'Cónclave', conspiraciones vaticanas a ritmo de 'thriller'
El director de ‘Sin novedad en el frente’ y Ralph Fiennes firman una trama de trazo grueso sobre la elección del Papa
En el Vaticano saben tanto de liturgia religiosa como de liturgias del poder. Nos fascinan el boato y los ritos, pero también las conspiraciones. Han circulado todo tipo de leyendas sobre maquinaciones y hasta muertes extrañas, tanto en lejanos tiempos históricos como en épocas mucho más recientes. Y claro, el cine lo ha reflejado. Películas como El cardenal de Otto Preminger, la fábula kafkiana La audiencia de Marco Ferreri, la irónica Habemus Papam de Nanni Moretti o las dos series de Sorrentino —El joven Papa y El nuevo Papa, bastante tronadas ambas— son algunas tentativas de reflejar las interioridades vaticanas. También aparecían en la tercera entrega de El padrino, con diáfanas alusiones al caso del Banco Vaticano y el banquero Calvi que apareció colgado de un puente en Londres en un presunto suicidio que no se tragó casi nadie.
Llega ahora a las pantallas Cónclave, centrada en las alianzas y complots que se orquestan durante la elección de un nuevo Papa tras la repentina muerte del pontífice. Dirige el alemán Edward Berger, que ganó cuatro Oscars, incluido el de mejor película extranjera, con su nueva y cruda versión de Sin novedad en el frente. Y el reparto es un despliegue de grandes actores dándolo todo. Lo encabeza un meditabundo y sigiloso Ralph Fiennes en el papel del cardenal encargado de organizar el cónclave, cada vez más inquieto ante las turbias maniobras para alterar las votaciones. Lo acompañan Stanley Tucci como el candidato del sector progresista, Sergio Castellitto como el postulante de los ultraconservadores, John Lightgow como un ambicioso cardenal americano e Isabella Rossellini, que interpreta a una monja y tiene el único papel femenino relevante en una cinta —y una realidad— eminentemente masculina.
Los cardenales se aíslan por completo del mundo para evitar ser influenciados. No pueden recibir noticias ni mantener contacto con personas del exterior. Y en ese microcosmos cerrado no tardan en aflorar los intereses cruzados de unos y otros, con candidatos que parecen actuar de liebres para dejar después paso a los tapados de cada bando. Si a eso le añadimos el juego sucio, los secretos inconfesables, las sospechas y la presión creciente de la realidad exterior que asoma en forma de lo que parecen atentados con bomba en Roma, tenemos los ingredientes necesarios para armar un thriller campanudo.
El guion corre a cargo del dramaturgo británico Peter Straughan, que salió razonablemente airoso de la difícil misión de adaptar la gran novela de Donna Tartt El jilguero. Aquí se enfrenta a un material de partida muy diferente, un best-seller de Robert Harris. Harris es un antiguo reportero de la BBC reciclado en novelista, con predilección por los temas históricos. Tiene una serie de novelas ambientadas en la Antigua Roma y otra en los años de la Segunda Guerra Mundial. Además, Polanski adaptó con él como coguionista dos de sus libros más sólidos: El escritor y El oficial y el espía.
Cónclave, su obra sobre el Vaticano, tira más de la brocha gorda y eso, por desgracia, se traslada a la película, que maneja bien el ritmo del thriller, pero cae en dos errores. Peca en algunos aspectos de excesivo trazo grueso y en otros de falta de coraje para afrontar asuntos escabrosos. Vamos con algunos ejemplos. Primero de la brocha gorda: el cardenal ultraconservador es presentado como un airado partidario de volver a las misas en latín ¿De verdad hay alguien en la Iglesia actual que abogue en serio por semejante idea? Digo yo que un cardenal ultraconservador más bien batallará por no ceder en temas relacionados con la moral sexual: los anticonceptivos, los homosexuales…
Trivial y progresista
Y apunto también un par de ejemplos de cómo en otros casos escurre el bulto. Las corruptelas del cardenal americano —claramente inspirado en Marzinkus, involucrado en el turbio escándalo del Banco Vaticano— resultan ser casi triviales. Y, cuando toca sacar un escándalo sexual en la trama, se opta por un obispo africano que tuvo un lance amoroso con una novicia… ¿No dirían ustedes que ha habido en los últimos años denuncias sobre asuntos mucho más graves en el ámbito de las flaquezas carnales?
Dejando de lado estos aspectos cuando menos discutibles, la película maneja con eficacia las herramientas del thriller: sabe crear tensión, orquesta con solvencia la intriga, siembra actitudes sospechosas y convierte las sucesivas votaciones del cónclave en algo digno de una novela de espías. Quizá es un poco extemporáneo el recurso —tomado de la novela— de las explosiones en Roma para aumentar el dramatismo. A lo que renuncia el director es a explorar de forma ambiciosa y seria la complejidad de los equilibrios de poder vaticanos y las soterradas maniobras en una institución que se mueve entre lo divino y lo humano, entre la etérea dimensión espiritual y el muy tangible poder terrenal.
Para concluir, no me resisto a apuntar —sin espóileres— el mensaje final, que pretende ser muy progresista, en favor de la modernización de la Iglesia. Lo hace a través de un misterioso y taciturno sacerdote latinoamericano al que nadie conoce y que ha estado destinado en lugares peligrosos para los cristianos. El Papa lo había nombrado en secreto obispo de Kabul, y poco antes de morir ordenó que se lo incorporara de forma algo irregular al colegio cardenalicio para que pudiera participar en el cónclave. Bien, pues este personaje oculta un secreto que al desvelarse provoca un giro sorpresivo. A los wokes les va a encantar, pero atención: si es usted un católico conservador tal vez necesite el auxilio de un exorcista después de ver la última escena de la película.