Nouriel Roubini: «No estamos como en vísperas de la Gran Recesión. Estamos mucho peor»
El doctor Catástrofe cree que «hemos estado viviendo como sonámbulos. Y es hora de despertar y abordar los problemas antes de que sea demasiado tarde»
Nouriel Roubini (Estambul, 1958) ha pasado a los anales como el economista que anticipó la Gran Recesión. Ahora vuelve a la carga. La portada de su último libro muestra un globo flotando sobre una chincheta. El globo somos nosotros y la chincheta es una batería de contrariedades tan extraordinarias que ha necesitado acuñar una palabra y todo: megaamenazas.
La mayoría de ellas ni siquiera las teníamos en el radar hace unas pocas décadas.
«Me crie en Oriente Próximo y Europa», recuerda Roubini en uno de sus recientes artículos, «y jamás me inquietó la posibilidad de que el cambio climático destruyera el planeta». Tampoco que estallara «una guerra entre superpotencias» ni que hordas de fanáticos asaltaran los Parlamentos, como hemos visto en Estados Unidos y Brasil. El término pandemia «ni siquiera lo tenía registrado en mi conciencia». Los ciclos económicos se habían suavizado y «las recesiones eran breves y poco profundas».
Cada uno de estos problemas ya supondría un desafío considerable por separado, pero juntos se retroalimentan.
La tensión geopolítica exacerba la desglobalización, lo que reduce el crecimiento y los medios para combatir el cambio climático y la desigualdad, lo que a su vez da alas al populismo y lleva al poder a líderes populistas que exacerban la tensión geopolítica, y vuelta a empezar. Si no impedimos este «choque de trenes a cámara lenta», advierte Roubini, lo menos malo que nos puede pasar será «una repetición de la estanflacionaria década de 1970». Mucho más probable es, por desgracia, una regresión al periodo de entreguerras y sus populismos antiliberales, con el aliciente añadido de las perturbaciones del calentamiento global.
Hablamos con Roubini en la Fundación Rafael del Pino, horas antes de que presente Megaamenazas en un auditorio lleno a reventar.
«Me llaman doctor Catástrofe, pero me cuadra más doctor Realista, porque hablo tanto de lo que puede salir bien como de lo que puede salir mal»
PREGUNTA. Lo acusan de ser un poco como los testigos de Jehová, que están todo el rato pronosticando el fin del mundo e, inevitablemente, alguna vez aciertan.
RESPUESTA. Sí, me llaman doctor Catástrofe [doctor Doom], pero me cuadra más doctor Realista, porque hablo tanto de lo que puede salir bien como de lo que puede salir mal. No es cierto que sea sistemáticamente negativo. Hay dos eventos posteriores a la Gran Recesión que lo prueban. Uno fue la eventual salida de Grecia de la moneda única en 2015. Recuerdo leer multitud de informes, de Goldman Sachs, de JP Morgan, de Citi, y todos concluían lo mismo: el Grexit era inevitable. Estuve meses viajando. Visité Berlín, Fráncfort, Atenas, Roma, París, todas las capitales europeas, tratando de entender lo que sucedía, y me di cuenta de que era todo un juego de la gallina entre Grecia y la troika. Ni Grecia quería irse, porque perdería el programa de rescate, ni la Troika quería se fuera, porque habría sido el principio del fin del euro. Aposté por la permanencia y acerté, frente al pesimismo del resto de los expertos. Lo mismo me ocurrió en 2016, cuando la bolsa de Shanghái perdió el 30% en tres semanas. Recuerdo que había ido al Foro Económico Mundial de Davos. La gente se me acercaba y me decía: Dios mío, otra burbuja inmobiliaria, va a ser un desastre como en 2008… Así que estuve un tiempo analizando China, voy allí cuatro o cinco veces todos los años, y me di cuenta de que las autoridades disponían de las herramientas para hacer frente a los problemas de deuda y, cuando todo el mundo hablaba de un aterrizaje forzoso, yo defendí que sería suave. Y volví a dar en el clavo… Muchos de mis críticos ni siquiera se toman la molestia de leerme. Repiten que soy como un reloj parado, que da bien la hora dos veces al día, etcétera. Pero no es verdad.
P. Para 2004 y 2005 pronosticó recesiones que nunca llegaron a materializarse.
R. Era la época de los déficits gemelos. Estados Unidos tenía números rojos tanto en las cuentas públicas como en la balanza por cuenta corriente y señalé que era una situación insostenible y tarde o temprano estallaría. ¿Y cuál era la causa del desequilibrio exterior? Un consumo desbocado por el gasto en vivienda. Hacia 2006 empecé a centrar mis advertencias en el colapso inmobiliario. Dije que contagiaría al sistema financiero, que provocaría una profunda recesión y que esta sería mundial por tres razones. Primero, porque cuando Estados Unidos estornuda, el resto del mundo se resfría. Segundo, porque todas aquellas hipotecas tóxicas habían sido troceadas, empaquetadas y revendidas a inversores extranjeros. Y tercero, porque las burbujas estaban por todos lados: en Irlanda, en España, en Grecia, en Italia, en Dubái, en Islandia… Acerté plenamente. Y respecto a 2004 y 2005, tampoco iba tan desencaminado, porque los problemas que denuncié tenían su raíz en la vivienda.
«Nos encontramos con lo peor de los años 70 (la inflación) y lo peor de la Gran Recesión (la deuda). Y a todo esto se suma el desafío de China»
P. En Megaamenazas habla de «la madre de todas las crisis de deuda estanflacionarias». Comencemos con la deuda. Como usted señala, está en máximos históricos, pero también el tipo de interés real está en un mínimo de 800 años, y muy por debajo en cualquier caso de 2008. La situación no es la misma.
R. No, tiene usted razón. No es la misma que en 2008. Es peor.
P. ¿Es peor?
R. Los ratios de deuda ya eran altos antes de la covid y no han dejado de subir. El año pasado alcanzaron el 350% del PIB a nivel mundial. Pero es que tanto durante la Gran Recesión como al comienzo de la pandemia se produjo una deflación como consecuencia de la caída de la demanda, lo que posibilitó la puesta en marcha de estímulos monetarios y fiscales. De modo que, aunque el apalancamiento era alto, su coste se redujo. Hoy, por el contrario, no solo estamos más endeudados, sino que tenemos inflación y los bancos centrales deben subir los tipos en medio de una contracción. Recuerda en parte a la de los años 70, cuando los choques petroleros dispararon los precios y deprimieron la actividad. Y digo que recuerda en parte, porque los ratios de endeudamiento eran entonces muy inferiores. Hubo crisis de la deuda, pero solo en Iberoamérica, en Argentina, en Brasil, en México, donde habían empeñado hasta la camisa y, cuando Paul Volcker [el presidente de la Fed entre 1979 y 1987] elevó las tipos al 20%, debieron suspender pagos. Ahora hay crisis de la deuda también en Occidente, así que nos encontramos con lo peor de los 70 (choque de oferta inflacionario) y lo peor de la Gran Recesión (endeudamiento desbocado). Y a todo esto se suma el desafío de China, Rusia, Irán y Corea del Norte al orden internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial, es decir, lo peor los años 30. La situación es más grave, mucho más grave que 2008.
P. La inflación puede ser un aliado en la lucha contra la deuda. En España hemos pasado del 125% del PIB al 117% en el último año. Si esta tendencia continúa, en una década estaremos cerca el 60%, que es lo que nos exige el tratado de Maastricht.
R. La inflación inesperada reduce efectivamente el valor de la deuda y esa es, de hecho, una de las razones por las que sostengo que los bancos centrales no son creíbles cuando dicen que van a luchar hasta que el IPC caiga al 2 %. La deuda es tan voluminosa que no podemos cancelarla solo aumentando los impuestos o recortando el gasto. Necesitamos diluirla mediante la inflación. El problema es que este truco funciona mientras la inflación sea inesperada. En cuanto los mercados se dan cuenta de que va a seguir siendo alta, ajustan el precio de los bonos y encarecen el pago de la deuda… Puedes engañar a todas las personas algún tiempo y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo.
«La crisis del sector privado no financiero se traslada primero al público y luego al financiero, y todo el mundo acaba contagiado. Hemos visto esta película de terror antes»
P. Usted da por hecho un contagio financiero como el de 2008, pero los bancos están hoy en mucho mejores condiciones.
R. El problema es la banca en la sombra: firmas de capital privado, fondos de cobertura, titulizaciones, crowdfunding… La Fed ya advirtió en 2018 que muchas compañías estaban acudiendo a esos nuevos canales en busca de financiación barata. No pasó nada, porque llegó la covid y se rescató a todo el mundo, pero la fiesta se ha acabado. Y la resaca no se limita a las empresas. También muchas familias ven que la inflación se come parte de sus ingresos, que su casa vale menos, que cada vez paga más por la hipoteca y el préstamo del coche… Y si el Estado debe acudir a su rescate, la solvencia de la deuda pública empeorará y, dado que está en manos de la banca normal, entraremos en un círculo vicioso, en el que la crisis del sector privado no financiero se traslada primero al público y luego al financiero, y todo el mundo acaba contagiado. Hemos visto esta película de terror antes, ¿verdad?
P. Muchos expertos niegan la mayor. Dicen que el escenario de estanflación prolongada que usted dibuja no es realista y que, si hay estancamiento, la inflación caerá inevitablemente.
R. Circula la tesis de que la recesión será breve y poco profunda, porque en cuanto los precios se moderen, el BCE y la Fed recortarán los tipos y se reanudará el crecimiento. Y es verdad que el IPC ha bajado relativamente deprisa del 10% al 5,6%, pero esa era la parte fácil. Bajar hasta el 2% va a ser mucho más complicado. Primero, las materias primas van a seguir altas este año. Y segundo, la inflación salarial se ha afianzado, porque tenemos un mercado laboral tenso, porque hay menos jóvenes, porque cerramos las puertas a la inmigración, porque los políticos se han vuelto más sensibles a las reivindicaciones de los sindicatos tras décadas de aumento de la desigualdad… Todas estas inercias van a impedir que la inflación caiga como una piedra y, por tanto, que los bancos centrales aflojen el dogal.
«Podemos crear una renta básica universal y dársela a quienes no obtengan ocupación, pero a nadie le gusta ser un parásito y limitarse a recibir un cheque de por vida»
P. También ofrece en su libro una visión sombría de la inteligencia artificial. Dice que provocará un paro masivo, pero sería la primera vez que sucede algo así. Los avances tecnológicos siempre han impulsado el empleo. ¿Por qué iba a ser diferente ahora?
R. Con la mecanización de la agricultura, los trabajadores se trasladaron a la industria y, cuando la revolución llegó a la industria, emigraron a los servicios. Pero si también los servicios se automatizan, ¿a qué se dedicará la gente? Cuando lo pregunto, me responden: no lo sabemos, algo surgirá, blablablá. Pero por cada empleo que crea Amazon, se destruyen otros 10 en el comercio minorista. Los cajeros están desapareciendo de los supermercados. Y en Japón ya hay robots que se encargan de los cuidados de los mayores. ChatGPT incluso ha hecho la reseña de mi libro. [Señalándome con un gesto de la cabeza]. Su propio trabajo como periodista está en peligro.
P. No tiene por qué ser un panorama tan terrible. Los humanos podremos descansar mientras los robots trabajan para nosotros.
R. Podemos crear una renta básica universal (RBU) y dársela a quienes no obtengan ocupación, pero a nadie le gusta ser un parásito y limitarse a recibir un cheque de por vida. Esa clase social ya existe en Estados Unidos: son personas sin habilidades, sin ocupación, sin esperanza. Pasan el día delante de la consola, paseando por el metaverso, tomando opiáceos… Un 5% fallece cada año por culpa de la crisis los opiáceos. La RBU es un paliativo, no la solución.
P. Tampoco le gusta la política exterior de Estados Unidos. Dice que el acercamiento a China ha sido el peor error estratégico de los últimos tiempos, porque ha acelerado el auge de un rival mortal. ¿Qué alternativa tenía Estados Unidos? ¿Dejar que los chinos siguieran muriendo de hambre?
R. No, claro. Pero la apertura al exterior habría permitido a China prosperar igualmente. El error ha sido darle acceso a la Organización Mundial del Comercio tan deprisa. Creímos que eso liberalizaría su capitalismo de estado, incluso que se volvería menos autoritaria. Pero en lugar de reformarse, se ha vuelto más autocrática en el plano político, más intervencionista en el económico y más agresiva en el diplomático.
P. ¿El enfrentamiento es inevitable?
R. Ya hay en curso una guerra fría, que se está enfriando aún más. No creo que Pekín vaya a invadir Taiwán este año, pero la trampa de Tucídides sugiere que las posibilidades de conflicto se multiplican cuando un poder emergente amenaza a otro establecido. Una excepción fue el relevo de la hegemonía británica por la estadounidense, pero compartían el idioma, la cultura, las instituciones políticas y económicas… Tampoco hubo enfrentamiento con la Unión Soviética, pero porque colapsó, y de China se podrá decir lo que se quiera, pero no se está derrumbando. El choque es posible y probable.
«Por cada empleo que crea Amazon, se destruyen otros 10 en el comercio minorista. Los cajeros están desapareciendo. Y hay robots que se encargan de los cuidados de los mayores»
P. El título completo de su libro es Megamenazas: las 10 tendencias que gravitan sobre nuestro futuro y cómo sobrevivir a ellas. Vamos a centrarnos en esa segunda parte: ¿qué soluciones propone?
R. Los pasajes sobre un futuro utópico comienzan con un avance tecnológico, porque eso es lo que ha traído la paz, la salud y la prosperidad a la humanidad. Dar con una fuente de energía barata y no contaminante sería muy importante. Las renovables van en la dirección correcta, pero demasiado despacio. Y la fusión tardará en ser comercialmente viable. Si son solo 10 años, podemos abrigar alguna esperanza. Pero si son 20 años…
P. El escenario central que maneja no es muy optimista.
R. No soy determinista en absoluto. El futuro no está escrito. Mi intención es dar un toque de atención, porque hemos estado viviendo como sonámbulos. Y es hora de despertar y abordar los problemas antes de que sea demasiado tarde. Así que no me llame pesimista. Únicamente digo a la gente que se levante y actúe.