Calvin Lo, el empresario que sueña con ser Flavio Briatore pero se parece más a 'El Dioni'
Este ciudadano de Hong Kong es el promotor de uno de los equipos candidatos a ingresar en la categoría
La Fórmula 1 es un negocio que rezuma dinero. Es por eso que resulta un imán para oportunistas, buscavidas y gentes que se buscan las habichuelas de forma más o menos discutible. En la historia de la especialidad ha habido diversos personajes, como el belga Jean-Pierre Van Rossem, que afirmaba tener un programa de ordenador que te hacía rico en la bolsa. O el autodenominado Príncipe de Nigeria, Ibrahim Abdo Maalik, que jamás soltó una chapa en el equipo Arrows aunque sus fiestas bien que se celebraron.
El más reciente ha sido el caso de un personaje cuyo rostro casi nadie conoce a ciencia cierta, y parece sacado a rastras del plantel de Los Teleñecos. Tocado de forma permanente con una gorra, barba que llegaba hasta el ombligo y gafas de sol que no se quitaba ni para dormir, William Storey promocionaba la bebida Rich Energy. Este brebaje energético jamás apareció en los lineales de supermercado alguno, y el tipo salió de manera tumultuosa de todo equipo con el que tuvo contacto sin aparente aportación dineraria alguna. Fue tan cutre que ni siquiera echó mano de un logotipo de a cincuenta euros de los que hay en Internet. Directamente copió uno que le gustaba y ya tenía propietario, una marca de bicicletas.
Desde Asia con ambición
Pues bien, el último personaje que parece encajar con el patrón de listo y que ve una plataforma para forrarse en la Fórmula 1 es un tal Calvin Lo. Este ciudadano de Hong Kong es el promotor de uno de los equipos candidatos a ingresar en la categoría, si es que la Federación Internacional de Automovilismo le otorga la licencia. Según los rumores, su equipo no parece que tenga ni muchas ni pocas posibilidades, sino ninguna. Y todo apunta a que las referencias existentes arrojan muchas dudas, y muy pocas certezas.
El tal Lo es un empresario relacionado con los seguros de vida no demasiado conocido en su país. Pobre no es, eso queda claro. Se sabe que maneja el negocio familiar, y que le permite vivir mejor que bien. Su obsesión, una de sus fijaciones vitales, es la de estar en la lista Forbes de los más ricos del planeta. El deseo de ver su nombre escrito en ella puede ser tomado como la necesidad de un ego mal alimentado, o un elemento en su curriculum que le dé acceso a un escalón socioeconómico superior. Para ello, Calvin Lo se ha citado con representantes de la publicación, y venderles lo rico que es. El problema es que le salió mal.
En Forbes están hasta la coronilla de escanear las cuentas de tipos que afirman ser mucho y luego son bastante menos. Cuentan, con bastante gracia, cómo los ha habido que han mandado imprimir decenas de revistas internacionales tras cambiar la cubierta y poner fotos suyas en la portada, por poner un ejemplo.
Una de las herramientas de autopromoción de Calvin Lo es la empresa londinense de relaciones públicas PR Superstar. Dirigida por una experiodista británica, Jill Kent, ayuda a lanzar al espacio público a aquellos que quieren ser influencers, desean estar en el candelero, y dar que hablar. Entre su clientela hay amaestradores de perros, cocineros, joyeros, psicoterapeutas… y un rico de Hong Kong que afirma ser copropietario de un equipo de Fórmula 1.
Esa es la razón por la que Kent se puso en contacto con uno de los pesos más pesados del paddock de la F1: Andrew Benson, el reputado corresponsal de la BBC. La web de PR Superstar expone entre sus éxitos una imagen de la entrevista publicada en la web de la radiotelevisión pública británica, pero oportunamente oculta algunas respuestas incomodantes y que hacen sospechar.
A través de una videoconferencia, Benson cuestionó a Lo acerca de los equipos que se refería al afirmar que «estaba relacionado financieramente con escuderías existentes». Desde Hong Kong pudo escuchar que «es que no lo podía decir, porque existían ciertas restricciones en sus contratos y acuerdos». Esto escamó al reportero, porque de todos es sabido que en Inglaterra, la Companies House —el equivalente anglosajón del registro de la propiedad—, hace público esto de manera automática. Acto seguido la charla se perdió entre proyectos de futuro, apuestas a medio plazo, y otras zarandajas. El periodista volvió a las andadas y le cuestionó con quién negociaba de FIA y Liberty Media, —ente regulador y propietarios del negocio—, y le nombró a varias personas encargadas de recoger las candidaturas para su nuevo equipo de carreras. La respuesta de Lo fue que «todo esto se hacía a través de intermediarios».
Los de Forbes, con el díptero tras la aurícula, tiraron del hilo de la Fórmula 1 y cayó un nombre: el del histórico equipo Williams. Lo afirma que su interés es tal que ha realizado una inversión que ronda los 100 millones de dólares en la formación, pero que no puede dar muchos detalles porque hay acuerdos de confidencialidad. Ni en Williams ni en la compañía matriz que posee la mayor parte del accionariado de la escudería, Dorilton Capital, han oído hablar nunca de él.
Pero su presunta relación con los coches no queda ahí. En sus comunicados de prensa y en los medios donde se expresa, deja siempre claro que es un enorme aficionado a la F1, y que posee una vasta colección de supercoches. Entre ellos hay varios Ferrari, Lamborghini, Rolls-Royce y Pagani. De hecho, en sus publicaciones se puede encontrar con cierta facilidad una fotografía al lado de uno de la última marca, y siendo más concretos, un Pagani Huayra Tempesta.
La imagen se publicó en 2018 en varios medios online que aludían al empresario. Forbes descubrió que la imagen fue captada por el fotógrafo Robin Adams para ilustrar una subasta de Sotheby’s en 2017. Contactaron con el autor, que les aseguró que la imagen había sido usada sin permiso, y estaba retocada al añadir a Lo detrás del coche, como si fuese a subirse en él. Ese mismo coche se vendió a un postor anónimo por 2,4 millones de dólares, pero nada indica que fuera Lo.
En Forbes las sospechas se incrementaron. En la cita que montó «para sopesar la posibilidad de abrirles sus cuentas para que estudiasen su status e incluirle o no» dejó caer que era complicado ceder en este detalle, «porque es necesario cierto grado de discreción, que a otros ricos asiáticos igual no les iba a gustar…». Desde 2020 y al menos en veinte ocasiones, corresponsales, redactores o representantes de la publicación habían sido contactados con esta finalidad. Su gesto no era más que una pose, un teatrillo.
La campaña de autobombo de Lo llegó lejos, y medios como CNBC, Daily Express, Daily Mirror, Financial Times, The Independent o Reuters se hicieron eco de sus logros. En Forbes se quedaron a cuadros cuando vieron que entre los diversos dossiers que les presentaron había páginas impresas en la edición asiática de su propia revista… pero se trataba de un publirreportaje pagado como otros tantos. Les quisieron colar un anuncio como información legítima.
Esto fue lo que disparó una investigación que duró un año. Lo afirma haber pasado por Harvard, donde han negado haber otorgado título alguno a alguien llamado así; ser el propietario del lujoso hotel Mandarin Oriental en Taipéi, Taiwán, cuyos dueños son otros; haber montado una fundación benéfica a la que ha donado 250 millones de dólares, y nadie ha sido capaz de encontrar ni una pista sobre su existencia; ser propietario de casas o apartamentos en tres continentes, y tras revisar sus ubicaciones y las direcciones que dio, se supo que son de sus padres o conocidos.
Más tarde remitieron una larga lista de preguntas pidiendo explicaciones sobre estos detalles. Recibieron por respuesta la airada carta de un bufete de abogados en la que exponían lo ofendido que se encontraba su cliente a cuenta de las insinuaciones reflejadas. Tras varios revolcones más en este sentido, Forbes le comunicó a Lo que no podía entrar en la lista de los más ricos de 2023, ante lo que el de Hong Kong expresó que «había perdido el interés en estar en esa lista, y que le gustaría dejar claro que no le interesaba que publicasen nada sobre él». La reacción a su solicitud fue sencilla: tampoco le hicieron caso. Es más, se parten de la risa, y en reuniones y encuentros alrededor de la cafetera, seguro que hacen chistes sobre él.
PD: Que se olvide, no va a ser el Flavio Briatore asiático.