THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

Un nuevo trabajo corrobora que el desarrollo está ligado indisolublemente a las libertades

«Pese a su inicial éxito», escribe Leandro Prados de la Escosura, «las naciones que se embarcaron en experimentos socialistas acabaron rezagadas»

Un nuevo trabajo corrobora que el desarrollo está ligado indisolublemente a las libertades

Donde no hay democracia, es imposible deshacerse de los gobernantes ineptos y la pobreza se perpetúa. En la imagen, Kenia. | TO

Todos los años, el Informe sobre Desarrollo Humano (IDH) pone una gota de acíbar en las perspectivas globales. «Tiempos inciertos, vidas inestables» se titula el último. El mundo, argumentan los autores, ha experimentado unos «logros sin precedentes en el nivel de vida y los ingresos medios» y el progreso tecnológico es «asombroso». Sin embargo…

En todas las ediciones hay un «sin embargo». En la de 2014 eran las catástrofes naturales, en la de 2016 los excluidos por el progreso, en la de 2017 la desigualdad, en la de 2020 la covid, claro… ¿Y en la de 2022? La innovación, que «presenta circunstancias nunca vistas». O sea, el propio desarrollo es ahora el problema.

Hay aquí bastante de pose. El pesimismo ha gozado en Occidente de una larga y prestigiosa reputación. El ideal clásico de sabiduría era la apatía, la imperturbabilidad: convenía ponerse en lo peor para evitar desengaños. La Iglesia añadiría después el parto con dolor, el sudor de la frente y el valle de lágrimas y, finalmente, vinieron Freud, el malestar en la cultura y los intelectuales de izquierdas. «Solo son optimistas», decía José Saramago, «los seres insensibles, estúpidos o millonarios».

A Leandro Prados de la Escosura siempre le llamó la atención esta falta de sintonía entre la narrativa habitualmente negativa de los bienpensantes y el mensaje insistentemente positivo de los datos. Ha dedicado su carrera de historiador de la economía a la reconstrucción de series y la estadística no engaña: los últimos dos siglos han presenciado una mejora espectacular. Según sus estimaciones y a precios de 2017 ajustados por el poder adquisitivo, «hemos pasado de un PIB per cápita en 1815 de poco más de 2.000 dólares anuales (lo que hoy se consideraría pobreza moderada) a 38.100 dólares en 2021».

Abrir el compás del desarrollo humano

Naturalmente, la renta es un reflejo muy rudimentario del bienestar y por eso el nobel Amartya Sen abogó en la década de 1980 por «un enfoque basado en las capacidades» que, además de los ingresos, tuviera en cuenta la salud (representada por la esperanza de vida) y la educación (medida en años de escolarización). Es lo que lleva 30 años haciendo el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) con el IDH y Prados de la Escosura cree que ha llegado el momento de hacer balance y, sobre todo, de ir un paso más allá con lo que ha bautizado como Índice Aumentado de Desarrollo Humano (IADH).

Como señala en Human Development and the Path to Freedom, la primera limitación del índice del PNUD es temporal. Sus estimaciones arrancan en 1990, lo que ofrece una visión muy estrecha del progreso. Prados de la Escosura ha abierto el compás siglo y medio, hasta 1870.

Su segunda aportación es el tratamiento de los componentes del índice. Tanto la salud como la educación son «variables acotadas». Por mucho que avance la medicina, la esperanza de vida solo puede crecer marginalmente a partir de los máximos actuales. En ningún país supera los 80 años. Lo mismo ocurre con la escolarización: difícilmente se extenderá más allá de las dos décadas. Esto hace que los países con bajos niveles presenten avances muy superiores a los de niveles altos, creando una impresión de convergencia más ilusoria que real.

La renta per cápita, por el contrario, no está topada. Puede crecer (y de hecho lo hace) explosivamente y ha ido ganando peso en el IDH de la ONU, exagerando ese protagonismo de lo económico con el que se pretendía justamente acabar.

Las objeciones de Branko Milanovic

Pero la principal innovación de Prados de la Escosura es la incorporación en su IADH de las libertades civiles y políticas. Esta decisión ha dado pie a cierta controversia (y digo cierta porque estos debates rara vez trascienden el ámbito de lo académico). El economista Branko Milanovic, una autoridad mundial en materia de desigualdad, dedicó al libro de Prados de la Escosura uno de sus posts. «Los derechos políticos se consideran parte inseparable de la libertad porque proporcionan a los individuos agencia para realizar elecciones», admite Milanovic. Pero mientras ve bien la inclusión de conceptos objetivables y mensurables, como la posibilidad de acceder a información independiente o de difundirla, la democracia liberal no es, a su parecer, un «ideal» universal, hacia el que la humanidad entera propenda, sino un régimen específico, oriundo de una región y un momento específicos, y añadirlo al IDH de Naciones Unidas provocaría una indeseable politización.

El propio Prados de la Escosura no se hace ilusiones al respecto. «Puede imaginarse», me cuenta en un correo, «la cantidad de países que dejarían de colaborar [en el Informe de Desarrollo Humano] si se intentara». Y añade que «a la gente del PNUD les interesó mucho [mi libro] cuando lo presenté en las Naciones Unidas, pero dudo mucho que puedan incluir las libertades en futuras ediciones».

Dicho lo cual, las objeciones de Milanovic son fácilmente rebatibles. Para empezar, esos conceptos que considera asumibles (los derechos a la información y de opinión) son en realidad inseparables de la democracia: es dudoso que puedan darse auténticamente en una sociedad si esta no dispone al mismo tiempo de la facultad de controlar la acción del Gobierno mediante la celebración periódica de elecciones.

Pero, además, como muy acertadamente señala Prados de la Escosura en su post de réplica al de Milanovic (que este ha colgado elegantemente en su blog), atendiendo únicamente a los criterios de salud, educación y renta, «se podría alcanzar un elevado IDH siendo un recluso en una prisión de alta seguridad de cualquier país occidental desarrollado, lo que contradiría el espíritu del desarrollo humano».

La salud es lo que importa

¿Y cuál es el panorama que se desprende del IADH de Prados de la Escosura? En agregado, corrobora que el mundo ha mejorado sustancialmente en el último siglo y medio, alcanzando un nivel 5,3 veces superior en 2015 al de 1870.

El gran motor de este cambio no ha sido, sin embargo, el económico. De hecho, el IADH muestra fuertes avances en la primera mitad del siglo XX, a pesar de las dos guerras mundiales y la Gran Depresión. La razón es la esperanza de vida, que ha sido el principal contribuyente al desarrollo (37%), seguida por la educación (32%).

Esto tiene una derivada importante. Muchos neoliberales defienden que hay que dar prioridad al crecimiento, porque es la mejora material la que da acceso tanto a una vida sana como a más conocimiento y mayores libertades, pero «el hallazgo de que las tendencias de PIB per cápita y desarrollo humano no están correlacionadas desafía este punto de vista».

¿Tienen razón, entonces, los socialistas? Tampoco. La intervención pública contribuyó a elevar el bienestar solo «hasta cierto grado», escribe Prados de la Escosura. «La salud y la educación mejoraron incluso en los países que no expandieron su gasto social».

¿A qué se debe el progreso? A la transición epidemiológica, es decir, al descenso de la mortalidad derivado de la distribución por todo el planeta de los medicamentos desarrollados en Occidente.

Poner el comunismo en su sitio

Una de las ventajas de la inclusión de las libertades políticas en el IADH es que permite comprobar cómo afecta al resto de dimensiones, y la conclusión de Prados de la Escosura es terminante. «La influencia del sistema económico y social en el desarrollo humano está lejos de ser menor», escribe. «Los modelos capitalista y socialista implicaban unas iniciativas en salud y educación muy diferentes, así como en economía. Y a pesar de su inicial éxito como proveedores de necesidades básicas, las naciones que se embarcaron en experimentos socialistas fracasaron a la hora de sostener el esfuerzo y acabaron rezagadas respecto de la OCDE».

En la antigua URSS y sus satélites, la longevidad se estancó a mediados de los 60, y lo mismo ocurriría en la siguiente década con la renta. Estas son dos razones de peso por la que todos estos intentos de ingeniería social aparecen tan abajo en el ranking de Prados de la Escosura. Pero lo que los acaba de hundir es la falta de libertad. A diferencia de lo que sucede en el informe de la PNUD, Cuba y China están en el IADH al nivel del África subsahariana, acabando con la fantasía de que allí se esté gestando el futuro.

Esto seguramente desconcertará a los intelectuales de izquierdas, que se las arreglarán, a pesar de todo, para encontrar motivos para la esperanza en los fracasos comunistas y motivos para la inquietud en el éxito capitalista.

Pero no se deje engañar. Como Prados de la Escosura demuestra, el mundo va a mejor.

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