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Alfonso J. Ussía: «Cuanto más democrática era la Guardia Civil, más violenta se volvía ETA»

El escritor madrileño acude a THE OBJECTIVE para presentar su obra sobre la historia de ETA, ‘Borroka’ (Espasa)

Alfonso J. Ussía: «Cuanto más democrática era la Guardia Civil, más violenta se volvía ETA»

El escritor Alfonso J. Ussía. | Carmen Súarez

Hace tres años y un día llegaba a Norteña. Esta frase de La fin de Nacho Vegas la pensaron con distintos años y distintos días cientos de guardias civiles provenientes de toda España que, por convencimiento o desventura, tuvieron que acudir a la llamada de sus superiores para desplazarse al País Vasco a combatir en una «guerra» sin sentido que regó de sangre las calles del país. El coraje y la determinación de miles de hombres y mujeres uniformados lograron acabar con la barbarie etarra, que sembró el terror durante cerca de cinco décadas. Norteña es la franja del norte peninsular que «va desde San Sebastián a Pontevedra» y que cuyas poblaciones tienen en común «el paisaje, el verde, lo bien que se come y la buena gente». Entre esa buena gente se sembró un caldo de cultivo que serviría para escribir una de las páginas más negras de la historia de España. Pese a ello, entre toda esa vileza también brotaron actitudes un tanto ajenas a la España de hoy: honor, compañerismo, valentía, sacrificio…

A lo largo de casi 300 páginas, Alfonso J. Ussía (Madrid, 1983) logra impregnar al lector de todos los sentimientos que pueden despertar aquellos años en los que la sociedad se acostumbró a las matanzas indiscriminadas y los tiros en la nuca. De la náusea por el etarra a la cólera por el matrimonio asesinado, son las emociones que van emergiendo de las páginas de una obra cuya temática cuenta con pocas analogías en la literatura española. El escritor nos sumerge en un relato que la Memoria Histórica busca que se olvide. Directo y claro, el autor repasa la peor historia de la España actual: los años en los que ETA da rienda suelta a su actividad criminal más brutal y desalmada.

A Alfonso J. Ussía le llevaron a escribir un relato tan crudo como esperanzador dos razones fundamentales: la primera, la edad, «todos los que somos de 30 para arriba lo tenemos vivo en nuestra memoria»; y, la segunda, la lucha contra un relato «de mentira que nos están intentando imponer desde las instituciones». Para él es el momento de enfrentarse a una «literatura más incómoda» en la que «todavía hay muchos que prefieren no mojarse», algo extraño abordando un tema en el que, a grandes rasgos, no caben dudas: «Estamos con tal paja mental en este país, que creo que esta novela es más necesaria que nunca. Hay una parte de dislexia mental en esta sociedad».

Pese a que Borroka (Editorial Espasa) se anuncia como novela, uno nunca sabe, cuando está imbuido en ella, qué es verídico y qué es ficción. En realidad, en el libro la ficción está relegada a lo que envuelve a los personajes y uno desearía que el resto hubiese sido fruto de su imaginación, pero no lo fue: «Todos los atentados de ETA fueron una salvajada, pero a medida que pasan los años se vuelven más crueles», señala Ussía, que remarca un hecho que combate directamente el relato que algunos sectores políticos buscan imponer: «Cuanto más democrática se vuelve la Guardia Civil, más violenta se vuelve ETA».

El escritor madrileño escoge algunos de los años más crueles de la banda para reflejar la vida de quiénes, con desconsideración por su propia vida, decidieron acudir desde todas las zonas de España a combatir en una «guerra». Durante los últimos años de la década de los 80 y principios de los 90, ETA toma la decisión de poner en su objetivo a cualquier ciudadano común, adoptando la «socialización del terror» como método para conseguir sus fines. «A la muerte de Txomin Iturbe, le sucede la época de socializar el terror. La nueva cúpula decide que las víctimas ya no tienen que ser guardias civiles o soldados. Tiene que ser cualquier persona del espectro social y político. Cuanto más daño, mejor».

En el libro, Ussía crea a Deva Valdés, una de las primeras guardias civiles en acceder al Instituto Armado, después de que en 1986 se levantase el contraproducente veto hacia ellas. A través de su mirada, vuelven a la memoria algunos de los más significativos atentados de la banda terrorista. No sin antes abordar algunos de los distintos pasajes previos que suelen acompañar a los baños de sangre: el apoyo social a ETA, la complicidad de la Iglesia vasca y navarra, la extorsión empresarial, los secuestros…

«A mí me pone la piel de gallina. Cuando tú tienes 18, 19, 20 años vas a decidir lo que vas a hacer con tu vida, con tus expectativas, con tus sueños, con unas ilusiones… todo es abarcable. Nada tiene límites. Que haya mujeres, igual que hombres, que tienen una convicción, un amor por servir al país, a la sociedad… y que deciden dar su vida, arriesgarse, alistarse en la Guardia Civil e irse al norte, a la zona de guerra que tenía España en ese momento, a mí me pone la piel de gallina», reitera Ussía, que no puede evitar poner nombres reales a muchos de los personajes que aparecen en la obra: la cabo primero Manuela Simón, el coronel Manuel Sánchez Corbí o el coronel Diego Pérez de los Cobos.

Alfonso J. Ussía. | Foto: Carmen Suárez

ETA, el GAL y Francia

A ellos une los nombres de otros próceres que colaboraron desde su ámbito a combatir a ETA. El juez Baltasar Garzón o la fiscal Carmen Tagle son dos de las personas en las que Ussía se fija como símbolo de combate desde la judicatura. Esta dupla consagrada logró iniciar las conversaciones para conseguir la ansiada colaboración francesa, tan necesaria en esos años en las que las villas del País Vasco francés servían como santuario etarra.

«Dentro de las partes implicadas en la lucha contra ETA está la parte judicial. Dos buenos ejemplos son Tagle o Garzón, que me narró cómo llevó un dossier preparado para que el juez Le Vert, que iba a interrogar a Santi Potros, a Elena Beloki y a Josu Ternera; accediese a involucrarse seriamente en la investigación», apostilla, después de desdeñar la tesis redundante que explicaron en su día desde el Ministerio del Interior de José Barrionuevo y Rafael Vera. Según esta versión, la colaboración francesa llegó a raíz de las bombas y asesinatos del GAL en Francia, un «marrón» insuficiente para quebrantar la voluntad del expresidente francés François Mitterrand, quien había «blanqueado» durante años la actitud criminal de la banda terrorista.

Nunca se sabrá, pero probablemente esta inacción de las autoridades francesas fue la que permitió el nacimiento del grupo más sanguinario dentro de ETA: el comando Argala. «Todos eran ciudadanos franceses. Esto fue una idea brillante de Txomin Iturbe», apunta Ussía, en referencia al también llamado comando itinerante, un grupo de cuatro etarras que durante 12 años solo respondieron ante la cúpula y del que el resto de la organización desconocía su existencia: «Que haya cuatro ciudadanos franceses operando en distintos destinos de toda España, Madrid, Barcelona, el País Vasco o en Sevilla, es una cosa muy salvaje. Creo que para Francia fue un shock verlo tan cerca».

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Frente a todos ellos, el temido teniente coronel Enrique Rodríguez Galindo, responsable del cuartel de la Guardia Civil de Intxaurrondo en San Sebastián, «una persona leal y fiel a sus convicciones y sus subordinados», que supo modernizar la lucha antiterrorista aplicando nuevas técnicas que ayudaron a mejorar la labor del Instituto Armado frente a ETA. «Cuando fue el juicio, fue el único que entró en la cárcel y asumió la culpa», explica Ussía, que recuerda la condena de 71 años de prisión al guardia civil por el asesinato de Lasa y Zabala. «Creo que la historia de España le debe mucho», remacha mientras critica el «cinismo» de la sociedad española, aunque reconoce que «no tenía explicación» que sus métodos se encontrasen fuera de la legalidad: «Con sus errores y sus aciertos es una figura clave en la lucha contra ETA».

Pero no solamente los integrantes de la banda fueron los responsables de las salvajadas de ETA. «Ahí está también una parte de la complicidad de la sociedad vasca», que, al igual que muchos de sus gobernantes como Xabier Arzalluz o «el Anasagasti de turno», prefirieron a veces «recoger las nueces» y otras «la comodidad y bajar la cabeza», analiza Ussía, que no duda en señalar la «cobardía» y la ambigüedad del PNV como eje vertebrador del tupido velo de silencio que se corría en las calles del País Vasco frente a ETA: «El PNV siempre fue muy ambiguo, demasiado».

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