El importante papel de Catalina de Médici en la Europa del XVI cuando se quedó viuda
Catalina de Médici tuvo diez hijos con Enrique II, de los cuales tres llegaron a ser reyes de Francia

Samantha Morton y Minnie Driver en 'The Serpent Queen'.
La semana pasada contamos en este artículo el nacimiento, infancia y llegada a la corte francesa de Catalina de Médici. Su vida fue tan prolífica, intensa, importante y llena de tantos matices, que se hacía complejo contarlo solo en un artículo. Su historia puede dividirse perfectamente en varios bloques. La Catalina esposa del segundogénito, la que lo es del heredero (porque muere el anterior) y se convierte en delfina, la que ya es, por fin, madre de varones que garanticen la sucesión y, quizás la más importante, la etapa en la que es viuda y ejerce de verdad el poder como reina regente. Es ahí cuando se muestra verdaderamente como una grandísima estratega política. Y también, por qué no decirlo, cuando ejerce como reina madre, ya que siempre tuvo una enorme influencia sobre sus hijos y fueron tres los que llegaron a ser reyes de Francia. Ahí es nada.
La ingeniosa manera de casar bien a sus hijos
Catalina tuvo diez hijos con su esposo, el rey Enrique II de Francia. De esos diez, tan solo las dos últimas, que eran gemelas, no llegaron a la edad adulta. Todo un récord en una época en la que las mujeres morían de forma más que habitual en los partos o en los días posteriores. De esa prolífica descendencia hizo Catalina todo un arte de casar bien, como tenía que ser.
Su segunda hija era Isabel y la casaron con, nada más y nada menos, que Felipe II, el monarca más poderoso de la cristiandad en aquel momento. Sobra decir que no se le preguntó a la pobre Isabel de Valois que fue casada a la edad de 13 años, por poderes y sin haber menstruado por primera vez, hecho que retrasó la consumación del matrimonio un año. En aquella época era tan importante la fecha en la que una reina o futura reina «sangraba» por primera vez, que tenemos sobrados documentos que lo atestiguan.
El caso es que el matrimonio se hacía por una clara motivación política entre las políticas de estado entre Francia y España, que habían firmado previamente la paz de Cateau-Cambrésis un 2 de abril, como hoy, en 1559. Este tratado no era ninguna tontería. Está considerado el de mayor importancia del siglo XVI europeo por cuanto duraron los acuerdos de paz que en él se trataron (un siglo).
Pero, sobre todo, porque dieron lugar a una nueva situación de España en el marco europeo, iniciándose su verdadera preponderancia como imperio que, además, por esa época, en 1580, anexionaría a su vasto territorio (aunque de manera temporal) a Portugal. Una de las cláusulas era, como hemos dicho, el matrimonio de Felipe II con Isabel de Valois. Sería la segunda de las cuatro esposas que tuvo y de la única, por cierto, de la que estuvo enamorado. Le dio cinco hijas, de las cuales solo sobrevivieron dos, pero una de ellas, Isabel Clara Eugenia, además de ser la clara favorita de su padre, tendría un papel importantísimo como gobernadora y soberana de los Países Bajos en un futuro.
¿Cómo se quedó viuda Catalina de Médici?
Tan contentos estaban con ese enlace que los reyes de Francia tiraron la casa por la ventana y a los fastos de la real boda se sumó una justa en la que el rey Enrique II se empeñó en participar. Si es usted lector ávido de historia o un gran consumidor de películas y series ambientadas en épocas medievales o del Renacimiento, enseguida tendrá una imagen en su cabeza de cómo es una justa: dos caballeros con una lanza se enfrentan a gran velocidad, intentando uno derribar al otro. Así sucedió.
El rey Enrique II fue abatido por Gabriel, conde de Montgomery, quien le clavó la lanza en el ojo traspasando el cerebro. No fue una muerte inmediata, sino que tuvo el pobre hombre que soportar una durísima agonía de 11 días. Lógicamente, la medicina de la época no daba para más. El rey de Francia fallecía y comenzaba el gran «reinado» de Catalina de Médici.

El gran despegue de Catalina
No es ninguna noticia afirmar que una mujer viuda en el siglo XVI, con posibles económicos, claro está, y sin posibilidad de tener más hijos por edad, tenía un buen estatus por cuanto no debía obediencia a esposo alguno. En esas estaba nuestra protagonista cuando se quedó viuda y comenzó a ser la gran «reina» de la corte gala. No ostentaba el poder, pero lo ejecutaba de facto.
Su hijo Francisco subió al trono a la muerte de su padre con tan solo 15 años. Este hecho regalaba a Catalina un poder indiscutible, redefiniendo su figura como la de una mujer con una extraordinaria capacidad para enfrentarse a cualquier adversidad. La primera de ellas fue mantener un difícil equilibrio entre hugonotes (protestantes) y católicos. En la corte había presencia de ambos bandos. De un lado estaba la poderosa familia de los Guisa, católicos, y los Borbón, protestantes. Nada más ser coronado Francisco, tuvo que lidiar con la sombra de un golpe de Estado liderado por el cardenal de Lorena y el duque de Guisa que, aprovechando el matrimonio del nuevo rey con María Estuardo (reina de Escocia pero viviendo en Francia), tomaron el poder en la corte.
Catalina no ha pasado a la historia por ser una gran católica, aunque esa era su fe, ni por ser especialmente amigable con los protestantes. Para ella, su prioridad era Francia y el concepto de nación de su país de acogida, por lo que no es de extrañar que toda su vida fuese una constante en la búsqueda de un buen equilibrio entre ambas religiones. El XVI es el siglo por antonomasia de las grandes disputas por la antigua y la nueva religión y prácticamente toda la política nacional e internacional está basada en ello.
Una de las primeras acciones que tomó la Catalina más fuerte fue la de obligar a la que había sido siempre amante de su marido, Diana de Poitiers, a devolver las joyas recibidas, así como a abandonar y devolver el castillo de Chenonceau. Era una justa venganza que no dudó en ejecutar.
Muerte de Francisco II, subida al trono de Carlos IX
Sabe más el diablo por viejo que por diablo, dice el refrán. Y así sucedió con la vida de Catalina, que cada vez era más sabia y más ducha en intrigas palaciegas. En un principio se mantuvo más cercana a la casa de Guisa (Borbones), por pura estrategia política, ya que su hijo tenía 15 años y ella no podía, de ninguna manera, ejercer la regencia, pero sí un fortísimo poder e influencia en su hijo. Las fuentes recogen que el monarca comenzaba todos los actos oficiales diciendo: «Siendo el buen placer de la Reina, mi señora madre y yo, aprobando también toda opinión que ella manifiesta, estoy conforme y ordeno que…».
Pero Francisco no poseía una gran salud y, al año de haber sido nombrado rey, murió de una infección en el oído a los 16 años, dejando viuda a María Estuardo, reina de Escocia, quien partió para su país para ejercer su papel como soberana.
El siguiente en la línea de sucesión al trono era Carlos IX, pero contaba con nueve años, por lo que Catalina asumió la regencia y con ella grandes poderes. Más si cabe que hasta la fecha.

Carlos IX y las estratagemas matrimoniales de Catalina de Médici
Cuando Carlos IX fue lo suficientemente adulto para reinar, también lo fue para contraer matrimonio, así que su madre rápidamente le buscó una alianza marital que beneficiase los intereses de Francia. La elegida fue Isabel II de Austria, hija de Maximiliano II, emperador del Sacro Imperio, nieto de Felipe el Hermoso y Juana I de Castilla y, por lo tanto, bisnieto de los Reyes Católicos. Aquí, como puede observar el lector, estaban todos emparentados unos con otros. Las fronteras distaban muchos kilómetros entre sí, los medios de transporte eran lentos y pésimos, pero ellos se las ingeniaban para casarse unos con otros como si viviesen en la misma ciudad. Era lo normal… y lo esperable.
También intentó casar a uno de sus hijos con otra de las grandes, la reina Isabel I de Inglaterra, pero la respuesta fue negativa. Isabel siempre se negó a contraer matrimonio y así murió, sin desposarse y ganándose el título de la Reina Virgen. Este pequeño detalle los historiadores no han podido nunca averiguar si fue o no veraz y tampoco importa mucho.
Catalina tenía que casar todavía a su otra hija, Margarita. Y después de intrigar con la que sería su consuegra, la reina de Navarra, Juana de Albret, ambas acordaron casar a sus respectivos hijos; Margarita con el futuro Enrique III de Navarra. Un pequeño pero importante inciso al lector. Esta Navarra de la que hablamos es la llamada Baja Navarra y está en zona francesa, al otro lado de los Pirineos. Dejó de ser una cuando las tropas de Fernando el Católico anexionaron Navarra en 1512. Esta Baja Navarra, a diferencia de la otra que era ya Monarquía Hispánica y bajo el reinado de Felipe II, era hugonote. Esto resultaba muy interesante y de gran utilidad para Catalina, quien, por medio de los matrimonios de sus hijos, se aseguraba la paz con católicos y con protestantes.
¿Envenenó Catalina a Juana de Albret, reina de Navarra?
Las dotes persuasivas de Catalina dieron su fruto y comenzaron los preparativos de la boda entre Margarita de Valois y Enrique III de Navarra. Había una pequeña pega, que Enrique era protestante y Margarita, católica, pero, «pelillos a la mar», se dispuso que no había problema y que el hombre no tenía que convertirse. Primaba la política ante la idea de Dios, por descontado.
Como madre del novio que era, Juana se afanó en los preparativos del enlace y, estando comprando ropa ya en París para la boda, se enfermó y murió a los pocos días sin poder asistir, claro, a la boda de su hijo que se celebró el 18 de agosto de 1572 en la catedral de Notre-Dame de París. Los hugonotes, lógicamente, la culparon a ella.
¿Qué pasó en la matanza de San Bartolomé?
Días después de la boda, el 22 de agosto, el almirante Coligny, hugonote, fue asesinado. A su muerte le siguió, del 23 al 24 de ese mismo mes, la célebre Noche de San Bartolomé, una matanza de hugonotes a manos de las turbas enloquecidas. No se sabe con exactitud si Catalina fue la responsable o no, pero lo más probable es que no solo no fuese la autora de ordenar el asesinato, sino que ni siquiera lo pudo prever. Su política se caracterizó siempre por un gran sentido de Estado y de perseguir y preservar la paz.
El tercer hijo que Catalina vio ascender al trono fue Enrique III, que, a pesar de querer gobernar con autoridad, tuvo que lidiar constantemente contra la Liga Católica y los hugonotes a partes iguales. Para esa época Catalina era ya mayor y no poseía la fuerza que siempre había sido su santo y seña.
¿Quién dijo la famosa frase «París bien vale una misa»?
Durante los últimos años de su vida, Catalina vivió la guerra que enfrentó al duque Enrique de Guisa, católico, y a Enrique de Navarra y de Borbón, protestante, por el trono de Francia. Enrique III ordenó el asesinato de su contrincante el 1 de agosto de 1589, aupando al trono a Enrique IV de Borbón, quien se convertiría en el primer monarca de dicha dinastía en el país galo, extinguiéndose así la dinastía Valois.
Ante las presiones políticas, Enrique, que era protestante, se convirtió al catolicismo pronunciando la famosa frase «París bien vale una misa». Desde entonces, Francia, aunque es un país laico, es de tradición católica. Catalina murió en enero de 1589 sin haber visto tal cambio en los destinos de la nación a la que había llegado siendo prácticamente una niña.