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La norteamericanización de la Fórmula 1 está agitando sus cimientos (para mal)

En EEUU no existe una masiva afición a la F1 como sí la hay en Centroeuropa, y los que acuden no van a ver coches correr, sino una enorme fiesta

La norteamericanización de la Fórmula 1 está agitando sus cimientos (para mal)

Fórmula 1. | Cedida

El hombre que inventó la Fórmula 1 tal y como la conocíamos hasta ahora, Bernie Ecclestone, salió casi por la puerta de atrás hace un lustro. A pesar de haber visto la luz una biografía autorizada y una serie de que emite Dazn, su perfil tiende a ser mucho más discreto que cuando pilotaba la reata más rápida del planeta. Pero de vez en cuando deja caer alguna que otra píldora, en la que suele dar muestras de una enorme capacidad de crear impagables titulares. Al poco tiempo de que los yanquis de Liberty Media se hicieran con el control del negocio, soltó esta: «Creé un restaurante de cinco estrellas y ellos lo están convirtiendo en un McDonald’s». El problema es que la empresa tenedora de los denominados derechos comerciales de la categoría no solo está ganando más dinero que nunca, sino que sus hitos numéricos en torno al negocio no hacen más que marcar récords. Esto es muy bueno para el negocio, pero empieza a inquietar a algunos de sus mejores clientes: los circuitos clásicos. 

Salto de calidad

Nadie pone en duda que la Fórmula 1 ha crecido de forma exponencial con la llegada de la gestión norteamericana, no solo en número de carreras, sino en cifras de audiencia, peso específico y capacidad de convocatoria. Con todo ello, ha crecido una facturación desde los 1.500 millones de euros del último año de Ecclestone hasta los casi 2.200 de 2021. En el circuito de Montmeló, sede del Gran Premio de España desde hace tres décadas, solían poner una oferta navideña con descuentos del 20% hace unos años. Este 2022 han tenido un problema: no les quedaban entradas para poder venderlas en esas rebajas, y antes de Nochebuena ya habían colocado 68.000 para la cita de 2023, algo inédito en toda su historia. Otra muestra del creciente interés es el Gran Premio de Singapur.

La carrera nocturna de esta ciudad-estado tiene una fórmula de gestión público-privada y es uno de los eventos más remarcados de calendario local. El precio de los pases para su Paddock Club —el restaurante hiperVIP de la F1— ha pasado de costar alrededor de 4.000 euros en sus primeras ediciones, allá por 2008, a más de 12.000; su precio se ha triplicado en poco más de una década. En Singapur, al igual que en algunos países árabes como Abu Dabi o Arabia Saudí, no hay apenas tradición deportiva en este sentido; ni siquiera una sed de asistir a saraos por muy mundialistas que sean. Lo que sí existen son muchas compañías de alto rango que premian a sus ejecutivos y clientes con pases de este tipo, porque saben que por otras vías serán amortizados. 

Vuelta de tuerca yanqui 

Todo esto parecen migajas y casi quedan en mal lugar con la exuberancia de la oferta del aún por disputarse Gran Premio de Las Vegas, el próximo 19 de noviembre de 2023. Las cifras dejan en ridículo a cualquier cosa vista antes. Solo el suelo que Liberty Media compró —algo nunca visto— para crear la zona de boxes en plena milla de oro de los casinos costó la friolera de 240 millones de dólares. Hay circuitos en los que se disputa el mundial que costaron diez veces menos una vez acabados. La hipérbole numeraria llegó cuando se supo que el hotel-casino MGM Grand, muy acostumbrado a organizar veladas de boxeo de calibre planetario, aprovechará el paso de Max Verstappen con su Red Bull perseguido por el resto de participantes ante su fachada. Por eso han puesto a la venta un paquete para asistentes al precio de cien mil dólares (la entrada básica de graderío cuesta 500 dólares).

No quedó ahí la cosa porque poco después llegaron los de Wynn Resorts, hosteleros con establecimientos en Las Vegas y Macao, que sacaron algo parecido pero diez veces más caro: un millón de dólares el fin de semana de carreras. Pero si esto parecía una barbaridad, son los vecinos justo de enfrente, los del Caesar’s Palace, los que se han marcado el mayor órdago de la historia en esta asignatura. El Palacio del César ya acogió en su aparcamiento dos Grandes Premios a principios de los 80, carreras que pasaron con más pena que gloria. Los gestores del recinto inspirado en la estética del antiguo imperio romano han lanzado un espectacular y ultracostoso ticket valorado en nada menos que cinco millones de dólares. El denominado «Paquete Emperador» es hábil para doce personas, y garantiza su alojamiento en la lujosa Nobu Sky Villa, zona VIP del tercer hotel Nobu de la ciudad. Entre otras cosas incluye una cena privada preparada de manera presencial por el chef Nobu Matsuhisa, un Rolls-Royce con chófer, dos entradas para ver el concierto en una zona preferente de la cantante británica Adele, y una docena de pases con libre acceso al citado Paddock Club. 

Mapa de la carrera en Las Vegas. | Cedida

Inquietudes

La Fórmula 1 es uno de los deportes más seguidos de todo el planeta, pero ante todo es un negocio. Si la locomotora contable tira, los vagones que le siguen llegarán a donde se propongan, y la propuesta parece ser alejarse de los circuitos que hicieron grande a la especialidad. En Alemania, tierra natal de los Mercedes que se han llevado casi todos los títulos de la última década, no se corre desde 2019. En 2023 no se correrá en Francia, madre patria del primer Gran Premio de la historia, cuna de los Renault/Alpine que corren hoy día, y lugar de origen del 10 % de los pilotos inscritos, Pierre Gasly y Esteban Ocon. El Gran Premio de Italia en Monza no las tiene todas consigo en cuanto a su continuidad a largo plazo, igual que Bélgica, o incluso el sempiterno Mónaco, que se pone en serias dudas por primera vez en la historia. Son varios ejemplos pero hay más. Una vez que se sale del club de circuitos mundialistas es tremendamente difícil volver; cuando se sale por la puerta suele ser por motivos financieros. Cuando se vuelve, o al menos se intenta, la factura es aún mayor, desplazados por destinos más apetecibles.

El problema no es solo el dinero, sino que la experiencia que ofrecen los recién llegados hace palidecer a lo ya conocido, y hay una gran parte del negocio basada en el dar que hablar y el brillo de cada evento. En Estados Unidos, por ejemplo, no existe una masiva afición a la F1 como sí la hay en Centroeuropa, y los que acuden no van a ver coches correr, sino a una enorme fiesta, un evento equiparable al de la Superbowl al que se va porque está allí, y es accesible con relativa facilidad. El problema básico no es ya una cuestión meramente dineraria, sino que los circuitos tradicionales ‘solo’ ofrecen una carrera, pero no alcanzan este grado de sofisticación a la hora de ejecutar sus eventos. Por eso muchos aficionados temen que el alma de la Fórmula 1 desaparezca, alineada más con cada evento que con el deporte y la competición. Bastante peor lo llevan los organizadores de siempre, que lo que temen es que lo que desaparezca sea su negocio. Renovarse o morir, tampoco es nuevo; lo que sí es nuevo es que tendrán que gastarse mucho más dinero. 

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