Llega el diluvio
Las tragedias de Valencia y Albacete nos remiten al pánico que, a lo largo de toda la Historia, ha sentido el hombre ante la fuerza desatada de las aguas
«Irrumpieron todas las fuentes del abismo y se abrieron las cataratas del cielo, y la lluvia cayó sobre la tierra 40 días y 40 noches». Así relata el comienzo del Diluvio Universal el libro del Génesis, el más antiguo de la Biblia, una crónica mitológica de la creación del mundo y los inicios de la humanidad.
En el relato bíblico se justifica esa catástrofe que extermina la vida sobre la tierra porque «viendo Yavé que la maldad de los hombres era muy grande… se arrepintió de haber creado al hombre». Pero hay una excepción, un patriarca llamado Noé que es «justo, íntegro y temeroso de Dios«, de modo que Yavé decide salvarlo. Le dice que construya una gran nave, el Arca de Noé, para su familia y para una pareja de cada especie animal, lo que permitirá repoblar la tierra después del Diluvio Universal.
Este relato mitológico hebreo no es original, se inspira con bastante fidelidad en otro anterior mesopotámico incluido en el Poema de Gilgamesh, una epopeya sumeria que es la obra literaria más antigua de la humanidad. En realidad, numerosas mitologías de los pueblos antiguos recogen el temor ancestral del hombre al furor de las aguas, que se desencadena generalmente porque los dioses quieren castigar la perversidad de los humanos, aunque también puede ser por un accidente, como en el relato de una tribu africana del Tchad, donde una mujer que estaba moliendo grano en un mortero levantó la mano con demasiado ímpetu, rompiendo el cielo, que en aquellos primeros tiempos estaba muy cerca de nuestras cabezas. Por el roto del cielo se descargaron todas sus aguas sobre la tierra, inundándola por completo, y conforme se vaciaba el cielo parecía encogerse y se alejaba de nosotros, hasta que quedó inalcanzable.
La Mitología precede a la Historia, en vez de analizar los acontecimientos del pasado con una perspectiva científica, como hacen los historiadores, los mitos explican lo que ha pasado con argumentos mágicos o religiosos. Sin embargo, el relato de un Diluvio Universal como el del Génesis y el Gilgamesh ha merecido la atención de reconocidos científicos como el geofísico Walter C. Pitman y el paleo-oceanógrafo William B.F. Ryan.
Según estos profesores de la Universidad de Columbia, el Mar Negro era en principio un lago de agua dulce que no tenía comunicación con el Mediterráneo. Al final de la última Era Glacial el nivel de sus aguas estaba muy por debajo del nivel del mar, que aumentó debido al deshielo pos-glacial. La presión de las aguas marinas reventó la barrera terrestre, y el Mediterráneo se precipitó en el lago, creando un efecto tsunami que arrasó las riberas del Mar Negro.
«La vasta tierra se hizo añicos como una olla de barro. Durante un día la tormenta del sur sopló, acumulando velocidad a medida que bufaba, sumergiendo los montes, atrapando a la gente», relata el Poema de Gilgamesh esa irrupción del Mediterráneo en el Mar Negro. En cuanto al texto del Génesis dice que cuando bajaron las aguas del Diluvio «el Arca quedó sobre las montañas de Ararat», un macizo que está a las orillas del Mar Negro, muy lejos del territorio bíblico.
La maldición del agua
El agua es a la vez bendición y maldición. Las primeras civilizaciones se desarrollaron a lo largo del curso de grandes ríos: el Nilo en África; la pareja Tigris y Éufrates, que forman Mesopotamia (literalmente «entre ríos», en griego) en Oriente Medio; el Indo y el Ganges en la India; el Río Amarillo en China. Estas grandes corrientes sufrían repetidas crecidas, y los egipcios, que desarrollaron la civilización más extraordinaria de la Antigüedad, lo consiguieron gracias a que aprendieron a prever y controlar esas crecidas.
En China fue el Río Amarillo quien cumplió el papel de desarrollo de la civilización, y desde tiempos muy antiguos estuvo rodeado de diques, embalses y canalizaciones con las que el hombre intentaba dominar el agua. Sin embargo, nunca fue controlado del todo, y desde tiempos antiguos la Historia de China reseña terribles inundaciones. Hace menos de un siglo, entre julio y noviembre de 1931, se produjo «la Gran Inundación del Río Amarillo», que provocó entre un millón y cuatro millones de muertos, la mayor catástrofe natural de la que existe registro histórico.
Pero las aguas de la cuenca del Amarillo no sólo mataban en las catástrofes naturales, sino también en otras provocadas por el hombre. En la época histórica de los Reinos Combatientes (desde el siglo V antes de Cristo hasta la unificación de China en el siglo III de nuestra era), la ruptura de diques, la inundación provocada, se convirtió en una táctica bélica recurrente. Está documentado que en el año 11 antes de Cristo se utilizó una de estas «inundaciones militares» en una guerra civil, que supuso el fin de la dinastía Xin. Pero lo más asombroso es que 2.500 años más tarde los chinos seguían recurriendo a «romper los diques» como arma de guerra.
En 1937, se produjo la invasión japonesa de China, que fue el prólogo asiático de la Segunda Guerra Mundial. El gobierno nacionalista chino, presidido por Chiang Kai-shek, se veía impotente en el campo de batalla ante el sistemático avance japonés. Para detenerlo decidió romper los diques del Río Amarillo el 7 de junio de 1938. La inundación provocó la muerte de 800.000 chinos y de ningún japonés, aunque logró retrasar unas semanas su avance.
Comparadas con las hecatombes humanas provocadas por el Río Amarillo, las crecidas de otro gigante fluvial, el Misisipi, resultan casi folklóricas en su espectacularidad. El Old Man River (Hombre Viejo), que es como llama reverencialmente al Misisipi el folklore negro, ofreció su mayor espectáculo entre septiembre de 1926 y junio de 1927, cuando alcanzó una anchura de 97 kilómetros, que es como siete veces más de lo que mide el Estrecho de Gibraltar. Nashville, capital del estado de Tennessee y «Ciudad de la Música» por su influencia en el desarrollo del jazz y el country, quedo anegada por 17 metros de agua que cubrían completamente las casas de siete pisos.
Aquella Gran Inundación ha pasado a la Historia no por las desgracias que provocase, sino por sus consecuencias socio-políticas. Fue uno de los primeros casos en que las autoridades actuaron eficazmente frente a la catástrofe, siendo evacuadas de forma ordenada y eficaz 637.000 personas. Solamente hubo 246 muertos, pese a que la inundación cubría una superficie de 70.000 kilómetros cuadrados, como Bélgica y Holanda juntas. El responsable de las operaciones de socorro fue el secretario de Comercio, Herbert Hoover, y su buen hacer le abrió las puertas de la Casa Blanca en las elecciones presidenciales del año siguiente. Lástima que en 1929 llegara la Gran Depresión económica, y Hoover pasara a la Historia como un fracasado por no haber reaccionado frente a la crisis económica.
Otro gran cambio fue que la población negra de las zonas inundadas, que alcanzaba el 75 por 100 de sus habitantes, no quiso volver. Emigraron hacia las poblaciones industriales del Norte, donde formaron los guetos negros que han sido centro de conmociones sociales, movimientos reivindicativos y problemas de orden público.
También provocó la inundación del Old Man River los mayores trabajos de obras públicas de los Estados Unidos, un sistema de diques a lo largo de miles de kilómetros, para prevenir futuras inundaciones. La faraónica intervención fue afrontada por el gobierno federal como una operación militar, pues se encargó de realizarla el Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Los norteamericanos estaban muy orgullosos de poseer el mayor sistema de diques fluviales del mundo hasta que 75 años más tarde, llegó el huracán Katrina.
En la última semana de agosto de 2005, la hermosa y alegre ciudad de Nueva Orleans, que se extiende entre el río Misisipi y el lago Pontchartrain, se enfrentó a un huracán de extraordinaria virulencia. Parte de la población fue evacuada, pero muchos se quedaron confiando en la protección de los diques. Sin embargo, los diques se rompieron, Nueva Orleans se convirtió en un lago y hubo unos 1.500 muertos, no solamente ahogados en el momento de la inundación, sino en los días posteriores, por la falta de ayuda eficaz y por la violencia desencadenada en una ciudad sin ley. Las críticas a las autoridades, tanto estatales como federales, darían lugar al término «Katrinagate», en referencia al escándalo Watergate, que provocó la dimisión del presidente Nixon. Un tribunal incluso condenó al Cuerpo de Ingenieros del Ejército por la mala calidad de los diques.
Las inundaciones del Katrina abrieron una época en la que cualquier catástrofe natural se convierte en crisis política para el gobierno de turno.