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Cultura

El éxito mejor guardado de la Argentina

Ya podemos leer en España gracias a las ediciones de sus libros de Fulgencio Pimentel al argentino Roque Larraquy

El éxito mejor guardado de la Argentina

El escritor Roque Larraquy. | TO

El argentino Roque Larraquy (Buenos Aires, 1975) es el único escritor en castellano cuya obra traducida al inglés ha sido seleccionada para el National Book Award for Transated Literature (nominación del año 2018). Se trata de la edición a cargo de Heather Cleary de La comemadre para Coffee House Press. El libro, publicado originalmente por Entropía en la Argentina a finales del 2010 y en una primera edición en España en 2014 por parte de Turner, cuenta con ediciones en más de veinte países y siete lenguas. En 2022, la novela fue publicada de nuevo por Fulgencio Pimentel en España, quien también se ha ocupado de dar a conocer en nuestro país la tercera obra de Larraquy: La telepatía nacional (2023), y que el próximo año dará imprenta la segunda novela del autor: Informe sobre ectoplasma animal (libro que la rama española de su editorial argentina, Entropía, hubo de publicar en 2014; ya descatalogado en la actualidad).

Teniendo en cuenta que La comemadre fue comenzada a escribirse en 2003 y publicada siete años después, resulta una asombrosa anomalía su vigencia y penetración. Y es que la obra de Larraquy tiene algo de virus, que va infectando lenta, pero definitivamente, a sus lectores. Nos confirma Larraquy por teléfono, desde Logroño, de visita en nuestro país (luego estará en Barcelona y Madrid), que «mis libros han sido recibidos con entusiasmo y una cierta gradualidad hasta que llegan a encontrar a sus lectores; nunca fueron libros inmediatos, siempre fueron muy de goteo». A los mismos (tres, por el momento) Larraquy dedica mucho tiempo, unos siete años por libro; aunque su escritura tiende a superponerse, lo que le permite «pensarlas con una cierta continuidad». Y es que, para el escritor argentino, es muy importante la reescritura, el volver una y otra vez a los textos, lo que le permite revisar, reescribir, cortar y mutilar el texto, siempre bajo la idea de que «la literatura no necesita ser urgente». Ello permite que sus textos se sientan como una suerte de instancia esencial de un momento, un corte histórico en una determinada historia que, llegado un determinado punto, sencillamente se extingue. Además, esa lenta escritura superpuesta produjo que, de manera espontánea y, tras su primer libro, se iniciase la creación de los otros dos, ya que cuando Larraquy comenzó a escribir su primera obra no tenía en mente escribir ninguna más.

Guionista de formación, cree Roque Larraquy que estos estudios en los que inició su aprendizaje le sirvieron para «aportarme una mirada tecnificada sobre la narrativa, que me permitió percibirlo como una materia plástica, moldeable, editable». Eso también se nota mucho en los diálogos: «el guion te da una mano liviana para abordar los diálogos que, a veces, cuando uno solo los ensaya desde lo literario, pueden resultar un tanto más formales o atravesados por las exigencias propias de la literatura», nos cuenta.

Parodia de las pseudociencias

Para Larraquy no tienen sentido los finales conclusivos de una historia y, más bien, los efectos estéticos de sus libros se producen por la incómoda y grotesca aparición de inmoralidades burlescas. Así, se sirve de la parodia y trabaja duramente con el humor, lo que resta solemnidad a sus textos y los preña de una vibración satírica. «No escribo autoficción, ni textos autobiográficos ni tampoco novelas realistas y así uso el humor para distorsionar las realidades que proyecta cada texto de un modo libre», afirma el autor. Quiere decir esto que sus textos, aunque no se siguen del realismo literario, sí se sienten posibles. En una posibilidad regida por el delirio y la histeria, claro. En otras palabras: la fantasía siempre queda muy cerquita del suelo por lo que, aunque estrambótica, se siente plausible, auspiciada por una lógica del desvarío y la alucinación. En otras palabras: se trata de ficciones sobrenaturales y fantasiosas muy ancladas en lo humano, en un deseo humano (y enloquecido) de conocimiento. Y ahí, se sigue Larraquy de los magisterios de Juan Emar o Felisberto Hernández y, en general, de las vanguardias latinoamericanas. Así, si en La comemadre se intenta entender qué es la muerte y qué hay después de la muerte (cortándole la cabeza a pacientes terminales de cáncer, aun vivos, en un sanatorio de la provincia de Buenos Aires, y  preguntándoles a las cabezas que cuenten qué perciben), en La telepatía nacional y gracias a «un artefacto vegetal de un perro mediano, parecido a una nuez o un cascarón» con un perezoso adentro cuya herida produce la simbiosis, la conexión telepática (y sexual) entre dos personas  se monta todo un entramado (con tintes de Secreto de Estado) para investigar esas conexiones que se producen «entre este mundo y otro muy parecido al nuestro».

Portada del libro La telepatía nacional de Roque Larraquy.

En ambas novelas la estructura discurre en tramos discursivos similares (y separados en el tiempo): de una parte, se da una parte más narrativa, cronológica, secuencial y una segunda más desordenada y fragmentaria, en la que se mezcla el discurso propio de la novela con otros discursos (casos clínicos, tesis doctorales, críticas de arte, decretos-ley, informes estatales internos). En el caso de la novela de Larraquy que se encuentra en el medio de las dos, Informe sobre ectoplasma animal, con ilustraciones de Diego Ontivero, se trata de una suerte de bestiario de los casos más insólitos de la ectografía en la Argentina; se trata de un texto más breve y fragmentario y que, de alguna forma, funciona como bisagra de las otras dos. Así, los tres libros conforman un tríptico conceptual donde se investiga aquello que hay después de la muerte, los dislates de las pseudo ciencias y la abrasiva influencia del poder político.

Personajes inmorales

A Roque Larraquy el interés por la ciencia le viene de pequeño, su padre era médico psiquiatra y tenía el consultorio en la planta baja de su casa, «por lo que había un contacto bastante frecuente y una cierta fascinación infantil por ese mundo de lo psiquiátrico», nos cuenta. En lo que respecta al poder político, Larraquy se sirve de la parodia, ya que «son los modos de la mirada política escondida». Al escritor le interesa trabajar políticamente los temas, «lo que no significa abordarlos directamente como tales dentro de mi narrativa, pero sí que haya un rumor sobre aquellos discursos que sobre todo representan ideas contrarias a las mías», matiza. «Me interesa sobre todo darle voz a personajes que representan a mis adversarios políticos y a mis adversarios ideológicos», añade. Se trata, según nos cuenta Larraquy, de personajes que son villanos de alguna manera, «que tienen cierto borde de amoralidad, que acumulan desgracias porque son racistas y misóginos, etc». De esta forma, se hace presente en los textos una reflexión sobre la inmoralidad y sobre si ésta queda justificada por los fines científicos que la auspician. «Es deliberado que la condena frente a sus acciones no esté presente en el texto y que sea un efecto de lectura», nos cuenta Roque Larraquy. Y añade: «no me interesa poner un personaje y luego castigarlo, y demostrarle que lo que ha hecho está mal y condenarlo al infierno».  Y ello porque «de alguna manera, los personajes se van hundiendo solos, y yo los acompaño, casi que te diría con cariño, en ese hundimiento».

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