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'Sonny Boy', Al Pacino evoca su vida y su carrera en unas memorias

El protagonista de ‘El padrino’ repasa a sus 84 años su pasado como actor sin acritud ni ajustes de cuentas

‘Sonny Boy’, Al Pacino evoca su vida y su carrera en unas memorias

Al Pacino caracterizado como Tony Montana, protagonista de 'Scarface'. | Universal Pictures

En la vida de toda persona hay un momento crucial que marca el destino. El de Al Pacino (Nueva York, 1940) llegó con el rodaje de la escena en que Michael Corleone entra en un restaurante, se mete en el lavabo donde hay una pistola escondida, le descerraja un tiro a un policía corrupto y sale corriendo. Coppola decidió adelantar la filmación de esta secuencia porque los ejecutivos de la Paramount, que nunca habían visto con buenos ojos la contratación del entonces desconocido actor como protagonista de El padrino, estaban decididos a echarlo y sustituirlo. La revisión de lo rodado en los primeros días les había convencido de que no daba la talla y el propio director, que había apostado por él contra viento y marea, también empezaba a tener dudas. Así que avanzó la filmación de este momento clave en la transformación del personaje como una última oportunidad antes de tomar la decisión de fulminar a Pacino. Este, consciente de lo que se jugaba, se metió tan a fondo en el papel que se lesionó al torcerse el tobillo en la huida, pero dejó a todos boquiabiertos. Sí, sin duda él era Michael Corleone.

El actor evoca este episodio en sus memorias, Sonny Boy, que publica hoy Libros Cúpula. Es un libro escrito por un octogenario que repasa su vida y carrera a modo de legado. No hay acritud, ni maldades chismosas, ni ajustes de cuentas con colegas, pero sí un repaso sin complacencias de sus propios altibajos personales y profesionales —alcohol y drogas incluidos—, abundante anecdotario sobre rodajes y valiosas reflexiones sobre su oficio. Eso sí, la traducción española es francamente mejorable.

Criado en el Bronx en una familia de clase obrera de origen italiano, se convirtió en uno de los intérpretes más emblemáticos del Método, aunque él no se formó inicialmente en el Actors Studio, donde no lo admitieron, sino en el estudio de Herbert Berghof, un austriaco discípulo del mítico Max Reinhardt, que se había separado del Actors Studio por divergencias en la interpretación del sistema Stanislavski. Allí se convirtió en su mentor, amigo y confidente para toda la vida Charlie Laughton.

Pacino es, junto con Robert De Niro y Dustin Hoffman, el máximo representante de este tipo de actuación visceral que cambió para siempre el teatro y el cine norteamericanos a partir de la posguerra y cuyo primer y máximo exponente fue Marlon Brando: «Él fue la influencia. La fuerza. El originador. Lo que había creado, junto con colaboradores como Tennessee Williams y Elia Kazan, era más visceral. Era amenazante… Brando era un poema épico. Tenía esas miradas. Tenía el carisma. Tenía el talento».

Para Pacino, la década prodigiosa fueron los años setenta del pasado siglo, porque encadenó una sucesión de títulos para la historia. Tras su primer papel protagonista como yonqui en Pánico en Needle Park, el joven actor, que se movía entonces en el teatro off-off-Broadway, saltó de la noche a la mañana al estrellato gracias a El padrino. Siguió Serpico de Lumet, en la que se metió en la piel del policía de Nueva York que denunció la corrupción del cuerpo. Para interpretarlo convivió con él y acompañó a una patrulla en sus rutinas diarias. Repitió con el mismo director en Tarde de perros, otro hito con Nueva York como escenario. Esta vez daba vida a un delincuente muy peculiar, también real. Un chalado que asaltó un banco para pagarle una operación de cambio de sexo a su amante masculino, mientras su esposa cargada de hijos le rogaba que se entregase. Era un reto arriesgado para una estrella en ascenso, porque en aquel entonces asumir un personaje abiertamente gay era inusual y podía provocar el descarrilamiento de su carrera. Y entre medio, se consolidó con la segunda parte de El padrino, de cuyo rodaje en el lago Tahoe cuenta esta anécdota: «Hacía tanto frío que nos poníamos hielo en la boca para que no nos saliera vaho cuando hablábamos».

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No a ‘La guerra de las galaxias’

Entre tanto, le hicieron una propuesta que rechazó: «Después de El padrino me dejaban interpretarlo todo. Me ofrecieron el papel de Han Solo en La guerra de las galaxias. Así que ya me ves, leyendo el guion de La guerra de las galaxias. Se lo pasé a Charlie. Le dije: ‘Charlie, no entiendo nada de todo esto’. Me devolvió la llamada. ‘Yo tampoco’. Así que no lo hice». Para entonces Pacino había adquirido tal estatus que no solo podía permitirse elegir los proyectos, sino también decidir los directores y actores que lo acompañarían en el reparto. Incluso intervenía en los guiones y se negaba a rodar escenas que no le convencían. Con el éxito se incrementaron los excesos en forma de alcohol y drogas, y se ganó fama de estrella complicada, mientras mantenía romances con actrices como Jill Clayburgh y Tuesday Weld.

A diferencia de otros colegas de profesión que triunfan en Hollywood, Al Pacino jamás dejó el teatro, con una especial obsesión por Ricardo III, al que se ha enfrentado en varias ocasiones sobre las tablas y al que dedicó en 1996 en una incursión como director una película delirante que, sin embargo, es una de las más lúcidas aproximaciones al personaje: Looking for Richard. Aparte de Shakespeare —del que hizo en cine un buen Shylock en El mercader de Venecia—, el otro dramaturgo que ha trabajado con asiduidad en escena ha sido David Mamet, de quien en la pantalla interpretó Glengarry Glen Ross.

Los ochenta arrancaron con la polémica de A la caza de Friedkin, en la que se metió en la piel de un policía que se infiltraba en los bares de cuero gays. El rodaje sufrió intentos de boicot por parte de la comunidad gay, que consideraba que se daba una imagen estereotipada y negativa de ella, pese a que la realidad que retrataba la cinta existía, aunque fuera minoritaria. Pacino cuenta que «recibí amenazas de bomba y tuvieron que ponerme guardaespaldas para protegerme». Con el tiempo confiesa haberse arrepentido de participar en esa película sobre la que, por cierto, todavía circulan rumores sobre la existencia de material muy subido de tono que se descartó en el montaje final; su director contribuyó a sembrar la confusión negándolo y confirmándolo en diversas entrevistas.

En cambio, Pacino defiende a muerte El precio del poder, remake de Scarface que hizo De Palma, después de descartar a Lumet por el enfoque que quería darle. En esta cinta es un marielito reconvertido en gánster, lo cual también generó protestas durante el rodaje, en este caso de la comunidad cubana de Miami. La cinta fue mal recibida en su día y se cuestionó la histriónica interpretación del actor, que sin embargo afirma: «Hasta el día de hoy es la mejor película que he hecho nunca».

Pareja con Robert De Niro

En los ochenta se sucedieron los fiascos y el pinchazo de Revolución de Hudson afectó seriamente a su carrera. Su caché como estrella cayó, tuvo que aceptar trabajos alimenticios, regresó al teatro —no siempre con éxito— y con el tiempo se arruinó por sus excesivos gastos y los trapicheos de su gestor. Pero no tiró la toalla.

En 1990 El padrino III reflotó su carrera y un par de años después ganó por fin el Oscar, tras reiteradas nominaciones, por Esencia de mujer, en la que interpretaba a un ciego. Repitió con Brian De Palma en Atrapado por su pasado y en Heat de Michael Mann se produjo el gran acontecimiento: por fin él y Robert De Niro —que habían coincidido en El padrino II, pero no habían compartido ninguna escena— actuaron juntos en una secuencia. Repetirían en la pésima Asesinato justo y cerrarían con matrícula en El irlandés de Scorsese, el mismo año en que Pacino hacía un papel secundario pero muy agradecido en Érase una vez en… Hollywood de Tarantino, entregando simbólicamente el testigo a la siguiente generación representada por Leonardo DiCaprio y Brad Pitt.

Aunque en algunos casos —como le ha sucedido también a De Niro— ha caído en la autoparodia involuntaria, el legado actoral de Al Pacino es inmenso. En estas memorias evoca su vida y su carrera desde sus 84 años: «La vida es un sueño, como dice Shakespeare. Creo que lo más triste de morirse es que pierdes los recuerdos. Los recuerdos son como alas: te mantienen en el aire, como un pájaro en el viento».

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