Premio a la estupidez económica con recesión de fondo
El Ig Nobel a un estudio científico sobre lo azaroso del éxito o libros como ‘Tonterías económicas’ permiten reírse un poco ante la incertidumbre
Primera ley de los economistas: por cada economista existe otro igual y opuesto. Segunda (y última) ley de los economistas: ambos están equivocados. Marcelo Justo cierra así su artículo Cinco chistes que revelan por qué los economistas casi siempre se equivocan en el servicio internacional de la BBC. La prensa británica aprecia la ironía, incluso cuando las cosas pintan mal. O precisamente entonces. Nos acercamos a un periodo más que complicado, con la recesión en puertas y los bancos centrales manejando palancas como locos para frenar una inflación que sigue a lo suyo. Riámonos un rato, por lo menos.
La parodia del Nobel
La reciente ceremonia de los premios Ig Nobel, el reverso hilarante de los Nobel que financia la revista satírica The Annals of Improbable Research, ha vuelto a traer al primer plano el humor que le brota a la ciencia (¿?) económica a poco que se le aplique el microscópico. No parece casual que, de todas las categorías, la que más ha llamado la atención, con amplia repercusión en los medios, haya sido la de Economía (así, con mayúsculas). El galardón se lo ha llevado un equipo de matemáticos de la Universidad de Catania que han desarrollado un sistema para analizar por qué el éxito tiende a esquivar el talento. Al parecer, lo que la cultura mainstream considera como cualidades propicias ceden ante la prosaica realidad del azar.
Según estos expertos, la inteligencia muestra una distribución gaussiana entre la población, mientras que la distribución de la riqueza suele seguir la ley de Pareto. O sea, que la mayoría de la gente tiene un coeficiente intelectual medio, mientras que por arriba y por abajo quedan solo unos pocos. En cambio, la teoría del tal Vilfredo Pareto expone que la distribución de la riqueza tiende a ordenarse alrededor de los números mágicos 80 y 20: el 20% de la población acapara el 80% y el 80% de personas se reparte el 20% restante. El año que viene se cumple un siglo justo de la muerte de Pareto. Últimamente en estas cuestiones suena más la dinámica del 1 frente al 99.
Habida cuenta del boquete entre las estructuras distributivas de inteligencia y éxito (económico, al menos), la clave, como decíamos, es la suerte. Muchos lo sospechábamos, pero ahora unos matemáticos italianos lo han comprobado con unas simulaciones en las que los tipos que llegan a lo más alto suelen estar en la amplia zona media de la campana de Gauss de la inteligencia. Damos por supuesto que se han deducido influencias como las herencias familiares o los contactos, especialmente en países como el nuestro o el de los científicos laureados, tan propensos al capitalismo de amigotes.
En cualquier caso, el Ig Nobel, no lo olvidemos, premia lo absurdo del esfuerzo académico. La categoría de ingeniería, por ejemplo, la ha ganado este año un equipo de laboriosos diseñadores industriales japoneses embarcados en la épica tarea de descubrir la mejor forma de girar el pomo de una puerta. Al parecer, la principal conclusión es la siguiente fórmula: a mayor volumen del pomo, más dedos han de involucrarse en la tarea de se necesitan para girarlo, con el consiguiente desperdicio de energía humana (que no está para tirarla). Además de la ignominia, los ganadores del Ig Nobel reciben un billete de 10 trillones de dólares de Zimbabue fuera de circulación desde 2015 y con un valor estimado de unos céntimos de euro al cambio.
Algo más que entretenimiento
Tales arrobas de surrealismo, si nos detenemos a reflexionar, puedan dar de sí algo más que mero entretenimiento. Por ponernos estupendos, podemos citar El chiste y su relación con el inconsciente, de Sigmund Freud, y hablar de corrientes subterráneas de sentido que brotan en chistes y salpican de risas una sociedad enferma. Justo prefiere contar cómo una rama de la peculiar especie de expertos creó «el Kamasutra económico» sin tener muy claro nada realmente relacionado con la economía real (y perdón por la redundancia tan poco económica).
Dice Justo que «tanto en el Estado como en el sector privado proporcionan el sustento ‘discursivo-racional’ de las medidas económicas que adoptará un Gobierno o una compañía», pero cada vez más gente cree que eso no sirve «para hacer funcionar con éxito una fábrica o realizar un negocio». Apunta, además, a su gran punto débil: «Los economistas han previsto nueve de las últimas cinco recesiones». Los malabarismos mentales con la crisis de 2008 amenazan con quedar en nada con la que se avecina.
Un economista del prestigio de Carlos Rodríguez Braun ha escrito el que quizá sea el libro más canónico del género en nuestro idioma: Tonterías económicas. Con fina ironía, el autor despliega una notable antología del disparate. Su doble nacionalidad argentina y española probablemente le haya dotado de un caudal extraordinario de experiencias al respecto. El libro lleva ya tres ediciones, con tonterías renovadas, pero la fuente, nos tememos, está lejos de agotarse.
La aproximación de Peter T. Leeson, profesor de Economía y Derecho en la Universidad George Mason, quizá sea más prolija y estructurada, en cuanto su libro El gran circo de la economía ensaya un «recorrido histórico por los hechos y las decisiones económicas más descabelladas». La historia de la humanidad da mucho de sí. Hartos de predicciones sobre la subida del Euríbor, podemos relajarnos con medidas ecológicas como el impuesto planteado en Irlanda a las flatulencias de las vacas, tan contaminantes, los juicios a las cucarachas en Italia o las subastas de esposas en la Inglaterra del Siglo XVIII. Quizá después el Telediario tenga más sentido.