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Literatura

László Krasznahorkai: «Sólo se puede escribir a partir de la compasión»

A propósito del Prix Formentor 2024, conversamos con el escritor húngaro en torno a su cosmos narrativo

László Krasznahorkai: «Sólo se puede escribir a partir de la compasión»

Krasznahorkai en Pilisszentlászló, Hungría, 2024 | © Lenke Szilagyi 

Leer en el siglo XXI la literatura de László Krasznahorkai (Gyula, Hungría, 1954) es encontrarse con una reliquia. Sus personajes son densos, sus frases son largas y, en consecuencia, sus ideas son maravillosamente complejas. Parece una literatura que ya no existe, porque entender la complejidad es algo que parece estar en extinción, por lo que leer al escritor húngaro, ganador del Premio Formentor de las Letras 2024, requiere de lecturas, tiempo y atención para poder recorrer el laberinto que se abre a partir de su imaginación literaria.

En el vasto y complejo universo de la literatura contemporánea, el nombre de László Krasznahorkai resuena con una fuerza innegable. Autor de novelas memorables como Tango satánico, La melancolía de la resistencia y, su más reciente obra, El barón Wenckheim vuelve a casa, todas publicadas bajo el sello Acantilado y traducidas al español por Adan Kovacsics, nos recuerdan por qué Krasznahorkai es un escritor de misterioso, no porque se adhiera al género, sino por ser una de las voces más singulares de nuestro tiempo.

Sus obras están atravesadas por la obsesión, la paranoia y el delirio, pobladas por personajes que habitan los márgenes de la sociedad y por una escritura que desafía las convenciones literarias. Con frases que pueden extenderse a lo largo de páginas enteras, Krasznahorkai invita al lector a sumergirse en su particular cosmos narrativo que evita cualquier tipo de literalidad.

Desde su debut con Tango satánico en 1985, novela que lo catapultó a la fama en su Hungría natal, una visión distópica de un pueblo en desintegración, donde una  figura ambigua —profeta, agente secreto o quizás el mismo diablo— manipula al resto de los habitantes. Esta obra, adaptada al cine en 1994 por Béla Tarr, creó una película de culto de casi ocho horas de duración.

En novelas posteriores como Guerra y guerra o La melancolía de la resistencia Krasznahorkai sigue explorando territorios misteriosos, a menudo oscuros y enrarecidos, que capturan al lector en tramas desconcertantes y profundas. No es de extrañar que escritores como Susan Sontag lo elogiaran por su capacidad de evocar visiones apocalípticas, comparando su estilo con gigantes de la literatura como Melville o Gogol, mientras, que su mundo literario podría ser equiparado al universo visual de películas como Freaks de Tod Browning o las fotografías de Diane Arbus.

Premiado con el Booker Prize en 2015, Krasznahorkai llega este año a Marrakech para recibir el prestigioso Prix Formentor que ha sido el pretexto perfecto para conversar con él en esta entrevista para THE OBJECTIVE, donde nos comparte su visión literaria, su ironía y las obsesiones que siguen moldeando su obra.

László Krasznahorkai.
Krasznahorkai en su residencia en Pilisszentlászló, Hungría, 2024. | © Lenke Szilagyi 

PREGUNTA.- Una de las ganadoras del Premio Formentor de las Letras, Liudmila Ulítskaya, comentó que escribía sobre los perdedores porque sus historias eran mucho más interesantes. En sus novelas ocurre lo mismo, ‘los perdedores’ desempeñan papeles protagonistas. ¿Qué cree que hay de malo en la narrativa de los ganadores y por qué cree que el mundo está tan obsesionado con ellas como una forma de entender ‘la verdad’?

RESPUESTA.- Si me pregunta usted dónde me duele, se lo puedo indicar. Pero si me pregunta dónde no me duele, no se lo puedo indicar. Yo no entiendo a los ganadores, pues ¿qué ganan venciendo a alguien? Lo que ganan no es nada para mí. Ellos tampoco sobrevivirán a la vida. En cambio, sí entiendo la derrota. La entiendo porque siento compasión por el perdedor. Por tanto, sólo se puede escribir a partir de la compasión. Los interesantes no son interesantes.

P.- Como autor, ¿qué piensa de los términos verdad, realidad y ficción?

R.- Son conceptos muy humanos, no tienen vigencia en ningún otro lugar del universo, sólo la tienen en las circunstancias humanas. Todo cuanto está fuera de lo humano es inaccesible. Pero es igualmente importante saber que también el ser humano es inaccesible, visto desde fuera, desde el universo. Aun así, algunos, como yo, intentan esa aproximación, pues a pesar de todo el esfuerzo y de toda la locura querrían saber en qué consiste la verdad en torno al hombre… En vano, claro.

«La frase sencilla es la contraria a la naturaleza, la frase que fluye continuamente es la natural»

P.- No es un hombre de frases sencillas. ¿Por qué siempre las ha evitado?

R.- Al principio era el verbo. Sin cesar oigo en mi cerebro y en mi alma a todos los seres humanos, a los más de ocho mil millones de personas, los oigo decir algo en ese preciso momento, es todo un terrible guirigay, y luego de pronto uno de los discursos prende en mí en una circunstancia y le presto atención, oigo que alguien quiere contar algo importante, de modo que al cabo de un rato sólo me concentro en él y me conmuevo por lo que escucho. En última instancia, mi tarea sólo consiste en escribir eso. La persona a la que escucho, a la que presto atención en medio de los ocho mil millones de seres humanos, por alguna razón única, y exclusivamente a ella, no utiliza frases cortas y regularmente estructuradas, sino que, porque quiere decir algo muy importante, apenas cobra aliento, habla y habla y habla, y yo escribo y escribo. La frase sencilla es la contraria a la naturaleza, la frase que fluye continuamente es la natural. La declaración de amor, que uno ha tenido que retener durante mucho tiempo, o el odio, que también ha tenido que retener largamente, o el descubrimiento que marcará una época, simplemente estallan, como un volcán. Y el funcionamiento de un volcán no se puede reflejar con frases bonitas, breves o, como usted dice, sencillas. Una fuerza demasiado potente, un mensaje demasiado importante, un descubrimiento demasiado grandioso, un destino demasiado cercano. ¿Qué puedo hacer sino seguirle el rastro? No soy un científico ni un profesor de literatura en un instituto de bachillerato, por desgracia.

P.- Los personajes en sus novelas o relatos llevan a cabo acciones, no prometen ideas al lector que no llevan a cabo. ¿Cree que este tipo de escritura se ha perdido con la actual literatura del yo? ¿En qué cree que han cambiado las formas de narrar de los escritores del siglo XX a los que escriben narrando el siglo XXI?

R.- La literatura en prosa del siglo XXI, como obedeciendo a una campanada, parece haber olvidado toda la prosa del siglo XX. Se empezó a escribir como si jamás hubieran existido ni Marcel Proust, ni Franz Kafka, ni James Joyce, ni Tristan Tzara, ni Samuel Beckett, y se pusieron a escribir, incluso los mejores, una prosa realista abandonada ya en el siglo XIX. No consigo entender qué les ha pasado. ¿Una prosa realista? Ahora que ya sabemos que, si bien existe la realidad, jamás podremos acceder a ella. ¿Qué significa real? ¡No me lo puedo creer! ¡Como si esta fuera la escapatoria de la «culposa» desesperación de Joyce y de Beckett y de Pound! Por un lado tratamos de entender el absurdo de los experimentos de la física cuántica y por otro hacemos como si no hubiera ocurrido nada desde Balzac y Stendhal. ¡Es de locos! Y tiene trágicas consecuencias. Incluso los mejores ponen en valor las cifras de ventas. ¡Dios mío! Pobre Beckett.

László Krasznahorkai
Krasznahorkai en su residencia en Pilisszentlászló, Hungría, 2024. | © Lenke Szilagyi 

P.- La esperanza del regreso a casa es uno de los grandes hilos conductores de Tango Satánico. ¿Usted sigue viviendo en Berlín? ¿Esa esperanza de volver a la Hungría de Orbán ha desparecido o solo la tienen los personajes de sus obras?

R.-Desde el 2018, ya no vivo en Berlín. Vivo en Trieste y en Viena, y a veces en lo alto de un monte cerca de Budapest, muy escondido para que no me llegue el olor a chorizo con ajo. Voy cambiando de lugar de residencia, ahora vivo en un lugar, ahora en el otro, y cambio cada vez que un sitio me resulta particularmente insoportable. Pero uno no se puede librar de la esperanza. Volver a casa, regresar. Lo que es seguro es que si por algún momento se apodera de mí un sentimiento así, no es Hungría en lo que pienso. No por Orbán, aunque él ya bastaría -¡Vaya, allí donde él está, allí no, por favor!-, sino porque no tengo ningún deseo de toparme con la realidad húngara, con el mundo de la autocompasión, de la hybris, de la brutalidad y de la feliz estupidez.

«No tengo ningún deseo de toparme con la realidad húngara, con el mundo de la autocompasión y de la feliz estupidez»

P.-. Tango Satánico tardó 27 años en traducirse al inglés y 32 en traducirse al español. ¿Esta  colaboración con Béla Tarr fue de gran ayuda para que esto sucediera? 

R.- Un poeta inglés estuvo diez años traduciendo Tango satánico, no sabía muy bien qué hacer con el húngaro que yo utilizo, lo cual le suponía un tormento continuo. Aquí y allá se saltó algunos pasajes porque se olvidó en qué punto, echando pestes, lo había dejado; en un lugar incluso se saltó diez páginas enteras. Sin embargo, su inglés es excelente, y así fue también el resultado. Tango satánico sirvió de base al trabajo en común con Tarr, no queríamos una adaptación, la novela o, mejor dicho, las novelas suponen más bien una fuente de inspiración. Durante 25 años hicimos así juntos bastante buenas películas inspiradas en mis obras, y no cabe la menor duda de que esas obras fílmicas capacitaron a muchos a vencer su resistencia a la lectura. El cine suspende la imaginación individual, y durante la duración de una película se presta otra al espectador; en cambio, la novela o el poema no hurtan esa imaginación individual, no la suspenden, es más, la necesitan, sin esa imaginación la creación literaria ni siquiera podría existir. El cine es el vencedor, la novela o el poema, por muy extraordinarios que sean, son los perdedores. Estos, sin embargo, mantienen viva la capacidad de la mente para la lectura y a veces incluso a lo mejor dan algo a cambio: un mundo, en el que el hecho de hacer aflorar la belleza, la fealdad, la dignidad y la tendencia a la compasión, así como el disfrute puro y elevado de las palabras y de las frases permiten comprender por qué la escuela antigua dice, en referencia a la literatura, que merece la pena.

P.- Tarr lleva 13 años sin hacer una nueva película y usted sin escribir un guion para sus películas. ¿Existe la posibilidad de volver a colaborar con él?

R.- Ese cine que creamos el director –Tarr–, el escritor –yo–, el músico –Mihály Víg– y nuestros actores y camarógrafos e iluminadores hasta  llegar a los encargados del catering podía considerarse concluido, con una excepción. La excepción fue la película El hombre de Londres. Cuando vi las primeras tomas traté de avisar, desesperado, a Tarr que habíamos alcanzado el final, que ni siquiera debíamos hacer esa película, El hombre de Londres, pues habíamos llegado al punto de repetirnos a nosotros mismos, habíamos agotado lo que teníamos. Pero Tarr no me escuchó. Por desgracia, terminó El hombre de Londres, pero por fortuna hizo también su película de despedida, que yo no deseaba, El caballo de Turín, que es a mi juicio nuestra mejor película en común. En común en el sentido de que yo escribí el guion; no con él, como solíamos hacer hasta entonces, sino solo, y mucho antes. Cuando apareció como posibilidad de una última película, yo ni siquiera me mostré de acuerdo, tanto temía lo que podía resultar después de El hombre de Londres. Y gracias a Dios no tuve razón, pues es a mi juicio realmente la creación más pura de la que ha sido capaz la pareja Tarr-Krasznahorkai. Uno de los motivos quizá sea que no participé en absoluto en ninguna de las fases del rodaje de El caballo de Turín. Un escritor no debe estorbar allí donde esos bribones, los cineastas, están creando.

László Krasznahorkai
László Krasznahorkai a su llegada a Marrakech para recibir el Prix Formentor. | Begoña Rivas

P.- ¿Se parece en algo el László Krasznahorkai de 1985 al de hoy?

R.- No, en absoluto. Si me encontrara ahora con mi yo de entonces, lo invitaría a sentarse, le serviría vino, él me miraría, yo a él, y él me preguntaría: ¿cómo has podido vivir si piensas así? Y yo le respondería que porque me he dado cuenta de que puedo ofrecer algo de consuelo, y él apuraría la copa de vino, daría las gracias en voz baja, se levantaría, llegaría hasta la puerta y antes de desaparecer para siempre de la vista se volvería desde el umbral, me miraría y me mandaría a la mierda.

P.- Ha comentado que mientras no lee a Kafka, sueña con él. Escuchar a Bach es otra de sus actividades predilectas. ¿A qué se dedica recientemente?

R.- Leo a poetas. Bebo vino. Y observo con atención cómo madura la uva del año que viene.

P.- Por último, usted ha ganado el Booker Prize 2015 y el Premio Formentor de las Letras 2024 ¿Cree en los premios literarios para enaltecer la obra del escritor o para agrandar el ego? ¿Cuál es su postura sobre los galardones literarios?

R.- Los premios están para enaltecer al artista. Y bien que lo merece. Porque él, si no se miente, sabe perfectamente lo que valen sus obras.

La lista de TO
Tango satánico
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El barón Wenckheim vuelve a casa
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Guerra y guerra
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Melancolía de la resistencia.
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