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El ‘Franco’ de Julián Casanova: retrato (oficial) de un viejo dictador

La biografía escrita por el historiador aragonés condensa el franquismo en un relato políticamente correcto

El ‘Franco’ de Julián Casanova: retrato (oficial) de un viejo dictador

Foto de Francisco Franco con capote de invierno. | Wikimedia Commons

La discordia entre los seres humanos es el motor secreto de la Historia. También suele ser el combustible, en muchos casos altamente inflamable, que alimenta su posterior interpretación. Sobre todo desde la entronización académica de las filosofías posmodernas, que sostienen que no existe una verdad objetiva y factual, sino una miríada de perspectivas que nos conducen sin remedio, aunque no por casualidad, al sinsentido permanente y a eso que algunos llaman las verdades alternativas, mediante las cuales es tarea sencilla hacer una deconstrucción del pretérito que resulte conveniente –aunque este término no equivalga ni a la exactitud ni a la bondad– a los intereses (políticos) del presente. Dentro de esta lógica, hechos idénticos pueden tener una jerarquía diferente con independencia de cuál sea su importancia, convirtiendo así en rasa una geografía humana que, por su propia naturaleza, es un paisaje con cordilleras, valles, interiores y espacios, en general irregulares, de costa. Todos ellos distintos.

Un mapa –en este caso del franquismo– debe ser una representación fiel y aproximada, más que un molde concebido para reproducir imágenes en cadena y de forma mecánica. De ahí que sea necesario adoptar una cierta prevención ante los relatos excesivamente simplistas que resumen la Historia en función de unas coordenadas de partida, que son también la forma más habitual de estrechar el espacio de llegada. Conviene vacunarse frente a las narraciones que retratan a sus personajes (seres concretos, de carne y hueso, contradictorios) como arquetipos.

Este es el problema de la biografía que el historiador Julián Casanova (1956), catedrático de la Universidad de Zaragoza, acaba de publicar sobre Francisco Franco en la editorial Crítica. Un libro que, a su manera, es un compendium del carácter de la dictadura franquista –porque una dictadura es, sobre todo, un dictador– y una narración sobre la trayectoria del general que encabezó la rebelión militar contra la República, haciéndose con el mando total frente a sus iguales, ganó una Guerra Civil y acabó fundando una dictadura gris y mesiánica, con el nihil obstat de la Santa Madre Iglesia, que se prolongaría durante cuarenta años.

Casanova, que ha estudiado el anarquismo en España y la violencia política en Europa, introduce en este retrato sobre el dictador una interesante perspectiva de orden continental –la retroalimentación entre la Europa de los totalitarismos y una España escindida en dos orillas– pero no alcanza la necesaria profundidad psicológica ni incluye todos los matices necesarios que harían al lector tener una idea más cabal de cómo un hombre mediocre, cuya única cultura era cuartelera, consiguió ganar la contienda que él mismo había provocado, reinar como un monarca del Antiguo Régimen y, al cabo, morir de viejo en la cama, hace ahora justo medio siglo, sin que su legitimidad (sangrienta) fuera puesta en crisis por sus opositores.

Casanova no ha escrito exactamente un ensayo de ideas sobre la figura política de Franco. Su libro es otra cosa: una introducción al franquismo para dummies (principiantes en la materia), puesta al día según la sensibilidad sociológica del presente, como demuestra, por poner sólo un caso, su insistencia en que la dictadura estuviera dirigida por hombres, católicos, blancos, o que Franco nunca mostrase la menor intención de nombrar ministra a una mujer, como si en el resto de ámbitos de la sociedad española que existía entre 1939 y 1975 todas estas cosas no fueran una conducta universal, con independencia del juicio moral que nos merezcan.

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Muchas reiteraciones y ninguna novedad

El historiador aragonés, en realidad, enhebra bajo la apariencia de la biografía del dictador una colección de estampas en blanco y negro sobre el franquismo. Su ánimo es claramente divulgativo. El libro está concebido tanto en su estructura como en su desarrollo como un trabajo de síntesis. Aspira a ser un manual. Pero peca de notables reiteraciones –cuenta los mismos hechos una y otra vez, igual que un profesor hace ante sus alumnos para que todos ellos retengan los elementos esenciales de su explicación– y, en realidad, no descubre nada trascendente que no se supiera ya gracias a la labor de todos los historiadores, españoles y extranjeros, que han ido enmendando tanto el relato de los partidarios de Franco como la imagen establecida por sus críticos. Tampoco contiene un enfoque novedoso sobre los hechos ya documentados por otros expertos, como Juan Pablo Fusi, autor de la mejor monografía sobre el dictador, publicada por Ediciones El País hace ahora cuatro décadas.

Todo lo que relata Casanova –los sucesos biográficos, el contexto político y social que determinó el devenir del personaje, las distintas adaptaciones del franquismo– está contado, con más detalles, riqueza de perspectivas y material documental en cualquier manual de Historia sobre la España del siglo XX. La justificación de este libro parece estar causada más por las circunstancias de la efeméride del deceso del dictador que por un descubrimiento académico de fondo o la voluntad de hacer un ejercicio (lícito) de naturaleza literaria, similar al que acometió Manuel Vázquez Montalbán en su Autobiografía del general Franco (1992).

Casanova opta por una narración lineal, cronológica, distribuida en capítulos breves, masticada, prescindiendo de cualquier clase de aparato crítico y sin entrar nunca en la posible disparidad que pudiera existir entre distintas fuentes al decidir el curso último de la narración. La nota bibliográfica final no soluciona esta carencia. Esta estrategia de composición, que es característica de la escuela histórica británica, que acostumbra a distinguir entre el relato desnudo de los hechos y las muestras en las que éste se apoya, hace más ágil la lectura, pero también simplifica sin remedio episodios cuya interpretación únicamente puede alcanzarse mediante la suma de diversas perspectivas, sobre todo cuando son contradictorias.

Todo lo que cuenta Casanova, salvo para las generaciones que no conocen su propio pasado, a quien parece estar destinado este libro, es cierto y está corroborado. Pero el historiador aragonés también transita por un sendero –la Historia Oficial del dictador– visitado antes y en abundancia por otros investigadores. En el libro no hay golpes de efecto ni rupturas del decoro. Todo es políticamente correcto. El Franco de Casanova es tan previsible como el que, durante décadas, amplificaron los propagandistas del régimen gracias a la retórica hinchada que cantaba una epopeya en la que probablemente nunca creyeron ni los poetas del régimen.

Asesinato de Calvo Sotelo

Al mismo tiempo, usa una fórmula inteligente para sus fines, puesto que, en lugar de rebatir nada, le permite administrar, igual que en una partitura, la intensidad de las notas, el timbre de los sonidos y la disposición de los silencios. Pondremos un ejemplo: al referirse a los dos asesinatos encadenados que aceleraron la asonada de 1936, y que son trascendentes porque convencieron a un Franco temeroso para sumarse al golpe, Casanova describe a los autores de la muerte de José del Castillo, teniente de la Guardia de Asalto, «de conocida afiliación socialista» como «pistoleros de extrema derecha, tradicionalistas». En cambio, al contar la inmediata operación de represalia posterior –el asesinato del político derechista José Calvo Sotelo– sus asesinos son presentados como «algunos de sus compañeros policías [de Castillo], dirigidos por un capitán de la Guardia Civil, Fernando Condés, quien como Del Castillo, había sido antes oficial del ejército en Marruecos».

Casanova no dedica ni una línea a explicar la trascendente filiación socialista de Fernando Condés. Tampoco hace ninguna reflexión –ni para desmentir ni para confirmar– acerca del papel que pudieron jugar en dicho asesinato el Gobierno republicano y los dirigentes del PSOE. Este hecho, sin embargo, está documentado en abundancia y es referido por otros historiadores, como Stanley G. Payne, que en su monografía ampliada sobre Franco y José Antonio Primo de Rivera –El extraño caso del fascismo español (Espasa, 2024)– afirma que fueron «activistas socialistas», liderados por Condés, «socialista y condenado por actividades subversivas durante la insurrección revolucionaria de 1934 en Asturias», quienes detuvieron a Calvo Sotelo en su domicilio y le hicieron subir a un camión, «donde uno de los milicianos socialistas acabó con su vida de un disparo en la nuca, al más puro estilo soviético».

Payne, al contrario que Casanova, sí incluye en las notas de su libro (situadas tras el relato de los hechos) sus fuentes. Son dos: la investigación de Ian Gibson sobre el asesinato del líder derechista y un estudio de Luis Romero. Casanova no cita esta versión. Rebatirla obligaría a mencionarla. Tampoco considera necesario incluir una nota al pie que, al menos, informe al lector de si sobre esta cuestión concreta existe consenso o hay disenso entre historiadores.

Sencillamente obvia la filiación socialista de Condés y de sus acompañantes, miembros de la milicia La Motorizada, encargada de velar por la seguridad de Indalecio Prieto. Presenta pues dos hechos similares –asesinatos políticos entre bandos– pero elige relatarlos de forma divergente. En el primer caso señala de forma explícita la filiación política de los asesinos anónimos: «Tradicionalistas y pistoleros de extrema derecha». En el otro se hurta al lector la información disponible y la identificación partidaria de los asesinos de Calvo Sotelo.

Silencios selectivos

¿Por qué esta doble baraja? Misterio. Casanova, evidentemente, no está obligado a hacer suya las versiones de Gibson, Romero y Payne. Pero llama la atención que obvie este dato en un caso y no en el otro, cuando los hechos que relata son equivalentes y entre ellos existe una relación de causalidad. El historiador aragonés, por supuesto, tiene como autor de libertad plena para establecer con total autonomía los términos de su relato, pero, de la misma manera, estos silencios selectivos delimitan un determinado marco de interpretación, al tiempo que escamotean información relevante a sus lectores.

Por lo demás, su imagen de Franco sigue, en líneas generales, la trazada por las excelentes narraciones de Paul Preston y Juan Pablo Fusi, cuya monografía sobre el Generalísimo tiene casi 200 páginas menos, una mayor carga de profundidad y evita todos los lugares comunes sobre la larguísima noche del franquismo, que acabó con el dictador agonizando en el hospital de la Paz.

Este final, más que motivo de conmemoración política –como ha decidido Pedro Sánchez–, evidencia que ni desde dentro (la oposición de izquierdas carecía de fuerza) ni desde fuera, tras el viraje de 1945 y la ampliación de la masa social afecta al dictador, a consecuencia de los beneficios económicos del desarrollismo, ignorada por muchos exiliados y activistas de izquierdas, como cuenta Juan Marsé en su Viaje al Sur (Lumen), se pudo acelerar la caída de un régimen que, incluso careciendo ya de su caudillo, pudo negociar –eso fue la Transición– su última mutación desde la orilla de la democracia orgánica, ese trampantojo inventado por el propio franquismo, hasta el puerto de la monarquía constitucional.

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