de las actuales Turquía, Irán, Afganistán y Uzbekistán. La delegación llegó a Samarcanda, la capital del imperio de Tamerlán, el 8 de septiembre de 1404, dieciséis meses después de su partida.

Por cierto, que si sabemos tantos detalles del viaje, es porque el propio Ruy González de Clavijo dejó la aventura por escrito en una crónica titulada Vida y hazañas del Gran Tamorlán, con la descripción de las tierras de su imperio y señorío. Aunque sea infinitamente menos conocido, algunos expertos señalan este texto como equiparable al Libro de las maravillas, de Marco Polo, y una de las joyas de la literatura medieval castellana.

El viaje convirtió a Clavijo en uno de los primeros embajadores españoles en realizar una misión diplomática de gran envergadura fuera de Europa y sin duda en el que más lejos llegó, con un viaje de siete mil kilómetros.

Un viaje de fantasía para la época

En su crónica, Ruy cuenta episodios como las dieciocho fiestas que se celebraron en honor de los delegados castellanos en la Corte o la boda del nieto de Tamerlán, pero también maravillas que vieron durante el viaje, como una batalla en la que se emplearon elefantes o la vista de una jirafa vista por primera vez. A este último animal lo describe así Clavijo:

La cual alimaña era hecha de esta guisa: había el cuerpo tan grande como un caballo, y el pescuezo muy luengo, y cuando quería enhestar el pescuezo, alzábalo tan alto que era maravilla. Y el pescuezo había delgado como de ciervo, y las piernas había muy cortas según la longura de los brazos, que hombre que no la hubiese visto bien pensaría que estaba sentada aunque estuviese levantada. Y tan alto había el pescuezo y tanto lo extendía cuanto quería, que encima de una pared que tuviese cinco o seis tapias en alto podría bien alcanzar a comer: otrosí encima de un alto árbol alcanzaba a comer las hojas, que las comía mucho. Así que hombre que nunca la hubiese visto, le parecía maravilla de ver.

Cabe reconocer que, cuando Clavijo llegó a Samarcanda, Tamerlán se encontraba al final de su vida y delicado de salud. Además, todos sus esfuerzos los concentraba en ese entonces en la guerra que pretendía iniciar contra China. Es por eso que las primeras atenciones que el líder mongol prestó al embajador castellano fueron poco a poco remitiendo. Al final, Clavijo y sus compañeros emprendieron el viaje de vuelta a Castilla sin haber conseguido de Tamerlán un apoyo o alianza concretos con Enrique III. Eso sí, sin la amenaza de ese Imperio mongol, los otomanos seguramente habría tomado Constantinopla bastante antes y habrían amenazado el resto de Europa. La delegación castellana llegó a Alcalá de Henares el 24 de marzo de 1406, casi tres años después de su partida.

Por su parte, Ruy González de Clavijo siguió al servicio del rey Enrique III hasta la muerte de este en 1406. Ruy fue uno de los testigos de su testamento. Clavijo murió seis años después, el 2 de abril de 1412.

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