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Marina Garcés reflexiona sobre la esperanza y traición

La filósofa catalana imagina en su nuevo ensayo ‘El tiempo de la promesa’ (Cuadernos Anagrama) futuros deseables

Marina Garcés reflexiona sobre la esperanza y traición

Marina Garcés. | MT Slanzi

Todo parte de una rebeldía: la de no plegarse a esa idea del futuro como algo que se yergue frente a nosotros amenazante, inalcanzable. La de desobedecer críticamente a todas esas ideologías de la impotencia que nos circundan. A Marina Garcés (Barcelona, 1973) le habían encargado la tarea de realizar la conferencia inaugural de la Bienal del Pensamiento de Barcelona, el año pasado. En el CCCB y frente a un auditorio de casi mil alumnos procedentes de 17 institutos de la ciudad y del resto de Cataluña, Garcés les dijo lo siguiente a los jóvenes: «Desde múltiples discursos y canales se os está invitando a renunciar al futuro. Sin embargo, las promesas son un acto de insubordinación a la certidumbre convertida en amenaza. Si tenéis presente, tenéis futuro. Y el presente está hecho del compromiso y la convicción que tengáis de cumplir vuestra palabra».

A partir de esta convicción, Marina Garcés se puso a estudiar el tema a fondo, con esa forma de trabajo suya que mezcla lo sistemático con lo asistemático. «Tengo el oficio académico de la filosofía, de buscar fuentes, de reconstruir una historia, de intentar buscar cómo ha sido la promesa a lo largo del tiempo», nos cuenta la filósofa en la cafetería de una terraza de la Plaza Lesseps, en Barcelona, quien admite que, a la vez que se sigue de la rigurosidad del trabajo de investigación, dispara en muchas direcciones, «muchas de ellas literarias, fílmicas. Digamos que exploro el terreno de lo narrado, de lo vivido, del lenguaje común; las expresiones cotidianas también me interesan mucho». Con todo ello consigue la filósofa y escritora que el corpus del tema, en este caso el de la promesa, «se vaya abriendo en distintas direcciones, y se construya un ensayo como este, que tiene muchas capas y muchas fuentes de lectura».

Marina Garcés. | MT Slanzi

Pero sucede que los temas, a veces de manera inconsciente, nos impregnan y nos buscan. Así, Marina Garcés se dio cuenta de que el tema de la promesa no le era ajeno a su obra previa. «Mi libro Nueva ilustración radical acaba con un párrafo, el último epígrafe, que dice: «Quizá no tenemos tiempo, pero no podemos perder el tiempo», y habla de ese imaginario de tejedoras de tiempo, de cómo se elabora un sentido del tiempo que no sea éste que se nos está imponiendo, el tiempo de la devastación», comenta la filósofa. Asimismo, Garcés se dio cuenta de que también en Escuela de aprendices (Galaxia Gutenberg, 2020) acababa en una de las últimas partes del final hablando «del tiempo roto de la promesa educativa, y de por qué la educación hoy no es ya sinónimo de promesa, ni personal ni colectiva. De cómo ese vínculo entre educación y emancipación aparece hoy como algo roto». Fue entonces cuando entendió que estaba respondiendo al encargo de la Bienal del Pensamiento desde su propia obra y desde dos frentes: desde las dimensiones del tiempo y el vínculo.

Compromiso

Es ahí donde aparece la promesa, que Marina Garcés pretende restituir en nuestro presente, entendiendo que «hacer una promesa verdadera se ha convertido hoy en un acto entre incómodo e inesperado». Sin afán moralista, empero, Marina Garcés recurre al delirio, «pero no el delirio paranoico que es ese en el que estamos viviendo hoy, sino este delirio desde el que podemos compartir, porque la promesa es un delirio compartido, algo que introduce un posible entre nosotros, que no sabemos si se va a cumplir, ni en qué condiciones, y que admite su propia contingencia, porque cualquier promesa lleva asociada la idea de que no se pueda realizar». Con ello, Garcés propone que la promesa nos sirva para imaginar el futuro, porque seguimos siendo capaces de imaginarlo, solo que sucede, en su opinión, que «no se parece en nada al que nos habían prometido», escribe en El tiempo de la promesa

Para contrarrestar esa oscuridad de nuestro futuro a la que nos han querido acostumbrar, opta Marina Garcés por la promesa, porque «es efectiva en la medida en que orienta la acción hacia un futuro posible, que se convierte en el territorio de un compromiso». Se deriva de aquí ese carácter performático de la misma, que tiene una irreversibilidad propia; y es que, una vez hecha, la promesa «es verdad por el solo hecho de haber sido dicha de verdad», escribe Garcés. Ahí radica toda su potencialidad. Y es que es importantísimo resaltar que «la libertad de hacer promesas es probablemente el elemento más básico y elemental de nuestra libertad», dice la autora. El reverso de la potencialidad de la promesa es la traición, sobre lo cual dice Garcés lo siguiente: «Quien nunca se haya sentido traicionado quizá no se haya sentido nunca comprometido», de lo que se deduce pues que sin compromiso ni vínculos no hay posibilidad para un futuro otro. Y es que, en última instancia, la promesa es «la expresión de la imaginación política que reconfigura el vínculo y su temporalidad». Dicho de otro modo: la promesa funciona como estructura interpretativa de la realidad y no es una modalidad menor del juramento, pues añade a la certificación de la fiabilidad de la palabra una orientación y unas condiciones.

Incertidumbre

Una forma actual de lucha contra la incertidumbre es la predicción. A diferencia de la promesa, que es la declaración de una voluntad, la predicción es el resultado de un cálculo. «La predicción elabora lo que hay, así es una promesa que no promete nada, pero da la apariencia de estar conjurando precisamente nuestro miedo a no saber lo que va a pasar, como sinónimo de amenaza, pero no saber qué va a pasar es algo que ha sido siempre así, ya que no vivimos en un tiempo continuo», dice Garcés. Hoy esta incertidumbre, sin embargo, la vivimos con angustia, con ansiedad, con miedo, «y es ahí donde se proyectan como sombras todas nuestras amenazas, y así el poder nos permite la predicción, con lo que se ofrece como producto político, de mercado e incluso de seguridad casi íntima», cuenta Garcés. Esta es la razón por la que la gente persigue el deseo de seguridad y autoridad, que se busca tanto en los líderes políticos como en el algoritmo. No obstante, matiza la filósofa catalana que no toda predicción es un elemento de control. Saber el tiempo que hará mañana, por ejemplo, aunque se base igualmente en el cálculo y la probabilística, es un elemento que se pretende meramente informativo.

Como resumen del nuevo ensayo de Marina Garcés El tiempo de la promesa podría citarse una de sus frases, la que dice que «somos hijos de las promesas que no hemos hecho». Preguntada sobre el particular, la filósofa afirma: «Abre una pregunta que es la de que no tanto qué promesas puedo hacer yo, sino también cuántas promesas han conformado nuestros modos de vida, de pensamiento, de representación, cuáles de ellas nos están haciendo daño porque se han vuelto patológicas y cuántas de ellas, al contrario, son un repertorio posible de caminos que no hemos acabado de recorrer».

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