La democracia no cae del cielo: Juan Carlos y Torcuato
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de personajes polémicos y desmonta mitos con ironía y datos

Ilustración de Alejandra Svriz.
La democracia no cae del cielo ni la regalan. En los años finales del franquismo, cuando en España se calculaba abiertamente qué iba a pasar tras la muerte del dictador, hubo un puñado de planes para el día siguiente. Unos querían derramar sangre, levantarse en armas, incendiar las calles, y volver al 14 de abril de 1931. Otros soñaban con la continuación del franquismo sin Franco, proclamar que España tenía un régimen propio, distinto, adaptado a la naturaleza del pueblo español, con el único objetivo de seguir en un poder que no les pertenecía. La mayoría de los españoles, y esto no se señala lo suficiente, solo quería un régimen de más libertad y con democracia sin alteración de orden público, sin incertidumbre, sin violencia, y que mantuviera el bienestar que con tanto esfuerzo habían conseguido en décadas. El príncipe Juan Carlos supo captar ese sentimiento mayoritario, y simbolizar la reforma rupturista sin quebranto. Ahora podemos atacar su persona con los hechos de su vida privada, pero entonces cumplió el papel histórico que le correspondía en beneficio de su patria. Y eso hay que reconocerlo porque lo hizo en uno de los momentos más tensos de la historia de nuestro país.
El mecanismo para pasar de la dictadura a la democracia se lo proporcionó Torcuato Fernández-Miranda, uno de los grandes desconocidos de la historia de España, que ideó un mecanismo para la transición pacífica a la democracia, entre las amenazas del búnker, el terrorismo sanguinario, y una oposición que no daba mucha confianza.
La historia comienza en las aulas de la Universidad de Madrid. Allí, Torcuato Fernández-Miranda, catedrático de Derecho Político, impartía clases al joven príncipe Juan Carlos de Borbón. No era una relación cualquiera. Fernández-Miranda no solo enseñaba teoría política; sembraba una visión. Había sido falangista, rector de la Universidad de Oviedo, y miembro del Movimiento Nacional. Conocía el sistema desde dentro, pero también intuía su agotamiento.
En 1969, Franco designó a Juan Carlos como su sucesor a título de Rey, y Torcuato fue nombrado ministro secretario general del Movimiento Nacional. Fue un momento crucial. El príncipe debía jurar fidelidad a las Leyes Fundamentales del Estado. Juan Carlos, consciente de su compromiso con el futuro, se sentía atrapado. ¿Cómo ser el rey de todos los españoles y que sobreviviera la monarquía si estaba atado a un sistema autoritario?
Fernández-Miranda le ofreció una salida: reformar desde dentro; es decir, se podía usar el artículo 10 de la Ley de Sucesión, que permitía modificar o derogar las Leyes Fundamentales. «Las leyes le obligan, pero no le encadenan», dijo Torcuato. Esa frase se convertiría en el motor del cambio yendo de «la ley a la ley». No habría una restauración nostálgica, ni una continuación del franquismo con otro envoltorio, sino una refundación institucional para una democracia liberal. La visión de Fernández-Miranda era clara: una monarquía democrática, aceptada por Europa y legitimada por el pueblo, era la única manera de salir airosos de una dictadura, en paz y preservando la institución monárquica.
El 20 de diciembre de 1973, ETA asesinó a Carrero Blanco. Fue un golpe brutal para el régimen. Fernández-Miranda, entonces vicepresidente del Gobierno, asumió el poder de forma interina. Su primera decisión fue contundente: «No habrá estado de excepción». No quería caer en la trampa terrorista del ciclo infinito de la acción-reacción. No todos lo entendieron, pero intentó dar continuidad institucional. Torcuato esperaba ser nombrado presidente del Gobierno, lo que habría abierto un periodo reformista. Pero Franco, influido por su esposa Carmen Polo y por los sectores inmovilistas, lo descartó porque pensaba que tenía muchos enemigos que creían que desmantelaría el régimen en poco tiempo. El Consejo del Reino y el entorno de El Pardo desconfiaban del «profesor» y de su reformismo.
Carlos Arias Navarro fue elegido presidente. Para Fernández-Miranda fue la confirmación de que el inmovilismo seguía vigente o de que se pondría en marcha una falsa reforma con asociaciones políticas estériles. Se retiró de la política activa en enero de 1974, pero no del proyecto de transición a la democracia. Desde el ámbito privado siguió asesorando al príncipe. Sabía que la España de los años setenta, con sus ansias de modernización, libertad y paz, no toleraría una monarquía continuadora del régimen del 18 de Julio. La única vía era una democracia construida desde las instituciones, con respeto a la legalidad, para evitar el levantamiento del búnker o de la oposición.
En los últimos años del franquismo, Torcuato trató de enseñar a Juan Carlos a reinar en soledad. Le inculcó la prudencia, la discreción, la necesidad de moverse como «un trapecista sin red». La estrategia era clara: esperar el momento adecuado para actuar, que solo podía ser tras la muerte de Franco.
A lo largo de 1975, Juan Carlos se enfrentó a un entorno hostil y dividido. Los reformistas de Fraga, los democristianos de tácito y los tecnócratas se movían en los aledaños del sistema sin un proyecto tan abierto como era el que una democracia necesitaba. Además, el fracaso del ‘espíritu del 12 de febrero’ de Arias Navarro hizo evidente la inutilidad de las asociaciones políticas dentro del régimen. La oposición antifranquista tampoco ofrecía una solución democrática viable. El PCE, que lideraba la Junta Democrática, apostaba por una ruptura con movilización callejera, lo que no era muy tranquilizador, y el PSOE, el más visible de la Plataforma Democrática, solo tenía fuerza en el exterior de España, en las potencias democráticas y la Internacional Socialista de Willy Brandt. Tampoco Don Juan de Borbón, su padre, había manifestado un apoyo incondicional a su hijo. La Iglesia se había desligado del franquismo y hablaba de reconciliación y servicio social. Y el Ejército estaba a la espera, conteniendo en silencio a la Unión Militar Democrática, que podía alterar negativamente la unidad militar. En realidad, Juan Carlos estaba solo, con el único instrumento de la ley.
Torcuato identificó la necesidad de controlar las dos instituciones clave del poder franquista para ejecutar el plan de ir de «la ley a la ley». Se refería a las Cortes y al Consejo del Reino. Ambas estaban presididas por el inmovilista Alejandro Rodríguez de Valcárcel. El plan se centró en conseguir la Presidencia de las Cortes, un cargo que le permitiría dirigir la orquesta parlamentaria para la reforma política sin salirse de la ley y, de paso, controlar al Consejo del Reino, el órgano que proponía al rey la terna para el presidente del Gobierno. Este plan se impuso sobre la idea del general Armada, quien, por rivalidad con Torcuato, proponía mantener a Valcárcel presidiendo las Cortes para no soliviantar al búnker.
En octubre de 1975, con Franco en la agonía, Torcuato desaconsejó al príncipe aceptar la Jefatura del Estado interina, ya que el rey quería asumir el poder plenamente tras la muerte del dictador para no ligar su futuro al presente autoritario agónico. No quería tutelas ni que hubiera esperanzas en el búnker, sino tener el poder indiscutible. El 31 de octubre de 1975 ya fue ineludible. Juan Carlos asumió de forma interina la Jefatura del Estado, que tomó plenamente el 20 de noviembre.
El discurso de proclamación de Juan Carlos como rey, el 22 de noviembre de 1975, fue preparado por Torcuato y Alfonso Armada, entre otros. En el discurso, Juan Carlos no hizo referencia a los mitos del 18 de julio, lo que no gustó a los procuradores, pero agradeció a Franco, lo cual era necesario conectar con el espíritu de aquellas Cortes y, además, contener al Movimiento Nacional. Juró cumplir las Leyes Fundamentales del reino y guardar lealtad a los Principios del Movimiento Nacional, lo que era clave para no ser acusado de perjurio.
La culminación de la estrategia de TFM se produjo inmediatamente después de la proclamación del rey. Era crucial reemplazar a Valcárcel. En la reunión del Consejo del Reino del 1 de diciembre, la necesidad del búnker de mantener a Arias Navarro como presidente del Gobierno jugó a favor de Torcuato, ya que los inmovilistas no prestaron suficiente atención a la Presidencia de las Cortes.
La culminación de la estrategia llegó el 3 de diciembre de 1975. En una jugada maestra, Fernández-Miranda fue nombrado presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. En su discurso, dejó clara su intención: «Me siento total y absolutamente responsable de todo mi pasado. Soy fiel a él, pero no me ata».
Con este puesto, Torcuato tenía la maquinaria institucional para iniciar el proceso de reforma para pasar a una democracia liberal como las europeas. Su siguiente paso fue neutralizar a Arias Navarro, a quien consideraba un lastre. La estrategia de Juan Carlos, asesorado por Torcuato, fue meter al presidente en una «jaula de oro, sin autoridad ni autonomía», asegurándose de que su gobierno estuviera lleno de reformistas o personas leales al rey, como Areilza, Fraga, Osorio o Adolfo Suárez. La clave era dejar claro a la opinión pública que el rey era quien tomaba las decisiones, no la clase política franquista ni el Movimiento, y que podía cesar al presidente del Gobierno cuando considerase oportuno.
De esta manera, el año 1975 terminó con Juan Carlos I con poderes plenos y con Torcuato en el centro del poder legislativo, con la capacidad de impulsar la reforma democrática y una monarquía incipiente que avanzaba con una fórmula incierta y llena de obstáculos.
Terminamos con un recuerdo para los que retuercen la historia para construir un relato político. El príncipe Juan Carlos y Torcuato Fernández-Miranda llevaron a cabo una estrategia metódica, legalista y profundamente cautelosa, diseñada para transitar de una dictadura a una monarquía democrática sin provocar una guerra civil o un golpe de Estado. Basándose en la tesis de que las Leyes Fundamentales franquistas obligaban pero no encadenaban al futuro rey, articularon la vía «de la ley a la ley» para legitimar el cambio desde dentro del sistema. Su papel como mentor, la definición de la monarquía democrática y parlamentaria para todos los españoles, y su astuta maniobra para asegurar la Presidencia de las Cortes en diciembre de 1975 fueron decisivos para que Juan Carlos I pudiera desmantelar progresivamente las estructuras franquistas y avanzar hacia la democracia.
[¿Eres anunciante y quieres patrocinar este programa? Escríbenos a [email protected]]
