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Historia canalla

¿Lloró España la muerte de Franco?

En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de personajes polémicos y desmonta mitos con ironía y datos

¿Lloró España la muerte de Franco?

Ilustración de Alejandra Svriz.

La muerte de Franco fue el llamado «hecho biológico», y marcó 1975, un año que estuvo definido por la agonía del dictador y la preparación del reinado de Juan Carlos de Borbón. Este evento inevitable y largamente anticipado expuso la profunda división en la cúpula del régimen, la tensión política por el control de la sucesión, y de forma determinante por la actitud pragmática de los españoles que priorizaron la paz sobre cualquier proyecto rupturista. Unos lloraron la muerte. Otros se alegraron. Sin embargo, la inmensa mayoría lo tomó como algo natural, con más esperanza en Juan Carlos que tristeza por la muerte de Franco.

La prensa reaccionó a la noticia del fallecimiento de Franco de manera previsible. La mayoría de los diarios encabezaron sus portadas con el mismo mensaje: «Franco ha muerto». El periódico deportivo Marca acompañó ese titular con un reportaje titulado Deportista ejemplar. Por su parte, Pueblo, bajo la dirección de Emilio Romero, destacó en grandes letras rojas: El dolor de España. La Vanguardia Española —que poco después eliminó el adjetivo «española» para adaptarse al nuevo contexto— publicó en su edición extraordinaria el titular Grandeza histórica y dedicó un especial elogioso a Franco y Cataluña. El 25 de noviembre, el mismo diario hablaba de La angustia y la emoción de todo un pueblo y en su editorial afirmaba que el dictador había sido «lo mejor del franquismo», capaz de superar con su visión de futuro el inmovilismo de quienes se resistían al cambio. Según el periódico, Franco había entendido que la misión de los políticos era servir al país y que la continuidad de su obra no debía significar la perpetuación de la dictadura, sino construir un Estado reconciliador.

Los homenajes abundaron. José María García Escudero, militar y escritor, dejó preparado un artículo para el diario Ya, publicado el mismo 20 de noviembre, con el título del célebre documental de Sáenz de Heredia: Franco, ese hombre, en alusión a su papel como organizador del país. Ricardo de la Cierva, también en Ya, sostenía que Franco había aprendido de la dictadura de Primo de Rivera, repitiendo lo que consideraba positivo —el progreso, la tecnocracia y el apoliticismo— y evitando lo negativo, asegurando además la sucesión en la figura de Juan Carlos de Borbón. Federico Silva, ministro de Obras Públicas entre 1965 y 1970, escribió en el mismo diario que al ver a los españoles disfrutar de vacaciones y espectáculos pensaba que todo ello se sustentaba en el sacrificio y la entrega de un hombre silencioso, íntegro y tenaz: Franco.

La situación estuvo marcada por la incertidumbre y por noticias sorprendentes. ABC informó que en el palacio de El Pardo se instalaría un «museo de Franco», donde se exhibiría el manuscrito de su testamento. La Diputación de Gerona decidió esculpir ese testamento político como muestra de gratitud eterna y como mensaje de esperanza para las generaciones futuras. La agencia Pyresa entrevistó a un sastre zaragozano que había confeccionado el primer uniforme de almirante para Franco, quien lo describió como alguien «nada presumido».

Mientras tanto, el comunismo celebraba su desaparición, aunque surgieron noticias que matizaban esa alegría. La Hoja de Lunes informó de que Fidel Castro decretó tres días de duelo oficial en Cuba, y los libros de condolencias en la embajada española en La Habana se llenaron. El motivo, según los periodistas, era que Franco se había opuesto al embargo estadounidense contra Cuba, convirtiéndose en su principal socio europeo y el tercero a nivel mundial, tras la URSS y Japón. Además, existían 116 asociaciones culturales españolas en la isla que lamentaron su muerte. ABC recogió también reacciones de la prensa internacional: The Times señalaba que Franco había dado a España «un periodo de paz sin precedentes desde el siglo XVII»; el Financial Times destacaba su habilidad para ser «árbitro, nunca jugador»; y el New York Times afirmaba que bajo su mandato España había logrado un «milagro económico» y mantenido la paz, además de haber mostrado valentía al rechazar las presiones de Hitler.

El cuerpo de Franco fue colocado en la Sala de Columnas del Palacio de Oriente, actual Palacio Real. Las largas filas de ciudadanos que acudieron a despedirse del dictador, muchos de ellos visiblemente afectados, se hicieron célebres. El periodista Tico Medina escribió en su columna de ABC que Franco estaba «ganando en este instante su más importante batalla». Se llegó a hablar de unas 200.000 personas esperando a lo largo de catorce kilómetros. En la Puerta del Sol se unían varias colas procedentes de calles cercanas. Allí la policía regulaba el tráfico, mientras camareros de los bares ofrecían bebidas y bocadillos a los asistentes. También aparecieron vendedores ambulantes con periódicos que traían las últimas novedades. Grupos de jóvenes repartían copias del testamento de Franco y pegatinas con la imagen del Rey y los colores nacionales. La Cruz Roja instaló una carpa de asistencia junto al Teatro Real, ya que algunos se desmayaban por la larga espera. Al aproximarse a la Puerta de la Armería, acceso al Palacio, el público guardaba silencio. Un cronista de Informaciones relataba la presencia de familias con niños, ancianos, jóvenes, legionarios y sacerdotes, mientras en paralelo desfilaban militares, altos cargos y personalidades diversas, entre ellas Lola Flores con su esposo y su hija. Algunos excombatientes llegados desde distintas provincias formaron su propia fila junto al Palacio de Oriente. Fuerza Nueva organizó un acto propio: 200 militantes acudieron acompañados por el controvertido padre Venancio Marcos, enfrentado a Tarancón y autodefinido como de «extrema derecha». La policía los desalojó.

Mientras tanto, unas cien personas pasaban cada minuto frente al catafalco, con esperas de hasta diez horas para ver al difunto. Por los altavoces se pedía al público que no se detuviera. Incluso el jefe de la Casa Civil de Franco, el general Fuertes de Villavicencio, llegó a gritar a los asistentes para que avanzaran más rápido. Quien no obedecía era retirado por la policía. Manuel María Meseguer, periodista de ABC, lo narró con gran carga lírica: «Los hay que se santiguan, que se arrodillan. Los ojos secos de unos pasos antes se inundan de lágrimas. Los hay que convierten en palabras sus pensamientos: ‘Era bueno e inteligente, y no se da cuenta la gentuza’».

TVE transmitió las imágenes de la capilla ardiente del dictador y el traslado de sus restos al Valle de los Caídos. En el equipo que cubría la capilla en el Palacio Real trabajaba un iluminador conocido por su tendencia a usar una gran cantidad de luz en cualquier proyecto. Así lo hizo para destacar el cadáver y el paso de los visitantes. Todo transcurrió sin problemas hasta que los focos comenzaron a generar un calor insoportable en la sala. Hacia las cuatro o cinco de la madrugada, en medio del sofoco, alguien advirtió: «¡Se está derritiendo Franco!». El maquillaje empezaba a resbalar por el rostro del difunto.

El domingo 23 de noviembre, los españoles pudieron seguir por televisión el entierro del dictador. Se celebró una misa en la Plaza de Oriente, oficiada por el cardenal González Marín, arzobispo de Toledo y más cercano al búnker que el cardenal Tarancón. Entre los asistentes figuraban lo que Kissinger denominó «luces menores»: el vicepresidente estadounidense Nelson Rockefeller, el príncipe Rainiero de Mónaco, el rey Hussein de Jordania, el dictador chileno Augusto Pinochet y la primera dama filipina Imelda Marcos. Por supuesto, también estuvieron presentes el rey de España y doña Sofía.

La retransmisión de TVE se prolongó durante cuatro horas. Cabe destacar que la centralita de la televisión pública se saturó con llamadas de espectadores que protestaban porque no se había emitido el episodio previsto de los dibujos animados de Heidi.

En cuanto al acto, los recursos del regidor parecían ilimitados. Se mostró una multitud rodeada por la Policía Armada, y la Cruz Roja atendía a quienes sufrían desmayos o crisis de ansiedad. La escenografía fue impactante. Tras la misa, el féretro fue cargado por cuatro oficiales de la Guardia de Franco hasta un vehículo militar Pegaso 3050, acompañado por los acordes del Himno Nacional. En la Plaza de Oriente se hizo un silencio solemne que impresionaba en televisión. Luego comenzó un desfile militar entre vítores de la multitud. La cámara se centró en el féretro, sobre el cual descansaban la gorra de gala, el bastón de mando y la espada de Franco. Detrás del vehículo militar marchaba el Rey en un coche descubierto. El cortejo arrancó a las 11:15 de la mañana. Un escuadrón de lanceros escoltaba tanto el vehículo como el coche de Juan Carlos I. Los restos atravesaron el Arco del Triunfo, en Moncloa, del que colgaban dos crespones negros de 25 metros junto a la bandera nacional. En los alrededores se congregaba una multitud. Allí los lanceros fueron sustituidos por motoristas de la Guardia Civil para continuar por la carretera nacional VI.

Los miembros destacados del Movimiento Nacional aguardaban en la entrada de la Basílica del Valle de los Caídos. Apenas tres días antes se había preparado la sepultura de Franco, situada tras el Altar Mayor, en una obra improvisada que obligó a retirar cables y acondicionar el espacio para recibir el féretro. La tumba mostraba cuatro escudos: el nacional, el guion militar del dictador, la insignia de Capitán General y el emblema como Jefe del Movimiento. La losa de granito, procedente de una cantera de Alpedrete, pesaba 1.500 kilos y era idéntica a la de José Antonio Primo de Rivera, con quien se intentó hacer coincidir la fecha de defunción. En la lápida únicamente se leía «Francisco Franco».

El féretro fue conducido hasta el Altar Mayor por el marqués de Villaverde, el duque de Cádiz, varios nietos del generalísimo y ayudantes cercanos pertenecientes a las tres Armas. Volvió a sonar el himno nacional. El rey, apartado en un sitial del lado del Evangelio, mostraba un semblante lloroso. Al pasar la procesión frente a Juan Carlos I, su nieta Mariola Martínez-Bordiú se desmayó. La retransmisión televisiva resultó impactante: a la derecha, la cámara enfocaba a la familia del dictador, con primeros planos de Carmen Polo y Villaverde; a la izquierda, los representantes extranjeros. Tras el responso del abad mitrado de la Basílica, se escuchó un diálogo entre el ministro de Justicia y notario mayor del Reino y tres militares —el general Gavilán, el teniente general Sánchez-Galiano, de la Casa Militar del Caudillo, y Fuertes de Villavicencio, jefe de la Casa Civil— jurando que el cadáver era el de Franco.

El féretro descendió a la sepultura y quedó sellado a las 14:11. El locutor de TVE afirmó entonces que ese instante permanecería en la historia de España. A continuación sonó el canto gregoriano Yo soy la Resurrección y la Vida. El rey se acercó al lugar donde reposaban los restos, inclinó la cabeza y rezó. Al salir a la explanada fue recibido con vítores entusiastas. El cronista de ABC escribió:

«Cuando los informadores logramos salir a la calle, casi luchando a brazo partido con la multitud que empezaba en aquel instante a invadir el templo para ver la tumba del Generalísimo, cuatro himnos sonaban casi a la vez desde los cuatro puntos cardinales de la gran explanada de la basílica: el Cara al Sol, el Oriamendi, el Yo tenía un camarada, y el Himno de la Legión. Veteranos excombatientes —muchos del cuerpo de caballeros mutilados— y jóvenes de la OJE cantaban con el mismo y patriótico entusiasmo». 

El locutor de TVE, visiblemente emocionado, pronunció: «Francisco Franco reposa aquí en su cuerpo mortal. Algún día resucitará… en el cielo». A las 15:30 la multitud comenzó a dispersarse, aunque un grupo permaneció para desfilar ante la tumba del dictador. Otros aprovecharon los autocares dispuestos para regresar, mientras un tercer grupo, según relató el cronista, se dirigió al restaurante del Valle y a los pinares cercanos para almorzar y hacer picnic. Muchos habían llevado tarteras con comida para pasar allí el resto de la jornada. A los excombatientes se les entregó un paquete con dos bocadillos, vino y fruta. En paralelo, el cine Palacio de la Música, en Madrid, volvió a proyectar el documental Franco, ese hombre, con tres funciones diarias y gran asistencia de público. Poco después, todos se declaraban antifranquistas. Así somos los españoles.

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