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Economía

¿Tiene sentido invertir 11.000 millones en chips, un campo en el que no tenemos experiencia?

El PERTE del coche conectado es lógico: tenemos una gran industria del motor, pero nunca podremos con los microprocesadores taiwaneses. Así y todo…

¿Tiene sentido invertir 11.000 millones en chips, un campo en el que no tenemos experiencia?

Las fábricas españolas de automóviles han perdido millones de euros por la falta de suministros de microchips. | TO

Cuando era un niño, allá por los años 70, mi padre me regaló una raqueta de tenis. Ponía «Made in Taiwan» y era malísima, porque esa era la especialidad de la isla en aquella época: la juguetería barata. Hoy es el primer fabricante mundial de microchips. ¿Cómo lo ha logrado?

Los liberales le contarán que es un ejemplo de manual de producción orientada a la exportación y, por tanto, de sometimiento a la disciplina del mercado, y no mentirán. Los socialdemócratas alegarán, por su parte, que es el fruto de una estrategia política, y tampoco faltarán a la verdad. Los milagros económicos rara vez son la secreción pura de una escuela ideológica. El catedrático de Harvard Dani Rodrik preguntó una vez a un auditorio de colegas: «¿Puede alguien darme el nombre del académico o del trabajo de investigación en que se basaron las reformas chinas? ¿Y qué me dicen de Corea del Sur, Malasia o Vietnam?» Nadie levantó el brazo, porque en ninguno de esos casos desempeñó la teoría un papel relevante.

Tampoco en el de Taiwán. Lo dejó escrito el guionista William Goldman en sus memorias: «Nadie en el negocio del cine tiene ni idea de lo que va a funcionar». Lo mismo podría decirse del desarrollo, y Rodrik es de los pocos que no lo ocultan. Hace unos años, las autoridades portuguesas lo contrataron como consultor. Tenían un dinero y dudaban si invertirlo en balnearios para jubilados alemanes o en una incubadora de startups. Rodrik ni se molestó en echar cuentas. «Hagan las dos cosas», les dijo, «porque nunca se sabe lo que saldrá luego bien».

Como consejo no parece muy impresionante, pero resume perfectamente en qué consiste una política industrial razonable. Franco, por ejemplo, acometió numerosos proyectos. Algunos, como el turismo o el automóvil, se revelaron un acierto. Siguen siendo dos de nuestras principales fuentes de divisas. Pero otras apuestas, como la minería o la defensa, han dado más disgustos que alegrías.

Es lo que cabe esperar en la vida. La mayoría de las iniciativas (públicas y privadas) no van a ningún lado. «Lo fundamental», dice Rodrik, «no es acertar con la industria ganadora, sino retirar el apoyo a las perdedoras».

¿Tiene sentido, entonces, que Pedro Sánchez lance un PERTE [siglas de plan estratégico para la recuperación y transformación económica] de 11.000 millones para impulsar la producción de unos chips sobre los que básicamente lo ignoramos todo?

El rey del mambo

Los pioneros estadounidenses de la informática diseñaban y fabricaban sus propios microprocesadores, pero la irrupción de los japoneses en los años 80 los obligó a centrarse en los aspectos más lucrativos del negocio y externalizar el resto. La manufactura, en concreto, dejaba poco margen, así que tenía todo el sentido cedérsela a terceros.

Esta nueva tendencia fue rápidamente detectada por Morris Chang, un avispado ingeniero chino formado en Harvard, Stanford y el MIT y con 25 años de experiencia en Texas Instruments. En 1986, Chang fundó Taiwan Semiconductor Manufacturing (TSMC) e inicialmente no dudó en producir a pérdida, confiando en alcanzar la rentabilidad con el aumento de pedidos. Por fortuna para Chang, estos se multiplicaron, porque como declaraba un experto al Time, «hacía un trabajo que nadie más quería hacer».

TSMC controla hoy más de la mitad del mercado global de microprocesadores y, en el nicho concreto de los más avanzados, su cuota se eleva casi al 90%. Y si originalmente pudo parecer una tarea sencilla, dejó de serlo hace décadas. Crear un único chip requiere 1.500 pasos, cada uno de los cuales involucra entre 100 y 500 variables. Incluso aunque la tasa de éxito en cada etapa fuera del 99,9%, apenas podría aprovecharse una cuarta parte de los productos finales.

Para ponerse al día en un campo semejante hay que inyectar ingentes cantidades de recursos. Bruselas pretende movilizar 43.000 millones de euros para elevar al 20% la cuota de Europa en la fabricación de microprocesadores. Y el plan de dos billones de dólares con el que Joe Biden modernizará las infraestructuras de Estados Unidos incluye un paquete de 50.000 millones para mejorar su competitividad en semiconductores.

Sin embargo, solo TSMC invertirá 100.000 millones de dólares en ampliar su capacidad en los próximos tres años, y a Mark Liu, el actual presidente del gigante taiwanés, le parece insuficiente:«Cuantas más vueltas le doy», confesaba en el Time, «más corta veo la cifra». En la planta que está levantando al sur de la isla y que ocupa 22 campos de fútbol, va a producir en masa unos chips de tres nanómetros que dejarán a marcas míticas como Intel dos generaciones por detrás.

Y ya ha iniciado el desarrollo de los de dos nanómetros…

El porqué del PERTE

¿A dónde pretende ir Sánchez con 11.000 millones de euros? Se lo planteaba a los participantes en la mesa de debate sobre fondos europeos que hemos celebrado en The Objective esta semana.

«El PERTE del vehículo conectado está lleno de lógica», argumentaba yo, «porque tenemos una industria automovilística puntera. Pero, ¿chips? Carecemos de la menor tradición».

«Precisamente [el objetivo es] garantizar el funcionamiento de esa industria automovilística», me respondía Celia Ferrero, la vicepresidenta de la Asociación de Trabajadores Autónomos. «Si gripa la distribución [de microprocesadores], el coche eléctrico no sale».

«Después de décadas con una estrategia de deslocalización absoluta», añadía Luis Aribayos, secretario general de Cepyme, «la marea ha bajado y ha dejado expuestas las vergüenzas de muchas industrias críticas».

Producir en Asia sale más barato, pero entraña un riesgo estratégico.

«El PERTE de los chips», abundaba el socio de PwC José Amérigo, «pretende suplir estas carencias logísticas, porque cuando se cierra el puerto de Shanghái se paraliza la industria europea».

Aunque las suspensiones de actividad más sonadas han sido las de las plantas de automóviles, han afectado a otras muchas. Los chips son hoy ubicuos. Un informe de Goldman Sachs elevaba hasta 169 los sectores que los emplean, desde la siderurgia a la producción cervecera. Y si para los misiles del Pentágono son imprescindibles los procesadores de tres o dos nanómetros, las tostadoras y los semáforos pueden arreglárselas con otros menos sofisticados.

Esos son los que tanto Bruselas como Sánchez tienen en mente.

«El último modelo», concluía Aribayos, «no lo vamos a hacer nosotros», pero sí los que incorporan «una batidora, una aspiradora o una televisión».

Un mundo acatarrado

En el mundo anterior a 2008, que España se metiera a hacer chips habría suscitado la hilaridad general. Su elaboración estaba perfectamente organizada. La parte más intensiva en I+D la ejecutaba Estados Unidos, el sureste asiático se encargaba de la fabricación y China ensamblaba, comprobaba y empaquetaba. Esta especialización permitió que cada actor asumiera las tareas en las que era más productivo y proporcionó a la humanidad un artículo económico y eficiente. «Una hipotética alternativa, en la que varias cadenas totalmente autosuficientes suministraran a cada región», calculaban los consultores de BCG Juan Varas, Varadarajan, Jimmy Goodrich y Falan Yinug en un documento de 2021, «habría requerido un aumento adicional de la inversión de un billón de dólares, encareciendo entre el 35% y el 65% los precios de los semiconductores y, en consecuencia, de los dispositivos que los incorporan».

Esa capacidad tan ajustada la hacía, por desgracia, vulnerable a cualquier perturbación, y últimamente las hemos tenido de todos los colores: crisis financiera, pandemia, guerra… De repente, nos hemos dado cuenta de que cuando China estornuda, el mundo se acatarra. En todos lados han empezado a recoger velas y, en medio del contexto actual de relocalización, ponernos a fabricar microchips baratos no es tan insensato.

Lo será, en todo caso, cuando las cosas se arreglen y nos neguemos a cerrar las fábricas, como solemos hacer…

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