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Historias de la historia

¿Por qué existe Luxemburgo?

El gran duque Enrique de Luxemburgo abdicó, dejando el trono a su hijo Guillermo, en presencia de varios reyes

¿Por qué existe Luxemburgo?

La duquesa María Adelaida de Luxemburgo. | RRSS

El 4 de agosto de 1914 el ejército alemán pasó al ataque. Era la maquinaria militar más perfecta del mundo y llevaba décadas perfeccionando el Plan Schlieffen: la invasión de Francia, pero no atacándola frontalmente, sino colándose por la neutral Bélgica. En el camino que habían diseñado tan minuciosamente había un accidente despreciable, un mero nombre en el mapa: el Gran Ducado de Luxemburgo, un país independiente pero del tamaño de Vizcaya, que es la penúltima de las provincias españolas por superficie.

Luxemburgo tenía un ejército de opereta: 300 hombres. Ni siquiera tenía un general, el mando supremo lo ejercía un mero comandante, que se adelantó a sus tropas y esperó al invasor en el puente por donde tenían que entrar los alemanes. Por si acaso, fue sin armas, para que el invasor no pensara que iba a haber la menor resistencia. Simplemente, fue testigo de la invasión y se lo comunicó al gobierno luxemburgués. El jefe del Gobierno le dijo al Parlamento reunido que suponía que les habían invadido por error, y que esperaba las explicaciones de Alemania. Eso fue todo, así comenzó la Gran Guerra (ahora llamada Primera Guerra Mundial) para Luxemburgo, que estuvo a punto de desaparecer con ella.

El Gran Ducado de Luxemburgo estaba regido por una dinastía de la Casa de Nassau, que eran alemanes, pero eso era normal en la Europa de principios de siglo. También eran alemanes los reyes de Inglaterra, Bélgica, Rumanía, Bulgaria e incluso Portugal. Lo que no era normal es que en ese momento fuera soberana una gran duquesa de 20 años y belleza legendaria, María Adelaida, que no tuvo ningún inconveniente en recibir a los atractivos oficiales alemanes en su palacio. Incluso su hermana, la princesa Antonia, se enamoró de uno de ellos, y no de cualquiera, sino del Kronprinz Ruprecht, heredero del trono de Baviera, y la gran duquesa autorizó el matrimonio.

También invitó a tomar el té al Káiser Guillermo de Alemania, que le hizo una visita de cortesía aprovechando una visita oficial a Frankfurt. Guillermo II era el personaje más odiado por los franceses, y Clemenceau, el combativo jefe de gobierno francés, bautizó a la gran duquesa María Adelaida «la princesa Boche» (Boche era la forma despectiva de referirse a los alemanes). 

Todo esto presagiaba malos tiempos para Luxemburgo cuando terminara la guerra. Sin embargo, cuando los alemanes se retiraron derrotados y entraron en Luxemburgo los aliados, María Adelaida los recibió con idéntica gracia y cortesía, para ella no había diferencia entre los oficiales de una u otra gran potencia. En este caso los nuevos ocupantes eran norteamericanos, y su comandante en jefe, el general Pershing, quedó seducido por la bellísima gran duquesa, hasta el punto que le pidió que pasara revista a sus tropas, haciéndolas desfilar por delante del balcón de palacio desde donde las saludaba la joven soberana.

Pero los americanos se volvieron a su país y los sustituyó el ejército francés, que venía en plan menos amistoso. De hecho, Francia, que quería resarcirse de las enormes pérdidas que le había provocado la Gran Guerra, pretendía anexionarse Luxemburgo. También lo quería absorber Bélgica, que tenía los mismos derechos que Francia para pedir reparaciones de guerra.

En un intento de salvar al país sacrificándose ella, María Adelaida hizo lo que tenía que hacer, abdicó en su hermana Carlota y se marchó del país. Una princesa bellísima de 24 años podría haber vivido la gran vida en Europa, el exilio de oro en la Costa Azul y la Riviera italiana, pero María Adelaida se metió monja en un convento carmelita de Italia. No pasaría mucho tiempo enclaustrada, porque enfermó de gripe y murió en 1924 con sólo 30 años.

Aquí termina este cuento triste de una bella princesa, pero la Historia seguía para Luxemburgo, que estaba cerca de cumplir 1000 años. Mientras París y Bruselas pugnaban por ver quién se quedaba con el Gran Ducado, los luxemburgueses actuaron decididamente para recuperar las riendas de su destino, convocando un referéndum popular el 28 de septiembre de 1919. En las papeletas había una variedad de posibles elecciones, incluidas la incorporación a Francia o a Bélgica, la república, o el cambio de dinastía, pero la inmensa mayoría votó que la gran duquesa Carlota siguiera en el trono de un país independiente.

La Historia nos ofrece de vez en cuando misterios, paradojas y extravagancias, pero la persistencia como estado soberano del Gran Ducado de Luxemburgo es más bien un milagro. En 1940 la Historia se repitió, Alemania volvió a invadir Francia colándose por las Ardenas de Bélgica, lo que hacía inevitable que ocupasen Luxemburgo, pero los grandes duques habían aprendido la lección. La gran duquesa Carlota y toda su familia huyeron, como había hecho las familias reales de Holanda y Noruega, refugiándose en Inglaterra, Canadá y Estados Unidos.

El príncipe heredero Juan, que luego sería gran duque soberano durante 36 años, pero que solamente tenía 19 cuando huyó de los alemanes, se alistó voluntario en el ejército británico, y fue nombrado oficial de uno de los regimientos de la Guardia, los Irish Guards, con los que desembarcó en Normandía, combatió en la batalla de Caen y liberó Bruselas y su propio Gran Ducado de Luxemburgo. Durante los 80 y 90 se le veía con frecuencia en el cumpleaños de la reina Isabel II, desfilando a caballo en la famosa ceremonia militar Trooping the Colour, con el uniforme de gala de coronel de los Irish Guards.

Complicada Europa

Luxemburgo no es más que un ejemplo de la complejidad de Europa, un residuo de la época feudal que ocupó la Edad Media. Basta contemplar la Historia de Francia para hacerse una idea. Francia aparece hoy como un país geográficamente compacto, con un poder muy centralizado desde tiempos de Luis XIV, sin embargo, tenía dentro de sus actuales fronteras territorios papales como Aviñón, donde se instalaron los papas en un momento en que las condiciones de Roma hacían inviable mantener allí la corte pontificia. Y todo el Oeste y Noroeste de Francia, el Franco Condado, Lorena, Artois, Cambrai, Lille… eran los llamados Estados de Borgoña, de soberanía española.

El Sacro Imperio Romano Germánico llegó a tener varios cientos de estados a mediados del siglo XVII, y el llamado título largo de los reyes de España enumeraba, dentro del actual territorio peninsular español, 17 reinos, un condado y dos señoríos.

El Gran Ducado de Luxemburgo, un país objetivamente insignificante, sin ejército, ha sobrevivido como nación independiente en una zona de Europa que ha estado en guerra durante toda la Historia Media, Moderna y Contemporánea. Para hacerlo aún más sorprendente, la razón de ser de Luxemburgo, que es un arquetipo de país pacífico, fue un poderoso castillo que desde la Alta Edad Media controlaba una región estratégica. Precisamente es la toma posesión del castillo de Lucilinburhuc por el conde de las Ardenas en el año 963 lo que se considera fecha de nacimiento del país.

Formó parte del Sacro Imperio Germánico y luego de los Estados de Borgoña, con los que pasó a soberanía española con Carlos I de España y V de Alemania. Luxemburgo fue español hasta el Tratado de Utrech de 1714 y luego entró en una larga etapa de inestabilidad, hasta que el Congreso de Viena rehízo el mapa europeo en 1815, tras el vértigo que habían traído la Revolución Francesa y las conquistas de Napoleón. En Viena le otorgaron la soberanía del Gran Ducado al recién creado rey de los Países Bajos, pero el famoso castillo, que era lo único que importaba, quedó bajo ocupación del ejército prusiano, que había sido uno de los vencedores de Napoleón en Waterloo.

Por fin, en 1867 el Tratado de Londres, impulsado por Inglaterra, que era la primera potencia mundial, proclamó la neutralidad de Luxemburgo. Los prusianos se fueron, el castillo fue demolido, y se entronizó a una dinastía «propia», los Nassau, que en realidad eran alemanes, y que han reinado hasta la actualidad. Como dato significativo, desde principios del siglo XX hasta ahora, todos los cambios de soberano se han producido por abdicación.

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