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Cultura

Manuel Arias Maldonado: «La ideología es una emoción que proporciona un colchón identitario»

«La teoría liberal de la democracia, que es lo mejor que tenemos a mano, tiene un agujero en el centro que es la competición electoral»

Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974) es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Málaga y prolífico ensayista. Siempre he pensado que «Torre de marfil», el nombre de su blog en Revista de Libros es irónico, pues Arias Maldonado desciende a menudo al barro de la actualidad. Su compromiso como intelectual público se manifiesta en el diario El Mundo y en The Objective, donde también mantiene el blog «Rancho Notorius» dedicado al cine, su gran pasión. 

PREGUNTA: Ahora es común escuchar hablar de ecologismo y cambio climático,  pero cuando tú hiciste tu tesis doctoral todavía no estaba de moda. 

RESPUESTA: Era una tesis sobre ecologismo radical, una especie de crítica desde el liberalismo al ecologismo radical. Eso lo hice entre los años 98 y 2001. Y es verdad que es un tema que ha ido ganando visibilidad con el transcurso de los años. Ese trabajo aparecería en el 2008 en la editorial Siglo XXI y en ese momento tampoco resonó demasiado. En España hemos tardado en incorporarnos al debate.

P: ¿Y a qué se debe que España haya estado rezagada en el debate sobre el cambio climático y sobre el ecologismo en general? 

R: Por un lado están las peculiaridades de un sistema electoral que, al menos hasta hace poco, pensábamos que dificultaba la entrada de nuevos partidos en nuestra competición electoral. Eso ha impedido que un Partido Verde digno de tal nombre en España pudiera abrirse paso. Por otro lado, las actitudes medioambientales en España no están a la altura de los valores ambientales del resto de Europa, sobre todo del norte de Europa. Hay una divisoria muy clara entre las sociedades que se industrializaron con fuerza y las del sur de Europa. Creo que esto también ayuda a explicar esa carencia de un debate sofisticado acerca de los problemas ambientales, que son problemas de organización del entorno. 

P: Quizá otro problema es que muchas veces las propuestas se valoran en función de quién es el proponente. 

R: Hay un problema inicial que tiene que ver con el modo en que el debate público se desarrolla en España, al menos aquella parte del debate que es más visible en redes sociales. Se asocia mucho a la identificación partidista y al trazo grueso. Luego es verdad que resulta muy difícil debatir estos temas cuando la ciudadanía no está suficientemente familiarizada con ellos y para colmo hay una parte del ecologismo político que no se sabe muy bien si es exactamente ecologista, en el sentido de preocuparse por la sostenibilidad de las relaciones socio-naturales, o si más bien es anticapitalista y toma el camino del ecologismo para atacar el capitalismo. 

P. ¿Hablamos de la izquierda postmarxista?

R. Sí, esa izquierda postmarxista que, más o menos desnortada después de la caída del muro, se encuentra con algunos caminos abiertos ante sí y uno de ellos es el del ecologismo como crítica del capitalismo. Y otro camino, que también ha sido exitoso últimamente, es el del populismo de izquierda, entendido como una práctica política que permite abandonar la distinción de clase característica del marxismo y avanzar hacia otro tipo de antagonismos que igualmente pueden dar juegos en esa lucha contra el sistema. No obstante, yo creo que hay que dar la bienvenida al hecho de que incluso Marine Le Pen, se preocupe de incluir las cuestiones medioambientales en su programa, me da igual si eso responde a la necesidad de buscar nuevos nichos de mercado electoral o si realmente se trata de una producción genuina. Cuando se introduce el tema de la sostenibilidad de relaciones socio-naturales, necesitamos un debate sobre cómo hacemos eso, porque no hay soluciones únicas y tampoco hay soluciones infinitas y la inacción tampoco es una solución. 

P: ¿Tiene sentido el argumento que se pregunta qué puede hacer España, o cualquier país que represente un porcentaje nimio de las emisiones, si China o Estados Unidos no reaccionan?

R: El argumento no es absurdo porque donde más crecen las emisiones per cápita es en aquellos países en los que el crecimiento económico está pendiente. Y de nada serviría si, por ejemplo, España pasara a decrecer dramáticamente y viviéramos en comunas en la España vaciada mientras China siguiera su camino de polución. 

P. Entiendo que se diga «los Estados de Europa occidental han estado polucionando durante dos siglos y ahora que han crecido están exigiendo que los demás no polucionen». Ese derecho a la polución se apoya en la búsqueda del bienestar de la población local, y apunta a un dilema moral. 

R. Empiezo por decir que los derechos y moralidades en el plano de las relaciones internacionales no tienen ninguna importancia. Si China cree que es lo que tienen que hacer van a seguir poniendo coches en el mercado. Salvo que las partes implicadas crean en el cumplimiento colectivo de ese pacto. España ha firmado todos los tratados mientras que las cifras de emisiones no disminuyen en absoluto. Como has señalado, la polución en todas sus formas es un efecto no deseado del crecimiento económico. Pero ese crecimiento, el alcanzar un estándar de bienestar material, es un medio necesario para realizar fines que nos preocupan: la igualdad, la autonomía, la libertad, la justicia… Y esas sociedades, aunque no tienen la responsabilidad que hemos acumulado nosotros en el mundo occidental, pueden reclamar válidamente el derecho a crecer. No obstante, hay que matizar una cosa: hay aspectos del antropoceno, como la destrucción de algunas especies o la explotación animal, que podrían ser evidentes a simple vista en el pasado. Pero el cambio climático es algo que hemos descubierto hace treinta o cuarenta años, como mucho. 

P. Hay un argumento más mundano, en cierto sentido libertario, que dice «yo no puedo permitirme un vehículo eléctrico y tengo derecho a que mi coche diésel entre en el centro de Madrid». 

R. Creo que se puede desagregar en dos problemas: uno tiene que ver con la calidad de la vida en las ciudades y con el modo en que los centros de las ciudades son más o menos habitables. Porque hay que salvaguardar la posibilidad de que los propios residentes circulen con cierta fluidez en su interior. Por otra parte, el argumento de que la transición energética puede suponer un sobrecoste para personas que necesitan su vehículo parece perfectamente legítimo y atendible. Es otra razón por la cual hace falta la innovación y hacen falta las economías de escala. Hace falta la intervención del Estado para hacer posible que podamos tener coches híbridos sin que suponga un sobrecoste. 

«La ideología misma es una emoción que proporciona un colchón identitario bastante satisfactorio para quien lo enarbola»

Manuel Arias Maldonado

P. Los partidos políticos asumen nuestra incapacidad para pensar a largo plazo y huyen especialmente de propuestas que implican sacrificios en el presente. En 2016 publicaste La democracia sentimental, un libro donde te ocupas de la importancia de las emociones en el estudio de las dinámicas y comportamientos políticos. Es decir, de la irracionalidad de la ciudadanía. 

R. Esas debilidades humanas han existido siempre. Pusimos el foco sobre ellas en el momento en que la atención académica se había desplazado del culturalismo a una mayor preocupación por la fisiología, incluidas las emociones. Y claro, los acontecimientos, singularmente Trump y el Brexit, pusieron en guardia a todo la mundo académico anglosajón y creo que ha dado lugar a un debate muy interesante: de qué manera el ciudadano toma decisiones personales y políticas colectivas. Yo creo que el problema es que el ciudadano no se juega el pellejo o no quiere jugárselo cuando su voto es insignificante desde el punto de vista estadístico. Por tanto no tiene incentivos para informarse demasiado acerca de lo que está votando. Dicho esto, parece poco popperiano insistir en votar a malos gobiernos, y ahí es donde entra el elemento de identificación emocional, el hecho de que la ideología misma es una emoción que proporciona un colchón identitario bastante satisfactorio para quien lo enarbola. Eso dificulta mucho que los procesos de selección de los gobiernos sean buenos. También eso dificulta que haya un debate entre la clase política digno de tal nombre. Tenemos un debate muy estropeado. No se dan y quitan razones, sino que se preparan titulares para que aparezcan en el diario de turno o en las redes sociales. Eso maleduca también a la ciudadanía. No obstante, no todas las sociedades democráticas funcionan igual de regular que la norteamericana o la española. Hay contraejemplos como Alemania, Suecia o Austria, donde la esfera pública funciona bastante mejor.

Manuel Arias Maldonado | Imagen: Carmen Suárez.

P. Me interesa que hagas hincapié en la idea de cultura política.

R. La cultura política es aquello que no está en las reglas escritas. Aquello que tiene que ver con el modo en que actuamos políticamente sin que nadie nos obligue a ello: los valores, costumbres… las reglas tácitas. Esto es muy importante, porque las reglas tácitas fijan costumbres, limitan la actitud de los gobiernos, pero no están escritas en ningún sitio con claridad, y quien se las salta puede hacerlo con facilidad si el votante no castiga esa erosión de las reglas tácitas de la democracia liberal. Hablamos de mentalidades, de hábitos más o menos arraigados, de formas de ver la realidad que se van transmitiendo generacionalmente y que por supuesto pueden cambiar pero que no cambian fácilmente. Si importamos, por ejemplo, una regla sobre transparencia, copiada de Dinamarca, y luego el Gobierno de turno no aporta los documentos cuando corresponde, ¿falla la norma o la cultura política? 

P. Volvemos a la explotación por parte de los políticos de los sesgos y debilidades humanas. 

R. La teoría liberal de la democracia, que es lo mejor que tenemos a mano, tiene un agujero en el centro que es la competición electoral. La competición electoral incentiva a los partidos a hacer cualquier cosa con tal de ganar las elecciones y después para permanecer en el poder. Y es un problema cuando las malas prácticas no son castigadas por el ciudadano. La adhesión inquebrantable a un partido en España parece que solo se rompe por las crisis económicas. 

P. Y aún así estamos hablando de que se reacciona ante un cambio de las condiciones materiales y no tanto ante una violación de códigos no escritos 

Efectivamente, y eso tiene poco arreglo cuando eso se naturaliza y no existe una reacción fuerte por parte de intelectuales, sociedad civil, etcétera. Podemos aducir que Alemania se beneficia de tener una democracia construida de golpe por los aliados y donde todo aquello de «no volverá a pasar» está presente para generar una cultura cívica, una democracia militante. Puede ser, pero luego tenemos a Francia que tiene muchos defectos pero una clase política muy bien educada, que ellos mismos se preocupan de generar. Y no estoy diciendo que sean sociedades ideales, pero son sociedades en las que hay aspectos de la clase política o del debate público que parecen preferibles a lo que tenemos nosotros. 

P. ¿Consideras que la situación política en España, en términos de respeto a la democracia liberal, ha empeorado en los últimos años?

Seguramente. Y en lugar de debatir sobre qué políticas públicas son más adecuadas, hay un debate permanente acerca de si la democracia española es legítima o no, si la constitución hay que cambiarla, si tenemos que ir a formas democráticas distintas de la liberal, etcétera. Y las opciones políticas extremistas han ganado fuerza, tanto a derecha e izquierda como en el eje nacionalista. Todo eso hace que se resienta la calidad de la democracia en España. Luego hemos tenido episodios nada edificantes en la gestión de la pandemia. El Tribunal Constitucional ha tirado de las orejas al Gobierno. Hay un descuido jurídico bastante considerable que tiene que ver con la fragilidad parlamentaria del Gobierno, que no tiene especial interés en tramitar proyectos de ley como un debate parlamentario digno de tal nombre. Hemos sabido de presuntos comités de expertos que luego no existían y todo eso no ayuda a que creamos que nuestra democracia esté ganando calidad. 

Manuel Arias Maldonado | Imagen: Carmen Suárez.

P. Antes has mencionado que el ciudadano tiene pocos incentivos para informarse, pero sabemos que los ciudadanos más informados tampoco son necesariamente los que están más libres de sesgos. Hablando en concreto de académicos de tu gremio, la Ciencia Política, que tanto espacio ocupa en la esfera pública, ¿consideras que en ocasiones siguen una agenda que va más allá del interés público?

Bueno, no solo politólogos, también los economistas han entrado al trapo, con un blog muy reseñable como nadaesgratis.es, por ejemplo. Los constitucionalistas también han ganado visibilidad, al menos en Twitter… Creo que ha habido un cambio en la esfera pública española que a mí me parece saludable. Ha habido un punto de des-umbralización de la opinión pública española. Y junto al enfoque literario clásico ha entrado la voz del experto. Eso en sí mismo es positivo y tiene que ver con las nuevas oportunidades que genera la digitalización. Desde el punto de vista de la sociología política está asociado a esa respuesta de vocación regeneracionista o modernizadora que nace con el 15M, pero también con la crisis y con la constatación de un conjunto de disfunciones que hacen evidente que España necesita un reseteo institucional. Pero esa agenda regeneracionista ha sido fácilmente cooptada por una retórica del buen Gobierno que no se compadece con un buen Gobierno en la práctica, lo que seguramente sea inevitable cuando tus compañeros de viaje son partidos extremistas y cuando eliges premiar más la deriva iliberal en Cataluña. Y los expertos, o los politólogos, somos humanos, somos corrompibles. Aunque también algún colega mío te podría decir: «Bueno, prefiero el mal menor de tratar de influir algo, aun perdiendo la pureza, a mantenerme en la barrera diciendo que yo no me mezclo con nadie porque la política te tritura». 

«La teoría liberal de la democracia, que es lo mejor que tenemos a mano, tiene un agujero en el centro que es la competición electoral»

Manuel Arias Maldonado

P. Hemos hablado del antropoceno, de política, de la democracia sentimental; hablemos ahora de tu gran pasión, el cine. Ahora estás terminando un libro sobre Vértigo, una película sobre las obsesiones, que a ti mismo te ha obsesionado. ¿Qué te resulta tan fascinante de Vértigo?

R. Recuerdo verla en Televisión Española. Conseguí grabarla en VHS y la veía mucho con mis hermanas cuando éramos pequeños. Claro, yo no la entendía bien todavía. Pero sí recuerdo muy bien la sacudida que me produjo la revelación que se produce hacia el final de la película sobre la identidad de Madeleine. Eso fue una sorpresa muy grande cuando era un adolescente. Es una película que nos habla de muchas cosas, en otras, de la obsesión amorosa. Pero es una película abierta a múltiples significaciones, eso me ha parecido siempre una riqueza extraordinaria. 

P. ¿Cómo es tu enfoque?

R. El problema del libro es que la película ha generado una cantidad de literatura extraordinaria. Entonces hay dos opciones: hacer el libro a partir de lo que se te ocurre viendo la película en casa o hacer el libro leyendo lo que se ha escrito. Yo he hecho esto último, sin que por ello sea un tratado académico, pero me parece deshonesto ignorar lo que tanta gente ha dicho. Y el enfoque que yo quiero hacer es enfatizar en la importancia que tienen las ficciones. Porque Madeleine es una ficción, apoyada a vez en la ficción de Carlota, que es un mito local de San Francisco. La ciudad es una protagonista más de la película. Pero es un San Francisco ya mítico, alejado del momento en que se produce y que además remite a una historia colonial que tampoco ha sido bien asimilada por la propia ciudad y por el propio Estados Unidos. Estas son algunas de las cosas que me gustan de Vértigo.

P. Y por último, ¿a quién te gustaría que invitáramos a Vidas Cruzadas?

R. A Josu de Miguel, profesor de Derecho Constitucional y colaborador de esta casa.

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