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El oneroso fantasma de Putin acosa al Chelsea

Las sanciones le han costado pérdidas de 136 millones de euros y un desprestigio que ha movido a la Premier a endurecer la admisión de propietarios

El oneroso fantasma de Putin acosa al Chelsea

Vladimir Putin (presidente de Rusia) y Roman Abramovich (ex presidente del Chelsea) reunidos | Europa Press

El Chelsea no es lo que era. Su imagen la semana pasada en el Bernabéu confirma un secreto a voces en Inglaterra: los blues se hunden en una triste decadencia. En la Premier League purgan sus pecados en el puesto decimoprimero, justo por debajo de la vergonzante mitad de la tabla. A los cuartos de final de la Champions habían llegado tras remontar de chiripa una eliminatoria ante un Borussia de Dortmund que tampoco está para tirar cohetes. Pero el Madrid lo puso todo en su sitio: ni el más fanático aficionado blue se atreve a solar con otro milagro en el partido de vuelta en Stamford Bridge.

¿Qué le pasa al Chelsea? Fundado en 1905 (no es muy antiguo para los estándares británicos), se instaló entre la clase media baja de la élite futbolística inglesa. En el siglo XX apenas ganaron una liga (1955), dos copas (1970 y 1997) y un par de Recopas de Europa (1971 y 1998). A finales de los 70 y durante buena parte de los 80, llegó incluso a vagar por la segunda división, pero en los 90 remontaron hasta situarse entre la clase media alta de la élite. 

Bajo la dirección de tipos vistosos como Ruud Gullit y Gianluca Vialli, el equipo jugaba bien y competía con solidez. Buena parte del mérito de esa remontada la tuvo 

Ken Bates, un empresario del ramo de la hostelería fanático del fútbol que había comprado el club por una libra esterlina en 1982. Su primer gran logro consistió en evitar el desahucio que perseguían unos promotores inmobiliarios fascinados con las posibilidades urbanísticas de su estadio, Stamford Bridge, situado en una de las zonas más pijas de Londres

Renunciar a semejante negocio tuvo su precio. Aunque el club terminó prosperando en lo deportivo, en el cambio de siglo acumulaba una deuda de 80 millones de libras. Entonces llegó Roman Abramovich. El amigo de Putin se hizo cargo de las deudas y le dio a Bates 18 millones de libras para que se fuera a casa contento.

Teniendo en cuenta la inversión de una libra 20 años atrás, la rentabilidad se antoja interesante. En 2005, Bates la utilizó para doblar la apuesta: se compró el 50% del Leeds, un caso parecido, por su fuerte deuda, a la del Chelsea de los años 80. En 2011, tras épocas duras con descensos incluidos, Bates se hizo con todo el club. Un año después se lo vendió a un fondo de Dubai por una cifra cercana a los 32 millones de libras. Acababa de celebrar su octogésimo cumpleaños. Un buen retiro. 

Mientras, el Chelsea disfrutaba de los millones que le sobraban a Abramovich tras forrarse en la década de 1990 comprando baratos y vendiendo caros los activos públicos de la Unión Soviética privatizados a toda prisa y con pocos escrúpulos por Putin y compañía. El viejo Bates contaba que Abramovich estaba entre el Manchester United y el Tottenham Hotspur, pero al final se decidió por el Chelsea y cerró la compra en un día. Podría haberse comprado la Torre de Londres o un equipo de cricket, pero el fútbol molaba más y el barrio de Chelsea es muy chic. 

La historia deportiva del Chelsea de Abramovich es bien conocida. Fichaje de Mourinho, compra de los mejores futbolistas del continente al por mayor y acumulación de trofeos: en menos de dos décadas llegaron cinco títulos de Liga, dos Europa Leagues y, sobre todo, dos Champions, la confirmación absoluta de la grandeza futbolística. La segunda llegó hace poco, en la temporada pandémica 2020-2021.

Un título que el club necesitaba para reanimarse tras unos años menos brillantes de lo normal. Todo parecía volver a la boyante normalidad… hasta que a Putin se le ocurrió invadir Ucrania. De repente, los países occidentales se dieron cuenta de la maldad de los oligarcas rusos.    

El 10 de marzo de 2022, el Gobierno británico anunció sanciones contra Abramovich. Como consecuencia, el Chelsea tuvo que funcionar con una licencia especial, en un contexto que ponía de los nervios, lógicamente, a directivos y jugadores. Llegó al rescate un consorcio liderado por el inversor estadounidense Todd Boehly, que cumple 50 años en septiembre (uno menos de los que Bates cuando compró el club en 1982) y debe su fortuna al holding Eldridge Industries, que desde el mundo del espectáculo y el deporte ha ido extendiendo sus tentáculos hasta prácticamente cualquier sector que dé dinero. 

Al grupo montado por Boehly para hacerse con el Chelsea (que incluye a su colega Mark Walter, el millonario suizo Hansjörg Wyss y el fondo Clearlake Capital) no les valió solo con no ser amigos de Putin. Tuvieron que aflojar 4.250 millones de libras. Los clubes de la Premier League se han revaloriza bastante, sobre todo los dopados con dinero de los oligarcas hasta ganar Champions. 

Y no recibieron una perita en dulce, precisamente. Las sanciones por la era Abramovich provocaron en el ejercicio financiero 2021-22 unas pérdidas netas de 121,3 millones de libras (136 millones de euros) en el Chelsea, pese a que el club aumentó sus ingresos en cerca de 50 millones de libras: la inercia del pasado glamur le permitió beneficiarse del aumento de los ingresos comerciales y de las entradas al estadio tras el fin de las restricciones por la Covid-19. 

Boehly se ha gastado mucho dinero en fichajes, pero el equipo no carbura y esa inercia de equipo ganador se va diluyendo. El pánico le ha llevado a realizar movimientos tan extraños como la cesión de Joao Felix, la estrella del Atlético de Madrid. Nada funciona.

Parece que la presencia tóxica de Abramovich sobrevuela Stamford Bridge. 

El imbatible poderío de la Premier League estas dos últimas décadas se ha basado, en buena parte, en la admisión de dinero de olor poco agradable, por así decir. ¿Se puede trocar en hambre para mañana aquel pan para hoy? 

La patronal de los clubes ingleses acaba de aprobar una serie de cambios en el Test de Propietarios y Directores (OADT, por sus siglas en inglés) de la liga, incluido un nuevo supuesto de descalificación por abusos de los derechos humanos. 

Mientras, prefieren mantener las miradas lejos de sus millonarios propietarios. Ya no hay amigos de Putin, pero abundan otros petromillonarios con poca afición a los derechos humanos. Acaban de negarle a Netflix, por ejemplo, un documental al estilo de Drive to Survive, que analiza todos los detalles de la Fórmula Uno… incluidos los tejemanejes detrás de los bastidores. 

Quizá temen que encuentren más presencias tóxicas…

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