La homofobia del PSOE (1879-1936)
En ‘Historia Canalla’, Jorge Vilches repasa la trayectoria de personajes polémicos y desmonta mitos con ironía y datos

Ilustración de Alejandra Svriz.
Los socialistas han construido un pasado propio falso. La explosión de casos de agresiones sexuales y costumbres prostibularias en el PSOE de Pedro Sánchez ha desmontado su discurso como abanderado del feminismo. Del mismo modo, hoy se presentan como defensores históricos del colectivo LGTBI, pero no fue así. El PSOE mantuvo una relación compleja con la homosexualidad. Desde su fundación en 1879 hasta la Guerra Civil, el socialismo español no solo aspiró a colectivizar la tierra y las fábricas, sino también a «sanar» a homosexuales y lesbianas de un instinto que consideraban corrompido por el capitalismo. La homosexualidad era vista como una enfermedad burguesa que debía corregirse.
En sus primeras décadas, el socialismo español siguió un canon moral marcado por August Bebel. Su obra La mujer y el socialismo, traducida en 1893, se convirtió en referencia central de la moral sexual del PSOE. Para los socialistas, el capitalismo había creado un sistema dual de explotación erótica: el matrimonio burgués y la prostitución.
La prensa socialista presentaba ambas instituciones como complementarias. Mientras la «señorita casta» preservaba su virginidad para el matrimonio, los impulsos masculinos se dirigían hacia las «hijas del pueblo», es decir, las prostitutas. El matrimonio fue definido como «prostitución conyugal», una forma de vampirización del amor por el capital. Autores como Felipe Trigo y Eduardo Torralba Beci afirmaban que «la prostitución era la salvaguardia de los hogares ricos y honrados».
Para el PSOE, la homosexualidad se situaba entre el «vicio del rico» y la «miseria del pobre». Antes de 1918 no se entendía como una condición biológica, sino como un síntoma de descomposición social. En las clases altas se describía como un vicio de seres ociosos, con los sentidos «embotados por los excesos». Bebel llegó a afirmar que la aristocracia, caída en la apatía vital, recurría a «vicios nefandos de la antigüedad», como la sodomía y la pederastia.
En las clases trabajadoras, en cambio, la homosexualidad se explicaba como consecuencia de la deshumanización producida por el capitalismo. El hacinamiento, el alcoholismo y la prostitución masculina eran considerados formas de degeneración forzada. Se afirmaba que la desviación homosexual implicaba pérdida de hombría, de modo que el socialista aparecía como más viril que el burgués. En 1898, El Socialista vinculó la homosexualidad con el vicio y la degeneración de los liberales gobernantes.
De esta visión surgieron dos figuras opuestas: el «señorito esteta», afeminado y ocioso, y el «marica amujerado» de los bajos fondos. Frente a ambos, el socialismo exaltaba al «obrero consciente», trabajador, viril y heterosexual. El estetismo era visto como una máscara cultural tras la cual se ocultaba una enfermedad que el socialismo futuro debía sanar.
Tras la Primera Guerra Mundial, el discurso socialista cambió. El PSOE incorporó ideas de la sexología internacional, de la mano de figuras como Jiménez de Asúa, Sanchís Banús y Hildegart Rodríguez. Conceptos como eugenesia, psicoanálisis y endocrinología entraron en el debate político. La sexualidad pasó a considerarse clave para resolver los problemas sociales, y el objetivo se amplió hacia la formación de ciudadanos sanos mediante educación sexual y control de la natalidad.
En 1931, Sanchís Banús defendió el divorcio en las Cortes como una medida de salud pública. Argumentó que prevenía la histeria femenina, entendida entonces como una enfermedad ligada a la insatisfacción sexual. El matrimonio indisoluble fue definido como una «conspiración social contra los derechos de la mujer».
Jiménez de Asúa defendió la «libertad de amar», diferenciándola del amor libre anarquista, y reclamó un Estado que no interviniera en las emociones espirituales. Paralelamente, el socialismo mostró un notable entusiasmo por la eugenesia, entendida como una herramienta para evitar que el proletariado transmitiera enfermedades o taras derivadas de la miseria.
Hildegart Rodríguez, conocida como la «virgen roja», promovió el certificado prematrimonial y el uso de anticonceptivos para lograr una «maternidad consciente». El control de la natalidad, sostenía, dignificaba al obrero y fortalecía su lucha revolucionaria.
En esta etapa destacó la influencia de Gregorio Marañón, cuya crítica al donjuanismo caló en el PSOE. Marañón describía al donjuán como un ser improductivo y afeminado que ocultaba tendencias homosexuales. El médico socialista Carlos Blanco Soler reforzó esta idea al ridiculizar al «chulo» como una figura alejada del ideal masculino trabajador.
La homosexualidad fue entonces medicalizada. Jiménez de Asúa defendió que no debía castigarse penalmente por tratarse de una aberración sexual de origen constitucional. El homosexual dejó de ser un vicioso para convertirse en un desgraciado, sin culpa moral, pero susceptible de tratamiento científico.
Sin embargo, esta visión coexistió con el uso político de la homosexualidad como arma de descalificación. En los años treinta, la prensa socialista la utilizó contra la derecha y el fascismo. Tras la «Noche de los Cuchillos Largos», El Socialista describió al nazismo como un foco de corrupción y homosexualismo, contraponiéndolo a la virilidad socialista.
Tampoco faltaron ataques internos. Renovación, órgano de las Juventudes Socialistas, llamó «marimacho» a Clara Campoamor y la culpó de la victoria de la derecha en 1933 por su defensa del voto femenino.
Entre 1879 y 1936, el socialismo español elaboró un discurso sexual que osciló entre el marxismo y la patologización de la homosexualidad. Lo que comenzó como crítica al capitalismo derivó en un proyecto de higiene social basado en el divorcio, la eugenesia y una masculinidad trabajadora. El hombre ideal era socialista y consciente; el homosexual o la lesbiana, un degenerado burgués o una víctima del sistema a corregir.
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