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Economía

Axel Kaiser: «Es vital que unos pocos se hagan ricos, pues solo así podrán enriquecer al resto»

El abogado chileno alerta contra los demagogos que explotan en beneficio propio la envidia de ciertos grupos y las buenas intenciones de los más ingenuos

Axel Kaiser: «Es vital que unos pocos se hagan ricos, pues solo así podrán enriquecer al resto»

Amancio Ortega no le ha arrebatado nada a nadie. Al contrario, ha puesto la moda al alcance de muchas más personas, enriqueciéndolas.

Todo el marxismo se levanta sobre una falsedad, explica Axel Kaiser en El economista callejero: la teoría del valor trabajo. De acuerdo con ella, los bienes tienen un precio objetivo que se deriva del esfuerzo dedicado a su fabricación. «Así», escribe Kaiser, «si un diamante vale más que un litro de agua […] es porque el diamante requiere de muchísimo más trabajo para ser conseguido». Pero si ese fuera siempre el caso, ¿por qué Los almiares de Claude Monet son más caros que un Airbus 319? Podría argumentarse que el cuadro es único, pero supongamos que un habilidoso copista pintara una réplica perfecta, invirtiendo en ella los mismos colores y materiales y demorándose en su realización idéntico tiempo. ¿Le pagarían lo mismo? Es improbable.

A pesar de estas objeciones, Marx da por buena la hipótesis y se pregunta a continuación: ¿de dónde saca entonces los beneficios el empresario? Siendo el trabajo la fuente exclusiva de valor, no tiene más remedio que apropiarse de una parte y entregar a sus empleados lo menos posible. «Por eso», argumenta el Manifiesto Comunista, «los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco más o menos, al mínimo de lo que necesita para vivir». Como la lógica del sistema lleva asimismo al patrono a sustituir la plantilla por máquinas, cada vez dispone de menos plusvalía que succionar. El resultado es, por un lado, una tasa decreciente de beneficios y, por otro, una famélica legión de proletarios. En consecuencia, «a la par que avanza, [la burguesía] se cava su fosa y cría a sus propios enterradores».

Ninguna de estas profecías se ha cumplido. Los obreros occidentales viven hoy tan holgadamente que, si Marx resucitara, pensaría que su sueño comunista se ha consumado. Tampoco los beneficios empresariales han dejado de crecer. ¿De dónde salen?

La sana competencia

«Supongamos», escribe Kaiser, «que en la capital de un país, el precio del queso es muy alto, mientras que, en las regiones más alejadas, es más bajo porque ahí se concentra su elaboración». Un individuo «alerta» no tardará en detectar una oportunidad en esa disparidad. Calculará los costes de envío, distribución, almacenaje, etcétera y, si los números cuadran, pondrá en marcha el acarreo. «Lo interesante es que […] ganará dinero y, al mismo tiempo, creará valor para el resto de la sociedad». Los fabricantes de las regiones más alejadas verán crecer su demanda y los consumidores de la capital podrán gastar menos en queso y destinar los ingresos ahorrados a otras necesidades. Con su innovación, el emprendedor ha contribuido a elevar el nivel general de bienestar.

No faltará quien apunte: «¿Y los productores locales de lácteos?» Si en el ejemplo sustituimos «regiones más alejadas» por «países extranjeros», la objeción les resultará más familiar. Para los antiglobalización, el mercado libre es una fuerza devastadora. «Es común», dice Kaiser, «oír entre líderes intelectuales, religiosos y políticos la idea de que la competencia desintegra el orden social, nos hace egoístas y socava la solidaridad», pero «es un análisis erróneo». Lo que es malo es el monopolio. Cuando se es el proveedor único de lo que sea (telefonía, transporte aéreo), no se tienen grandes incentivos para prestar un servicio barato y de calidad. Acuérdense de la Telefónica previa a la liberalización. Tardaba lo que le daba la gana (no menos de seis meses) en instalarte una línea y te cobraba luego una barbaridad por cada llamada. Hoy entras en una tienda de móviles y, a los pocos minutos, estás hablando prácticamente gratis. ¿Y cuánto costaba volar en Iberia?

«Como en el deporte», dice Kaiser, «la competencia sirve para sacar lo mejor del espíritu humano». Y aunque los agentes menos espabilados corren el riesgo de desaparecer, «esto es positivo, porque permite a otros más eficientes usar mejor los recursos disponibles para satisfacer las necesidades de la población». Esta destrucción creadora puede parecer cruel, pero piensen en una pastilla que, por un dólar, sanara cualquier enfermedad imaginable. ¿Deberíamos oponernos a su venta porque vaciaría los hospitales y dejaría sin ocupación a millones de médicos y enfermeros? «Es lo mismo que si para evitar que quebraran los fabricantes de máquinas de escribir, se hubieran prohibido los computadores».

Teoría de la clase ociosa

Marx propugnaba que uno se hacía rico empeorando la vida de los demás, arrebatándoles algo que tenían, pero la fortuna de gente como Steve Jobs o Amancio Ortega se debe a todo lo contrario: a que nos ofrecen algo que no teníamos. Se han hecho millonarios porque han mejorado nuestras existencias. Es, por lo tanto, esencial, dice Kaiser, que los «innovadores, comerciantes y gente de negocios puedan hacerse ricos, pues solo así podrán enriquecer a todos los demás».

Kaiser incluso justifica la opulencia más ociosa y ostentosa. «Para muchos», argumenta, «los automóviles eran un lujo», una cosa «totalmente innecesaria, pues los carruajes y caballos hacían la tarea». Sin embargo, si se hubiera prohibido su compra a los pocos excéntricos que podían permitírselo, la industria no habría dispuesto de los recursos necesarios para mejorar la tecnología, reducir los costes y democratizar su uso.

«Si hay una lección que evidencia la historia», concluye, «es que, en todas las épocas, han existidos demagogos que explotan en beneficio propio la envidia de ciertos grupos y las buenas intenciones de personas ingenuas y soñadoras que, por ignorancia económica, terminan apoyando ideas que perjudican precisamente a quienes supuestamente han de ayudar».

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