Cómo se piensa la amistad en tiempos inciertos, según Marina Garcés
La filósofa se pregunta sobre la promesa del vínculo y cómo ha sobrevivido sin institucionalización

Marina Garcés | Cedida por la editorial
El café está servido en una sala de la editorial Galaxia Gutenberg ,y la filósofa y ensayísta Marina Garcés (Barcelona, 1973) observa la sala con la calma de quien ha pasado años pensando en lo que apenas comienza a discutirse. Su último libro, La pasión de los extraños -publicado por la misma editorial que nos convida para esta entrevista-, no es solo una reflexión filosófica sobre la amistad, sino un mapa de los vínculos humanos en tiempos de incertidumbre. Lo que parece un concepto claro, definido por el afecto y la cercanía, se revela como un territorio inestable, moldeado por la historia, por su falta de institucionalización y, más recientemente, por el consumo digital.
La amistad, como la hemos entendido durante siglos, arrastra la sombra de Aristóteles. La tradición filosófica occidental ha insistido en definirla como el vínculo entre iguales, una relación basada en la virtud y la elección voluntaria, donde los amigos no se necesitan, sino que se eligen. Sin embargo, para Garcés, este modelo resulta insuficiente para pensar las amistades contemporáneas. En La pasión de los extraños se pregunta qué sucede si en lugar de partir de esa idea de perfección mutua, la amistad se piensa desde la irrupción del extraño, desde el encuentro con el otro que desafía y transforma.
Este enfoque tiene antecedentes en la literatura más antigua. En el Poema de Gilgamesh, la amistad no surge entre dos hombres iguales, sino entre un rey y una criatura salvaje, Enkidu, cuya presencia lo desestabiliza hasta obligarlo a enfrentar su propia vulnerabilidad. Gilgamesh, que creía tenerlo todo, descubre con la muerte de su amigo que no es autosuficiente, que su poder no lo protege de la pérdida ni del miedo a la soledad. Esta figura del amigo como un extraño que trastoca nuestra existencia aparece también en el cine y la literatura contemporáneos, desde la película E.T. hasta la animación de El niño y la bestia. Estas historias muestran que el amigo no es solo alguien que acompaña, sino alguien que transforma.
En La pasión de los extraños, Marina Garcés se pregunta, qué sucede si en lugar de partir de esa idea de perfección mutua, la amistad se piensa desde la irrupción del extraño, desde el encuentro con el otro que desafía y transforma.
Pero si la amistad no ha sido regulada por instituciones como la familia o el matrimonio, sí ha sido colonizada por otras fuerzas. En el mundo contemporáneo, señala Garcés, la amistad ha sido absorbida por el mercado digital. Facebook, por ejemplo, no eligió la palabra “amigo” de manera inocente. En la era de las redes sociales, la amistad se ha convertido en un sistema de conexiones cuantificables: más que vínculos, acumulamos contactos. Pero esta mercantilización no ocurre solo en el ámbito virtual; también está presente en la literatura, el cine y la cultura del bienestar, donde las amistades se presentan como la clave de una vida feliz y saludable, eso a lo que llama «amistades terapéuticas». La promesa de que tener amigos prolonga la vida o mejora la salud emocional responde a una lógica de consumo, donde la amistad se convierte en un producto más.

Este proceso también ha modificado la manera en que nos relacionamos. La amistad, que tradicionalmente ha sido el espacio de la diferencia, está siendo reemplazada por vínculos de afinidad absoluta. Nos agrupamos en burbujas donde todos piensan igual, donde evitamos el conflicto y la fricción con la diferencia. Sin embargo, la verdadera amistad, argumenta Garcés, implica precisamente esa incomodidad, ese encuentro con lo inesperado. En un mundo que teme la incertidumbre, rodearnos de personas idénticas a nosotros puede parecer reconfortante, pero empobrece la experiencia del vínculo.
A lo largo del libro, Marina Garcés explora la relación inseparable entre amistad y soledad. Es en este vínculo impensable es donde la autora cuestiona la idea de que la amistad es lo opuesto a la soledad y plantea que, de hecho, ambas están profundamente entrelazadas. La soledad no es una amenaza para la amistad; es lo que la condiciona. Solo quien sabe estar solo puede ser verdaderamente amigo. Lo que nos aterra hoy no es la soledad en sí, sino el aislamiento, un fenómeno muy distinto que la sociedad contemporánea ha alimentado al promover el individualismo y la autosuficiencia.
En un mundo que teme la incertidumbre, rodearnos de personas idénticas a nosotros puede parecer reconfortante, pero empobrece la experiencia del vínculo.
Pero si hay un tema que permanece en la sombra cuando hablamos de amistad, es su final. Mientras el amor tiene la palabra «desamor», la amistad carece de un lenguaje para narrar su ruptura. Garcés observa que la ficción solo permite que las amistades terminen de dos maneras: por la muerte o por la traición. Sin embargo, en la vida real, la mayoría de las amistades no se rompen de forma dramática; simplemente se disuelven. Se alejan, dejan de tener sentido, pero sin el reconocimiento explícito de que han terminado. Esta falta de narrativas sobre la separación entre amigos genera un tabú difícil de abordar.
La autora recuerda la película Almas en pena de Inisherin (The Banshees of Inisherin), donde uno de los personajes decide dejar de ser amigo del otro sin dar razones. Esa idea resulta inquietante porque contradice el imaginario sobre la amistad como un vínculo eterno, sin conflictos. En la vida real, sin embargo, muchas amistades desaparecen sin grandes gestos. Y aunque a veces el dolor de perder un amigo es mayor que el de una ruptura amorosa, seguimos sin saber cómo hablar de ello.
Con La pasión de los extraños, Marina Garcés propone pensar la amistad no como un refugio estable, sino como un territorio de riesgo, deseo y transformación. La amistad no es solo compañía, sino una apuesta por lo desconocido. En su esencia, dice la autora, la amistad no es la certeza de un vínculo inquebrantable, sino una promesa incierta -vale la pena revisar su ensayo anterior- que, precisamente por su incertidumbre, nos abre a nuevas formas de estar en el mundo.
Cuando la conversación llega a su fin, el café se ha enfriado en la sala y los croissants pretenden que alguien los coman, así que Garcés concluye luego de un momento de silencio afimándonos que «la amistad tiene algo de abismo, y eso es lo que la hace tan fascinante».