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Cultura

Lea Ypi reflexiona sobre el colapso del concepto de ciudadanía y el Estado-nación

La profesora de Teoría Política en la London School of Economics desmonta las ficciones progresistas sobre migración

Lea Ypi reflexiona sobre el colapso del concepto de ciudadanía y el Estado-nación

Oficina de migración en los Estados Unidos.

Hoy en día, la palabra «ciudadanía» parece pronunciada con una mezcla de orgullo y sospecha, como si un solo significado fuera, al mismo tiempo, un derecho y una amenaza. Es a partir de ese significado que la escritora y profesora albanesa Lea Ypi vuelve a las estanterías españolas, luego de su aclamado relato personal Libre: el desafío de crecer en el fin de la historia, para recordarnos lo obvio con un pequeño ensayo que nadie quiere ver: que la ciudadanía, ese concepto tan venerado como desgastado, no es hoy garantía de igualdad, sino un filtro sofisticado de exclusión.

Este nuevo ensayo político se titula Fronteras de clase: desigualdades, migración y ciudadanía en el Estado capitalista (Anagrama, 2025), donde irrumpe con precisión en un debate envenenado por retóricas identitarias y falsos dilemas liberales o progresistas. Un texto que llega con el tempo exacto: políticas antimigración de partidos como Vox en España, redadas del ICE en Estados Unidos, políticas antirrefugiados venezolanos en Colombia… La lista es larga. Ypi no escribe desde el oportunismo de un calendario electoral. Lo suyo es una demolición conceptual de las estructuras simbólicas que organizan nuestras vidas: qué significa pertenecer, quién decide quién entra, quién se queda, quién es expulsado sin llamar la atención.

En la primera parte del libro, titulada con intencionada provocación «Once tesis sobre la ciudadanía en el Estado capitalista», Ypi arranca cualquier noción benevolente del contrato social. La ciudadanía, dice, no es un premio al mérito ni una herramienta de cohesión democrática, sino una tecnología política creada para separar, y ese «mérito» -una llave de acceso al club VIP de los iguales- está siempre contaminada por la clase. La autora se pregunta si es mérito, por ejemplo, ¿haber completado estudios en una universidad prestigiosa o hablar con fluidez la lengua del país «de acogida»? ¿Tener los 250.000 euros que Italia exige para una start-up si se quiere comprar la ciudadanía?

Entendiendo estos datos es donde Ypi ve la otra grieta: la ciudadanía también se vende. Como si fuera una acción bursátil, una propiedad inmobiliaria o un NFT en decadencia. Bajo programas como la Golden Visa, la ciudadanía europea se mercantiliza con total naturalidad. ¿Quién puede, entonces, seguir creyendo que se trata de un derecho igualitario?

El punto de partida de Ypi no es nuevo, pero sí urgente: la verdadera frontera en las democracias contemporáneas no es geográfica ni cultural, sino estructural. No divide entre nacionales y extranjeros, sino entre quienes tienen acceso a derechos y recursos —educación, sanidad, movilidad, protección jurídica— y quienes no. «Incluso en las sociedades más democráticas», escribe, «la ciudadanía se compra, se hereda o se otorga. Nunca es verdaderamente accesible para todos».

Y no solo las políticas de extrema derecha son culpables: también la izquierda ha olvidado esa verdad. En lugar de articular una política de solidaridad de clase, se ha entregado a la obsesión por la identidad, el lenguaje, el patrimonio cultural y los gestos performativos. Ha aceptado como naturales las tensiones entre justicia social e inmigración, cuando en realidad son el síntoma más visible del triunfo del Estado capitalista como instrumento de dominación.

En la segunda parte del ensayo, esta profesora albanesa de Teoría Política en la London School of Economics pone el dedo en la llaga: ¿cómo construir solidaridades horizontales en un mundo gobernado por el capitalismo financiero y la hipermovilidad desigual? ¿Qué ocurre cuando los vínculos de clase son desactivados en favor de una gramática liberal de «diversidad» que no altera las estructuras económicas de fondo? Ypi escribe contra ese espejismo: «el dilema progresista», esa trampa conceptual que nos obliga a elegir entre apertura migratoria y protección del bienestar nacional, se convierte en una ficción cuidadosamente fabricada. Una mentira que neutraliza la acción colectiva y sirve como coartada perfecta para el cierre de fronteras.

Su apuesta es radical, pero sobre todo lúcida: recuperar la brújula de la justicia de clase como herramienta crítica para repensar no solo las políticas migratorias, sino el propio sentido de lo común. Para Ypi, no se trata de reemplazar el nacionalismo excluyente por una multiculturalidad celebratoria y acrítica, sino de desarticular los mecanismos económicos que hacen que unas vidas valgan más que otras, que unos pasaportes se abran como puertas automáticas y otros como muros sin fin.

En un mundo en el que las crisis migratorias suceden como si fueran fenómenos naturales —cuando en realidad son consecuencias directas de guerras, tratados comerciales, saqueos medioambientales y políticas neocoloniales—, Ypi nos obliga a cambiar el foco. A dejar de preguntarnos «¿cómo integramos a los otros?» y empezar a cuestionar qué estructuras generan esa otredad en primer lugar: «Mientras el pasaporte siga siendo el símbolo definitivo del privilegio, la democracia seguirá siendo una promesa incumplida», escribe.

Y sí, estas verdades quizás nos incomodan, pero eso no las hace menos verdaderas.

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