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Catalina de Médici, la reina serpiente: la mente de una mujer contra la fuerza de un imperio

Movistar+ estrenó hace poco la segunda temporada de esta trepidante serie

Catalina de Médici, la reina serpiente: la mente de una mujer contra la fuerza de un imperio

Imagen promocional de 'La reina serpiente'.

Si uno se sienta en una tarde lluviosa, y de estas hemos tenido unas cuantas últimamente, a bichear en una plataforma de streaming y se encuentra con una serie ambientada en la Francia del siglo XVI, aderezada con música de la súper Patti Smith, PJ Harvey, Charlotte Gainsborouhg, Marianne Faithfull, Peaches, The Slits o Doro, por ejemplo, está claro que está en su día de suerte. 

La serie, que se estrenó el pasado año, inexplicablemente no ha tenido la misma acogida que otras, digamos, menos interesantes como Valeria, una suerte de chorrada inverosímil que entretiene y poco más. La reina serpiente cumple no solo con esa premisa, entretener, además enseña porque es bastante rigurosa para lo que suelen ser las series con los hechos históricos y, además, está bien hecha. ¿Qué más se puede pedir? Sí, ya sabemos que hay una disquisición entre los más exquisitos con el rigor histórico y la ficción. Pero hablamos de series.

Si bien poner a una actriz negra como Ana Bolena es pasarse un pelín, no creo que sea para tanto hacer hablar a los protagonistas del XVI como lo harían en el siglo XXI. Tiene su punto y, además, puestos a ponernos puristas, si un autor decidiera plasmar exactamente la forma de hablar de dicha época, créanme, nos enteraríamos entre poco y nada. La serie, además, está llena de diálogos plagados de humor negro… Poner a la pobre María Estuardo como una fanática religiosa que solo piensa en la Virgen María y por eso a todas sus damas les pone de nombre el de la la Madre de Dios, es un puntazo que, quién sabe, lo mismo sí fue real. Hace gracia en el XXI, pero tampoco sabemos si quizás les hubiera hecho reír en el XVI. ¿Dónde está documentado que no existiera dicho humor hace 400 años?

¿Quién fue Catalina de Médici?

Maquiavélica, envenenadora, perversa, astuta, inteligente, mala… la pobre Catalina, de todo lo que se ha dicho de ella (salvo su impresionante cerebro), es todo malo. La Historia no deja en buen lugar casi nunca a las mujeres que destacaron en un mundo lleno de hombres. Entender el siglo XVI (o cualquier época pasada) con nuestra mentalidad es la mejor manera para no comprender nada y, por consiguiente, llegar a aborrecer la historia. Quizás por eso hay tanta gente que la detesta, porque se la explicaron así de mal, cuando es algo apasionante, es la conjugación de la prensa rosa y la política del pasado, todo en uno.

Catalina tuvo una vida muy difícil, llena de fuertes enemigos y, aun así, salió victoriosa. Tampoco podemos decir que fuera una feminista, puesto que ese concepto es actual. Pero sí que fue una mujer aguerrida que enseguida se dio cuenta, por las circunstancias personales que desde pequeña le tocó vivir, que solo ella podría salvarse a sí misma. Y vaya si lo hizo.

¿Cómo fue la infancia de Catalina de Médici?

Catalina se quedó huérfana de madre y padre antes de cumplir un mes. Su madre murió a los pocos días del parto por una sepsis derivada del mismo, algo muy común en aquella época donde no se había descubierto todavía la penicilina. En la serie se sugiere que se suicidó, pero es una licencia de muchas más que tiene la producción. En cuanto a su padre, falleció días más tarde a causa de una sífilis según la mayoría de los historiadores, aunque tampoco sabemos si es una verdad al 100%. 

Lo que sí sabemos es que Catalina, con un mes de vida, no tenía padres y fue acogida por su abuela. De sus padres sí sabemos que él era un riquísimo heredero, Lorenzo II, de la archiconocida familia Médici de Florencia, dueños de una inmensa fortuna y famosos por ser los banqueros que solían prestar a los reyes, especialmente para las guerras que en aquella época eran el pan nuestro de cada día.

Y, eso sí, carecía apenas de sangre azul. Esto en el XVI no es una cuestión baladí. Era, por decirlo de alguna manera, una Marie Chantal Miller de ahora: mucho dinero, pero poco pedigrí. Sin embargo, su madre, Magdalena de la Tour Auvernia, sí poseía sangre noble, ya que descendía de una rama menor de los Borbones cuando estos todavía no eran apenas nada en Europa. Este hecho le facilitó a Catalina mejores vías para hacer un buen matrimonio. Casarse en el XVI sin ser princesa no era algo contemplable. 

¿Con quién se casó Catalina de Médici?

La abuela paterna, Alfonsina Orsini, que la había acogido cuando se quedó huérfana, falleció al año, por lo que la pobre Catalina se quedaba sin parientes cercanos. Con una enorme fortuna, eso sí, pero sin ningún familiar cercano que se hiciera cargo de su infancia. Andaba por entonces rigiendo los destinos del papado su tío, Clemente VII, que, además de querer sinceramente a su sobrina, enseguida vio que casarla bien era una cuestión de negocios. Y así fue. 

El rey francés de la época, el gran Francisco I, siempre había puesto el ojo en nuestra protagonista para casarla con alguno de sus hijos. No con el heredero porque la muchacha no tenía la suficiente sangre azul, pero sí, por ejemplo, con el segundo, Enrique. Y así fue como Catalina fue desposada con el hijo del monarca galo con tan solo 14 años. Él tenía la misma edad, por cierto.

Era una boda que beneficiaba mucho a ambas partes. A ella porque la emparentaba con la dinastía Valois y a él porque se casaba con una riquísima heredera… La muerte prematura de su tío el Papa, encargado de disponer el dinero de su herencia, dio al traste con buena parte de los planes iniciales; aun así, el matrimonio no se vio perjudicado. 

¿Cómo fueron los primeros años de casada de Catalina de Médici?

Salvo la fortuna de la que era única propietaria, a Catalina todo se le puso en contra. En primer lugar, no fue en absoluto bien recibida por un pueblo francés que no tenía en gran estima a los florentinos (no podemos hablar de italianos ya que Italia como tal no empieza a existir hasta el siglo XX).

El hecho de que no fuera noble trajo suspicacias en la corte y, para más inri, la pobre tuvo que soportar la gran humillación de las humillaciones: que su marido estuviera profundamente enamorado de Diana de Poitiers, una mujer veinte años mayor que él, que lo tenía absolutamente embelesado por la belleza que esta poseía, además de ser una gran amante, amiga y fiel consejera, y que fuera de dominio público.

Diez años sin hijos, pero en el medio, Catalina

Enrique se pasaba las noches en la alcoba de Diana de Poitiers y no cumplía con su deber conyugal, por lo que difícilmente se podía quedar encinta. Pero los vientos se tornaron favorables para Catalina y, de manera totalmente repentina e inesperada, falleció su cuñado Francisco, el heredero al trono, el que era el delfín. Lo hizo después de haberse bebido agua muy fría. ¿Les suena? Como cuenta la leyenda, murió Felipe el Hermoso. Y, sobre ambos, la sombra del envenenamiento. Pronto los ojos se pusieron en Catalina.

¿A quién beneficiaba más la muerte del heredero? Sin duda, a ella, ya que, con su muerte, su marido se convertía en delfín y ella en delfina, esto es, en la princesa heredera a la corona francesa. No estaba nada mal para una plebeya sin pedigrí. El copero que le había dado el agua al pobre finado era del séquito de Catalina, por lo que la italiana tenía poca escapatoria. Finalmente, no le pasó nada a ella, pero sí al pobre sirviente: su ejecución. En la serie es por descuartizamiento con cuatro caballos que tiran cada uno de cada extremidad. Si es usted sensible, sáltesela porque la escena es bastante descriptiva. 

El caso es que Catalina cambió de manera radical su estatus, ya que se convertía en la futura reina consorte, un hecho que hacía que apremiara todavía más, si cabe, la imperiosa necesidad de tener hijos. Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de la Historia sabrá que para una reina solo hay una obligación: dar hijos. En el caso de Francia, donde en esa época estaba vigente la ley sálica (su origen, de hecho, es de los reyes francos), era de obligado cumplimiento que diera un varón.

Diana de Poitiers, bastante más maquiavélica que Catalina, viendo que si esta no concebía podría ser repudiada, hizo todo lo posible para que su querido Enrique, su amante, fuera cada noche a la alcoba marital a cumplir con su deber. Esto es muy interesante porque Diana, astuta y vivaz, sabía aquello de que «más vale enemigo conocido que amigo por conocer». Si Catalina era repudiada y la nueva esposa que tomara el heredero no resultaba ser tan comprensiva con ella (Catalina aguantó estoicamente que su marido tuviera una amante oficial), sus privilegios se podrían ver cercenados. Así que puso todo su empeño para que los esposos copularan y llegara, por fin, el ansiado heredero. 

Una prole de lo más generosa

Pero ni con esas había embarazo. Que Enrique y Catalina no vieran colmados sus deseos de descendencia empezó a preocupar de forma tan severa que, finalmente, se llamó a un experto doctor que analizó las partes íntimas de los esposos, concluyendo que, cambiando de postura sexual, se haría más viable el embarazo. Et voilà! Catalina empezó a tener hijos. Uno detrás de otro, hasta diez. Y todo esto, siendo ya la poderosa reina consorte de Francia y, en ocasiones, la reina regente, cada vez que su marido salía a guerrear. Ha de saber el lector que el XVI está plagado en Europa de guerras de religión: protestantes, hugonotes, calvinistas, luteranos, católicos… un conglomerado difícil de comprender y gestionar.

Pero la historia de Catalina regente, extensa, se la contaremos en una segunda parte el miércoles que viene. En ella veremos cómo, cuando muere su marido y ella se convierte en regente hasta en tres ocasiones, es cuando realmente alcanza el poder que le dio, verdaderamente, el sitio que hoy ocupa en la historia de Europa, el de una de las mujeres más listas, poderosas e influyentes en siglos.

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