¿Por qué los americanos ven su fútbol y compran el nuestro?
Mientras la NFL vive una época de esplendor económica, los inversores estadounidenses compran cada vez más clubes de fútbol europeos por su mayor alcance global
El primer clásico de esta temporada se acaba de jugar en Las Vegas. No dramaticemos: fue solo un amistoso (aunque los modales de algunos jugadores no parecieron muy amigables) y el desvirgamiento estadounidense ya acaeció hace cinco años en Miami, en partido también ganado por el Barça. Además, el Real Madrid lleva cruzando el Atlántico para exhibirse a cambio de dólares desde 1927, y el Barça, desde 10 años después, cuando se embarcó en la gira del exilio en plena Guerra Civil. Todo normal, por lo tanto. Cosas de la globalización. De acuerdo, pero hay un cierto rumor de fondo interesante. Por un lado, EEUU, que ya alojó un Mundial en 1994, va a volver a hacerlo dentro de solo cuatro años, aunque esta vez compartirá el honor con Canadá y México. Por otro, algo quizá más inquietante: inversores estadounidenses con experiencia en deportes (muy) profesionales están comprando cada vez más clubes de élite europeos de lo que ellos llaman soccer, o sea, el fútbol de toda la vida. En España casi no han entrado… todavía. Ya merodean, de hecho. Pregunten en Sevilla.
Curiosamente, dicha estrategia inversora llega en uno de los mejores momentos de su fútbol, lo que nosotros llamamos fútbol americano, una especie de rugby en la que los jugadores visten armaduras más propias del Medievo para chocar entre ellos como carneros en celo. Para mayor morbo, el estadio en el que se jugó el clásico entre Real Madrid y Barcelona es la última joya de la NFL, la liga profesional de su fútbol, sede de los Raiders, un equipo traído hace tres años desde Oakland (California) bien empaquetado a la ciudad del pecado. Sí, el concepto de deporte profesional es un poco diferente por aquellos lares. ¿Se imagina a LaLiga mandando el Atlético por Seur a Almería? El Allegiant Stadium de Las vegas ha costado 2.000 millones de euros (qué menos para una ciudad que cuenta con una Venecia a medida), el segundo más caro del mundo, y en 2024 albergará la final de la NFL, la famosa Super Bowl: el partido más lucrativo del universo.
Ya contamos por aquí los pormenores del colosal salto cualitativo de los ingresos de la NFL, casi 17.000 millones de euros en 2021. Entrar en tal negocio se antoja una inversión más que jugosa. Sin embargo, el fútbol americano tiene un problema grave de crecimiento a medio y largo plazo: fuera de EEUU (y Canadá, donde juegan una versión muy parecida), no ha pasado nunca de lo exótico y más o menos friqui. La NFL continúa intentando venderse por todo el mundo, incluyendo hasta partidos oficiales de sus equipos en suelo extranjero, pero la cosa no termina de funcionar. Parece que el resto del mundo sigue apegado a ese tostón de formato invendible (¡dos tramos de 45 minutos seguidos de televisión sin pausas para anuncios!) en el que solo un par de tipos puede tocar el balón con la mano.
El pragmatismo estadounidense rezuma tolerancia hacia todo lo que dé dinero. Y nuestro fútbol es una fuente incesante… y va a más. La inversión pensó primero en crear una pasión semejante en su potente mercado nacional, pero la cosa no termina de funcionar. Aquel invento con el Cosmos de Pelé en los 70 se quedó en nada, por ejemplo. Después llegó la idea del Mundial 94, del que surgió una liga, la MLS, con cimientos más sólidos. No va mal, pero sigue a años luz de los tres grandes deportes tradicionales: el fútbol americano, el baloncesto y el béisbol. El crecimiento de la población hispana, argumento recurrente a favor, no lo puede todo: sobre todo desde las segundas generaciones en adelante, los inmigrantes buscan un deporte en el que se sientan, precisamente, integrados. En cualquier caso, ahí sigue la MLS, contratando nombres como Higuain o Bale y sumando equipos y aficionados poco a poco. Esa puede ser su verdadera vía de éxito: modestia en las expectativas, crecimiento orgánico.
El pragmatismo estadounidense rezuma tolerancia hacia todo lo que dé dinero
Más agresiva se siente la otra aproximación inversora. Recordemos el pragmatismo. Si donde la cosa realmente funciona es fuera de EEUU… compremos allí. La opinión pública europea ha analizado hasta la extenuación el caso de los clubes-Estado, equipos medianos como el PSG, el Manchester City o, ahora, el Newcastle que los fondos soberanos de países árabes han convertido en gigantes dopándolos financieramente con petrodólares. Más desapercibida ha pasado la lluvia fina de inversores estadounidenses. Pese a que en algunos casos no ha sido tan fina. ¿Sabía usted que los dueños del Manchester United, el Chelsea y el Arsenal son estadounidenses? Y llevan ya tiempo en ello. Empezaron por la Premier League por razones obvias: es la liga más potente hoy en día, al menos en lo económico, hay lazos comunes con la cultura anglosajona y… se pueden comprar más fácilmente. Ese pequeño detalle es importante, reconozcámoslo. Malcom Glazer compró en 2005 un ManU que ya cotizaba en bolsa, por ejemplo. Pero Gran Bretaña se les ha quedado pequeña: la siguiente parada ha sido Italia: Milan, Parma, Fiorentina y Roma ya pertenecen a capital americano. Lo del Milan resulta muy significativo: justo cuando acaban de ganar la Serie A tras años de travesía del desierto, lo ha comprado Redbird Capital tras el fracaso en la gestión de Investcorp, un fondo de inversiones de Bahrein. Redbird, por cierto, también controla el Toluse francés, que compite en la Ligue 1 con el Olympique de Marsella, también de propiedad estadounidense.
The Harvard International Review titulaba en mayo: «Is European Football Becoming American Soccer?». No esconde las espinas de la tendencia: «Los propietarios americanos son criticados a menudo por intentar replicar las condiciones americanas en suelo europeo, con una agenda centrada en las finanzas para recrear sus éxitos en la NFL y la MLB. Sin embargo, esta forma de entender el fútbol es estrictamente contraria a lo que los aficionados europeos esperan de este deporte. Para ellos, apoyar a su club es cuestión de lealtad y pasión; es un aspecto de su identidad de toda la vida, una perspectiva que choca con su representación como meros consumidores de un producto». Según ellos, esta disonancia entre aficionados y propietarios pasó relativamente desapercibida hasta el anuncio del proyecto de Superliga Europea, cuya junta directiva incluía a tres estadounidenses: Joel Glazer (copresidente del Manchester United), John W. Henry (propietario del Liverpool) y Stan Kroenke (propietario del Arsenal). Se les veía satisfechos con el rumbo que tomaba el negocio hasta que los aficionados del Arsenal y Manchester United empezaron a pedir la dimisión de los Kroenke y los Glazers.
El artículo de Harvard insiste en que «la idea de la Superliga no se ajustaba a la cultura histórica del fútbol europeo». Aunque lo menciona, parece no darle demasiada importancia al hecho de que el líder de esa idea no es ningún estadounidense. De hecho, Florentino Pérez preside un club de fútbol que ni siquiera es una sociedad anónima. Aunque hay que reconocerles que tienen razón en que, ideólogos aparte, la gasolina del invento vendría de las mismas tripas de Wall Street: «La principal promesa de la liga a los miembros fundadores fue una importante cantidad de dinero en efectivo. A cada uno de los 12 clubes se les prometió una ‘prima de bienvenida’ de 200 a 300 millones de euros financiada por JP Morgan Chase, que confirmó que su compromiso total con la liga ascendía a 3.250 millones de euros».
Pero, otra vez más, no perdamos de vista el pragmatismo del dólar. Los equipos de la Premier con inversores estadounidenses fueron los primeros de la Superliga en recular: el cliente siempre tiene la razón. En ese sentido, deberíamos sentirnos más seguros con gestores hiperprofesionales que ven su negocio como una cuestión de rentabilidad que con los que lo ven también desde el punto de vista del orgullo personal o nacional: véase el caso Mbappé. Aunque, ojo, no es oro todo lo que reluce. En España, los estadounidenses apenas han entrado… aún. Solo controlan el Mallorca, que el año pasado se salvó por los pelos de bajar a Segunda, y el Alcorcón, que acaba de descender de Segunda a la Primera Federación. Pero merodean por caladeros más sustanciosos. El fondo de inversión con sede en Miami 777 Partners, por ejemplo, posee un porcentaje minoritario del accionariado del Sevilla FC, uno de los clubes más exitosos y con mejores perspectivas de los últimos años en nuestra liga. Han hecho varios movimientos para penetrar más profundamente en el club, pero los actuales accionistas y los aficionados no se fían. Algunos medios han relacionado a 777 Partner con otro fondo estadounidense, GACP, que llevó al histórico Girondins de Burdeos a su triste situación actual, al borde de la desaparición.
De todo hay en la viña del dólar.