El 'independentismo' del Banco de España: lo del PP no fue un error
El líder de los populares quiso hacer un guiño al electorado renegado de Sánchez y desoyó los consejos que le recomendaban desde el principio la nominación de Fernando Fernández
El nombramiento de Fernando Fernández como consejero y miembro del comité ejecutivo del Banco de España ha de servir de estímulo al Partido Popular para sacudirse todos esos complejos políticos que lleva adheridos a su ADN desde que alcanzó el poder en 1996. La mayoría precaria obtenida entonces por José María Aznar ató en corto las expectativas del partido conservador, impidiendo el despliegue de un auténtico ideario liberal que hiciera frente a catorce años de rodillo felipista. La elección inicial del catedrático Antonio Cabrales para ocupar un puesto en el órgano de gobierno del supervisor financiero tiene mucho que ver con el déficit de confianza interna que atenaza al partido conservador. Pero su inmediata renuncia, forzada tras descubrirse la afinidad con el independentismo catalán, constituye un punto de inflexión con vistas a la próxima renovación de los principales organismos reguladores de la actividad económica.
Alberto Núñez Feijóo tiene ahora el deber y el derecho de aprenderse la lección en su carrera hacia La Moncloa. A decir verdad sirva como atenuante que el jefe de los populares tampoco lo tenía nada fácil cuando consiguió con la ayuda del gobernador Pablo Hernández de Cos que Nadia Calviño entregara la cuchara y cediera al PP uno de los dos sillones que quedaban vacantes en la cúpula del Banco de España. Feijóo se encontró de buenas a primeras con un obsequio inesperado sin disponer de un criterio claro de elección, más allá de asegurar una nominación acorde con ese discurso basado en nadar y guardar la ropa de cara a las elecciones. El político gallego desenvolvió el regalo como si estuviera envenenado, tratando de sacudirse deprisa y corriendo el paquete a partir de algún candidato que no pusiera en evidencia el relato moderado que alimenta su natural instinto de poder.
Dentro del endogámico mundo académico los economistas españoles adornan sus curriculums profesionales tras su paso por las más prestigiosas universidades, pero la mayor parte de doctos profesores que han saltado a la política en el desempeño de altos cargos institucionales proceden de dos canteras más o menos afines dentro de lo que se ha dado malamente en llamar tendencia «progresista». De un lado están los «minesotos» que suelen celebrar juntos la velada de Acción de Gracias en recuerdo de sus añorados tiempos estudiantiles en la Universidad epónima de Estados Unidos. Este mismo grupo puede identificarse con el más nutrido que surgió bajo el amparo del que fuera gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo. Entre unos y otros encontramos figuras como el exministro Miguel Sebastián; el director general de Funcas, Carlos Ocaña; el presidente de la Autoridad Bancaria Europea (EBA), José Manuel Campa, o la propia consejera del Banco de España, Soledad Núñez.
De Luis Ángel Rojo a Andreu Mas-Colell
A la postre se trata de dirigentes que prestaron servicios en el Gobierno de Zapatero y cuya adscripción política es claramente tributaria de una doctrina chapada a la antigua usanza socialdemócrata. Más alejado si cabe de la estrategia que alienta el PP aparece el otro colectivo de intachables economistas, diplomados con los parabienes de los más relevantes centros de estudios anglosajones y que se agrupan entorno a la Universidad de Barcelona y a la Pompeu Fabra. El líder más reconocido de esta facción es Andreu Mas-Colell, eterno candidato al Premio Nobel, pero no por ello menos identificado con posiciones de marcado acervo independentista que, no se olvide, fueron la causa única y verdadera del fallido nombramiento de Antonio Cabrales.
«Las más íntimas encuestas que maneja la dirección de Génova inducen a pensar en un bloqueo parlamentario a poco que el PSOE evite otra debacle histórica como la de Zapatero»
Feijóo tendría, eso sí, que haberse esmerado en verificar las eventuales contraindicaciones que encierra un nombramiento de esta naturaleza. El Banco de España, en su más respetada condición independiente, está obligado a lustrar su majestuosidad en la Plaza de Cibeles con un esfuerzo de transparencia de todos sus altos cargos, teniendo en consideración que la capacitación técnica no puede verse mancillada por la responsabilidad de actos políticos contrarios a los imperativos legales que sostienen la propia autonomía funcional de la entidad. La dirección de Génova podía haberse estrujado un poco más las meninges rebuscando dentro de esa llamada fábrica de cerebros que es el Centro de Estudios Monetarios y Financieros (CEMFI) fundado por el organismo regulador hace treinta años y cuyo patronato preside en la actualidad el propio Hernández de Cos.
La opción de recurrir al primer recomendado que un confidente cercano haya soplado a tu oído puede entenderse, en definitiva, como un fallo en la acepción más pura del término que se define como «un defecto en el uso del sistema». Pero en el caso que ocupa nadie debería culpar a Feijóo de haber cometido un tremendo error por actuar en contra de lo que convenía a su actual programa estratégico. El presidente del PP, elegido por aclamación en el Congreso de Sevilla hace solo un año, se siente liberado para girar su apuesta política en busca de una mayoría estable que nunca va a garantizar Vox, ni antes ni después de celebrados los comicios. De ahí la necesidad de templar gaitas con esa comunidad indecisa de votantes socialistas que están hasta el moño de Sánchez y a los que va dirigida su acción de campaña electoral.
Un panorama electoral inquietante
Cabrales era un desconocido para Feijóo, claro que sí, pero su perfil académico se adaptaba como un guante a esa consigna tan bíblica como galaica en virtud de la cual la mano derecha no debe saber lo que hace la izquierda. Sobre todo, porque las más íntimas proyecciones demoscópicas que maneja el líder popular, aunque alejadas del calenturiento barómetro de Tezanos, no son tan optimistas como las que se difunden un día sí y otro también por los medios amigos. Las encuestas que guarda celosamente la dirección de Génova ofrecen mal que bien un panorama inquietante, que se traduce en un escenario de bloqueo parlamentario a menos que el triunfo del voto conservador se acompañe con una debacle absoluta de la conjunción social comunista.
El escenario más perverso tiende a mantener a Sánchez como el rey de la montaña con un gobierno paralítico y en funciones que dejaría al Estado a la intemperie, maniatado una vez más por el ímpetu centrifugador de los partidos secesionistas. Las decisiones trascendentales que necesita adoptar España serían de nuevo aplazadas en beneficio de otras reivindicaciones al uso, amnistías y referéndums de autodeterminación, aprovechando la tara del pato más cojo que nunca jamás haya habitado La Moncloa. En el mejor de los casos, Feijóo podría salvar los muebles con una victoria pírrica, a riesgo no obstante de verse apabullado por el fiasco que supone defraudar la euforia de una falsa expectativa, de modo que su estancia en Palacio no dejaría de suponer un calvario amarrado a la más dura bancada de un Vox reconvertido en bisagra imponderable de Gobierno.
Feijóo necesita seducir al centro izquierda y en esa operación se inscribía el nombramiento de Cabrales. El jefe de los populares no quiso escuchar los cantos de sirena que le apuntaban otros nombres más próximos a su partido, entre los cuales también figuró de entrada, y fue convenientemente descartada, la opción de Fernando Fernández. A la segunda y escarmentado por los avatares, el líder de la oposición se decantó por este economista con un largo historial en el mundo académico y empresarial, además de una dilatada experiencia en el sector financiero pues no en vano fue director del servicio de estudios del Banco Santander y ha formado parte del consejo de administración de Bankia desde la nacionalización de la entidad en 2012 hasta el cierre de la fusión con CaixaBank en 2021.
«Rara avis» en el mundo corporativo
Ente otros variados cargos y desempeños, el nuevo Fefé del Banco de España dispone sin duda de un track record mucho más cercano al PP, pero siempre con una personalidad acusada y un criterio propio que le convierten en una especie de «rara avis» dentro del mundo corporativo, donde el culto al jefe prima sobre cualquier lealtad para con el resto de la organización. En los partidos políticos tampoco existen muchos antídotos al respecto, si bien es el reparto del poder lo que asegura las debidas cuotas de sumisión y esta misma fidelidad al padrino es una constante en la nominación de los comisionados que ocupan los órganos de gobierno en las entidades reguladoras como representantes de las distintas formaciones parlamentarias.
Fernández, principal candidato desde ahora a suceder a Hernández de Cos cuando éste agote su mandato en mayo de 2024, es un extraordinario ejemplo a seguir siempre y cuando se mantenga fiel a las virtudes que le adornaron cuando ocupó un sillón en el consejo de Red Eléctrica: «Fernando es, desde luego, nuestro mejor consejero independiente», decía orgulloso un antiguo presidente de la compañía a la que el susodicho había accedido paradójicamente como consejero dominical en nombre de la SEPI. La independencia nunca puede constituir una categoría avalada por un mandato a dedo de medio plazo. Al contrario, supone una condición personal e intransferible que es preciso renovar todos los días. Lo de Cabrales era también «independentismo», pero no precisamente el que necesita y consagra la reputación del Banco de España.