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Literatura

'Internet no es lo que crees que es': una aproximación histórica

Justin E. H. Smith propone un enfoque diferente sobre la red global

‘Internet no es lo que crees que es’: una aproximación histórica

Portada del libro 'Internet no es lo que crees que es', de Justin E.H. Smith. | Amazon.es

Se tiende a pensar en internet, en términos de evolución tecnológica, como un fenómeno social reciente (segunda mitad del siglo XX, con la gran expansión ya entrado el nuevo milenio) que transformó la sociedad, y con ello a quienes la integramos, de una manera radical e irreversible. Justin E. H. Smith (Reno, Estados Unidos, 1972), autor de ciencia ficción especulativa, traductor y profesor en el Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad París Cité, propone otro enfoque en su ensayo Internet no es lo que crees que es. Una historia, una filosofía, una advertencia (2022; Cátedra, 2024, trad. Lucas Álvarez Canga), una aproximación histórico-filosófica que identifica internet como el resultado de una larga cadena de ideas y sistemas de comunicación.

Lejos de entender internet como un invento nuevo, el autor señala a Leibniz como una suerte de ideólogo original, y no solo por sus importantes contribuciones al desarrollo del cálculo binario: él fue quien, en el siglo XVII, se planteó la posibilidad de que las máquinas pudieran llegar a procesar conceptos, además de operaciones numéricas. En otras palabras: para Smith, el mérito del filósofo alemán es entretejer un hilo de ideas que ya estaban ahí (desde clásicos como Aristóteles o las tradiciones místicas judía e islámica a contemporáneos como Pascal, pasando por los avances en combinatoria de Ramon Llull) para proponer ideas como que «la razón humana puede externalizarse a estas máquinas para que tomen decisiones por nosotros» o que «todas las cosas están interconectadas» y, por lo tanto, «el cambio de una cosa es capaz de provocar un cambio instantáneo en todas las demás, sin importar la distancia física» (p. 14).

Esos conceptos demuestran que, si bien aún no se había materializado el invento, existía la creencia e incluso la voluntad de que algún día sería real. Entre los otros pensadores que resultaron claves, se detiene asimismo en la filósofa y matemáticas Ada Lovelace, de quien es bien conocida su importante aporte a la futura digitalización. El autor, con todo, no pretende hacer un recorrido histórico exhaustivo, sino que analiza también las repercusiones de internet en las dinámicas de comunicación social. Es habitual, por ejemplo, experimentar vértigo ante la vorágine de información que nos rodea; una situación que equipara a la de quienes vivieron el nacimiento de la imprenta, para poner de relieve que, si bien en magnitudes distintas, no es la primera vez que el ser humano se siente perdido ante la proliferación de contenidos y la extensión de su accesibilidad (para profundizar en este tema, vale la pena recordar El arte del saber ligero, el brillante ensayo de Xavier Nueno).

Smith destaca por su habilidad para trazar analogías a primera vista imprevisibles, como las conexiones que encuentra entre los sistemas de comunicación en la naturaleza y los correspondientes de tipo digital. Siguiendo a Kant, afirma que «la similitud evidente entre el sistema viviente y el artificio […] como una red de raíces entrelazadas con filamentos de hongos, como un campo de hierba, internet es también un brote, una excrecencia de la actividad específica de la especie Homo sapiens» (p. 77). Este punto de partida le permite proponer que la comunicación de los cachalotes a través de grandes distancias, por ejemplo, tal vez no difiere tanto, en su concepto, de lo que significa internet para el ser humano; o que este no deja de ser «la capa más reciente de la ecología del planeta como un todo, que solapa redes sobre redes» (p. 88). Con esto, desmonta la tradicional separación entre naturaleza y tecnología como entes opuestos.

Otros paralelismos se refieren a hechos históricos, como al recordar la promesa con la que se nos vendió Facebook en sus inicios: proporcionar un espacio de debate público donde se intercambiaran puntos de vista de forma civilizada y sustanciosa; unas ideas que remiten al ágora griega o a las asambleas. De forma más exhaustiva, se adentra en la Wikipedia, de la que se declara «adicto», un recurso que ha cambiado por completo el modo en el que nos relacionamos con el conocimiento, por su carácter democrático y por la posibilidad de acceder a cualquier entrada mediante un clic. Aún va más allá y argumenta que la considera «la realización completa del sueño de los autores de la Encyclopédie a finales del siglo XVIII» (p. 155). Quizá con un exceso de optimismo, razona que, a diferencia de otras redes, la Wikipedia invita a profundizar en lo que se está explorando y ofrece ciertas garantías sobre la veracidad de los contenidos.

Pero Smith no es ingenuo: consciente de los peligros, más que de internet en sí, del uso que los seres humanos hacemos del mismo, habla de cómo se ha pervertido esa promesa inicial, sustentada en fenómenos como la Primavera Árabe. Y han proliferado los bulos, además de señalar la creciente deshumanización del otro que conlleva la incertidumbre sobre la identidad del interlocutor, que puede tratarse de una inteligencia artificial o no. Por encima de las críticas habituales, le preocupa el carácter adictivo de internet, cómo los algoritmos limitan nuestra capacidad de atención y, con ello, condicionan nuestra libertad. ¿Elegimos con libertad lo que queremos consultar? No del todo: hay un diseño detrás pensado para mantenernos más tiempo enganchados, consumiendo dosis de datos minúsculas que no llegamos a asimilar y que merman la facultad de la concentración sostenida, el tipo de atención que requiere, sin ir más lejos, la lectura de un libro.

Su propósito, con todo, dista mucho de demonizar internet o las redes sociales —y con esto se distancia de otros investigadores que han estudiado la materia, como Johann Hari, autor de El valor de la atención—, puesto que, desde su punto de vista, en última instancia todo depende del ser humano: «Cuando criticamos a Facebook por sus tácticas manipulativas para retener usuarios, estamos criticando […] a las personas que [lo] diseñaron» (p. 50). Dicho de otra forma: internet es y puede ser todo lo que el ser humano decida. Esta conclusión, junto con la perspectiva histórico-filosófica y las interesantes comparativas entre campos en apariencia incompatibles, es la mayor aportación de un ensayo que nos ayuda a comprender cómo hemos llegado hasta aquí.

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