Onassis, el griego de oro
Hace medio siglo falleció Aristóteles Onassis, el multimillonario más rico y famoso del siglo XX

Onassis se casa con la viuda de Kennedy. El Griego de Oro ha llegado a la cumbre.
Murió en un hospital de París por una neumonía causada por su vicio de fumar, como cualquier burgués corriente, aunque su vida había sido lo más opuesto a eso, pues fue el multimillonario más rico y famoso del siglo XX. Sin embargo, el mito de Aristóteles Onassis podía no haber existido, en realidad estuvo destinado a morir en Esmirna en 1922.
Esmirna, donde había nacido en 1906, era una ciudad griega de Anatolia, en la Turquía asiática, y fue uno de los botines territoriales más disputados durante la Guerra Greco-turca de 1921-22. Aquel conflicto tuvo las características de guerra civil y de guerra de religión, o sea, crueldad sobre barbarie por ambas partes. Cuando los turcos entraron en Esmirna, donde vivían unos 300.000 griegos, le prendieron fuego: ardió durante 11 días, para que no quedase huella griega sobe el terreno.
Los griegos masacrados fueron entre 30.000 y 100.000, incluidos seis miembros de la familia Onassis. El joven Ari, como le llamaban los íntimos, no estaba entre ellos. Es más, le salvó la vida a su padre, prisioneros de los turcos, cuya libertad compró con lo que quedaba de la fortuna familiar. Aunque sólo tenía 16 años, ya era un genio de los negocios.
Esa capacidad de sobrevivir a tiempos de holocausto fue la primera de las cuatro hazañas que dieron lugar al mito del Griego de Oro, digno de figurar entre los antiguos mitos heroicos helénicos, el viaje de los Argonautas o los trabajos de Hércules.
El segundo paso de esta odisea sería mucho más fácil: hacerse rico. Aristóteles Onassis ha llegado a Argentina como uno más, perdido entre los millones de desheredados del Viejo Mundo que buscaban rehacer sus vidas en el Nuevo. En los años 20 del siglo XX Buenos Aires rivalizaba con Nueva York como «tierra prometida», país de Jauja donde los mejores podían llegar a lo más alto.
Ari se pone a trabajar de conserje de noche en un hotelucho, pero tiene una gran nariz, por tamaño y por calidad, así que olfatea y su sensibilidad para el dinero le indica el olor que echa de menos: el del tabaco oriental, dulzón y perfumado. En las películas, que se han convertido en el espectáculo de las masas, las mujeres fatales fuman, pero cuando las espectadoras intentan imitarlas, los cigarros de los hombres resultan ásperos, desagradables.
A Ari se le ocurre introducir en Sudamérica el suave tabaco oriental, al fin y al cabo ése había sido el negocio de la familia Onassis en Esmirna, la base de su prosperidad. La idea de Ari funciona, las mujeres de Buenos Aires empiezan a fumar el tabaco que su empresa importa de Egipto. Los woke pueden añadir este pecado a la lista de maldades capitalistas de Aristóteles Onassis, pero gracias a eso, a los 25 años amasa su primer millón de dólares. Los demás vendrán mucho más deprisa.
Onassis obtiene la nacionalidad argentina, pero como buen griego considera el mar su segunda patria, y comienza a comprar barcos. Ya tiene una pequeña flota cuando llega la gran oportunidad, la Segunda Guerra Mundial. Para la buena gente la guerra es una catástrofe, pero para los tiburones es un regalo de la fortuna. Onassis matricula sus buques en Panamá, que es un país neutral, y bajo esa bandera de conveniencia, como se dice en lenguaje naval, vende petróleo a uno u otro bando.
Al final de la contienda es ya un multimillonario con proyección mundial, la Argentina se le queda chica y se instala en Nueva York. No solamente amasa millones y millones de dólares, también satisface su ego acostándose con las mujeres más deseadas. Su nómina de amantes famosas tiene perlas como Evita Perón, el ídolo de las masas argentinas, un mito político para toda Latinoamérica. También incluye a las más deseadas estrellas de Hollywood, como Greta Garbo, Gloria Swanson o Veronica Lake.
A veces une el placer con el negocio y en 1946, cuando Ari tiene 40 años, se casa con una chica de 17, Thina Livanos, hija de Stavros Livanos, un magnate naviero griego. Con esa alianza Onasis se consolida en el sector naval. Compra baratos buenos barcos excedentes de la Guerra Mundial, los reconvierte en balleneros gigantes y se lanza a la caza de ballenas. Anoten ese otro pecado
capitalista, Onassis mata cientos de miles de cetáceos, es el culpable de que la ballena sea una especie en peligro de extinción.
Cuando los gobiernos de las naciones marítimas quieren reaccionar ante la aniquilación es demasiado tarde, aunque Onassis, como ya ha esquilmado los mares, cambia de negocio. Su olfato le dice que hay un mercado emergente, el turismo de masas. Con la venta de los balleneros compra aviones y funda su propia compañía aérea, Olimpic Airways, cuyos vuelos enseguida cubren todo el mundo. Cuando llega la década prodigiosa de los años 60, Ari ha completado la tercera fase de su ascenso al Olimpo, es ya el Griego de Oro, una de las primeras fortunas del mundo.
A por el gran mundo
Sólo le falta algo para llegar a la cima, ser admitido en el círculo de la más alta sociedad, esa que desprecia a los nuevos ricos. Lo conseguirá usando todas sus armas: su inmensa fortuna, su poder de seducción sobre las mujeres, su inteligencia y don de gentes.
En primer lugar, busca los medios adecuados. Mediante operaciones financieras que maneja como nadie, se convierte en primer accionista de la Societé des Bains de Mer, lo que quiere decir el Casino de Montecarlo. Si eres el dueño del Casino, eres el dueño de Mónaco, incluido su príncipe, un soberano europeo de mucha prosapia y poco dinero, que Ari sabrá manejar hábilmente.
La vieja alta sociedad frecuenta Mónaco, le gustan las grandes villas, los hoteles de solera, los casinos y los yates. Ari necesita poseer el mejor yate del mundo, y no duda en conseguirlo. Se compra a precio de ganga, 34.000 dólares, un barco de guerra canadiense de la Segunda Guerra Mundial. Es una corbeta muy marinera, amplia y potente, ningún yate de placer puede ganarle sobre las aguas, y se gasta 4 millones para transformarla en la quintaesencia del lujo flotante.
Le encarga la transformación al arquitecto Cäsar Pinnau, sin importarle que fuera el decorador favorito de Hitler, el que hizo el diseño interior de la Cancillería del Führer, o precisamente por eso. El Christina, como lo bautiza Ari en honor a su hija, tiene once suites con
grifería de oro, y la de Onassis, de 220 metros cuadrados, ostenta detalles como un Renoir en la pared. En el comedor, en cambio, pone dos Grecos, una rúbrica narcisista que avisa a cualquier invitado de que se siente a la mesa del Griego de Oro. En el «salón lapislázuli» instala una chimenea construida con esa piedra semipreciosa, y en el bar los taburetes están forrados de piel de testículo de cetáceo, en recuerdo sin complejos a la forma en que se convirtió en multimillonario, la matanza de ballenas.
Para inaugurar este palacio del mar necesita una gran ocasión, y se la brinda el que a la vez es su soberano y su protegido, el príncipe de Mónaco. Rainiero III protagoniza la boda del siglo, pues ha conquistado a Grace Kelly, la inalcanzable estrella de Hollywood. Todo el mundo tiene puestos sus ojos en tan deslumbrante pareja, que parte de luna de miel en el yate de su «padrino», el Christina de Onassis.
Después de eso, disfrutarán del yate las personalidades más destacadas del mundo en distintos estilos. Para empezar, el presidente Kennedy, y su encantadora esposa Jackie, la primera dama más influyente de la Historia de Estados Unidos… que naturalmente se convertirá en objeto de conquista para Onasis, pero no adelantemos acontecimientos.
Un huésped habitual del Christina es el estadista más importante del siglo XX, Winston Churchill, el hombre que derrotó a Hitler, pero también se admiten artistas, siempre que sean los mejores en sus campos. De Hollywood vienen Greta Garbo -antigua amante de Ari-, Frank Sinatra o Marilyn Monroe, del mundo de la danza Margot Fonteyn, la indiscutible mejor bailarina de su tiempo, y del bel canto María Callas, por supuesto.
Surgen chispas cuando se cruzan las miradas de los dos griegos de oro, el marido de la Callas abandona el crucero a medio viaje y ellos se entregan a una pasión desigual, porque Ari es depredador y María su presa. El amor por Onassis destruirá a María Callas.
¿Qué le falta a esas alturas a Aristóteles Onassis? Únicamente emparentar con una familia real. En Europa hay muchas princesas dispuestas a casarse con el hombre más rico del mundo, pero Ari apunta aún más alto, a la «familia real» de los Estados Unidos. Jackie es una viuda desconsolada tras el asesinato de Kennedy, y Onasis acude a aliviar su dolor. En 1968 abandona a la Callas para casarse con la Kennedy.
Ya ha alcanzado la cima, ahora solamente puede caer, y un destino trágico se va a cebar en él. El 23 de enero de 1973 su mimado heredero, su hijo Alexander, de 23 años, se mata pilotando un avión, y Onassis cae en una profunda depresión de la que ya no saldrá. Enferma de miastenia, un desorden nervioso en el que no se controlan los músculos de la cara y se hacen muecas grotescas. Como si buscara el amparo de su único gran amor, se instala en su mansión de la Avenida Foch de París, muy cerca de la casa de María Callas, que vive su propia depresión entre tentativas de suicidio, pero ella no quiere verlo.
Dos años después de la muerte de su hijo, el 15 de marzo de 1975, fallece Aristóteles Onassis, el Griego de Oro.