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Historias de la historia

Vargas Llosa y los militares

«Tanto en su vocación literaria como política, la tormentosa relación de Vargas Llosa con los militares fue determinante»

Vargas Llosa y los militares

Vargas Llosa durante la campaña electoral por la presidencia de Perú en 1990.

Winston Churchill demostró que la alta política era compatible con ganar el Premio Nobel de Literatura. Mario Vargas Llosa aspiró a emular a Churchill, aunque solamente lo consiguió en lo del Nobel.

Churchill era un político por genética, hijo de un notable parlamentario. Con 25 años se presentó a sus primeras elecciones, y fue miembro de la Cámara de los Comunes durante 62 años. Para nuestra fortuna tenía mala memoria y necesitaba escribir sus intervenciones, si no se habría llevado el viento su formidable prosa parlamentaria, que le valió el máximo premio literario.

El caso de Vargas Llosa era el inverso, lo que tenía como capacidad innata era la escritura y su paso por la política fue circunstancial. Pero hay algo curioso en sus dos carreras, la lograda y la frustrada, y es la influencia que en ambas tuvieron los militares.

El recién fallecido escritor tenía una mala relación con su padre que, cuando el chico tenía 14 años, lo envió al Colegio Militar Leoncio Prado, en Callao. Aquello era una preparatoria para los que quisieran seguir la carrera castrense, y un batallón de castigo para quien no tuviese esa vocación, como era el caso de Mario. Para huir de la realidad cotidiana del Leoncio Prado, Vargas Llosa se refugió en la literatura, en sus dos facetas de lectura y escritura, «como no lo había hecho nunca antes», según confesión propia.

Del Colegio Militar salió Mario Vargas Llosa con una determinación, ser escritor, y con el tema de su primera novela, La ciudad y los Perros, en la que reflejaría el ambiente opresivo y degradante que vivían los alumnos del centro castrense. El clímax de la historia es la muerte de un cadete que participa en un ejercicio con fuego simulado, a causa de una bala de verdad que alguien ha introducido entre las balas fogueo. Aunque se trata de un asesinato, las autoridades militares deciden considerarlo un accidente del que es culpable la propia víctima, para evitar el escándalo.

En fin, todo un ajuste de cuentas de Vargas Llosa con la institución castrense que le hizo vivir una etapa tan dura en la adolescencia. Pese a que tuvo clara su ópera prima desde que decidió ser escritor, a Vargas Llosa le costaría, sin embargo, mucho tiempo y esfuerzo escribirla. La comenzó en Madrid en 1958 y la terminó en 1961, enviándosela al editor Carlos Barral, porque le consideraba el único capaz de burlar la censura franquista.

En efecto, en el régimen de Franco todo lo que resultase crítico hacia el Ejército era tabú, aunque en la época del franquismo tardío había resquicios por donde colarse. Barral encontró uno y La ciudad y los perros fue publicada en 1963, con el marchamo de ser una «novela antimilitarista». En esos años, quien escribe esta historia de la Historia se encontraba en una situación parecida a la de Vargas Llosa en el Colegio Militar Leoncio Prado, quiero decir que yo estaba cumpliendo el servicio militar obligatorio de 15 meses, que comenzaba por tres meses prácticamente de encierro en un Campamento de Instrucción de Reclutas, totalmente aislado del mundo en la Sierra Calderona.

Una tarde, a la hora de visitas, llegó un amigo de Valencia que, con muchas precauciones, me pasó un material absolutamente subversivo: un libro de un escritor desconocido para mí, titulado La ciudad y los perros. Durante los días que me llevó leerlo en los momentos en que estaba solo, tuve al libro escondido debajo de la guerrera, sujeto por el grueso cinto militar, lo que indudablemente tenía un valor simbólico.

Pero la situación entró en una etapa de realismo mágico cuando un día, durante un ejercicio táctico con fuego simulado, un muchacho de mi compañía se derrumbó. Al acercarnos a ver qué le pasaba vimos que tenía el pantalón empapado de sangre. Le hicimos un torniquete con los cinturones, y eso le salvó la vida, pues fue evacuado a un hospital.

La explicación que nos dieron es que al hacer cuerpo a tierra se le había salido la bayoneta de la vaina, que cayó al suelo punta arriba y se la clavó en el muslo. Pero yo susurraba a mis más íntimos: «¡Es mentira, es que había una bala de verdad entre las de fogueo! Está escrito aquí», decía señalando mi barriga, donde llevaba oculto el libro.

Ese fue mi primer contacto con Vargas Llosa, bajo el influjo de militar.

Masacre

También estuvieron presentes los militares en la otra vocación de Vargas Llosa, en la política. En 1980 una organización maoísta llamada Sendero Luminoso inició la lucha armada en Perú para implantar la revolución marxista-leninista. Durante 13 años los senderistas someterían al país a un martirio con sus acciones terroristas y con una guerra de guerrillas de extraordinaria crueldad, teniendo como inspiración a los Khemeres Rojos que habían provocado un auténtico genocidio en Camboya. Las fueras armadas y policiales del Perú entraron en la espiral de la violencia, realizando una guerra sucia antisubversiva que también provocó mucho dolor. En total hubo más de 70. 000 muertos y 15.000 desaparecidos.

Entre los primeros episodios de violencia que estremecieron a los peruanos estuvo la matanza de Uchuraccay. Uchuraccay era una comunidad indígena situada en la Puna, la altiplanicie situada a 4.000 metros de altitud. El pueblo estaba enfrentado con Sendero Luminoso, y las fuerzas especiales antiguerrilla que operaban en la zona les habían instruido: «maten a todo el que llegue andando, será un terrorista porque nosotros venimos siempre en helicóptero». El 26 de enero de 1983 llegaron andando 8 periodistas y un guía, y los lugareños, siguiendo las instrucciones del ejército, los mataron a machetazos.

La condición de las víctimas le dio gran relevancia al caso, y el presidente del Perú, Fernando Belaunde Terry, del partido APRA (centro derecha), encargó a Mario Vargas Llosa, ya por aquel entonces un escritor de fama internacional, que presidiera una comisión de investigación. En aquella época se consideraba que todos los intelectuales latinoamericanos debían ser de izquierdas, se veía al derechista Borges como un fósil del pasado, mientras que el modelo lo marcaba García Márquez y su estrecha amistad con Fidel Castro.

Aunque Vargas Llosa tuviera fama de antimilitarista por La ciudad y los perros, el informe que dirigió fue mesurado, no acusó al ejército de la masacre de Uchuraccay. Esto decepcionó profundamente a la izquierda, cuyas críticas contra el escritor «traidor» fueron malévolas. Seguramente esa agresividad izquierdista termino de empujar a Vargas Llosa en su deriva hacia el liberalismo, que culminaría en los años 90 cuando escribió el Manual del perfecto idiota latinoamericano, un sarcasmo contra la izquierda intelectual.

Ya en esos momentos, en 1984, el presidente Belaunde Terry, satisfecho con la ecuanimidad del escritor, le ofreció ser el jefe del Gobierno peruano, y Vargas Llosa aceptó. Así, una investigación sobre las responsabilidades de los militares en una matanza llevaría a Mario Vargas Llosa a entrar directamente en política. Sin embargo, su buena idea de formar un gobierno de consenso entre distintas tendencias políticas, e independiente de los partidos, fracasó, como era de esperar, y el futuro Premio Nobel no presidiría el gobierno peruano.

En todo caso ya le había embargado el ánimo la política, y creó el llamado Movimiento Libertad, para oponerse a los intentos de nacionalizar la Banca privada del presidente Alán García, que también era del APRA pero del ala más a la izquierda.

La culminación -y el rotundo final- de la carrera política de Vargas Llosa llegaría en 1990, cuando se presentó como candidato a las elecciones presidenciales de Perú. No fue un mero gesto de un intelectual, iba muy en serio. Existe incluso la leyenda de que Isabel Preysler, que había ido a hacerle una entrevista periodística, le dijo que si ganaba la presidencia ella sería también suya. El caso es que durante un tiempo Vargas Llosa fue el favorito de las encuestas, pero al final el ganador sería otro outsider, el empresario Alberto Fujimori.

Sería una desgracia para el Perú y una suerte para Vargas Llosa, teniendo en cuenta que desde Fujimori -condenado a 25 años de prisión-, tres presidentes peruanos han ido a la cárcel, otro ha pasado los años en prisión domiciliaria y cuatro más están procesados por delitos de corrupción y violaciones de los derechos humanos.

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