Crimen y castigo: una aproximación económica a la corrupción de la clase política española
La resistencia de la vicepresidenta de la Generalitat Mónica Oltra a dimitir revela que nos queda todavía un trecho largo para convertirnos en un país serio
Mónica Oltra es la enésima refutación de la nueva política. Estos chicos iban a barrer la corrupción, a cambiar los modos de hacer, a ser uno más con la gente y resulta que contratan en precario al asistente, recurren a las purgas más que Stalin y dejan el piso de Vallecas para mudarse a un chalet colgado sobre el Parque Regional del Guadarrama.
Hay que decir, sin embargo, que su poco ejemplar comportamiento no resta ni un ápice de verdad a sus denuncias. Este era el país de los ERE, la Gürtel y el «éxito garantizado» de emprendedores como Villarejo. Hacía falta sanear a fondo. ¿Por qué es tan difícil?
Habrá quien apunte que no tenemos remedio. A partir de las desventuras de un huerfanito que se ve forzado a robar para comer, un inglés te escribe Oliver Twist, que es una novela de denuncia, y un español El Lazarillo de Tormes, que es una novela picaresca. Las golferías que en otros lados mueven a compasión, a nosotros nos hacen gracia. Tenemos debilidad por los canallas.
Esta hipótesis cultural es muy sugestiva y, cuando el politólogo Bo Rothstein fundó el Instituto para la Calidad de Gobierno en la Universidad de Gotemburgo, lo primero que hizo fue contrastarla, pero no encontró la menor evidencia. Las regiones más corruptas del planeta no lo son porque sus habitantes abriguen una moralidad más laxa. El soborno de un funcionario le parece igual de mal a un nigeriano que a un sueco.
Tampoco se trata de una cuestión religiosa. «Las naciones luteranas parecen más íntegras que las católicas o las musulmanas», dice Rothstein, «pero el norte de Italia es tan católico como el sur y es tan honesto como Dinamarca».
La clave son los incentivos.
Demasiado humanos
Las personas no somos totalmente buenas ni totalmente malas. Somos miserable carne pecadora y, de cuando en cuando, mentimos o hacemos trampas. A la inmensa mayoría nos disgusta. Según el psicólogo Dan Ariely, nuestra conducta es la resultante de dos fuerzas: (1) el apetito de gloria y dinero y (2) el deseo de pasar por personas decentes y honorables. No siempre tiran en la misma dirección y, dependiendo de los estímulos, caemos más de un lado que de otro.
Un experimento del propio Ariely ilustra esta tensión con desoladora claridad. Ariely facilitó a unos alumnos estadounidenses (blancos, anglosajones y protestantes en su mayoría) una veintena de sudokus y les ofreció una suma de dinero por cada uno que resolvieran. Luego hizo el mismo encargo a otros estudiantes, pero con una diferencia: dejó que se corrigieran los exámenes ellos mismos y los trituraran después. ¿Qué pasó? Mientras en el primer grupo la mayoría acababa cuatro sudokus, en el grupo de la trituradora resolvían seis.
Singapur y Honduras
El gran error de los promotores de la nueva política fue pensar que, a diferencia de los pájaros del PP y el PSOE, ellos están recubiertos por una película impermeable a la tentación. No digo que no haya alguno, pero no es lo habitual. De los 87 directivos y consejeros de Caja Madrid y Bankia que recibieron una tarjeta black, únicamente cuatro se negaron a usarla. ¿Habría sido usted uno de ellos? Yo no me haría demasiadas ilusiones.
No se desanime, de todas maneras, porque del mismo modo que algunos estímulos nos apartan del camino recto, otros nos vuelven a meter en vereda. Como argumenta el nobel Gary Becker, los individuos delinquen cuando les resulta conveniente «una vez consideradas la posibilidad de ser apresado y la severidad del castigo». En Singapur apenas hay robos, porque está todo lleno de cámaras y, como te cojan, te muelen a palos. Literalmente. «Una vara flexible de 1,2 metros de largo y 1,2 centímetros de grosor se usa para administrar un máximo de 24 golpes en las nalgas desnudas», explican Donald Moore y Barbara Sciera.
En Honduras, en cambio, las maras gozan de impunidad absoluta y en 2020 se registraron 37,6 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Para situar la cifra en contexto, en Estados Unidos la tasa es de 7,8 y en España, ni siquiera llegamos a la unidad (0,7 en 2019).
Higiene elemental
El saneamiento de la vida pública no pasa por poner al frente del país a unos benditos (si es que se encuentran), sino por ser implacables con las irregularidades, y en España distamos mucho de serlo. Nuestros políticos están acostumbrados a actuar en la mayor opacidad y, si algún escándalo trasciende, la prensa adicta lo minimiza y, como señalan Fernando Jiménez y Miguel Caínzos, tiene «un efecto despreciable sobre el voto». En este clima de marcado sectarismo, es natural que muchos gobernantes piensen que si roban, nadie se va a enterar; si alguien se entera, no pasará nada, y si pasa algo, tampoco será grave.
Eso es lo que tiene que cambiar. Yo comprendo perfectamente lo de la presunción de inocencia, incluso me creo que Oltra sea sincera cuando atribuye sus apuros a «una cacería de la extrema derecha». ¿Por qué no habría de serlo? ¿No resultó también el caso de los trajes de Francisco Camps un montaje de la extrema izquierda, como bien sabe Oltra?
El diputado de Compromís en el Congreso, Joan Baldoví, ha expresado su «enorme tristeza» porque la dimisión de Oltra es la consumación de una «injusticia». «El mensaje está claro: hoy es Mónica Oltra, mañana puede ser cualquiera», ha añadido.
Hombre, Joan, cualquiera sobre el que existan indicios de haber encubierto a un abusador de menores. En los países serios te señalan la puerta de salida por mucho menos. No hace tanto, el ministro de Defensa del Reino Unido, Liam Fox, tuvo que dimitir porque un amigo suyo llevaba un «estilo de vida a lo James Bond». No se demostró que nadie hubiera ofrecido a Fox nada a cambio de una decisión, siempre había hecho frente a sus responsabilidades con absoluta probidad, sus cuentas estaban limpias.
Pero esa intolerancia ante cualquier sospecha de irregularidad hace que los miembros del Ejecutivo británico se mantengan a una prudente distancia de los personajes dudosos. Mientras no asumamos con naturalidad esa elemental medida de higiene, la corrupción campará a sus anchas, por muy nuevos que sean los políticos.