Primera memoria de Ignacio Martínez de Pisón
‘Ropa de casa’ es un libro estupendo, casi más un agradable paseo que una lectura, una charla con un amable conocido
Por mucho que estuviese anunciado desde hace bastantes meses, no deja de ser una gran sorpresa que un novelista tan de pura raza como Ignacio Martínez de Pisón haya, digamos, cedido a la tentación memorialística, habitual en toda suerte de escritores, casi inevitable últimamente, pero en el fondo impropia de cierta especie de animales literarios, que quizá salpican sus novelas con detalles que el lector puede intuir vividos, con personajes conocidos, con paisajes que se pintan «del natural»…, pero que jamás revelan su intimidad de ningún modo que no sea inconsciente.
Yo hubiera apostado mucho a que Pisón sería de éstos, y sin embargo, qué contento me pone haberme equivocado, porque Ropa de casa, el libro que sale a las librerías hoy mismo, es un libro estupendo, muy bueno y muy bonito, muy normal, casi más un agradable paseo que una lectura, una charla con un amable conocido.
Es verdad que buena parte de lo que cuenta en estas memorias me importa por motivos bastante extraliterarios, en el sentido de que hay pequeños retratos de amigos y maestros que también lo han sido para mí, como José-Carlos Mainer («transmitía una idea de la cultura como un tejido en el que todo está relacionado y en el que ninguna obra puede ser cabalmente entendida sin atender a lo que la rodea»…) o José María Conget o Bernardo Atxaga («entre las personas que conozco, puede que sea la que tiene el carácter más afable»), y opiniones muy curiosas, no especialmente ortodoxas, sobre la personalidad o la literatura de otros como Javier Tomeo o Félix Romeo, semblanzas que, por distintas razones, se mueven entre la anécdota y la tragedia, pero es que mezclar humor y desesperación es algo netamente aragonés, algo así como ser capaz de suicidares sólo para hacer la broma.
A ver si soy capaz de expresar cuánto me ha gustado el libro de Pisón con el mismo tono del libro, es decir, tranquilo, cercano, sin cabriolas estilísticas, por orden:
El libro empieza «muy a lo Pisón», esto es, curioseando en archivos (como hizo para Enterrar los muertos o Filek). Pero esta vez no sale a la caza de buenas historias ajenas sino en busca del expediente militar de su padre…: no se detiene mucho ene so, es poco más que un punto de partida, pero en esas primeras páginas creo que hay un aviso a los lectores, como si nos dijera: no os preocupéis, que a la hora de hablar de mí mismo no me voy a alejar mucho de mí mismo, voy a ser el escritor de siempre.
La infancia en Logroño («en aquella época todo parecía más viejo de lo que era»), la muerte del padre, las dudas sobre qué estudiar, el descubrimiento de la literatura, la decisión de hacerse escritor, los cómplices en ese camino, la búsqueda de editor, Herralde, la complicidad con Javier Marías o el grupo de amigos de Zaragoza son las experiencias suyas que va barajando con las colectivas, que coinciden inevitablemente con la España de la Transición, el 23 F o la primera victoria del PSOE, ante la que Pisón no vacila: «El 23-F extendió el apego a la democracia en toda la sociedad pero particularmente en mi generación, que empezó entonces a interesarse por la política. La victoria electoral de Felipe González un año y medio después no sería, en definitiva, sino la victoria de mi generación: sólo el socialismo democrático había acertado a recoger las enseñanzas de ese vaporoso izquierdismo aprendido en los libros de Mafalda».
No es curioso, sino previsible, que alguien como Pisón, por aquello que decía yo al principio, en el fondo oculta lo más importante, esto es, lo más privado. Este no es un libro confesional sino en todo caso testimonial, y claro que hay una página para explicar cómo conoció a su mujer y un párrafo para intentar expresar (con gran y pudoroso tino) lo que significa ser padre, pero las tintas se cargan en otros sitios: en un disparatado viaje con Vila-Matas a Sevilla, o el día en el que se cruzó con Luis Buñuel en la plaza Aragón de Zaragoza (gran momento), o las peculiaridades terapéuticas de ver de vez en cuando en Youtube el gol con el que Nayim consiguió en 1994 la Recopa para el Real Zaragoza.
Como sucede en sus novelas, es en esos detalles menudos y como de paso en los que Pisón más brilla. Los nombres que desfilan por este libro son importantes o cercanos, por supuesto, pero a mí me gusta sobre todo la salsa en la que nadan esos ilustres y queridos tropezones, el escenario de fondo, todo lo que cambiaba mientras el autor cambiaba. Tampoco se dice mucho sobre sus libros, esto no es una auto-bibliografía comentada, pero se van adivinando allá detrás, escribiéndose mientras frecuentaba aquel bar o en los años en los que evitaba a tal pesado.
Y otra cosa muy buena de Ropa de casa es que me parece que se deja la puerta abierta para que en el futuro haya una continuación, ampliaciones o una puesta al día que, como este primer libro, harán falta.