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Tras el colapso de FTX, ¿el fin de los criptoactivos?

La caída de uno de los principales ‘exchanges’ de criptomonedas agita el mercado y lleva a algunos a temer por el futuro de este

Tras el colapso de FTX, ¿el fin de los criptoactivos?

Unsplash.

Los últimos diez días han resultado, sin lugar a dudas, de los más movidos en la breve historia de las criptomonedas. El exchange FTX, que actúa como casa de cambio digital de activos criptográficos, reveló serios problemas de liquidez en sus cuentas, algo que incluso arrastró a su fondo de inversión, Alameda Research. Como consecuencia, y tras un encendido cruce de tuits entre Sam Bankman-Fried, consejero delegado de FTX, y Changpeng «CZ» Zhao, responsable del exchange líder a nivel mundial, Binance, la plataforma en apuros fue rescatada con capital de Binance con el objetivo de proteger los saldos a los clientes. Pocas horas más tarde, el 9 de noviembre, Zhao acabó comunicando que, tras analizar las cuentas de su competidor, los problemas estaban fuera de su alcance y capacidad de ayudar, por lo que Binance renunciaba al rescate de FTX.

Finalmente, el 11 de noviembre FTX se declararía oficialmente en bancarrota, y con ello dejaría un agujero de al menos 8.000 millones de dólares. Este es el capital que Bankman-Fried andaría buscando sin éxito para reflotar en la plataforma. El problema no es sólo para los clientes que, de momento, han perdido el acceso a sus fondos custodiados en FTX, o la tremenda depreciación de la moneda nativa del exchange, el token FTT. Lo que se espera en las próximas jornadas es un posible efecto dominó por parte de otras instituciones de inversión y prestadores de servicios criptográficos que tuvieran exposición a FTX o a su moneda. Más allá de esta rápida y dramática sucesión de los hechos, el caso aborda una serie de cuestiones sobre cómo debe funcionar este sector y qué continuidad plantea ante sucesos de este tipo.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que el modelo de negocio de un exchange de criptomonedas es más similar al de un banco que al de un protocolo y sistema de pagos como Bitcoin. Una corporación como FTX opera de forma centralizada para recibir fondos de sus clientes, y que así estos puedan operar con ellos en la plataforma. Por su parte, el negocio esencial de un banco es retener los fondos de los clientes en cuentas de ahorro remuneradas, para prestarlo mediante crédito a otros clientes manteniendo una reserva fraccionaria. Es decir, se regula qué porcentaje de fondos los bancos deben tener como porcentaje de caja mínima.

Para el cumplimiento de este principio, los bancos están obligados a superar requisitos muy exigentes de gestión capital, flujos de liquidez, gobierno interno y normas de gestión de riesgos, todo ello orientado a preservar la estabilidad financiera de la propia entidad y del sistema en su conjunto. Esos requisitos reducen el alcance de las actividades que se pueden desarrollar y restringen el modelo de generación de ingresos al abordar los costos de capital, liquidez y operación de las entidades bancarias.

Un entorno sin regulación

Por contra, este principio de reserva fraccionaria no aplica a los exchanges de criptomonedas al ser un entorno no regulado. Esto abre la puerta a mover fondos depositados por los clientes asumiendo niveles de riesgo más elevados, algo especialmente delicado teniendo en cuenta la volatilidad implícita en el mercado de las criptomonedas. Pero de hecho, es una malversación del modelo de negocio ya que los ingresos de un exchange, según el propio nombre sugiere, deberían venir principalmente de las comisiones generadas por la operativa de los clientes y no por mover sus fondos. Jugar con esto es lo que ha llevado a la caída de FTX y puede arrastrar a otras plataformas que estén incurriendo en prácticas similares. Como resultado de todo ello, la futura regulación MiCA y su equivalente estadounidense, en fase de diseño, se han presentado rápidamente como la solución a este problema real que azota el mercado.

De forma paralela al entorno centralizado, referido como CeFi por sus siglas en inglés (Centralized Finance), una forma alternativa de mover activos criptográficos es mediante las DeFi (Descentralized Finance). De hecho, suponen el verdadero enfoque tras la creación de las criptomonedas aunque estén rodeadas de desconocimiento. Este creciente ecosistema financiero de las DeFi se basa en la tecnología blockchain, y permite cruzar fondos entre usuarios de forma automatizada y sin que estos estén retenidos por ninguna institución intermediaria.

Como resultado, la confianza sobre la ejecución de las operaciones no recae sobre un grupo de personas en un comité de dirección. En las DeFi, la confianza recae sobre un protocolo, un desarrollo tecnológico auditado y cuyos movimientos pueden verse de forma transparente, trazable y segura. DeFi es autorregulado en cuanto a que opera en base a unas normas públicas preestablecidas, y de ahí que ni siquiera se trate de confiar en un sistema, sino en verificar los datos movidos a través de este. Algunas opciones de exchanges que operan de forma descentralizada son Uniswap o DYDX, ofreciendo este último incluso una plataforma basada en libros de órdenes como un bróker bursátil.

El punto de encuentro entre las ventajas de las DeFi y del entorno CeFi es lo que llevará a la verdadera adopción del mercado criptográfico, donde se encuentre un equilibrio óptimo entre confianza, regulación, eficiencia y automatización.

El problema de la codicia humana

Por último, y como aspecto que abría estas reflexiones, cabe destacar lo vivido en los últimos días afecta a algunos prestadores de servicios, no a los activos. Lógicamente, la incertidumbre en el mercado ha agitado las cotizaciones de todas las criptomonedas, y ha hecho mella en la confianza hacia el sector, pero la propuesta de valor fundamental de estas sigue intacta. Bitcoin sigue siendo una plataforma de pagos con una moneda propia única y escasa utilizada como reserva de valor digital, basada en la red más segura del mundo. Ethereum es un gran ordenador colaborativo que ha permitido crear miles de aplicaciones descentralizadas, desde servicios financieros a plataformas de entretenimiento potenciados por la utilidad de su moneda.

Esto no quita que haya muchísimos activos sobrevalorados. Pero creer que la caída de un ente suponga el fin de lo que hay detrás, es como apuntar que el caso Madoff supuso una amenaza para la estabilidad del dólar.

Como lectura, el caso FTX es que demuestra que «los malos» no son ni otras instituciones, ni brechas de seguridad, o estafadores de poca monta. Los mayores cisnes negros sucedidos en la industria en los últimos meses, este de FTX y el caso Terra del pasado mayo, se han producido por los que están al mando, desde dentro. Parece que no diste tanto de sucesos ya históricos, desde Lehman Brothers, a Celsius o Wirecard. El ser humano no cambia. La criptoeconomía, y la visión tras proyectos como Bitcoin o Ethereum es brillante. Pero a medida que colisiona con el mercado tradicional, parece que la codicia humana fuerza la regulación.

¿Es este el fin de los criptoactivos? Rotundamente no, este no es el fin de los criptoactivos. Pero si se puede sacar algo positivo de lo sucedido, es que de forma natural sí será el fin de los prestadores de servicios que estaban incurriendo en malas prácticas, a la par que acercará medidas para que no se vuelvan a repetir situaciones similares. La purga ha comenzado, y es lo mejor que podía suceder para un mejor futuro.

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